Liberando a Israel

Antes de que la antigua nación de Israel tuviera una monarquía, estaba gobernada por una serie de jueces. Estos estaban encargados de la nada envidiable tarea de gobernar a un pueblo, cuya inclinación por ir detrás de dioses extranjeros les llevo repetidamente a guerras y subsecuentes plegarias de liberación, explícitamente descrita en el libro de los Jueces.

Al igual que el libro de Josué, su secuela, en años recientes el libro de los Jueces entró bajo ataque por algunos académicos diciendo que históricamente es poco confiable. Sin embargo, también como en Josué, varias piezas de evidencia interna le dan crédito como un documento valioso dentro de la historia del antiguo Oriente Medio. Afirma la interacción del antiguo Israel con los pueblos autóctonos vecinos verificables y sus culturas en un período de casi tres siglos y medio.

«Los descubrimientos del último siglo y medio muestran que cada vez que un antiguo documento que ha sido desenterrado hace referencia a una persona o evento que la Biblia también menciona, a pesar de las diferencias de puntos de vista y propósito, tiende a ser coherente con la escritura hebrea». 

Alan R. Millard, “The Value and Limitations of the Bible and Archaeology”

Lo que sucede en Jueces es precursor a la demanda del pueblo por y la llegada de un sistema monárquico en Israel en tiempos del profeta Samuel. Por otro lado, el historial de los israelitas con su compromiso oscilatorio en los caminos de Dios, y el caos que vino sobre la nación cuando se alejó del orden moral piadoso, es una clave para entender el mensaje general de la Biblia en cuanto a la reconciliación entre Dios y el hombre. Visto desde la perspectiva de su recopilador anónimo, probablemente trabajando en los primeros días del gobierno de David sobre Judá, el libro es un fuerte recordatorio de la necesidad y la apreciación de fiel liderazgo y pueblo fiel. 

El asistente y sucesor de Moisés, Josué, llevó al pueblo de Israel a poseer la Tierra Prometida. Con la ayuda de Dios pudieron establecerse mediante la conquista, sus 12 tribus se dividieron el territorio entre sí sobre las riveras occidentales y orientales del Jordán. Mientras que Josué y la generación que le sobrevivió estaban vivos, el pueblo sirvió a Dios. Josué murió a los 110 años de edad (Jueces 2:8), y es posible que los ancianos que sirvieron con él vivieron otras cuantas décadas. «Y se levantó después de ellos otra generación que no conocía al Señor, ni la obra que él había hecho por Israel» (versículo 10, Biblia del Jubileo) Esta declaración expresa la trágica historia de la mayoría del pueblo de Israel durante los siguientes generaciones—periodo conocido como el de los jueces—entre Josué y las monarquías de Saúl y David. 

El termino jueces es una traducción del hebreo shophtim, del verbo shaphat, que significa «juzgar, gobernar o dirigir». El juicio que se desarrolla en el libro se refiere tanto a la entrega de las amenazas externas y del gobierno interno. La intención era proporcionar liderazgo militar, civil y religioso contra el deterioro de las condiciones sociales. 

Como relato histórico, Jueces revela un patrón de obediencia a Yahvé, seguido por la adoración de dioses extranjeros, que en turno conllevaron al castigo de Yahvé a manos de otros pueblos, Israel suplicándole por su liberación, Dios proporcionando un libertador/líder/juez, y su caída una vez más a la deslealtad y desobediencia (versículos 11–19).

Sin embargo, no todos los jueces demostraron la clase de compromiso fiel que uno pudiera esperar. Otoniel, Ehúd y Samgar—los primeros tres líderes entre los enlistados—obedecieron a Dios y liberaron al pueblo. Por el contrario Débora, la profetisa el siguiente juez, tiene que acompañar a su renuente líder militar, Barak, a la batalla para lograr la liberación de Dios. El liderazgo masculino es en este punto tristemente necesitado. El líder reemplazante, Gedeón, pone a prueba a Yahvé varias veces, se involucra en un acto personal de venganza y configura un objeto que la gente comienza a adorar. El hijo de Gedeón Abimelec es un juez autoproclamado que mató a sus hermanos. En su tiempo, el pueblo se remonta a la adoración de dioses cananeos locales. De los siete jueces restantes, sólo dos, Jefté y Sansón, liberan al pueblo de la opresión, pero también tienen fallas personales graves. 

Esto, entonces, es un patrón muy mixto de comportamiento, lo que justifica las palabras finales del libro: «En estos días no había rey en Israel; cada uno hacía lo que bien le parecía» (Jueces 21:25). También explica que después de haber desobedecido a Dios al no despojar a los pueblos locales restantes (véase capítulo 1), los israelitas estarían en desventaja con ellos. «Los cananeos, heteos, amorreos, ferezeos, heveos y jebuseos» (3:5) serían un vehículo para probar a Israel al llevar a cabo matrimonios mixtos (2:20–22; 3:5–6).

Veamos ahora con más detalle a varios de los jueces.

LOS PRIMERO JUECES 

Porque los hijos de Israel se apartaron de Dios, al rey de Mesopotamia se le permitió derrotarlos y ponerlos bajo tributo durante ocho años. Sólo entonces clamaron por ayuda, y Dios «levantó un libertador... Otoniel», sobrino y yerno de Caleb, uno de los fieles de Israel de los tiempos de Moisés (1:13; 3:9; Números 13). Otoniel tuvo éxito en liberar al pueblo del yugo de 40 años mesopotámico.

Después de la muerte de Otoniel, los israelitas se alejaron del Señor una vez más. Ahora, el libertador, Ehúd, de la tribu de Benjamín, fue enviado para liberarlos de los moabitas. Hizo esto a escondidas matando su rey, Eglón, en sus aposentos privados (3:16–25). Apoyado por la tribu de Efraín, derrotó a los moabitas en batalla, teniendo la tierra paz durante 80 años (versículos 27–30).

«Y Jehová levantó jueces que los librasen de mano de los que les despojaban; pero tampoco oyeron a sus jueces, sino que fueron tras dioses ajenos, a los cuales adoraron; se apartaron pronto del camino en que anduvieron sus padres obedeciendo a los mandamientos de Jehová; ellos no hicieron así». 

Jueces 2:16–17

Samgar se menciona brevemente a continuación como el libertador de Israel de los filisteos, 600 de los cuales mató personalmente (versículo 31). Puede que no fuera un israelita, su nombre posiblemente era de origen hurrita. En sus días las caravanas de comercio israelitas se vieron perturbadas por temor a los ataques de los cananeos, y las ciudades sin muros de las tierras altas estaban bajo amenaza similar hasta que la profetisa Débora entró en escena (5:6–7).

POR LA MANO DE UNA MUJER 

Después de la muerte de Ehúd, los israelitas cayeron una vez más en la idolatría, trayendo castigo en forma de Jabín de Hazor, un rey de los cananeos (4:1–3).

En ese entonces la profetisa Débora era juez en Israel, se encontraba en el territorio central de Efraín. A causa de la opresión de Jabín, ella llamó a Barak, líder de la tribu de Neftalí, para que reuniera a 10,000 hombres para luchar contra las fuerzas de Jabín y sus 900 carros bajo el mando de Sísara (versículos 4–7).

La falta de voluntad de Barak para subir sin Débora pudo haber revelado su falta inicial de liderazgo valiente, y como resultado, ella dijo, habría de ganar ningún crédito por la derrota de los cananeos; más bien, una mujer provocaría la caída del enemigo (versículos 8–9). Con la ayuda de Dios vencieron a sus opresores (versículos 14–16), y la convicción de Débora fue confirmada; el comandante cananeo no fue asesinado por Barak, ni sus hombres, sino como resultado de la traición por Jael, la esposa de uno de los aliados de Jabín (versículos 17–22; 5:24–27). No obstante, misericordiosamente, se produjo 40 años de paz.

GEDEÓN: EDIFICANDO FE 

A pesar de la obvia intervención de Dios contra el rey de Hazor, los israelitas pronto olvidaron Su misericordia y Su camino. Los madianitas estuvieron batallando contra ellos por siete años (6:1–2), destruyendo sus cultivos y ganado: «De este modo empobrecía Israel en gran manera por causa de Madián; y los hijos de Israel clamaron a Jehová» (versículo 6). Ahora Dios envió a un hombre fuerte, pero cuya fe en primer lugar es necesario reforzar: Gedeón.

En sus primeros encuentros con Dios, Gedeón se encontraba escéptico de que Él los libraría. Expresó dudas si su clan (Manases) era lo suficientemente fuerte para hacer una diferencia con el desbalance con Madián y sus aliados—los amalecitas y «el pueblo del oriente» (versículos 3, 33). Gedeón solo se convencería si Dios le diera una señal. La señal le fue dada en la forma de un voraz consumo de una ofrenda de parte de Gedeón. 

Comandado ahora a demoler un altar pagano de su padre, así como también una imagen de madera del dios cananeo Baal, Gedeón obedeció y ofreció un sacrificio más, pero sólo por la noche por temor a represalias por sus conciudadanos (versículos 25–27). Llamado a comparecer por sus vecinos, fue defendido por su padre y renombrado Jerobaal («Contienda Baal contra él»), indicando su desafío vigoroso por el culto pagano de Israel. Jueces registra que el Espíritu de Dios vino sobre Gedeón, y como resultado sopló la trompeta para reunir cuatro de las tribus para combatir contra los madianitas y sus aliados (versículos 34–35). 

Con todo, Gedeón dudó nuevamente, pidiéndole a Dios por otra señal que mostrara su respaldo como líder. Un vellón puesto sobre el suelo toda la noche. Si por la mañana estuviera mojado y el suelo alrededor seco, «entonces entenderé que salvarás a Israel por mi mano» (versículo 37). Aunque Dios respondió con la manera deseada, Gedeón siguió presionando por otra prueba más—un vellón seco y el suelo mojado. Una vez más Dios respondió en lo positivo.

 Llegó el momento de reunirse contra los madianitas. Sin embargo, Dios tenía en mente una prueba de fe para los israelitas: sus números serían tallados por debajo de 32,000, por lo que sería obvio que sólo Dios podía darles la victoria. Primero, se les pidió a todos los medrosos que se fueran; 22,000 se fueron. Después se les pidió a las tropas que tomaran agua de un arroyo. Solo los que bebieron el agua con sus manos fueron seleccionados, el resto que se arrodilló a beber el agua fueron devueltos. Quedaron solo 300 (7:1–8).

Al escuchar una conversación nocturna entre dos hombres en el campamento de los madianitas, Gedeón se enteró que tenían miedo a consecuencia de un sueño. Supo entonces que sería victorioso. Dividió sus tropas en tres grupos, cada hombre con una trompeta y cántaros vacíos con teas ardiendo dentro de los cántaros, rodearon al campamento dormido. A la señal de Gedeón sonaron las trompetas, quebraron los cantaros, elevaron las antorchas y gritaron, «¡Por la espada de Jehová y de Gedeón!» Esto indujo al pánico entre los 135,000 madianitas y sus aliados; se tornaron uno contra otro en su confusión, y el resto huyó. Con esto las tribus los echaron de la tierra, Gedeón más tarde llamó a Efraín a unirse a la persecución. Los madianitas fueron derrotados y sus príncipes aniquilados (versículos 9–25). Sin embargo, los efrainitas se sintieron desairados porque solo se les pidió al final de la batalla unirse a las fuerzas contra la alianza madianita; Gedeón hábilmente argumentó sobre la importancia de ellos en Israel, siendo su enfado abatido (8:1–3). 

Lo que sucede después en la historia de Gedeón no le da crédito alguno. Debido a que sus hombres estaban cansados de perseguir a sus enemigos, específicamente a los reyes de Madián, se detuvieron para descansar y comer al otro lado del Jordán en los pueblos de Sucot y Peniel, pertenecientes a la tribu israelita de Gad. Sin embargo el rechazo de sus compañeros israelitas hizo a Gedeón regresar después de haber capturado a los reyes de Madián y causar brutal venganza personal en los gaditas, matando a muchos de ellos (versículos 13–17). En esto no los trató diferente que a sus enemigos. 

«La historia descrita en el Libro de los Jueces muestra el caótico estado progresivo de la vida nacional de Israel».

Arnold G. Fruchtenbaum, Ariel’s Bible Commentary: The Books of Judges and Ruth

A pesar de todo, la victoria que Gedeón obtuvo bajo la guía de Dios provocó que el pueblo de Israel le pidiera que fuese su rey. Gedeón se rehusó personalmente junto con sus descendientes, reflejado en su entendimiento de que únicamente Yahvé era su rey. Sin embargo, extrañamente después creó un ídolo de cierta clase, formado con el botín entregado por los reyes de Madián, y los hijos de Israel comenzaron a adorarlo. A pesar de esto, 40 años de paz sobrevinieron en virtud de Gedeón (versículos 22–28). Permitiéndole esto regresar a su casa en Ofra con sus muchas esposas y 70 hijos (versículos 29–30).

Después de la muerte de Gedeón, los israelitas se hundieron en la idolatría nuevamente; Estos «se prostituyeron con los baales, e hicieron de Baal-Berit su Dios» (versículo 33).

LIDERAZGO POR TRAICIÓN 

Uno de los hijos de Gedeón nacido de una sierva cananea de Siquem fue nombrado Abimelec. Este ambicioso joven se puso en contra de sus hermanos, asesinándolos a todos excepto al más joven, Jotam, el cual escapó.

Abimelec obtuvo esto aliándose con su otra familia y fieles en Siquem y contratando hombres que le acompañaran a Ofra para cometer la matanza. Pagó la contratación de estos hombres con plata del templo local a Baal-Berit, los hombres de Siquem haciéndole ahora su rey.

Aquí, entonces, está otro terrible episodio de la historia de Israel. Advertido por Jotam que su subterfugio contra la casa de Gedeón, un hombre quien «peleó por vosotros, y expuso su vida al peligro para libraros de mano de Madián» sólo conduciría al desastre, Abimelec y sus seguidores continuaron sobre Israel por 3 años, después «Dios mando un mal espíritu» entre ellos (9:1, 17, 22–23). Las divisiones internas llevaron a la derrota de Abimelec por un rival con el apoyo de los hombres de Siquem; a la destrucción de Siquem y la quema en vida de miles de hombres y mujeres; y a la muerte de Abimelec cuando estaba tan gravemente herido por una piedra de molino caída a manos de una mujer que le pidió a su escudero que lo matara (versículos 39–55).

Al autor de Jueces le queda concluir, «Así pagó Dios a Abimelec el mal que hizo contra su padre, matando a sus setenta hermanos. Y todo el mal de los hombres de Siquem lo hizo Dios volver sobre sus cabezas, y vino sobre ellos la maldición de Jotam hijo de Jerobaal» (versículos 56–57).

UN CICLO CONTINUO 

Siguiendo con el tema de los libertadores y alejamiento de Dios, seguido de una misericordiosa intervención, leemos más acerca de varios líderes. A continuación viene Tola de la tribu de Isacar (10:1), de un territorio adyacente al lugar donde el gobierno de Abimelec falló. Sus 23 años como juez son descritos con poco detalle. Su sucesor fue Jair de Galaad, parte del territorio de Manases, Gad y Rubén al oriente del Jordán. Su nombre podría indicar una conexión con Manases (véase Números 32:41). Después de criar 30 hijos, poseer 30 pueblos, y gobernar por 22 años, murió (versículos 3–5). Bajo ambos jueces, los israelitas parecen haber disfrutado de paz. Este es un contraste con los días de Samgar y Jael (5:6–9) en la misma región en general, y del venidero i corto liderazgo de Jefté en Galaad. 

Existen un número de paralelos entre los relatos de Jefté y Gedeón. Ambas narrativas abren con una confrontación entre Dios e Israel; ambos hombres tienen antecedentes insignificantes pero después se convierten en tiranos; los dos reciben ayuda del Espíritu de Dios, y sin embargo se tornan escépticos hacia Dios; obtuvieron grandes victorias, trataron con efrainitas contenciosos y atacaron brutalmente a sus compañeros israelitas. En cierta forma Jefté era muy parecido al descarriado de Abimelec.

Con todo, en última instancia, Jefté no fue un fracaso en todo sino un libertador. Entró en escena en el punto más bajo de la apostasía de Israel: «Pero los hijos de Israel volvieron a hacer lo malo ante los ojos de Jehová, y sirvieron a los baales y a Astarot, a los dioses de Siria, a los dioses de Sidón, a los dioses de Moab, a los dioses de los hijos de Amón y a los dioses de los filisteos; y dejaron a Jehová, y no le sirvieron» (10:6). Esta es una lista de los dioses de las siete naciones que Israel echaría (Deuteronomio 7:1), pero en su lugar ellos fueron los que sucumbieron. Como resultado, los filisteos y los amonitas los hicieron añicos y los aplastaron.

«El escritor de Jueces muestra que la falta de compromiso con el pueblo de Israel y al Dios de Israel sólo puede conducir a la anarquía y la autodestrucción».

Trent C. Butler, Word Biblical Commentary, Volume 8: Judges

La opresión duró 18 años (Jueces 10:7–8). Ahora se encontraban nuevamente listos para clamar a Dios que los salvara. Listos estaban por la liberación de Dios. Los antecedentes de Jefté le dieron desventaja desde el principio; él era el hijo de Galaad y una prostituta, un paria, sus compañeros «hombres sin valor» (11:1–3). Los ancianos de Galaad recurrían a él como comandante para para luchar contra los amonitas. Estuvo de acuerdo con la condición de que si ganaba, ellos lo harían a su líder.

Los amonitas alegaban que Israel había tomado sus tierras (en concreto Moab, que no era de Israel por herencia), y exigieron su restauración. Jefté les explicó que cuando Dios les había dado la victoria los israelitas, ese territorio ya estaba en manos de un rey amorreo (versículos 12–22). Los amonitas rechazaron el argumento de Jefté y entraron en guerra.

Cuando llegaron a pelear contra ellos, Jefté hizo lo que terminó siendo un voto precipitado. Prometió que se Dios le otorgaba la victoria, entonces en su regreso dedicaría a Dios lo primero que saliera de su casa, intencionado como animal para sacrificio (versículos 29–31). Por desgracia, era su único crío, una hija. Su promesa no se podía deshacer; no tenía otra posibilidad de pasar la herencia en ella, y ahora tendría que ser dedicada a Dios (y permanecer sin casar, por lo tanto sin hijos).

El material restante en el relato del período de Jefté es la guerra contra los hijos de Efraín inquietos y soberbios. Esa hostilidad provocó la muerte de 42,000 de sus hermanos israelitas (12:1–6). Jefté fue enterrado en su propio territorio de Galaad después de gobernar por seis años. 

A continuación siguió la judicatura de siete años de Ibzán. Probablemente era originario de Belén de Zabulón (véase Josué 19:15) en lugar de Judá, ya que lo último es especificado como tal en las Escrituras. Tuvo 30 hijos y 30 hijas, indicios de poligamia. Le sucedieron dos jueces, Elón de Zabulón y Abdón de Efraín, que también tuvo muchos hijos y parecen haber vivido en una época de prosperidad. Gobernaron durante diez y ocho años, respectivamente, (versículos 8–15).

La próxima vez vamos continuaremos este accidentado período de la historia de Israel con el personaje más conocido en el libro de los Jueces —Sansón.