Hechos Materiales desde una Perspectiva no Materialista

El siguiente ensayo constituye el capítulo 6 de un libro recién publicado que lleva por nombre What Makes Us Human? (¿Qué nos hace humanos?). Editado por Charles Pasternak, bioquímico y director fundador del Centro Biomédico Internacional de Oxford, el libro presenta diferentes puntos de vista sobre un tema que ha intrigado por milenios a la humanidad. Este capítulo, escrito por el editor de Visión, David Hulme, explora la pregunta desde una perspectiva de las antiguas Escrituras Hebreas que generalmente se pasa por alto.

El preguntar «¿qué nos hace humanos?» garantiza una serie de respuestas por parte de los científicos materialistas y no materialistas, y de los pensadores religiosos por igual. Desde la autoconciencia hasta la libre moral, la consciencia y la capacidad para imaginar, estas características nos distinguen de las especies no humanas. También existe la capacidad del lenguaje hablado, la cual —se dice—, es la diferencia más distintiva, incluso innata. En un nivel más inquietante se menciona la decisión deliberada de no reproducirnos y, una aún más oscura, la obsecuente invención de las armas para asegurar la destrucción mutua y masiva que amenaza la extinción de las especies.

Está claro que todas estas características guardan cierta relación con la consciencia humana, pero la definición y el funcionamiento de esta consciencia, no. A pesar del hecho de que una proclamación presidencial de EE.UU. declaró la década de 1990 como «la década del cerebro» afirmando que «nos encontramos en los albores de una nueva era de descubrimientos en la investigación sobre el cerebro», poco se ha logrado al tratar de entender la relación entre el cerebro y la mente.1 Durante una conferencia de neurociencia en 2005, Stephen Morse, profesor de psicología y derecho psiquiátrico en la Universidad de Pensilvania, observó con franqueza: «Aquí les va un pequeño y oscuro secreto: No tenemos idea de cómo el cerebro activa la mente. Sabemos mucho sobre la ubicación de la función, sabemos mucho sobre los procesos neuropsicológicos, pero no tenemos la menor idea acerca de cómo el cerebro produce los estados mentales —cómo produce la intencionalidad consciente y racional—; pero cuando lo sepamos, revolucionará las ciencias biológicas».2

«Aquí les va un pequeño y oscuro secreto: No tenemos idea de cómo el cerebro activa la mente».

Stpehn Morse, Pofesor de Psicología y Derecho Psiquiátrico, Universidad de Pensilvania

Mientras esperamos a que llegue ese momento sería oportuno enfocarnos en lo que nos hace humanos desde una perspectiva no materialista que con gran frecuencia pasamos por alto. ¿Por qué vale la pena considerarlo en una época en la que el alma e incluso el ser secular han pasado de moda como conceptos explicativos?3 La respuesta se encuentra en la admisión de Morse respecto a que el reemplazo materialista de las explicaciones no materialistas se enfrenta a un punto muerto: la consciencia humana (y, por lo tanto, su autoconciencia relacionada) sigue siendo un misterio. Esto no es ninguna sorpresa para el investigador cognitivo, Robert L. Kuhn, quien escribió hace casi 40 años:

«El cerebro humano no puede explicar el profundo abismo entre [las] características totalmente únicas de los humanos y los repetitivos instintos de los animales».

«Por lo tanto, se debe realizar una adición no física con el cerebro humano, convirtiéndolo en la mente humana...».

«El cerebro humano no puede explicar la mente humana, debe haber un ingrediente no físico, más allá de nuestros microscopios, tubos de ensayo, electrodos y computadoras. Para un individuo con una mente realmente abierta es inútil racionalizar físicamente la singularidad de la mente. Debe haber una esencia no física —un “espíritu”— en el hombre...».

«Los teóricos evolucionistas señalan la similitud entre el cerebro de los seres humanos y el de los monos para corroborar sus puntos de vista. Resulta irónico que, en realidad, han tropezado con la observación científica más significativa de la historia, avalando irrefutablemente el componente no físico que convierte al producto del cerebro humano en la mente. Sin este factor no físico el hombre no sería más que un súper mono, más inteligente que un chimpancé en la misma medida en que un chimpancé es más inteligente que un mamífero menos complejo».4

El filósofo de la mente, John Searle, ha mencionado que a falta de un acuerdo en el tema de la consciencia, él acepta la discusión desde todas las perspectivas, incluyendo la no materialista, para fomentar la búsqueda de una explicación.5 Así, podría ser útil reexaminar parte de la sabiduría del pasado para encontrar respuestas de otra índole. Con esto no pretendo repetir lo que se ha convertido en la conceptualización religiosa convencional de occidente sobre el ser humano (cuerpo y mente), sino revisar la sabiduría casi olvidada de los antiguos hebreos. Al hacerlo, podríamos encontrarnos con una explicación alterna que pudiera iluminar luz los esfuerzos actuales.

EL CUERPO Y EL ALMA DE LA FILOSOFÍA GRIEGA

Antes de exponer la primera perspectiva hebrea es útil considerar el origen del concepto del alma y del ser. En una reciente revisión a la historia intelectual de la identidad personal, los profesores, Raymond Martin y John Barresi, nos recuerdan:

«Lo que Pitágoras y Empédocles parecen haber compartido y fomentado en los pensadores que les seguirían era la creencia en un alma (o un ser) que existía antes que el cuerpo, que podía ser inducida a salir del cuerpo incluso cuando éste aún estaba vivo y que sobrevivía al cuerpo».

«Estas ideas fueron extremadamente importantes y, de una manera directa o indirecta, parecen haber influido convincentemente en Platón y, a través de él, en varios padres de la iglesia, incluyendo a Agustín y, a través de él, en la teología cristiana, y a través del cristianismo, en el modo de pensar de toda la civilización occidental, tanto secular como religiosa. Quizá resulte irónico observar que ideas que terminaron por adquirir un historial racional tan impresionante se hayan originado en el oscuro corazón del chamanismo, con su apego a la magia y lo oculto».6

«De una manera directa o indirecta, [estas ideas] parecen haber influido convincentemente en Platón y, a través de él, en varios padres de la iglesia, incluyendo a Agustín y, a través de él, en la teología cristiana, y a través del cristianismo, en el modo de pensar de toda la civilización occidental, tanto secular como religiosa». 

Raymond Martin and John Barresi, The Rise and Fall of the Soul and Self

Una propuesta de gran alcance que merece una meditación seria es que todo el pensamiento occidental, religioso y secular, en cuanto a cómo nos hemos entendido a nosotros mismos, pudo haberse originado no por medio de un proceso racional, sino a través de nociones relacionadas con la magia y lo oculto. Más específicamente, es fascinante que aquéllos considerados como algunos de los pensadores fundadores de la civilización occidental, en el ámbito religioso y secular, pudieran haber sucumbido ante ideas con tales orígenes dudosos.

Entonces, ¿qué hay de la explicación hebrea (que se originó por separado) respecto a la consciencia, la autoconciencia y la singularidad humana? La siguiente discusión nos brinda la oportunidad de aclarar las diferencias en estos temas entre las ideas griegas y hebreas, así como de examinar el casi siempre malinterpretado registro bíblico.

«POLVO ERES…»

En otra fuente acerca del origen o el inicio, el libro del Génesis, se invita al lector a considerar una perspectiva muy diferente.7 Con la explicación de la creación en el segundo capítulo sabemos, a partir de la traducción del Tanakh de la Sociedad de Publicaciones Judías (Jewish Publication Society), que «entonces Jehová Dios formó al hombre del polvo de la tierra, y sopló en su nariz aliento de vida, y fue el hombre un ser viviente» (Génesis 2:7).8 Esto difiere de la versión King James de la Santa Biblia, la favorita de los cristianos angloparlantes, en cuanto a que sus traductores utilizaron la palabra hebrea nephesh no como «un ser viviente», sino como «en alma viviente» (del latín solus, «único» o «solo»). Una mejor opción en latín hubiera sido anima del griego anemos («aire» o «aliento»).9 Pero en este versículo los traductores de la versión King James traicionaron su parcialidad hacia los antiguos filósofos griegos y sus descendientes intelectuales, los padres de la iglesia primitiva, para quienes el alma era la parte esencial del ser humano. Por ejemplo, según Ireneo: «...la palabra profética declara, respecto al primer hombre formado: “y fue el hombre en alma viviente” [Génesis 2:7], enseñándonos que por la participación de la vida el alma cobró vida; por lo que el alma, y la vida que posee, se deben entender como existencias separadas».10

Aunque la mayoría de las traducciones modernas al español y al inglés han adoptado el término «un ser viviente», hay algunas versiones en inglés, como The Message: The Bible in Contemporary Language,11 que no parecen inclinadas a abandonar la antigua idea griega del alma inmortal. Desafortunadamente, según los hebreos, el «alma» de cualquier persona (¡incluso la de un traductor!) no puede ser nada sino material; pero la existencia de traducciones más acertadas no necesariamente cambia la doctrina establecida o la creencia popular. El alma como algo inmortal no ha desaparecido del discurso teológico, la práctica litúrgica o la imaginación diaria.12

«El ser humano no es una amalgama de un cuerpo perecedero y un alma inmortal, sino una unidad psicofísica que depende de Dios para la vida misma».

Jon D. Levenson en Génesis 2:7, The Jewish Study Bible

Un especialista con un punto de vista diferente es Jon D. Levenson, comentarista del Génesis para The Jewish Study Bible, quien señala respecto a Génesis 2:7 que «el ser humano no es una amalgama de un cuerpo perecedero y un alma inmortal, sino una unidad psicofísica que depende de Dios para la vida misma».13 ¿Qué quiso decir con «unidad psicofísica» que no sea «una amalgama de un cuerpo perecedero y un alma inmortal»? Además, ¿es esta terminología consistente con el resto de las Escrituras Hebreas y fue perpetuada en los Escritos Apostólicos de los primeros seguidores de Jesús? Al colocar esta unidad junto a la antigua conceptualización griega y cristiana tradicional de que el ser humano es un cuerpo temporal más un alma eterna, Levenson atrae la atención hacia una entidad que, aunque física, también es mental; pero según su definición ambos aspectos son temporales. A manera de repetición, esto es algo muy distinto a Pitágoras, Empédocles, Platón, Agustín, varios padres de la iglesia, el cristianismo tradicional y todo el pensamiento de la civilización occidental, tanto religioso como secular.

El libro de Job, escrito durante el periodo patriarcal (alrededor de los años 2100 y 1900 a.C.)14 expone de manera más amplia esta conceptualización hebrea al hablar de la parte psicológica de esta unidad, cuando uno de los consejeros del hombre en sufrimiento explica que «espíritu hay en el hombre, y el soplo del Omnipotente le hace que entienda» (Job 32:8)15 Aquí hay una conexión obvia con Génesis 2:7, pero en esta ocasión la parte psicológica o mental de la unidad psicofísica se refiere a que «espíritu hay en el hombre». Su función, proveniente de Dios, es brindar al ser humano la capacidad de entender.

«...Y AL POLVO VOLVERÁS»

Hasta ahora tenemos un aspecto inmaterial, consciente, mentalmente enriquecedor y físicamente atado al ser humano que termina con la muerte. Esto se confirma en el libro de los Salmos, donde aprendemos de los hombres que «Exhalan el espíritu y vuelven al polvo, y ese mismo día se desbaratan sus planes» (146:4),16 y del libro de la sabiduría hebrea de Eclesiastés: «Porque los que viven saben que han de morir [la autoconciencia]; pero los muertos nada saben [no hay consciencia después de la muerte], ni tienen más paga, porque su memoria es puesta en olvido. También su amor y su odio y su envidia fenecieron ya» (9:5–6a).17

Salomón, el posible autor de Eclesiastés durante el siglo X a.C., explica que los humanos y los animales tienen el mismo destino: «como mueren los unos, así mueren los otros» (3:19).18 Entonces, ¿qué sucede con este espíritu único en el hombre cuando muere? Salomón escribe: «volverá entonces el polvo a la tierra, como antes fue, y el espíritu volverá a Dios, que es quien lo dio» (12:7).19

Así, de acuerdo con esta perspectiva hebrea, no existe el alma inmortal ni tampoco «espíritu hay en el hombre» que sea inmortal. El cuerpo se descompone y el espíritu regresa a Dios.

La The Jewish Encyclopedia confirma que «la creencia de que el alma continúa existiendo después de que el cuerpo se disuelve es una cuestión de especulación filosófica o teológica más que de simple fe, y por ello no se enseña expresamente en ninguna parte de las Sagradas Escrituras».20

Sin embargo, a pesar de la aparente naturaleza mortal de la unidad psicofísica, los antiguos hebreos consideraban que el final de la vida era temporal, como una clase de sueño. Más tarde llegaría el momento de despertar y entonces el cuerpo sería reconstruido y el espíritu revivido. Esta resurrección a la vida es de dos tipos: física y no física. El profeta Ezequiel habla de una resurrección de personas físicas a la vida física: «Así ha dicho Jehová el Señor a estos huesos: He aquí, yo hago entrar espíritu en vosotros, y viviréis. Y pondré tendones sobre vosotros, y haré subir sobre vosotros carne, y os cubriré de piel, y pondré en vosotros espíritu, y viviréis; y sabréis que yo soy Jehová» (Ezequiel 37:5–6).21 El profeta Daniel escribe sobre las personas que son despertadas para vivir o morir para siempre: «Muchos de los que duermen en el polvo de la tierra serán despertados: unos para vida eterna, otros para vergüenza y confusión perpetua» (Daniel 12:2).22 Del mismo Daniel se dice que «reposarás [morirá], y te levantarás [será resucitado]... al fin de los días» [muy en el futuro] (Daniel 12:13).23 Pero ninguna de estas referencias habla acerca de un alma inmortal, sólo del despertar de las que fueron personas físicas y que dejaron de existir por algún tiempo

EN EL ESPÍRITU DE LA TRADICIÓN HEBREA

El concepto del espíritu en el hombre y de la resurrección a la vida se repite en los Escritos Apostólicos, en la primera epístola a la iglesia de Corinto. Pablo, un judío helenístico que se describió a sí mismo como «hebreo de hebreos», escribe a quienes viven en un mundo dominado por la filosofía griega: «¿quién de entre los hombres conoce las cosas del hombre, sino el espíritu del hombre que está en él?» (1 Corintios 2:11a).24 Es por medio del singular espíritu humano e inmaterial que los seres humanos llegan a entender el reino humano. Al evitar cualquier relación con los pensadores griegos, y como estudioso hebraico, Pablo simplemente reitera el antiguo concepto hebreo de una unidad psicofísica material-espiritual.

Aunque sólo por eso podríamos afirmar que, de acuerdo con Pablo, el espíritu en el hombre separa a los seres humanos de las demás especies, ¿existe en sus escritos alguna otra evidencia de la singularidad humana?

Pablo estaba absolutamente consciente del relato del Génesis en que cada forma de vida se diferencia de las demás por su identidad única o su «especie». Se dice que la vegetación es una especie diferente a los peces y las aves, las cuales son diferentes entre sí y de los animales domésticos y salvajes y de los reptiles; y cada uno es diferente de la especie humana. Pablo confirma este entendimiento cuando escribe: «No toda carne es la misma carne, sino que una carne es la de los hombres, otra carne la de las bestias, otra la de los peces, y otra la de las aves» (1 Corintios 15:39).25 Por lo tanto, para Pablo, la singularidad humana era evidente al menos en dos niveles: mental y físico —la unidad psicofísica de Levenson

¿Qué entendió Pablo que sucede al morir? No es de sorprender que el estudioso hebreo se apegue a la ahora línea familiar. Señala que a pesar de que algunos de los seguidores de Jesús «duermen», ellos «resucitarán primero» (1 Tesalonicenses 4:13, 16).26 el capítulo 15 de su primera epístola a la iglesia de Corinto explica que la entidad psicofísica deja de existir («en Adán todos mueren»), pero que aún existe una futura resurrección a la vida, a través de Jesucristo («en Cristo todos serán vivificados»).27 Apeló a Génesis 2:7 cuando escribió que «El primer hombre, Adán, se convirtió en un ser viviente» y expresó el medio de resurrección al señalar que «el último Adán [Cristo, se convertirá en] el Espíritu que da vida».28 El griego para «ser viviente» es psuche, el equivalente del hebreo nephesh, mientras que «Espíritu que da vida» es pneuma, la contraparte del hebreo ruach. Una vez más, no hay nada aquí que sugiera que Pablo haya aceptado la idea platónica de un alma inmortal.

Desde esta perspectiva hebraica, lo que hace únicos a los seres humanos es el componente no físico, «el espíritu en el hombre». Esto es lo que debió dar lugar a nuestras notables diferencias de todas las demás especies. Aunque se podría reconocer que pueden existir niveles de consciencia en otros sistemas vivientes, de los animales a las aves, los reptiles, los insectos, etc., es muy difícil encontrar en cualquier otra especie alguna evidencia de humor o éxtasis, inspiración, libre moral o amor sacrificado. La única manera en que la antigua tradición hebrea podía explicar la diferencia entre los humanos y los mamíferos más parecidos a ellos en cuanto al tamaño de su cerebro y su complejidad es refiriéndose a un espíritu inmaterial que permite a este cerebro cuantitativamente similar producir una gran diferencia cualitativa.

Al referirse al excepcional espíritu del hombre, Pablo escribió a los Corintios que «nadie conoce los pensamientos de Dios sino el Espíritu de Dios» (1 Corintios 2:11).29 En el siguiente versículo continúa diciendo que los seguidores de Corinto han recibido este mismo Espíritu, «para que entendamos lo que por su gracia él [Dios] nos ha concedido». Entonces, aquí cabe la posibilidad de otro aspecto no físico y único del cerebro humano. En otra epístola, esta vez dirigida a los creyentes en Roma, dice que el espíritu en el hombre puede interactuar con el Espíritu de Dios: «Y este mismo Espíritu se une a nuestro espíritu para dar testimonio de que ya somos hijos de Dios» (Romanos 8:16).30 

LA CIENCIA DEL CAMBIO

Como comentario final respecto a las aportaciones al continuo debate sobre lo que nos hace humanos, vale la pena considerar un aspecto del comportamiento humano que rara vez se menciona en tales discusiones. Parte de nuestra singularidad tiene qué ver con nuestra capacidad para mostrar remordimiento y cambiar para bien de manera radical. No estamos programados irreversiblemente por nuestros genes ni por el ambiente donde crecimos. Podemos realizar cambios en nuestra existencia con pensamientos voluntarios y conscientes que nos lleven a actuar. Como veremos más adelante, esto también está relacionado con un antiguo concepto hebreo.

Durante años los investigadores pensaron que el cerebro estaba preprogramado, que su desarrollo desde el nacimiento hasta la adolescencia era el resultado de un despliegue gradual de su potencial ya existente, y que al llegar a la etapa adulta ya estaba consolidado; sin embargo, recientes descubrimientos muestran que el sistema de circuitos del cerebro se va programando conforme se desarrolla el individuo y que se puede reprogramar a través de su pensamiento consciente. Debido a la neuroplasticidad del cerebro, podemos cambiar nuestros patrones de pensamiento y conducta a través de nuestra voluntad propia. Las pruebas de lo anterior se pueden observar en los cambios físicos de las vías neurales del cerebro. Estos nuevos circuitos pueden sustituir a las vías anteriores y volverse fijos.

Los primeros indicios de este fenómeno se descubrieron con la investigación acerca de las víctimas de apoplejía y con personas que padecen un trastorno obsesivo-compulsivo (TOC). Quedó claro que ciertos pacientes, cuyo sistema de circuitos cerebrales había sido afectado en alguna parte por hemorragias cerebrales que les había vuelto incapaces para realizar tareas específicas, podían rehabilitarse. Sus circuitos cerebrales se reprogramaban alrededor del problema en particular. Para ello se necesitaba de un entrenamiento intensivo, pero se producían cambios positivos y permanentes. Quienes padecían TOC (por ejemplo, con un deseo incontrolable de lavarse las manos como resultado del miedo a los gérmenes) se sintieron aliviados una vez que comprendieron que parte de su sistema de circuitos cerebrales estaba causando el problema y se les entrenó con la técnica del uso de su iniciativa propia para reprogramar su sistema de circuitos defectuoso.

No hace falta decir que se necesita de este tipo de descubrimientos para otras grandes dificultades mentales y de comportamiento. Los nuevos descubrimientos tienen profundas implicaciones de mejora en los problemas humanos más difíciles y sensibles, desde la depresión hasta las adicciones de todo tipo, e incluso en los desacuerdos nacionales e internacionales más prolongados. Es posible ayudar a las personas con una depresión severa al someterlas a un programa en el que aprenden a reconocer lo que sucede en el interior de su cerebro y a realizar acciones adecuadas que sean el resultado de su voluntad e iniciativa propia. En otros descubrimientos existe la posibilidad de utilizar la voluntad de la persona para apagar la respuesta sexual de quienes están obsesionados con la pornografía.

Existe un paralelo inmaterial o espiritual con estos nuevos descubrimientos. Es claro el hecho de que existen principios no físicos detrás del cambio físico del cerebro al tomar en consideración el antiguo verbo hebreo shub, que significa «(re)tornar». Uno de sus significados adicionales es arrepentirse de las malas acciones apartándose de la maldad. Este vocablo combina dos aspectos del arrepentimiento: apartarse del camino del mal y retornar al camino del bien. Esto significa regresar sobre nuestros pasos y retomar el camino correcto.

En el caso de los antiguos israelitas, Dios quería que cambiaran su proceder cambiando primero su modo de pensar. Un diccionario teológico explica más profundamente el término shub en cuanto a que «al cambiar, una facultad dada por Dios, un pecador puede dar un nuevo rumbo a su destino».31 Podemos definir el pecado de manera muy amplia como cualquier cosa que dañe nuestra relación con Dios o con el hombre (incluyéndonos a nosotros mismos). Cuando los circuitos del cerebro están programados de manera incorrecta, ya sea por lesión o elección consciente, el daño está hecho. El cambio o la reprogramación es el único camino para avanzar, el camino hacia la salud tanto física como espiritual. En otras palabras, todas aquellas actividades de nuestra mente y de nuestro cuerpo que nos perjudiquen, que perjudiquen a quienes están a nuestro alrededor y que perjudiquen nuestra relación con Dios son malignas. Necesitan ser cambiadas primero a nivel mental a través del uso de la voluntad para hacer el bien. Otra forma de decirlo es que se puede vencer al pecado a través de un cambio a nivel consciente en la manera de pensar, siempre y cuando la voluntad esté comprometida.

En los Escritos Apostólicos el equivalente a shub en griego es metanoeo e incluye el concepto del cambio en el modo de pensar o el llegar a un nuevo modo de pensar. Lo que no habíamos entendido sino hasta hace poco es la función del cerebro físico en este proceso. Una vez que la voluntad está comprometida a cambiar y que se llevan a cabo acciones específicas se crean nuevas vías neurales que dan como resultado nuevas actitudes y conductas. Entre más llevemos a cabo la nueva acción, más duradera será la conducta. Ya antes habíamos tenido pistas sobre la reprogramación del cerebro y de nuestro comportamiento: es sabido por muchos que se requieren tres semanas para romper con un hábito y adquirir uno nuevo. También sabemos que cuando actuamos de manera dañina o indebida con regularidad, nuestra consciencia se vuelve insensible y la maldad logra nuestra aceptación. La salida a los diferentes problemas del ser humano, como el trastorno obsesivo-compulsivo, los malos hábitos, los prejuicios raciales, los delitos motivados por el odio, la depresión, la brutalidad y la explotación de los demás, sigue siendo un cambio fundamental de la forma de pensar. Las Escrituras Hebreas y los Escritos Apostólicos nos lo han dicho desde siempre.

La misma tradición habla del arrepentimiento como una introspección y un cambio en nuestra manera de proceder para que dicho cambio sea duradero. Según el investigador cognitivo, Jeffrey Schwartz, cuya técnica terapéutica para el tratamiento del TOC32 es muy semejante al concepto bíblico del arrepentimiento: «No es posible forjar relaciones de confianza con otras personas sin reconocer el error, sin la sinceridad. Y cuando se procede a reconsiderarlo, el arrepentimiento es sólo una forma de sincerarse. Es como decir “Me doy cuenta de que cometí errores, de que no soy perfecto y de que hay cosas que podría tratar de mejorar”».33

¿Qué nos hace únicos a los seres humanos? Debemos considerar que, desde el punto de vista de los antiguos hebreos, es el espíritu en el hombre, el Espíritu de Dios y la capacidad de cambiar para bien que proviene de las acciones autodirigidas, conscientes e intencionadas.