Éfeso, Ciudad de Ídolos sin Valor

Cuando Pablo finalmente dejó la ciudad comercial de Corinto había pasado al menos año y medio enseñando y estableciendo allí a la nueva comunidad de creyentes (Hechos 18:11). En la primera etapa de su viaje de regreso a Antioquía, en Siria, le acompañó el equipo de fabricantes de tiendas, Aquila y Priscila, su esposa. Partieron en barco del puerto oriental de Corinto, Cencrea, para navegar por el Egeo hasta Éfeso, que era conocida entonces como «la Casa del Tesoro de Asia» por su preeminencia en el comercio de la provincia romana. El apóstol pasaría tres años en esa famosa ciudad.

Cuando Pablo llegó su apariencia era un poco diferente a la que había sido al final de su estancia en Corinto. Justo antes de dejar Cencrea se había rapado el cabello para denotar que había completado su voto (versículo 18). Aunque el libro de los Hechos no hace comentario alguno acerca del voto de Pablo, fue muy probablemente de acuerdo con las instrucciones dadas en las Escrituras Hebreas. Si un hombre o una mujer israelita deseaba hacer un voto de dedicación al servicio de Dios en una forma particular por hasta 30 días, se convertían temporalmente en «nazareos» (del hebreo nazir, «consagrado»). Durante el periodo del voto no consumían productos de la uva ni bebidas fuertes, no se cortaban el cabello y evitaban tener contacto con cadáveres.

Una vez terminadas las restricciones auto-impuestas los nazareos debían purificarse y afeitar su cabeza, por lo general en el lugar central de adoración: en los primeros tiempos el «tabernáculo de reunión» (Números 6:18) o, más tarde, el templo de Jerusalén. Cuando un nazareo se encontraba demasiado lejos del templo tenía que modificar su práctica de algún modo. Así, Pablo, quien en aquel tiempo se encontraba viajando en la Diáspora, sólo podía rapar su cabello para indicar que había completado su voto. El voto parece estar relacionado con su tiempo en Corinto y, quizá, con su gratitud por la ayuda de Dios recibida de manera continua en ese lugar. Este episodio, como fue registrado por Lucas, muestra que Pablo no se oponía a vivir de acuerdo con las leyes ceremoniales del Dios del antiguo Israel.

Cuando la nave atracó en Éfeso, Pablo se apartó de Priscila y Aquila y se dirigió a la sinagoga local como era lo usual para discurrir con la congregación. Su discurso fue lo suficientemente intrigante para provocar que su audiencia le pidiera que se quedara, pero su intención era regresar a su ciudad después de visitar Jerusalén. Tras prometer que regresaría si le era posible, zarpó a Cesarea, la capital de la Palestina romana. Después de viajar hasta Jerusalén para saludar a la iglesia (una característica de su relación cercana y respeto por los líderes de la ciudad) se dirigió a Antioquía. Entonces, después de pasar algún tiempo allí, comenzó otro extenso viaje hacia occidente (versículos 19–23).

PREDICACIÓN Y MINISTERIO

Durante la ausencia de Pablo, llegó a Éfeso un judío de la ciudad egipcia de Alejandría llamado Apolos y comenzó a predicar en la sinagoga acerca de Jesús y Su mensaje. Apolos estaba familiarizado con el llamado al arrepentimiento de Juan el Bautista y, aunque tenía conocimiento de Jesús, no conocía la necesidad de que el creyente fuera transformado por el Espíritu Santo. Priscila y Aquila le escucharon y reconocieron que había lagunas en su conocimiento, por lo que le llevaron aparte y le ayudaron a entender lo que faltaba en sus discursos públicos. Apolos fue entonces a Corinto con el ánimo y el apoyo de los hermanos de Éfeso y habló de manera abierta y con denuedo a los judíos de esa ciudad (versículos 24–28).

En este punto Pablo se dirigía a Éfeso desde las provincias internas de Galacia y Frigia, donde había estado alentando a las comunidades establecidas en sus viajes anteriores. Cuando llegó a la ciudad conoció a algunos creyentes —cerca de 12 en total— influenciados, quizá, por las enseñanzas de Apolos. En respuesta a las preguntas de Pablo acerca del proceso de su conversión le dijeron que ni siquiera habían escuchado hablar del Espíritu Santo. Al igual que Priscila y Aquila antes de él, Pablo se encontró explicando que el creer en Jesús no significaba solamente el bautismo por inmersión en agua, sino también el recibir al Espíritu Santo (Hechos 19:1–7). La disposición del grupo a ser rebautizado mostró su humildad y les llevó a recibir el regalo de Dios a través de Pablo, quien impuso sus manos sobre ellos en oración.

Poco tiempo después Pablo cumplió su promesa a los judíos de Éfeso y regresó a predicar en la sinagoga local durante alrededor de tres meses. Su razonamiento fue convincente para algunos y persuadió a otros de la verdad acerca de la venida del reino de Dios a la tierra. Sin embargo, cuando otros de la sinagoga rechazaron lo que él tenía qué decir y criticaron «el Camino» (de vida) que él representaba comenzó a enseñar cada día a sus discípulos y a otros en una sala que pertenecía a Tiranno, un maestro o filósofo. Es posible que Pablo enseñara en las horas de más calor, entre las 11:00 a.m. y las 4:00 p.m., cuando no se utilizaba la escuela. Este horario también le habría permitido trabajar para vivir, como hizo notar a los habitantes de Éfeso (Hechos 20:34).

Una vez en la escuela sus reuniones tuvieron mucho éxito. Lucas nos dice que «Así continuó por espacio de dos años, de manera que todos los que habitaban en Asia, judíos y griegos, oyeron la palabra del Señor Jesús» (Hechos 19:10). La estancia de Pablo en Éfeso fue la de mayor duración en cualquier lugar (una nota posterior nos dice que se quedó allí por tres años; consulte Hechos 20:31). Aunque la mayor parte de la comunidad judía rechazó su mensaje, algunos sí creyeron; sin embargo, el mayor éxito de Pablo se dio entre la población no judía y temerosa de Dios de la ciudad y sus alrededores

Uno de los aspectos sobresalientes del tiempo que Pablo pasó en Éfeso fue la curación de Dios de diversas enfermedades. En algunos casos una simple cinta del pelo o un delantal que habían sido tocados por Pablo tenían un efecto restaurador en los enfermos y en quienes estaban poseídos por espíritus malos (Hechos 19:11–12). Este poder impresionó a algunos exorcistas judíos ambulantes, quienes se apropiaron del nombre de Jesús en un intento por echar fuera los espíritus malos, pero no lograron tener el mismo efecto positivo que Pablo debido a que no eran creyentes genuinos. De hecho, siete de los exorcistas, quienes eran hijos de un judío, jefe de los sacerdotes, llamado Esceva, fueron superados y resultaron lesionados por un hombre poseído a quien intentaban sanar.

La noticia de este episodio se esparció por Éfeso, lo que hizo que el nombre y el poder de Jesús fueran bien conocidos en toda la comunidad. Tan convencidos estaban aquéllos que se volvieron creyentes que trajeron sus libros de magia, valuados en 50,000 monedas de plata, y los quemaron públicamente (versículos 17–20). Este dramático cambio también fue favorable para el ministerio de Pablo, debido a que la ciudad era un centro de supersticiones respecto a la curación y de charlatanes que afirmaban tener poderes de sanación.

Es razonable sugerir que fue en este punto cuando Pablo realizó una segunda visita a Corinto y que, después de regresar a Éfeso, escribió una carta que se encuentra perdida (consulte 1 Corintios 5:9), así como la que ahora conocemos como 1 Corintios (consulte 1 Corintios 16:8, 19). Lucas nos relata en Hechos 19:21 que en Éfeso Pablo comenzó a hacer planes para visitar Macedonia, Grecia, Jerusalén y Roma. Habla de esta visita en 1 Corintios 16:5 y se propone realizar una tercera visita a Corinto. La primera idea de Pablo era enviar antes a Macedonia a dos de sus ayudantes, Timoteo y Erasto. Desde allí Timoteo iría a Corinto (1 Corintios 4:17; 16:10–11). Mientras tanto Pablo se quedó en Éfeso (consulte también 1 Corintios 16:8–9), pero sólo hasta que ocurrieron algunos eventos que le forzaron a marcharse.

ARTEMISA, LOS ARTESANOS Y EL ANFITEATRO

Éfeso era conocida por todo el mundo romano como el sitio de una de las Siete Maravillas del Mundo Antiguo, el muy visitado Templo de Artemisa. Pablo habría visto el templo conforme su nave ingresaba al estuario del Río Cayster y se acercaba al puerto, el cual había sido especialmente dragado para dar cabida al tráfico marítimo. Justo al norte detrás del muelle se encontraba el enorme edificio —más de 120 metros de largo por 60 metros de ancho (400 por 200 pies)— con sus 127 columnas de mármol, cada una de casi 18 metros (o 60 pies) de alto. En su interior se encontraba una estatua de la diosa de la fertilidad, Artemisa [o Diana] de los efesios, posiblemente esculpida en un meteorito negro (algo significativo para los habitantes debido a que había caído del cielo y se suponía que era un regalo de los dioses). El templo del ídolo, que era cuatro veces más grande que el Partenón en Atenas, servía también como banco central y como un santuario para los acusados de algún delito. Éfeso tenía todos los problemas de una comunidad portuaria acaudalada.

La otra estructura importante que era visible desde el puerto era el anfiteatro, que en la actualidad se conserva aún intacto y con una capacidad para 24,000 personas. Éste fue el escenario del disturbio que precipitó la súbita partida de Pablo. Los artesanos locales se ganaban la vida a partir de la fabricación de pequeños templos de Artemisa hechos de plata. Uno de ellos, el platero Demetrio, acusó a Pablo y a sus colegas de minar su negocio al enseñar a la gente que los dioses hechos por manos humanas eran ídolos sin valor. Al percatarse de que esto arruinaría su negocio y avergonzaría a la ciudad, la cual era un protector oficial del culto a Artemisa, los comerciantes se enfurecieron y llevaron a rastras a dos de los compañeros macedonios de Pablo, Gayo y Aristarco, al interior del anfiteatro. En la confusión que tuvo lugar a continuación Pablo intentó seguirles y dirigirse a la multitud, pero sus seguidores, incluyendo no sólo a los miembros de la iglesia sino también a diversas autoridades de Asia o líderes de la ciudad, le suplicaron que no lo hiciera (versículos 23–32).

«[Cierto platero, que se llamaba Demetrio… dijo:] no sólo en Éfeso, sino en casi toda Asia, este Pablo ha persuadido a una gran cantidad de gente, y la ha apartado, diciendo que los dioses hechos con las manos no son dioses verdaderos».

Hechos 19:26, Biblia de las Américas

La multitud ni siquiera permitía que un judío local de nombre Alejandro presentara su defensa, sino que le callaron a gritos durante dos horas exclamando «¡Grande es Diana de los efesios!». El escribano o «secretario de la ciudad» finalmente logró restaurar el orden y se dirigió a la multitud. Les señaló que todos sabían «que esta ciudad está encargada de cuidar el templo de la gran diosa Artemisa y de la imagen de ella que cayó del cielo» (versículos 33–35, Dios habla hoy). Así no había peligro para los hombres que no habían blasfemado en contra de la diosa; después de todo, había tribunales ante los que se podían presentar tales acusaciones. Aconsejó a todos que se fueran a casa a menos que quisieran que las autoridades romanas les llamaran para interrogarles por el tumulto. Éste fue el momento oportuno para que Pablo saliera de la ciudad.

OBSERVACIÓN DE LOS DÍAS SANTOS

Lo que siguió fue cerca de un año de visitas a las iglesias de Macedonia (tiempo durante el cual escribió 2 Corintios e hizo referencia a su difícil visita anterior a la ciudad; consulte 2 Corintios 2:1 y 13:2), una posible parada en Ilírico (una provincia romana en la costa oriental del Adriático; consulte Romanos 15:19) y una estancia de tres meses con los seguidores en Grecia. Pablo luego inició un viaje de vuelta a casa.

Tras escapar de una conspiración en su contra por parte de los judíos en Grecia, viajó de manera tortuosa a través de Macedonia en lugar de ir directamente a Siria, como lo había planeado originalmente. Allí, él y Lucas se detuvieron por algunos días en Filipos. Mientras tanto, sus siete acompañantes de viaje se adelantaron y les esperaron en Troas (Troya) del lado oriental del Egeo, donde había también miembros de la iglesia. Dando una importante clave para la práctica de la iglesia de los primeros cristianos, Lucas señala que él y Pablo dejaron Filipos «pasados los días de los panes sin levadura» (Hechos 20:6). No se trata de una mera referencia al calendario, sino señala que Pablo continuó observando los días santos prescritos en la Torah (consulte Levítico 23). Los hermanos en Filipos eran de origen gentil o prosélitos (vea «Los Apóstoles, Parte 5»); sin embargo, como conversos, con su maestro entre ellos, celebraron la Pascua Judía y los Días de los Panes sin Levadura, aunque con un nuevo significado después de la venida de Jesucristo (1 Corintios 5:7–8).

Uniéndose a sus compañeros en Troas después de un viaje por mar de cinco días, Pablo permaneció allí durante la siguiente semana. La tarde del sábado, mientras se preparaban para una cena de despedida con la iglesia, Pablo pronunció un largo discurso que duró hasta media noche. Un joven que se encontraba sentado en una de las ventanas del tercer piso se quedó dormido y cayó al suelo, por lo que le dieron por muerto. Pablo tranquilizó a todos y lo tomó en sus brazos: estaba vivo. Después de la cena el apóstol continuó hablando hasta el amanecer, cuando él y sus acompañantes emprendieron su viaje. Pablo caminó por tierra ese día y se reunió con sus acompañantes un poco hacia el sur en Asón, a donde ellos habían llegado por barco. Navegaron más allá de Éfeso y desembarcaron en el siguiente puerto importante: Mileto. Pablo había decidido no regresar a Éfeso debido a que se apresuraba por estar en Jerusalén para el Pentecostés (Hechos 20:7–16). Y ésa es otra referencia importante de la observancia de Pablo de los días santos prescritos por Dios.

En Mileto pidió a los ancianos de la iglesia de Éfeso que viajaran las 30 millas o más de distancia por tierra y se reunieran con él. Al llegar Pablo aprovechó la oportunidad de hablarles de corazón a corazón acerca de su ministerio entre ellos y les advirtió de lo que sucedería a la iglesia que se encontraba bajo su cuidado si la ambición humana se interponía en su camino. Comenzó por recordarles su propio ejemplo de arduo trabajo y humildad mostrado desde el principio de su servicio entre ellos. Les había enseñado tanto en público como en privado —dos aspectos de la predicación y enseñanza de su trabajo como ministro. Había explicado a judíos y a gentiles por igual acerca de la necesidad de arrepentirse ante Dios por una vida de pecado, así como de la fe en que Jesucristo pagó una pena de muerte por esos pecados, de manera que se pudiera recibir el perdón de Dios.

Pablo estaba por retirarse y viajar a Jerusalén, totalmente consciente de que quizá no les volvería a ver debido a que el Espíritu Santo le hacía saber que a dondequiera que se dirigiera en sus viajes sería encarcelado y padecería sufrimiento físico (versículos 22–23). Su única preocupación era que lograría completar la obra que Dios le había asignado.

Luego Pablo les recordó a los ancianos de su deber de cuidar de «la iglesia del Señor». Él previó que habría ataques a sus miembros desde el exterior —de parte de «lobos rapaces», como él mismo expresó— y advirtió también que algunos de los ancianos sucumbirían a la tentación de apartar a sus discípulos para sí enseñándoles falsas doctrinas. Fue un mensaje aleccionador que concluyó con la repetición de su ejemplo de trabajo arduo para ayudar al débil y de vivir conforme a las palabras de Jesús: «Más bienaventurado es dar que recibir» (versículos 28–35).

Antes de partir Pablo se arrodilló y oró con los hombres en llanto, quienes se lamentaban porque Pablo les había dicho que no le verían más.

ENVUELTO EN PROBLEMAS

Después de abordar una embarcación con dirección a Tiro, Pablo y sus acompañantes dejaron atrás Asia. Al llegar a la antigua ciudad fenicia se desembarcaron y pasaron una semana con los hermanos de la ciudad. Tras permanecer un día con los miembros de la iglesia en Tolemaida, partieron hacia Cesarea, donde fueron huéspedes por «algunos días» de Felipe el evangelista, uno de los siete diáconos originales de Jerusalén (consulte Hechos 6), y sus cuatro hijas. Entonces llegó de Judea un profeta llamado Agabo llegó para advertir a Pablo que en Jerusalén sería atado y entregado a un poder extranjero. Aunque sus acompañantes y los hermanos en Cesarea le rogaron que no fuera, no pudieron persuadirle. Acompañado por algunos de los miembros de la iglesia, él y sus compañeros llegaron a Jerusalén, donde uno de sus antiguos discípulos, Mnasón de Chipre, les dio alojamiento (Hechos 21:1–16).

Tras una cálida bienvenida de parte de los hermanos de Jerusalén, Pablo se dirigió al día siguiente a visitar a Jacobo, el hermano de Jesús, y a los otros ancianos. Les relató el éxito de su trabajo entre los gentiles de la Diáspora y se gozaron con las noticias. Sin embargo, ellos le expresaron su preocupación y le dieron una opción para recuperar la reputación que había desarrollado entre los judíos creyentes. Al parecer se pensaba equivocadamente que había estado enseñando a los judíos en contra de la ley de Moisés con respecto a la circuncisión de los niños y las antiguas costumbres israelitas. Por ello los ancianos le aconsejaron que siguiera el rito de la purificación, que fuera al templo con cuatro creyentes que estaban por completar un voto y que pagara sus gastos de manera que al final de los siete días pudieran afeitarse la cabeza. Esto demostraría a todos que Pablo sí cumplía la ley. Los ancianos le mencionaron de nuevo que estaban de acuerdo con él acerca de lo que los gentiles debían hacer al convertirse en miembros de la comunidad de creyentes (consulte Hechos 15) y hablaron de la carta que habían enviado con Pablo a la iglesia de Antioquía, en la cual confirmaban que los conversos gentiles no estaban obligados a realizarse la circuncisión siendo hombres adultos (Hechos 21:17–25).

Su propuesta para limpiar el nombre de Pablo era bien intencionada y todo hubiera salido bien de no ser por algunos judíos de Asia que le vieron junto a su compañero de viaje, Trófimo de Éfeso y supusieron que Pablo había introducido a un gentil al templo cuando ello no estaba permitido, lo cual fue suficiente para encolerizar a la comunidad local y Pablo terminó inmiscuido en otro desenfrenado alboroto.

Lo que ocurrió a continuación y cómo Pablo llegó a comparecer ante al César en Roma será el tema de la Octava Parte de Los Apóstoles.