Una reina para la época

Esther y el complot para aniquilar a un pueblo

El libro de Ester cuenta una siniestra historia de intriga y posible genocidio. Con su grupo étnico judío disperso en una amplia franja de Oriente Medio, desde la India hasta Etiopía, la nueva reina de Persia, Ester, fue llamada a salvarlo de una masacre total. ¿Cómo había surgido una situación tan grave?

El marido de Ester fue el rey Asuero, o Jerjes I (Ester 1:1), quien gobernó Persia desde 485 hasta 465 a.C. La historia comienza con el rey disgustado con su esposa anterior, Vasti, y el largo proceso mediante el cual eligió una nueva compañera. Al final, se decidió por Ester, la joven prima huérfana de un judío llamado Mardoqueo. El hombre descendía de una familia benjamita que había estado entre las que Nabucodonosor había tomado cautivas de Jerusalén en 597 (2:5–6). Pero Mardoqueo prefirió no dar a conocer su identidad étnica, y Ester estuvo de acuerdo al respecto. 

La historia se torna más complicada al enterarse Mardoqueo de que dos de los siervos de Jerjes estaban conspirando para atacar al rey. Él informó de ello a Ester, y de este modo resultó instrumental para salvar al rey, cuyo cronista anotó el nombre del judío en el registro oficial (versículos 21–23).

No obstante, con la promoción de un funcionario llamado Amán a un alto cargo en el reino, Mardoqueo pronto se encontró en serias dificultades. Al negarse a inclinarse en homenaje a Amán (a quien algunos consideran descendiente de los amalecitas, los enemigos de Israel desde la antigüedad), Mardoqueo desobedeció un edicto real (3:1–2). Sus colegas trataron de disuadirlo al respecto, y en el proceso él reveló que era judío. Amán, enojado porque Mardoqueo no se inclinaría ante él, y ahora enterado de su etnia, decidió entonces destruir a su gente. Amán «buscó la manera de exterminar a todo el pueblo de Mardoqueo, es decir, a los judíos que vivían por todo el reino de Asuero» (versículo 6).

A continuación, encontramos que, en 474, el duodécimo año del reinado de Jerjes, se echó la suerte —pur en hebreo— en presencia de Amán, con el objeto de determinar el día más «propicio» para exterminar a los judíos. Amán fue entonces al rey y pidió permiso para llevar a cabo su plan: «Hay cierto pueblo disperso y diseminado entre los pueblos de todas las provincias del reino, cuyas leyes y costumbres son diferentes de las de todos los demás. ¡No obedecen las leyes del reino, y a Su Majestad no le conviene tolerarlos!». Amán calculó que, como resultado de sus acciones, fluiría a las arcas del rey la suma equivalente a más de trescientas toneladas de plata. Así, con el consentimiento del rey y la fecha decidida, los escribas redactaron copias del decreto real de aniquilación y lo enviaron a todas las provincias en las lenguas locales (versículos 7–12).

«Indudablemente, la reacción de Amán está motivada por un odio racial tan despiadado y sin sentido que, a su lado, el orgullo de Mardoqueo palidece hasta la insignificancia».

Frederic W. Bush, Word Biblical Commentary, Volume 9: Ruth, Esther

El notable coraje de Ester se hizo ahora evidente. Al enterarse del decreto, Mardoqueo, angustiado, se vistió de luto, se cubrió de ceniza y fue al área pública donde Ester podía verlo. Desde allí pudo hacerle llegar el mensaje de que era ya el momento de defender a su pueblo, a pesar de la estricta regla de no iniciar contacto con el rey. «¡Quién sabe si no has llegado al trono precisamente para un momento como este!», arguyó. (4:14).

Ester decidió ayunar durante tres días y noches con sus criadas y pidió a Mardoqueo y a los judíos que hicieran lo mismo. Luego ella se acercaría al rey con su súplica (versículos 15–17).

Al presentarse en el patio interior del palacio, Ester llamó la atención del rey, quien no solo la miró complacido, sino que le dijo que le concedería lo que quisiera, «hasta la mitad del reino». Ella entonces sabiamente le propuso que asistiera a un banquete para el rey y Amán en su casa ese día (5:1–5).

Mientras cenaban, el rey le preguntó por su petición; pero ella solo propuso que regresaran ambos al día siguiente, para un segundo banquete tras el cual ella le respondería. Acabada la cena, Amán se fue complacido por lo que interpretó como haber obtenido el favor de la reina. Ese día habló con orgullo con su esposa y amigos sobre todo lo que había conseguido. No obstante, admitió que lo único que aún le molestaba era la falta de voluntad de Mardoqueo en cuanto a inclinarse ante él. Su esposa y sus amigos le aconsejaron que primero obtuviera el permiso del rey para empalar a Mardoqueo y luego fuera al banquete. Esa noche los trabajadores construyeron una estaca (versículos 6–14).

El rey, mientras tanto, tuvo un sueño problemático, de modo que, al levantarse, para calmar su mente ordenó a sus siervos que le leyeran los anales de la nación. Así fue como se le recordó la reciente buena acción de Mardoqueo al exponer el complot en su contra. El rey quiso entonces conocer el tipo de recompensa que Mardoqueo había recibido por esto. La respuesta fue: «No se ha hecho nada por él».

Justo en ese momento, temprano por la mañana, Amán llegó al palacio a fin de pedir la autorización del rey para ejecutar a Mardoqueo. El rey le ofreció entrar; pero antes de que Amán pudiera hablar, le preguntó qué tipo de recompensa se le debía dar al «hombre a quien el rey desea honrar». Suponiendo que Jerjes lo tenía a él en mente, Amán respondió con una lista de honores en reconocimiento a su elevado rango; incluso que se vistiera al tal hombre con una de las túnicas del rey y que se le hiciera desfilar por la ciudad en un caballo que el rey hubiera montado, el cual llevara en la cabeza un penacho real. Entonces el rey —en una de las grandes ironías del relato— ordenó que así lo hiciera Amán con Mardoqueo. Amán cumplió, conduciendo por la plaza de la ciudad el caballo que llevaba a quien él tanto despreciaba y pregonando: «¡Así se trata al hombre a quien el rey desea honrar!» (6:4–11).

Tras llegar triste a su casa, su esposa y sus amigos le aseguraron que su animosidad por la identidad judía de Mardoqueo sin duda lo derribaría. En ese momento, los siervos del rey vinieron a llevar a Amán al banquete con Ester (6:1–14). 

Ahora el rey volvió a preguntarle a Ester sobre su petición. Ella entonces le explicó que tanto ella como su gente estaban a punto de ser aniquiladas. ¿Quién planearía semejante barbaridad?, preguntó el rey. «¡El adversario y enemigo es este malvado de Amán!», respondió Ester. Amán suplicó a Ester por su vida. Pero el rey, en su enojo, ordenó la ejecución de Amán en la misma estaca que este había preparado para Mardoqueo (capítulo 7).

El rey concedió las propiedades de Amán a Ester, y ella nombró a Mardoqueo su administrador. A partir de entonces, Mardoqueo desempeñó un papel cada vez más prominente en el reino persa, convirtiéndose en segundo en jerarquía después del rey (8:1–6; 9:4; 10:3). El complot contra los judíos fue impedido, el rey emitió cartas que anularían efectivamente la sentencia de muerte anterior. A los judíos se les permitiría protegerse de cualquiera que pudiera atacarlos el día 13 del mes de Adar, el día de la aniquilación que había sido elegido por sorteo, o Pur, en presencia de Amán. 

Cuando llegó el día, los judíos de todo el imperio «mataron a filo de espada a todos sus enemigos. Los mataron y los aniquilaron, e hicieron lo que quisieron con quienes los odiaban» (9:1–5).

Desde entonces, los días 14 y 15 de Adar, el pueblo judío celebra la fiesta de Purim «como el tiempo en que los judíos se libraron de sus enemigos, y como el mes en que su aflicción se convirtió en alegría, y su dolor en día de fiesta. Por eso debían celebrarlos como días de banquete y de alegría, compartiendo los alimentos los unos con los otros y dándoles regalos a los pobres» (versículos 18–22, 26).