¡Apacienta mis Ovejas!

En este estudio sobre los apóstoles de Jesús nos encontramos una vez más con la destacada figura de Pedro. La primera parte de su biografía la encontramos en los cuatro Evangelios (consulte la serie de Visión titulada Los Evangelios para el Siglo XXI) y el relato de su edad adulta se encuentra en el libro de Hechos (consulte los tres primeros artículos de la serie Apóstoles, pero aún hay más aspectos de su vida y enseñanzas que podemos recabar de otros libros del Nuevo Testamento. Antes de hacerlo, repasemos algunos puntos básicos.

Jesús mismo le dio a Simón, un pescador de Galilea, el nombre por el cual se le conoce mejor: «Mirándole Jesús, dijo: Tú eres Simón, hijo de Jonás; tú serás llamado Cefas (que quiere decir, Pedro)» (Juan 1:42). Ambos nombres, en arameo y griego, respectivamente, significan «piedra». A Pedro también se le refiere como Simón o Simón Pedro (Juan 1:40; 2 Pedro 1:1).

Si el Evangelio de Marcos fue realmente el primero en escribirse, como muchos especialistas piensan, entonces conocemos a Pedro por primera vez en el; de lo contrario, las diversas referencias a «Cefas» en la carta de Pablo a los Gálatas podría ser la primera mención escrita de él, puesto que muchos especialistas piensan que Pablo le escribió a la iglesia en Galacia antes de que se escribieran los Evangelios u otras epístolas. Y Pablo es consistente en su uso (consulte 1 Corintios), únicamente con un par de excepciones en Gálatas.

Pablo narra que tres años después de su conversión, subió «a Jerusalén para ver a Pedro, y [permaneció] con él quince días» (Gálatas 1:18; consulte también Hechos 9:26–30).

En este momento, al principio de la historia de la Iglesia, se menciona que Cefas/Pedro es el contacto principal, lo cual es entendible desde distintos puntos de vista. Como Pablo señala más tarde, Cefas fue el primer testigo apostólico de la resurrección de Cristo. Pablo escribió: «Porque primeramente os he enseñado lo que asimismo recibí: Que Cristo murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras; y que fue sepultado, y que resucitó al tercer día, conforme a las Escrituras; y que apareció a Cefas, y después a los doce» (1 Corintios 5:3–5).

Los relatos de los Evangelios indican y confirman lo anterior. A las mujeres que visitaron la tumba únicamente para encontrarla vacía se les dijo: «No os asustéis; buscáis a Jesús nazareno, el que fue crucificado; ha resucitado, no está aquí; mirad el lugar en donde le pusieron. Pero id, decid a sus discípulos, y a Pedro, que él va delante de vosotros a Galilea» (Marcos 16:6–7). Nuevamente se habló de Pedro en particular.

El relato del apóstol Juan es similar; en él también se enfatiza el rol de Pedro al descubrir la resurrección de Jesús (Juan 20:1–8).

En su Evangelio, Lucas se refiere a Pedro en el relato de dos hombres que conocieron a Jesús resucitado en su camino de Jerusalén a la ciudad cercana de Emaús. Sólo después de que se sentaron a comer junto a Jesús y que Él desapareció de su vista se dieron cuenta de quién era el extraño que les acompañaba. Impresionados, se levantaron «en la misma hora, volvieron a Jerusalén, y hallaron a los once reunidos, y a los que estaban con ellos, que decían: Ha resucitado el Señor verdaderamente, y ha aparecido a Simón» (Lucas 24:33–34).

SU EDAD ADULTA

Cuando Pablo regresó a Jerusalén luego de 14 años, nuevamente se reunió con Pedro, pero en esta ocasión fue para resolver un argumento cada vez mayor en la Iglesia primitiva: la idea de que, para ser seguidores de Jesús, los no judíos debían ser circuncidados. Pablo había enseñado que no era necesaria la circuncisión física para los creyentes gentiles en edad adulta. Para asegurarse de que esta enseñanza estuviera de acuerdo con la de los otros apóstoles en Jerusalén, acudió a verlos en privado. El resultado, comenta, fue que «como vieron que me había sido encomendado el evangelio de la incircuncisión, como a Pedro el de la circuncisión... Jacobo, Cefas y Juan... nos dieron a mí y a Bernabé la diestra en señal de compañerismo, para que nosotros fuésemos a los gentiles, y ellos a la circuncisión» (Gálatas 2:7–9).

Es evidente que Cefas ya no es el único apóstol mencionado por su nombre; se le incluye como uno de tres, con Jacobo en primer lugar. Bien pudiera ser que para ese momento Jacobo, el hermano de Jesús, hubiera quedado al frente como líder de la iglesia de Jerusalén mientras los apóstoles viajaban.

«Pues bien, cuando Pedro fue a Antioquía, le eché en cara su comportamiento condenable».

Gálatas 2:11, Nueva Versión Internacional

En su carta a los Gálatas Pablo trata de aclarar a las congregaciones algunos puntos doctrinales. La referencia que hace sobre eventos recientes de la Iglesia es para confirmar que lo que les ha enseñado está realmente en armonía con la enseñanza oficial. Menciona específicamente a Cefas porque los opositores de Pablo quizá estaban usando su mal ejemplo para apoyar su idea respecto a la circuncisión. Luego continúa diciendo: «Cuando Pedro vino a Antioquía, le resistí cara a cara, porque era de condenar. Pues antes que viniesen algunos de parte de Jacobo, comía con los gentiles; pero después que vinieron, se retraía y se apartaba, porque tenía miedo de los de la circuncisión» (Gálatas 2:11–12).

Así que, en este momento, Pedro mostraba cierta parcialidad hacia los convertidos gentiles que no concordaban con su creencia y experiencia. Estaba siendo hipócrita y confundiendo a otros, como a Bernabé. La resolución del problema fue que todos se sujetarían a la decisión tomada en una reunión especial en Jerusalén (consulte Hechos 15). Allí, Pablo, Bernabé y Pedro relataron cómo se habían convertido los gentiles. Con su información y el análisis de los apóstoles y ancianos, Jacobo, como líder en Jerusalén, concluyó que no debía imponerse la circuncisión a los convertidos gentiles adultos.

Es obvio también que Pedro se reconcilió con Pablo. Su relación era claramente fraternal, una relación que sobrevivió a las características humanas de cada uno. Al final de su vida Pedro pudo referirse a su colega como «nuestro amado hermano Pablo» (2 Pedro 3:15). En los escritos de Pablo encontramos otras referencias a Pedro que muestran su amistad (consulte 1 Corintios 1:12; 3:22). Pablo también realiza una interesante acotación que confirma el estado marital de Cefas. Señala: «¿No tenemos derecho de traer con nosotros una hermana por mujer como también los otros apóstoles, y los hermanos del Señor, y Cefas?» (1 Corintios 9:5).

«Cuando hubieron comido, Jesús dijo a Simón Pedro: Simón, hijo de Jonás, ¿me amas más que éstos? Le respondió: Sí, Señor; tú sabes que te amo. El le dijo: Apacienta mis corderos».

Juan 21:15

En el Evangelio de Juan leemos que Cristo puso a prueba a Pedro con un intercambio de palabras que le afligió (Juan 21:15–17). En una aparición posterior a su resurrección, Jesús le preguntó acerca de la calidad de su devoción: «Simón, hijo de Jonás, ¿me amas más que éstos?». Luego le preguntó dos veces más: «Simón, hijo de Jonás, ¿me amas?». Cuando Pedro le respondió dos veces: «Sí, Señor; tú sabes que te amo», Jesús le ordena: «Apacienta mis corderos» y «Pastorea mis ovejas». Juan observa que «Pedro se entristeció de que le dijese la tercera vez: ¿Me amas? y le respondió: Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te amo. Jesús le dijo: Apacienta mis ovejas». Pedro aprendió una profunda lección en esta conversación, una que sería probada con el tiempo con la expansión de la Iglesia. Además, Jesús le dijo que al dedicarse al cuidado de las ovejas su vida no sería fácil y que, de hecho, pagaría el mayor precio, su vida: «Cuando ya seas viejo, extenderás tus manos, y te ceñirá otro, y te llevará a donde no quieras. Esto dijo, dando a entender con qué muerte había de glorificar a Dios. Y dicho esto, añadió: Sígueme» (versículos 18–19). Al igual que Jesús, terminó su vida en martirio.

Y aquí nos encontramos un punto importante que debemos entender. Si deseamos ser verdaderos seguidores de Cristo, debemos hacer conforme a Sus deseos, no seguir nuestra propia agenda. Pedro tenía que aprender eso.

LAS CARTAS DEL APÓSTOL

Cuando estudiamos el Nuevo Testamento para conocer detalles relacionados con la última parte de la vida de Pedro, nos encontramos con dos cartas importantes que llevan su nombre. Aunque algunos han dudado que las cartas sean de Pedro y proponen varios argumentos para apoyar su idea, ninguno de ellos es convincente. Con respecto a su primera carta, la Biblia de Estudio de la versión en inglés English Standard Version describe los argumentos y sus respuestas.

Una objeción es que un pescador galileo no hubiera escrito en tan buen griego; la respuesta es que Pedro provenía de una Galilea intercultural en la que se hablaba griego. Una segunda objeción es que su teología se asemeja mucho a la de Pablo. Esta objeción es interesante, porque con frecuencia se señala que el apóstol de los judíos y el apóstol de los gentiles tenían teologías muy diferentes. La respuesta a esta objeción es que no es nada extraño que los dos seguidores de Jesús tuvieran las mismas creencias; de hecho, eso es lo que se esperaría. Otro argumento es que el Pedro de las cartas cita la Septuaginta, mientras que el verdadero Pedro hubiera empleado las Escrituras Hebreas, pero ¿por qué no utilizaría el Antiguo Testamento en griego para dirigirse a hablantes de ese idioma? En una cuarta objeción los escépticos insisten que Pedro ya estaba muerto para la fecha en que se escribió la primera carta, porque afirman que refleja acontecimientos del Imperio Romano ocurridos a finales del siglo primero; sin embargo, no existe evidencia interna que apoye esa especulación. Por último, se dice que Pedro no se refirió lo suficiente a Jesús como para demostrar que era el Pedro que lo conocía. Respuesta: Es una carta breve con un fin específico. Una vez dicho eso, debemos señalar que en realidad Pedro sí hace referencia a las enseñanzas de Jesús, como veremos a continuación.

La primera carta comienza diciendo: «Pedro, apóstol de Jesucristo, a los expatriados de la dispersión en el Ponto, Galacia, Capadocia, Asia y Bitinia, elegidos según la presciencia de Dios Padre en santificación del Espíritu, para obedecer y ser rociados con la sangre de Jesucristo: Gracia y paz os sean multiplicadas» (1 Pedro 1:1–2).

La carta se escribió probablemente poco después del año 60, bajo el reinado del Emperador Nerón, y está dirigida a los seguidores de Jesús al centro y norte de Asia Menor, justo al sur del Mar Negro, en lo que hoy es el territorio de Turquía.

La carta inicia de una manera similar a la epístola de Santiago. Se dirige a los creyentes que eran en su mayoría gentiles (aunque probablemente estaban incluidos algunos judíos) en un área de la Diáspora en donde se habían establecido los judíos durante al menos dos siglos después de dejar su antigua tierra. Un comentarista señala que Pedro se dirigió a sus lectores como si fueran seguidores judíos de Jesús. El orden de las provincias enumeradas es quizá la ruta postal organizada que seguiría un mensajero para viajar a ellas.

Pedro buscaba establecer importantes conocimientos básicos para los creyentes. Estaba envejeciendo y quizá sentía que le quedaba poco tiempo (algo que se vuelve más notorio en su segunda carta), por lo que expuso verdades fundamentales para ayudarles a todos a seguir adelante, a pesar de las dificultades. Su énfasis y el énfasis de la estructura gramatical en los versículos de apertura indican que no es Pedro quien importa, sino los lectores escogidos y a quienes se dirige. Les recuerda del gran llamamiento realizado sólo a algunos. Observó que ésta es la última era del mandato del hombre debido a la venida de Cristo (1 Pedro 1:3–5) y que se encontraban viviendo en el periodo entre la primera y segunda venidas. Esta creencia es la que ayuda al pueblo de Dios a seguir en pie cuando las cosas se tornan difíciles en este mundo. Cuando vienen las pruebas, la esperanza del futuro les da aliento, y las pruebas y sufrimientos se contextualizan con la promesa de la segunda venida de Cristo (1 Pedro 1:6–9).

Pedro sabía que el seguidor de Jesús algunas veces menospreciaría estas pruebas y sufrimientos, pero insistía en que eran por nuestro bien —nuestro aprendizaje— y que nos beneficiarían eternamente. El llamado a ser un seguidor se basa en el conocimiento espiritual que Dios ha ido revelado progresivamente. Nuestros predecesores no sabían lo que hoy se sabe luego de la primera venida de Cristo. Pedro explicó que «los profetas que profetizaron de la gracia destinada a vosotros, inquirieron y diligentemente indagaron acerca de esta salvación, escudriñando qué persona y qué tiempo indicaba el Espíritu de Cristo que estaba en ellos, el cual anunciaba de antemano los sufrimientos de Cristo, y las glorias que vendrían tras ellos. A éstos se les reveló que no para sí mismos, sino para nosotros, administraban las cosas que ahora os son anunciadas por los que os han predicado el evangelio por el Espíritu Santo enviado del cielo; cosas en las cuales anhelan mirar los ángeles» (1 Pedro 1:10–12).

Darse cuenta de esta verdad debería conducir a una mentalidad convencida de la necesidad de vivir una vida diferente a la del mundo que nos rodea. Los traductores modernos han expresado las palabras de Pedro como «preparar nuestra mente para la acción» (1 Pedro 1:13). El verbo griego subyacente a esto significa enrollar la larga túnica de aquella época alrededor de la cintura. Encontramos un pensamiento similar en el Evangelio de Lucas, donde Jesús emplea un verbo relacionado para decir: «Estén ceñidos vuestros lomos, y vuestras lámparas encendidas» (Lucas 12:35). El versículo de 1 Pedro es uno de los lugares en las que es obvia la enseñanza de Jesús. Además, Pedro les recuerda a sus lectores cuál es el objetivo de su conducta: «Como hijos obedientes, no os conforméis a los deseos que antes teníais estando en vuestra ignorancia; sino, como aquel que os llamó es santo, sed también vosotros santos en toda vuestra manera de vivir; porque escrito está: Sed santos, porque yo soy santo» (1 Pedro 1:14–16).

Uno de los beneficios de este conocimiento es que los creyentes pueden apelar a Dios Padre, el juez imparcial. El sacrificio de su Hijo significa que cualquier cosa que hagamos en esta vida y que esté mal puede ser borrada, si buscamos el perdón de Dios (1 Pedro 1:17–21). Nuestro propósito al hacer esto es asemejarnos cada vez más al Padre y, para lograrlo, tenemos que mantener nuestra mente en movimiento.

«Todo mortal es como la hierba, y toda su gloria como la flor del campo; la hierba se seca y la flor se cae, pero la palabra del Señor permanece para siempre».

1 Pedro 1:24–25 (citando a Isaías 40:6, 8), Nueva Versión Internacional

Un resultado importante de tener el Espíritu de Dios en acción dentro de nosotros es la capacidad para amar a los hermanos y hermanas que tienen el mismo sentir. También nos hace darnos cuenta de que esta vida no es todo lo que hay; de hecho, no es nada en comparación con nuestro destino, y esa verdad nos mantiene: «Habiendo purificado vuestras almas por la obediencia a la verdad, mediante el Espíritu, para el amor fraternal no fingido, amaos unos a otros entrañablemente, de corazón puro; siendo renacidos, no de simiente corruptible, sino de incorruptible, por la palabra de Dios que vive y permanece para siempre. Porque: Toda carne es como hierba, y toda la gloria del hombre como flor de la hierba. La hierba se seca, y la flor se cae. Mas la palabra del Señor permanece para siempre. Y esta es la palabra que por el evangelio os ha sido anunciada» (1 Pedro 1:22–25).

En el capítulo 2 Pedro aborda más profundamente la discusión sobre la responsabilidad interpersonal y eso es de lo que hablaremos en la próxima ocasión.