El precario sendero a la tierra prometida del ADN

La secuenciación, decodificación y finalmente la alteración de nuestro ADN con el objeto de mejorar y perfeccionar la condición humana constituye la promesa de la biotecnología del siglo XXI. ¿A caso las herramientas de modificación genética fortalecerán nuestra determinación por lograr la libertad genética? ¿O deberían estos descubrimientos inducirnos a hacer una pausa para considerar otra vía hacia el progreso?

Tanto en términos de tiempo como de significado, el relato bíblico del Éxodo parece muy distante del siglo XXI. Sin embargo, la idea de liberación del cautiverio y la esperanza de una tierra prometida son cualquier cosa menos anticuadas.

Los puntos culminantes del icónico relato son bien conocidos y pueden servir para enmarcar nuestra iteración moderna de la travesía. Hace alrededor de tres mil quinientos años, Dios reclutó a Moisés y, mediante una serie de plagas milagrosas, persuadió a Faraón a «que dejara ir a su pueblo». Siguiendo una columna de fuego por la noche y de nube por el día, los israelitas cruzaron el Mar Rojo, recibieron los Diez Mandamientos y, con el tiempo, tras mucho retroceso y sufrimiento, entraron a la tierra prometida a lo largo del Mediterráneo oriental. Dejar Egipto y adorar a Dios en su propia tierra era su destino prometido.

Hoy participamos de un tipo distinto de éxodo. Lanzando nuestra visión y nuestra esperanza tras una columna biológica, la de la hélice del ADN, nos hemos embarcado en una travesía igualmente difícil y milagrosa: un escape del Egipto de nuestro propio genoma. Nuestra esperanza moderna es la de liberación de la mala salud, la degeneración y el reloj biológico; en otras palabras: deseamos nada menos que larga vida sin enfermedades para nosotros y nuestros hijos.

Reinicio genético

Embarcarse en semejante travesía no es una idea nueva. En su propio momento de «dejar ir a mi pueblo», Julian Huxley acuñó el término transhumanismo. Con el alborear de la era espacial y el descubrimiento de la estructura del ADN, Huxley creyó que nos encontrábamos en la cúspide de una nueva era del hombre. En Nuevos Odres para Vino Nuevo (Argentina, Editorial Hermes 1959), describía su visión de nuestro «deber cósmico» de realinear nuestros nuevos descubrimientos con un humanismo más poderoso: «A lo que el esfuerzo realmente se reduce es esto: la realización plena de las posibilidades del hombre, sea por el individuo, por la comunidad o por la especie en su aventura procesional por los corredores del tiempo».

El ritmo de esta marcha se está acelerando. Como señala el biólogo celular y popular bloguero científico de la Universidad de California en Davis, Paul Knoepfler, «hoy en día el transhumanismo está vivo y sano». En su moderno sentido genético, se está alejando de nuestra esclavitud a los genes que la naturaleza nos entregara: «La confluencia de los avances transformativos en tecnologías genética, reproductiva y de células madre están listas para cambiar nuestro mundo y a nosotros con él».

Infortunadamente, nosotros estamos «programados para morir», dice el científico en células madre Clive Svendsen. Esa programación está en nuestros genes. Según la teoría evolucionista, existimos para propagar nuestros genes. Es nuestro ADN lo que busca inmortalidad y, en cierto sentido, dado que cada uno de nosotros es el producto de un triunfante episodio de reproducción, nuestros genes han cumplido su misión. Cada uno de nosotros es una cadena ininterrumpida que se remonta en el tiempo, de generación a generación tan lejos como la imaginación lo permita. Tras haber alcanzado la madurez y reproducido una nueva generación, nuestra tarea biológica ha concluido.

Así que, ahora queremos romper el paradigma evolucionario. «En cierto sentido —dijo Svendsen a Visión— la selección natural ha desaparecido y realmente ya no necesitamos morir».

Entonces, nuestros genes no solo nos oprimen, sino que —con la correcta reprogramación— podrían también liberarnos. Científicamente, no hay otro lugar donde mirar si vamos a rechazar nuestra mortalidad y mejorar nuestra existencia. Tenemos que transformarnos a nosotros mismos. Como somos seres físicos, obviamente estamos —en cierto sentido— sujetos a nuestra biología. Pero desde que se descubrió la estructura de la molécula del ADN en 1953, el gen se plantea cada vez más como punto de acceso: el control maestro para nuestro destino biológico.

Haciendo recortes

Esto ya no es algo solo para libros de texto creados por y para monjes de la genética vestidos con batas blancas y guantes azules, enclaustrados en laboratorios. Los revolucionarios progresos en secuenciación de genes, extracción de datos y procesamiento digital están ocurriendo de manera exponencial. Y esto hace que la información genética sea cada vez más comercializable y de dominio público. Por ejemplo, 23andMe, una compañía de pruebas de ADN ofrecidas directamente al consumidor, aspira a «ayudar a la gente a acceder al genoma humano, entenderlo y aprovecharlo».

Demostrando un grado de confianza en los procesos básicos del análisis genético nunca antes visto, la Administración de Alimentos y Medicamentos de los Estados Unidos (FDA, por sus siglas en inglés) recientemente otorgó su autorización al producto de esa compañía. El comunicado de prensa de la FDA señalaba que «hoy se permitió la comercialización de 23andMe, un Servicio de Genoma Personal mediante pruebas de detección de riesgos genéticos para la salud (GHR, por sus siglas en inglés) en relación con diez enfermedades o problemas médicos. Estas son las primeras pruebas ofrecidas directamente al consumidor (DTC, por sus siglas en inglés) autorizadas por la FDA, que proporcionan información acerca de la predisposición genética del individuo a ciertas enfermedades o problemas médicos, lo cual puede ayudarle a decidir entre las opciones de estilo de vida o a conversar de manera informada con su profesional de atención médica.

 

Así pues, a medida que el ADN biológicamente se ha desplazado al centro del escenario, su papel y poder se han vuelto más aparentes a una mayor audiencia. Como un faro, exige la atención de todas las miradas y será cada vez más difícil pasarlo por alto, sea cual fuere nuestro interés personal en células o en compuestos químicos. Somos curiosos por naturaleza acerca de nuestra historia familiar. Ahora contamos con una ventana hacia su futuro.

Esta oportunidad de saber de manera científicamente validada está alimentando un creciente deseo de reparar, intervenir y negociar con el destino. El omnisciente y esclavizante faraón genético se está transformando de opresor inflexible a una especie de abuelo malhumorado pero maleable, aparentemente más fácil de manipular de lo que antes se creía. Con nuevas tecnologías de edición de genes como CRISP (una proteína que se puede adaptar para cortar y empalmar el ADN de manera precisa), parece que podremos reparar lo que esté roto. Es más, estaremos en condiciones de negociar y reestructurar el futuro en vez de simplemente esperar por su desenvolvimiento biológico.

«La curiosidad e ingenuidad humana han descubierto medios simples y eficaces para quitar de la gramática del genoma humano los errores de la naturaleza y para substituir las secuencias incorrectas por las correctas —señalan los autores Sheila Jasanoff, J. Benjamin Hurlbut y Krishanu Saha—. CRISPR-Cas9 ofrece, a primera vista, un giro tecnológico que parece demasiado bueno para que la humanidad lo rehúse. Es una manera rápida, económica y sorprendentemente precisa de llegar a los errores genéticos de la naturaleza y asegurarse de que los accidentalmente afectados consigan un arreglo favorable, con intervenciones médicas específicamente adaptadas a sus condiciones. No en vano estas son perspectivas emocionantes para la ciencia y conllevan promesas de salvación a los pacientes que sufren de enfermedades incurables».

Esta es una propuesta profundamente interesante para imaginar escapar de nuestro Egipto interior de ADN dañado. Gracias a nuestro propio juego de milagros tecnológicos acumulados en las últimas décadas, estamos viendo la hélice doble bajo una nueva luz. Según Jasanoff, «Trascender la condición humana consiste, entre otras cosas, en escapar físicamente de la muerte y de otros límites que rozan las habilidades humanas, como el olvido, el dolor y la discapacidad, pero la trascendencia también tiene un atractivo salvador… Con la ciencia y la tecnología como siervos disponibles, ese deseo de perfección queda a nuestro alcance: en la imaginería moderna poshumana, lo que debería ser puede ser».

En vez de encerrarnos en un destino genético, la hélice ha vuelto su otra cara: la cara de la maleabilidad, y con ella, la esperanza.

«Pero —advierten Jasanoff, Hurlbut y Saha—, el entusiasmo no debería eclipsar la necesidad de la sociedad de deliberar bien en lo que respecta a intervenir en algunas de las funciones más fundamentales de la naturaleza».

«No nos dejemos embaucar… que el renovado debate sobre ingeniería genética de la línea germinal, provocado por la CRISPR/Cas9, es acerca de rescatar de la carga de la enfermedad genética a una pequeña cantidad de individuos. Es nada menos que un debate sobre qué significará ser humano en el futuro».

Robert Sparrow, «Genetically Engineering Humans: A Step Too Far?»

Neo-eugenesia

Huxley reconoció el malestar que se generaría al aparecer nuevas oportunidades: «La gente está decidida a no tolerar un estándar de salud física y de vida material subnormal ahora que la ciencia ha revelado la posibilidad de elevarlo. El malestar producirá algunas consecuencias desagradables antes de disiparse; pero en esencia, es un malestar benéfico, una fuerza dinámica que no se calmará hasta que haya sentado los cimientos fisiológicos del destino humano».

Según señalan las sociólogas e historiadoras de la ciencia Dorothy Nelkin y M. Susan Lindee en su libro The DNA Mystique, publicado en 1995, nos hemos dejado llevar hacia dotar la doble hélice con poderes divinos. Por entonces, en los primeros años del Proyecto del Genoma Humano (HGP, por sus siglas en inglés) para secuenciar todos los tres mil millones de bases de adn de nuestro genoma, ellas previeron su brillo seductor: «El estatus del gene —como agente determinista, un cianotipo, una base para las relaciones sociales y una fuente de bien y de mal— promete una reconfortante certeza, orden, previsibilidad y control». Pero la esperanza de «certeza» y «orden» no son inherentes a la molécula misma. Son, en cambio, cualidades que nosotros necesitaremos impartirle; el ADN es algo salvaje y debemos aprender a domar sus poderes mutables, volubles y multifacéticos: «Por lo tanto, se confiere mayor autoridad y poder a científicos y médicos, quienes se convierten en administradores de la sociedad medicalizada».

Más de veinte años después, el Proyecto del Genoma Humano nos ha dado una cada vez más detallada visión de nuestro código de ADN, y todos hemos quedado más encantados con la narrativa popular de control. Cuando a la mezcla añadimos CRISPR u otras técnicas de edición, nos acercamos aún más al objetivo de reajuste humano. Lindee le dijo a Visión, «Lo gracioso es que pensamos que nuestro libro pronto sería obsoleto, así que teníamos que apurarnos a sacarlo. Ahora parece que las tendencias que estábamos captando se han vuelto aún más poderosas, y el ADN se comercializa a los consumidores y pacientes en formas que serían divertidas si no fueran tristes». 

Lindee señala que la naturaleza «limitada y probabilística» de la información genética debería razonablemente poner un freno a la exageración. Pero, como advierte Nathaniel Comfort, profesor de historia de la medicina de la Universidad Johns Hopkins, el Proyecto del Genoma Humano «ha permitido a los eugenistas salir del armario. La fantasía de controlar nuestra propia evolución está viva y bien».

Esto era verdad aun antes de que se conocieran los genes; el deseo de alcanzar la perfección humana —explica Comfort— ha sido un tipo de impulso eugenésico infundiendo en nuestro carácter. Además, señala, «incluso al comienzo del siglo XX, los defensores de la salud hereditaria hacían promesas idénticas a estas que oímos hoy: la genética nos haría más saludables, más longevos, más listos y más felices: mejores».

Comfort considera la bioingeniería como el presente de la metamorfosis de la eugenesia, un tipo de neo-eugenesia. Con respecto al potencial de la edición de genes hoy, Comfort dijo a Visión, «Siempre es difícil leer la importancia histórica de un acontecimiento mientras está ocurriendo, pero CRISPR parece ser el tipo de tecnología de vanguardia que podría conducir a la ingeniería genética generalizada».

«La ingeniería biológica comienza con la percepción de que estamos lejos de alcanzar el potencial pleno de [nuestros] cuerpos orgánicos».

Yuval Noah Harari, Homo Deus: A Brief History of Tomorrow (2017)

Trayendo la «mística del ADN al presente», Comfort advierte que «hay presión para avanzar, a causa del cientificismo y la tecnofilia. CRISPR se percibe como una enorme fuente de dinero. Además, nos lleva hacia soluciones rentables de alta tecnología para los problemas de salud, en vez de las nada atractivas como reducir la pobreza, mejorar el saneamiento y la educación; rectificar las disparidades raciales y de salud colectiva. No me gusta ver la atención médica motivada más por la cotización bursátil que por las necesidades de los pacientes».

Comfort añade: «Expreso estas preocupaciones no en el vano intento de jalar el freno de emergencia en la biomedicina; mi objetivo es, más bien, aplacar el revuelo para que tecnologías poderosas como CRISPR se utilicen humanamente —para anteponer la gente a las ganancias».

El objetivo transhumano

Aunque Huxley y sus contemporáneos solo entendieron aspectos rudimentarios de la estructura del ADN, él parecía presciente al describir la separación de la biotecnología de las aguas de la genética. «La entusiasta pero científica exploración de posibilidades y de las técnicas para convertirlas en realidad hará que nuestras esperanzas sean razonables —creía él— y fijarán nuestros ideales dentro del marco de la realidad, al demostrar cuántas de ellas son, de hecho, factibles».

El potencial para la edición de genes —incluso la edición de la línea germinal humana, con la perspectiva de realmente eliminar de una línea familiar el código de una enfermedad— posiblemente colocará el destino genético bajo nuestro control. La fabricación y edición de óvulos y espermatozoides está en el horizonte, y crear criaturas con el ADN de tres progenitores (el ADN de la madre, el ADN del padre y el ADN mitocondrial del óvulo de una donante) ya se ha logrado. Embriones humanos destinados (o no) a la fertilización o implantación in vitro se examinan sistemáticamente para detectar la presencia de defectos genéticos. Aunque al principio nos sentimos titubeantes y ciertamente debatiremos por algún tiempo sobre el camino a seguir, muchos confían en las decisiones finales y el curso que seguiremos».

«Pienso que la ingeniería de la línea germinal humana es inevitable, y que básicamente no habrá una manera eficaz de regular o controlar el uso de la tecnología de edición de genes en la reproducción humana», dice J. Craig Venter en Nature Biotechnology. Siendo uno de los principales agentes en la promoción del Proyecto del Genoma Humano, que ya ha patrocinado el desarrollo de células sintéticas, la opinión de Venter tiene visos de realidad. «Nuestra especie no se detendrá ante nada para tratar de mejorar características percibidas como positivas y eliminar el riesgo de la enfermedad o quitar características percibidas como negativas de la descendencia futura, particularmente por parte de quienes cuenten con los medios o el acceso a tecnología reproductiva y de edición. La pregunta es cuándo, no si ocurrirá». Continúa advirtiendo, sin embargo, que «solo mediante el considerable aumento de nuestra comprensión del genoma humano… y las consecuencias de hacer cambios, obtendremos el conocimiento para hacer decisiones sabias. Hasta ese día, hay que considerar la edición del genoma humano como experimentación humana aleatoria».

Haciendo sonar la alarma de manera similar está Marcy Darnovsky, directora ejecutiva del Centro para Genética y Sociedad. En la Cumbre Internacional sobre Edición Genética Humana, en 2015, ella señaló que «permitir le edición de la línea germinal humana por cualquier razón probablemente daría lugar a su escape de todo tipo de limitaciones regulatorias, para su adopción con propósitos de mejoramiento, y a la emergencia de una eugenesia de mercado y… consecuencias sociales inaceptablemente peligrosas».

Odres viejos, odres nuevos

Como la socióloga Jasanoff, Venter y Darnovsky reconocen la naturaleza humana: si podemos, lo haremos. Desde la perspectiva de Huxley en Nuevos Odres para Vino nuevo, nuestras grandiosas nuevas tecnologías (el vino) nos inspirarían a vernos y a ver nuestro potencial de un modo nuevo, como «nuevos odres». Pero su analogía es incompleta, porque nuestra naturaleza no ha cambiado. Nos envalentonamos en nuestro conocimiento, en vez de humillarnos; nuestra naturaleza humana no se ha debilitado.

Podemos detectar el problema en lo que Huxley describe como «concepto central de ordenación» del transhumanismo; que es el humanismo mismo, la creencia de que el destino humano está solo en nuestras manos. Es la misma idea que alteró la trayectoria de los israelitas y los envió fuera de ruta en el desierto. Su problema —como el nuestro hoy— fue una subyacente incredulidad en todo lo que no fuera material. «Hay una realidad —señala Huxley— y el hombre es su profeta y pionero».

Así como los israelitas perdieron de vista sus acuerdos con Dios y llegaron a creer que era su poder humano el que controlaba su destino, nuestra creencia en nuestra ciencia y en la fiabilidad de las decisiones humanas sigue siendo nuestra perdición. No es que procurar mejorar la salud sea inherentemente malo o contrario a la voluntad de Dios. No lo es. Nuestro problema radica en que seguimos reprimidos en la convicción de que nuestras decisiones son soberanas. A los israelitas se les advirtió sobre el peligro de semejante arrogancia: «… y se enorgullezca tu corazón, y te olvides de Jehová tu Dios que te sacó de la tierra de Egipto, de casa de servidumbre… y digas en tu corazón: Mi poder y la fuerza de mi mano me han traído esta riqueza» (Deuteronomio 8:14, 17). Pero hicieron oídos sordos a esa amonestación.

Se podría decir que se encontraron en un Nuevo Lugar, pero con el mismo Viejo Corazón.

La idea del determinismo hereditario —que los genes son los que nos hacen o nos destruyen— es contundente, pero incompleta. Somos seres imperfectos no a causa de nuestros genes, sino de nuestro carácter. Este es un problema que está más allá de la reparación física. Nuestro más profundo vacío, nuestro padecimiento más paralizante y nuestra mayor necesidad de regeneración será siempre espiritual antes que física. Ser «transformados» por la renovación de la mente humana, como señala Pablo, es la sanación principal que necesitamos (Romanos 12:2). Esto no constituye un objetivo transhumanista. Con todo, esa mente renovada es «el nuevo odre» que puede contener el «vino nuevo» del plan de Dios para la creación (Mateo 9:17). Con fe en ese plan, uno puede permanecer firme aun ante situaciones aparentemente desesperadas como las que enfrentara el pueblo del antiguo Israel (Éxodo 14:13–14; Salmo 33:13–22).

«Os daré corazón nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros».

Ezequiel 36:26

El Dios de la Biblia reclama autoridad creativa. Con todo, esto no significa que él es la causa de cada mutación horrible que afecta nuestro ser físico. Como bien Salomón observara, «tiempo y ocasión acontecen a todos» (Eclesiastés 9:11). Sin lugar a dudas, como especie sufrimos enormemente de desastres genéticos. En nuestro núcleo físico se encuentra el código de ADN. Y día tras día, célula por célula, y generación tras generación, ocurren cambios nocivos. Nuestro Creador no lo ignora. Pero nosotros no somos ese código.

El último éxodo consiste en la liberación del temor a la muerte y de la enfermedad. Ambos son reales e imponen dolor y sufrimiento en nuestras vidas individual y colectivamente. Con todo, existe un tiempo futuro cuando el dolor se desvanecerá y aun el sufrimiento que toda la creación física padece actualmente desaparecerá (Romanos 8:18–22; Apocalipsis 21:1–5).

Prevemos una ingeniería del ADN guiándonos a la tierra prometida genética de nuestro propio diseño. Esa tierra es un espejismo; estará siempre más allá de nuestro alcance. Independientemente de lo que lleguemos a lograr en nuestra búsqueda por la perfección humana —mejores bebés, líneas materna y paterna, salud, felicidad, imagen corporal, intelecto, longevidad— nunca será suficiente. Siempre imaginaremos algo más, un lugar mejor al otro lado de la próxima duna. Inclusive, si alcanzamos ese próximo grado, jamás nos satisfará; no reemplazará la promesa que Dios en realidad ha hecho a la creación, y a nosotros, sus hijos, tocante a una restaurada y completa relación con él y luego entre nosotros (Hechos 17:22–31).

Su plan para cada ser humano no se basa en nuestra secuencia de cuatro bases abreviadas con las letras A, T, C y G; tampoco en cuán saludables o discapacitados nos encontramos ni en cuán de larga o corta vida seamos. Se basa en una relación spiritual que existe más allá de lo físico. Hemos aprendido a recortar y meter, cortar y empalmar genes. La recombinación genética es nuestro fuerte. La restauración espiritual —una reconexión entre el espíritu en el hombre y el Espíritu y la voluntad de Dios— es prerrogativa de Dios y la tierra prometida final para toda la humanidad (1 Corintios 2:9­–14).