Fructífero desde Prisión

El libro de los Hechos termina con Pablo encarcelado durante dos años en Roma (Hechos 28:30), mientras esperaba su audiencia con el emperador Nerón, a quien había apelado para defenderse de los cargos presentados por sus enemigos religiosos en Jerusalén.

Sin duda es importante recordar el hecho de que los líderes judíos en la capital no habían escuchado nada de él desde Judea ni nadie les había hablado mal alguno en su contra; después de todo, se trataba de un falso cargo que no se había resuelto tras varios años. Por otro lado, los líderes judíos en Roma habían escuchado hablar de la «secta» a la que Pablo pertenecía. Señalaban que se hablaba «en su contra» en todas partes y solicitaron su opinión al respecto (versículos 21–22), pero cuando Pablo se los explicó el resultado fue una polémica seguida por el rechazo. Tras recordar una profecía donde Isaías dijo a «este pueblo...: De oído oiréis, y no entenderéis» (versículos 26–27), Pablo anunció que se concentraría en transmitir este mensaje a las poblaciones no judías. Además, no cabe duda de que continuó reuniéndose con sus hermanos de la Iglesia de Dios, quienes habían salido a reunirse con él mientras se acercaba a Roma por la Vía Apia (versículos 13–15).

Durante esos dos años en prisión las autoridades romanas permitieron a Pablo disfrutar de una considerable libertad para llevar a cabo su misión y entonces «recibía a todos los que a él venían, predicando el reino de Dios y enseñando acerca del Señor Jesucristo, abiertamente y sin impedimentos» (versículos 30–31).

Esta es una interesante distribución de responsabilidades que nos da lugar a la reflexión. Pablo tenía una doble función: se le había asignado tanto un trabajo público como uno particular. Su trabajo público era el de predicar, anunciar o proclamar (en griego, kerusso) la venida del Reino de Dios a la tierra y era el mismo trabajo que había realizado Jesús durante su vida pública (consulte Marcos 1:14). En contraste, la palabra griega para enseñar o instruir es didasko, y éste es el segundo aspecto de la función tanto de Jesús como de Pablo, pues ellos enseñaban un camino de vida a quienes creían en la anunciación del Reino de Dios a fin de prepararles para su establecimiento en la tierra.

CARTAS DESDE LA PRISIÓN

Durante su estancia en Roma Pablo escribió varias cartas que nos brindan un panorama general tanto de su cuidado pastoral de las iglesias como de su atención a las cuestiones personales.

Escribió a un acaudalado amigo y miembro de la iglesia de nombre Filemón (Filemón 1), así como a las congregaciones de tres ciudades: Colosas, Éfeso y Filipos (consulte Colosenses 4:3, 18; Efesios 3:1; 4:1; 6:18–20; y Filipenses 1:7, 12–17).

¿Qué podemos aprender de esta correspondencia?

Pablo se presentó a Filemón como un «prisionero de Jesucristo» ya entrado en años (Filemón 1, 8–9) antes de solicitar su indulgencia para resolver un problema con uno de sus esclavos fugitivos. El núcleo de la situación era que el esclavo, Onésimo, se había convertido gracias al ministerio de Pablo en prisión (versículo 10) y ahora regresaba con la carta de Pablo en la mano (versículo 12). Aunque el apóstol pudo haber aprovechado su autoridad para persuadir a Filemón de perdonar a su esclavo convertido en su hermano y para aceptarlo de regreso, en lugar de ello hace una súplica a su amigo y le ofrece cubrir cualesquiera gastos o deudas incurridas por Onésimo (versículos 18–19). Debido a que se menciona que el esclavo es conocido en la iglesia de Colosas —«que es uno de vosotros» (Colosenses 4:9)—, es probable que Filemón también viviera allí.

COMPAÑEROS EN ROMA

En su despedida Pablo registró para Filemón el nombre de varios de sus ayudantes, indicando que su encarcelamiento no transcurría en soledad. Entre ellos se encuentran Epafras, Marcos, Aristarco, Demas y Lucas (versículos 23–24). En su introducción Pablo también había mencionado a Timoteo, su hijo espiritual en la fe (consulte también Filipenses 2:19, 22).

Epafras era un incansable ministro en el área de Colosas, la cual también incluía a las congregaciones cercanas de Laodicea y Hierápolis (Colosenses 4:12–13). Había llegado a Roma con noticias de la situación de la congregación en esa área (Colosenses 1:3–8) y así provocó que Pablo compusiera una carta para ellos, la cual fue llevada de regreso no por Epafras, quien se quedó con Pablo en Roma como su «compañero de prisiones» (Filemón 23), sino por Tíquico, un «amado hermano y fiel ministro y consiervo en el Señor», y por el esclavo, Onésimo (Colosenses 4:7–9). Tíquico había viajado con Pablo de Grecia a Jerusalén y posiblemente era un efesio (Hechos 20:4). Quizás sea ésta la razón por la que Pablo también le confió a él (Efesios 6:21–22) la que conocemos como su epístola a los Efesios, aunque dicha carta originalmente pudo haber sido una circular destinada a las iglesias en la provincia romana de Asia (Turquía occidental) que estaban centradas alrededor de la ciudad capital (los primeros manuscritos no contienen las palabras «en Éfeso» [Efesios 1:1] y su contenido es más general).

Marcos era muy probablemente Juan Marcos, quien unos 12 años atrás se había separado de Pablo y Bernabé (consulte Colosenses 4:10, en donde se le describe como «el sobrino de Bernabé»; consulte también Los Apóstoles, Partes 3, 4 y 5). Éste era un cambio alentador y Pablo luego escribió a Timoteo que «Marcos… me es útil para el ministerio» (2 Timoteo 4:11). Una tradición temprana sostiene que Marcos escribió el Evangelio que lleva su nombre y que está dirigido a los romanos, y el que estuviera en Roma con Pablo apoya en cierta forma esa creencia.

Aristarco era un tesalonicense convertido que había acompañado a Pablo en muchos otros viajes (consulte Hechos 19:29; 20:4), así como en su travesía a Roma. Pablo también hizo mención de él como «mi compañero de prisiones» en Roma (Colosenses 4:10).

Demas, de quien más tarde se dice que amaba a este mundo, terminó por dejar a Pablo (2 Timoteo 4:10), mientras que Lucas, «el médico amado» (Colosenses 4:14) y autor tanto del Evangelio que lleva su nombre como del libro de los Hechos, se mantuvo fiel hasta el final. Viajó con Pablo a Roma en esa ocasión y también para su segunda y última estancia en prisión en esa ciudad.

En la epístola a los Colosenses Pablo elogia a otro de sus ayudantes: el converso judío de nombre Jesús (Justo), quien también estuvo con él durante su estancia en prisión.

En algún momento durante su estancia en Roma Pablo recibió la visita de Epafrodito de Filipos, lo cual dio lugar a la carta conocida como epístola a los Filipenses. Pablo elogió a su visitante por su extraordinaria ayuda, «porque por la obra de Cristo estuvo próximo a la muerte, exponiendo su vida para suplir lo que faltaba en vuestro servicio por mí» (Filipenses 2:30). Una vez recuperado Epafrodito regresó a su congregación de origen con la carta de Pablo (versículo 25).

Así sabemos que, bajo tales circunstancias tan difíciles en Roma, Pablo no se encontraba solo, sino que estuvo rodeado por diversos hermanos fieles e incondicionales, sin mencionar a los miembros de la Iglesia que residían allí (consulte Romanos 16).

ÉXITO BAJO COACCIÓN

A pesar de las limitaciones en su libertad, Pablo estaba decidido a encontrar formas de continuar con la obra de proclamar las buenas nuevas acerca de la venida del Reino de Dios y del papel de Jesús al hacer posible la reconciliación con el Padre. Pidió a los miembros en Colosas y Éfeso que oraran «también al mismo tiempo por nosotros, para que el Señor nos abra puerta para la palabra, a fin de dar a conocer [con denuedo] el misterio de Cristo, por el cual también estoy preso» (Colosenses 4:3; Efesios 6:19). También mencionó a los filipenses que «mis prisiones se han hecho patentes en Cristo en todo el pretorio, y a todos los demás» (Filipenses 1:13–14). Muy probablemente Pablo se encontraba encadenado día y noche a diversos guardias que cambiaban de turno (consulte Efesios 6:20 y Hechos 28:20, donde se menciona una cadena o grillos), por lo que ellos seguro escucharon todo lo que dijo.

Y el mensaje de Pablo no sólo llegó a oídos de la guardia imperial. Al final de su carta a la congregación de Filipos escribió: «Todos los santos os saludan, y especialmente los de la casa de César» (Filipenses 4:22). ¿Acaso estas personas recién convertidas eran los sirvientes y familiares de Nerón? Desafortunadamente, no hay manera de saberlo.

«Saludos de parte de todos los santos, especialmente los de la casa del emperador».

Filipenses 4:22, Nueva Versión Internacional

Pablo realmente esperaba ser liberado de prisión, de ahí su comentario a Filemón: «Prepárame también alojamiento» (Filemón 22), y a los filipenses: «Y confío en el Señor que yo también iré pronto a vosotros» (Filipenses 2:24).

MENSAJES CONCURRENTES

En sus tres cartas a las congregaciones Pablo cubrió diversos temas concurrentes. En sus epístolas a los Efesios y a los Colosenses les recuerda que sólo mediante la revelación especial de Dios es que la Iglesia entiende cuál fue su gran propósito al crear a la humanidad y al enviar a Jesucristo. Pablo se refería a esto como un misterio (en griego, musterion), que significa un secreto, una verdad oculta que sólo Dios puede revelar como y cuando Él decida y a quien Él elija. Pablo enfatizaba que Dios había llamado a ciertas personas de entre los gentiles (así como de los judíos) para participar en una relación con Él a través de Jesucristo. Este desarrollo había permanecido oculto hasta el siglo primero, cuando Dios decidió revelarlo. Era, como Pablo escribió, «el misterio que había estado oculto desde los siglos y edades, pero que ahora ha sido manifestado a sus santos» (Colosenses 1:26), el cual «no se dio a conocer a los hijos de los hombres, como ahora es revelado a sus santos apóstoles y profetas por el Espíritu» (Efesios 3:5). Era una responsabilidad específica de Pablo hacer saber esto a quienes Dios había llamado de entre los gentiles y, como resultado, ahora era un prisionero (Efesios 3:1).

Las tres epístolas hacen referencia a la necesidad de valor para proclamar las buenas nuevas del Reino de Dios y Jesucristo. Como hemos visto, Pablo pidió que los miembros de Colosas oraran por él para que pudiera transmitir su mensaje de una manera clara y abierta (Colosenses 4:3). De igual forma, pidió a los que recibieran su carta a los Efesios que oraran para que pudiera hablar con denuedo (Efesios 6:19–20). Encomendó a los miembros en Roma que hicieran lo mismo como resultado de su encarcelamiento (Filipenses 1:14) y expresó su esperanza de poder actuar con valor para responder a sus oraciones por él (versículos 19–20).

Así mismo, Pablo se encontraba alegre en su sufrimiento debido a que sabía que ello implicaba un gran propósito, no sólo para él mismo, sino también para sus hermanos (Colosenses 1:24; Efesios 3:13). No quería que se vieran desalentados por su situación, pues creía que todo sería para bien (Filipenses 1:19).

Efesios, Colosenses y Filemón contienen instrucciones generales para la familia que teme a Dios, así como para los amos y los esclavos (Efesios 5:22–6:9; Colosenses 3:18–4:1; Filemón 10–18). A los esposos, las esposas y los niños se les anima a tratarse con respeto mutuo (Pablo demuestra en sus epístolas a los Efesios y a los Colosenses que se encontraba lejos de ser el misógino que muchos han descrito). Los amos convertidos debían tratar a los esclavos con justicia, mientras que los esclavos convertidos debían trabajar con integridad.

MENSAJES ESPECÍFICOS

Aunque hay un traslape de temas en las cartas, cuando se trata de razones específicas para cada una, también hay diferencias. Como ya hemos visto, Pablo respondía a las circunstancias que se le presentaban con respecto a las congregaciones de Colosas y Filipos.

A juzgar por la epístola de Pablo a los Colosenses, Epafras tenía serias preocupaciones acerca de su bienestar espiritual. Parece que los hermanos estaban siendo influenciados por las ideas filosóficas griegas (Colosenses 2:8). Uno de los preceptos centrales se refería a los ángeles, de quienes se decía que gobernaban el mundo y que actuaban de mediadores entre los seres humanos y Dios. De acuerdo con esta filosofía, tales seres merecían ser adorados, lo que incluía prácticas ascéticas (Colosenses 2:18). Pablo luchó por liberar a los colosenses de este error recordándoles que los seguidores de Jesús no tenían necesidad de tales creencias y prácticas humanas. Escribió: «Pues si habéis muerto con Cristo en cuanto a los rudimentos del mundo, ¿por qué, como si vivieseis en el mundo, os sometéis a preceptos tales como: No manejes, ni gustes, ni aun toques (en conformidad a mandamientos y doctrinas de hombres), cosas que todas se destruyen con el uso?» (Colosenses 2:20–22). Esto, insistía, es un «culto voluntario» (versículo 23) que podría parecer atractivo, pero que, de hecho, se trata de una «hueca sutileza» (versículo 8).

«No hagan nada por egoísmo o vanidad; más bien, con humildad consideren a los demás como superiores a ustedes mismos. Cada uno debe velar no sólo por sus propios intereses sino también por los intereses de los demás».

Filipenses 2:3–4, NVI

Filipenses fue escrita en respuesta a la visita de Epafrodito a Pablo en prisión y luego de llevarle noticias acerca de la congregación. Es una carta llena de agradecimiento de parte de Pablo por el desarrollo espiritual de sus hermanos y en ella aprovechó para enseñarles acerca de la mentalidad y la actitud de Cristo, la cual debían imitar. Es una mentalidad humilde que no parte de la contienda o la vanagloria, sino que busca el bienestar de los demás, con la disposición de dar su vida por ellos (Filipenses 2:1–8). Como seguidores de Jesucristo, los filipenses debían vivir íntegramente en la tierra como ciudadanos del reino de los cielos que estaba por venir (Filipenses 1:27).

Como ya se ha mencionado, la epístola que conocemos dirigida a los Efesios era posiblemente para hacerse circular en la región alrededor de la ciudad, incluyendo lugares como Laodicea, Hierápolis y Colosas, donde Pablo mencionó que había congregaciones y que se intercambiaban las cartas (Colosenses 4:13, 16). Es más general que la dirigida a los Colosenses o a los Filipenses y trata de amplios temas relacionados con el plan de Dios. En ella se explica la centralidad de la vida, muerte y resurrección de Jesucristo con respecto a ese plan (capítulo 1), e incluye su llamado a la conversión en esta vida de unos antes que otros (capítulos 2–3). También enseña la vital importancia de la unidad entre los creyentes y cómo son educados y protegidos en el camino de Dios (capítulos 4–6).

Así, podemos ver que el arresto domiciliario de Pablo durante dos años en Roma no le pasó inadvertido y que tampoco las congregaciones bajo su cuidado carecieron de la atención del anciano apóstol. Y todavía hay más qué decir...

En el próximo número, los viajes de Pablo entre su primer y segundo encarcelamiento en Roma.