Una Vasija más Rica

A lo largo de Su ministerio, Jesucristo desafió la vacía religión de los piadosos sólo de apariencia.

Algo sintomático de nuestra incertidumbre religiosa contemporánea es la pregunta que una importante revista formuló en su portada hace no mucho tiempo: «¿Quién fue Jesús?». El hecho de que tal pregunta deba siquiera formularse podría indicar que quizá gran parte de las enseñanzas de Jesús han sido malinterpretadas u olvidadas.

Tomemos, por ejemplo, lo que Jesús le dijo a un hombre paralítico al que curó (Mateo 9:2). El problema era el pecado —una palabra pasada de moda en nuestra época—. ¿Será que hemos llegado al punto en el que nos es difícil decir que alguien es verdaderamente culpable de algo? ¿Qué el pecado siquiera existe? Después de todo, la psicoterapia nos ha enseñado a convertir a los pecadores en pacientes. La gente ya no «peca», sino que es víctima de su pasado, de sus padres o «del sistema».

Sin embargo, las enseñanzas fundamentales de la civilización occidental dicen otra cosa. La Biblia nos dice que pecamos, y si ello nos hace sentir culpables, eso es, en esencia, algo bueno. La culpa puede ser buena para nosotros, especialmente si conduce a un cambio de comportamiento más sano a través del perdón de Dios.

Cuando Jesús sanó al hombre paralítico y al mismo tiempo le perdonó sus pecados, mostró no sólo que el pecado es una fuerza paralizante en la vida humana, sino también que Él era capaz de liberarnos de la carga del pecado y de una consciencia de culpa. «Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar», dijo Jesús de Nazaret (Mateo 11:28).

Ése fue un mensaje que obviamente impresionó al recaudador de impuestos de Galilea, Mateo Leví, quien también vivía en Capernaum. La población se encontraba en la frontera entre dos territorios herodianos y contaba con una oficina para la recaudación de impuestos. Mateo se encontraba trabajando el día que Jesús llegó y le pidió que se uniera a su misión de enseñanza. Mateo estuvo de acuerdo y pronto preparó una comida de celebración en su propia casa, a la que invitó a muchos otros amigos recaudadores de impuestos (Mateo 9:9-10).

En los tiempos de Jesús, los funcionarios tributarios eran despreciados, especialmente por los líderes religiosos, quienes se oponían a sus frecuentes estafas. En ese entonces, los impuestos podían alcanzar hasta el 40% y, para empeorar las cosas, el dinero recaudado se usaba para apoyar a los herodianos gobernantes y a sus servidores romanos.

Empero, Jesús dejó claro que el mezclarse con personas despreciadas, como los estafadores recaudadores de impuestos, no era un pecado, sino una oportunidad para ayudarlos a lograr un progreso espiritual.

LA VERDADERA RELIGIÓN

Ésa fue la gran diferencia entre Jesús de Nazaret y Sus contemporáneos religiosos. A él realmente le importaba la gente, sus problemas y sus luchas; Él entendía las injusticias de la vida. En cambio, los líderes religiosos parecían estar más interesados en mantener su poder y prestigio, y poco les interesaba la gente o los verdaderos problemas espirituales. Su práctica religiosa se había convertido en unos grilletes que evitaban que practicaran una verdadera religión de corazón. Era forma, no sustancia; ritual, no realidad.

Jesús ilustró esto en tres reveladoras parábolas e incluso respondió a otra queja de los fariseos. Esta vez incluso los discípulos de Juan el Bautista se habían unido a la crítica. Es posible que mientras Jesús y Sus discípulos se encontraran en el banquete con el recaudador de impuestos Mateo y sus amigos, los discípulos de Juan y los fariseos acudieran deliberadamente sin ningún alimento, pues estaban ayunando. Quizá se trataba de uno de sus días de ayuno autoimpuestos.

«¿Por qué tus discípulos no ayunan como nosotros?» le preguntaron a Jesús (Mateo 9:14, parafraseado). La respuesta en tres partes a su pregunta de crítica (versículos 15 a 17) fue un tanto desconcertante.

Primero que nada, les dijo, mientras el esposo esté presente, los invitados a la boda no dejan de festejar.

Luego añadió que las personas no cosen un parche de tela nueva a una tela vieja por temor a empeorar la rasgadura.

En tercer lugar, en una frase ahora famosa, dijo que los hombres no colocan el vino nuevo en odres viejos por temor a perder ambos. El vino nuevo reventará un odre viejo. Los discípulos de Juan y los fariseos se quedaron preguntándose si ellos eran los viejos odres incapaces de asimilar la nueva verdad mostrada por Jesús.

A manera de conclusión a Sus pensamientos sobre el vino nuevo y el vino añejo, Jesús les dijo a Sus críticos que una vez que se ha probado el vino añejo, ya no se aprecia el vino nuevo (Lucas 5:39). El vino añejo generalmente sabe mejor. Las antiguas formas religiosas podrían parecer mejores y más cómodas, pero en la parábola de Jesús, las antiguas formas ya no eran las mejores. Se necesitaba una nueva forma de pensar para lograr un progreso espiritual, pero era difícil que los antiguos pensadores comenzaran a pensar en términos de nuevas verdades.

PURITANA OPOSICIÓN

Esta clase de enseñanzas sólo aumentó la hostilidad y la crítica. La jerarquía religiosa debe haber visto al revolucionario rabino como una amenaza para su status quo.

Algunos de los acusadores más conflictivos de Jesús eran de la comunidad religiosa.

No es de sorprender, entonces, que algunos de los acusadores más conflictivos de Jesús fueran de la comunidad religiosa. Siempre ansiosos por encontrar una nueva acusación, descubrieron un nuevo enfoque para su oposición en los puntos de vista de Jesús respecto a la más sacrosanta de las instituciones judías: el día de reposo. Todo comenzó con la siguiente visita de Jesús a Jerusalén para una de las fiestas anuales, probablemente la Pascua.

Primero ubiquémonos en el contexto. En Jerusalén aún se pueden ver los restos de una famosa estructura de los tiempos de Jesús. En la Ciudad Vieja podemos ver varios arcos que forman parte de los cinco pórticos de lo que se conocía como el Estanque de Betesda, el cual era un suministro natural de agua y un lugar al que la gente acudía para sanar.

Fue allí, en un día de reposo, que Jesús sanó a un lisiado. Al momento de preguntar al hombre si deseaba ser sanado, Jesús le pidió que recogiera su bolsa de dormir sobre la que estaba recostado y comenzara a caminar. Debido a que hizo justo eso, los líderes religiosos acusaron al hombre de trabajar en el día santo por cargar su cama (Juan 5:6-10).

Ese tipo de falsa devoción —incluso ceguera ante las necesidades humanas— era lo que más le molestaba a Jesús. ¿Cómo es que los fariseos de duro de corazón podían ignorar tan despreocupadamente el hecho de que el hombre había sido sanado después de 38 años de discapacidad? Obviamente estaban más preocupados por sus reglas que por expresar alegría ante la recuperación del hombre.

Cuando supieron que había sido Jesús el que había ayudado al hombre, Él se convirtió en el objetivo de su ataque. Como leemos en el Evangelio de Juan: «Precisamente por esto los judíos perseguían a Jesús, pues hacía tales cosas en sábado» (versículo 16, NVI).

Cuando Jesús explicó Su manera de pensar, las cosas sólo empeoraron: «Mi Padre hasta ahora trabaja, y yo trabajo». Eso fue suficiente para enloquecerlos. En su opinión, Jesús se había equiparado a Dios, así que pensaron que no tenían más opción que buscar la forma de matarlo y poner fin a sus escandalosos comentarios (versículos 17 a 18).

La hostilidad hacia Jesús estaba adquiriendo ya tal impulso que tuvo que restringir por algún tiempo Sus visitas a Jerusalén, pero el dejar Jerusalén no hizo desaparecer los cuestionamientos acerca de la observancia del día de reposo.

SEÑOR DEL DÍA DE REPOSO

Conforme Jesús y Sus discípulos regresaban a Galilea, coincidió que en un día de reposo pasaron por un terreno de cultivo, y algunos iban recogiendo espigas mientras caminaban para comerlas. De acuerdo con tres relatos de los Evangelios, los vigilantes y exigentes fariseos de inmediato los acusaron de profanar el día de reposo, esta vez por recoger la cosecha (Mateo 12:1-2; Marcos 2:23-24; Lucas 6:1-2).

Jesús rápidamente señaló que el día de reposo fue hecho para el hombre, y no el hombre para el día de reposo. Los fariseos habían convertido el día en una carga más que en un placer. Su propósito era que fuera un día de reposo y adoración, pero ellos lo habían rodeado con tantos deberes y prohibiciones que ya era un estorbo para la vida humana. Jesús terminó con su ritualismo; Él era, dijo, «eñor del día de reposo» y por eso podía aclarar su observancia.

Más tarde ese mismo día, Jesús visitó una sinagoga, donde encontró a un hombre con una mano deforme. Nuevamente los fariseos y los maestros de la ley lo estaban observando, y de nuevo Jesús estuvo listo para desafiar su ritualismo y hacer una buena obra al sanar al hombre.

Los líderes religiosos estaban esperando poder abalanzarse sobre él, pero Jesús confundió sus argumentos al preguntarles si era lícito hacer el bien o el mal en el día de reposo. ¿Acaso la ley no permitía que un animal fuera liberado de una situación difícil o peligrosa en el día de reposo? Entonces, ¿por qué no podía hacerse lo mismo con un ser humano (Mateo 12:9-13)?

Este tercer incidente con los fariseos que tan celosamente guardaban el día de reposo provocó que se hicieran de nuevos aliados para su oposición a Jesús y que unieran filas con otro poderoso grupo político: los herodianos, quienes apoyaban activamente a Herodes. Juntos, ambos grupos comenzaron a conspirar para matar a Jesús (Marcos 3:6).

La popularidad de Jesús iba en ascenso; Sus enemigos lo sabían y le temían.

Era obvio que la situación se estaba tornando mucho más peligrosa. La popularidad de Jesús iba en ascenso; Sus enemigos lo sabían y le temían.

Sin estar aún ansioso por terminar su ministerio, Jesús regresó al Mar de Galilea, pero una vez que estuvo de regreso, la gente vino a Él de todas direcciones. Para entonces ya era bien conocido en Siria al Este, en Fenicia al Oeste y en Edom al Sur; de hecho, ya era famoso en un área cada vez mayor del Medio Oriente.

Era el momento de que Jesús tomara una importante decisión para el futuro de Su obra. Luego de orar, eligió a 12 de entre Sus muchos seguidores para que fueran apóstoles. El cuidado que tuvo al hacer Su elección resulta obvio en el relato, pues se nos dice que se retiró y oró toda la noche acerca de los seguidores que habría de elegir (Lucas 6:12-13).

Los hombres que seleccionó han quedado inmortalizados en nuestra cultura: Simón Pedro y su hermano Andrés; sus socios en el negocio de la pesca, Jacobo y Juan, hijos de Zebedeo; Felipe; Bartolomé; Mateo, el recaudador de impuestos; Tomás; Jacobo, hijo de Alfeo; Simón el Zelote; Judas, también llamado Tadeo; y Judas Iscariote.

Eligió a 12 para que le acompañaran en Su obra y también para que ellos mismos fueran a predicar y enseñar. De hecho, el término apóstol significa «el que es enviado»; sin embargo, antes de que pudieran ser enviados, Jesús debía capacitarlos y enseñarles mucho más de lo que ya lo había hecho.

ENSEÑANDO A LOS MAESTROS

En un lugar desde donde se observa el Mar de Galilea, Jesús pasó parte de su tiempo enseñando a Sus discípulos los fundamentos del cristianismo. Lo que popularmente se conoce como el Sermón de la Montaña fue la base de esa instrucción.

Hay dos relatos en el Nuevo Testamento sobre esta enseñanza: una se encuentra en los capítulos 5, 6 y 7 del Evangelio de Mateo, y la otra en el capítulo 6 del de Lucas. Aunque hay diferencias entre ellos, en esencia son el mismo. Algunos especialistas consideran que se trató de dos sermones diferentes, aunque paralelos; otros piensan que es un solo sermón recordado en formas un tanto cuanto distintas.

El relato comienza con las conocidas bendiciones, o bienaventuranzas. Estas nueve afirmaciones de Mateo 5:3-12 capturan la esencia del marco de pensamiento religioso y describen el tipo de perspectiva y actitud que debemos tener los cristianos.

Las bienaventuranzas capturan la esencia del marco de pensamiento religioso y describen el tipo de perspectiva y actitud que debemos tener los cristianos.

Decir que éstos son los valores cristianos es decir que Jesucristo mismo vivió conforma a ellos. De hecho, se trata de verdades espirituales universales. La mayoría de las bienaventuranzas tienen eco en escritos anteriores, en el libro de los Salmos o de los Profetas.

Jesús comenzó diciendo: «Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos».

«El reino de los cielos» es una frase peculiar del Evangelio de Mateo. Lucas usa la frase similar «el reino de los cielos», pero el significado es equivalente. Mateo usa la frase «el reino de los cielos» siempre que Jesús está hablando de la totalidad de la vida bajo el gobierno de Dios. Se trata de un código para el estado de ánimo de un verdadero discípulo de Cristo.

También anticipa el futuro reino de los cielos que se establecerá en la tierra. Los discípulos llegaron a creer que Jesús al final regresaría a la tierra y establecería ese reino.

Así, al hablar de la primera bienaventuranza, «Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos», Jesús estaba demostrando el beneficio, o la bendición, que produce cierto marco de pensamiento en relación con el reino de Dios. En este caso, la humildad —el ser pequeño a nuestros propios ojos— es un pase de entrada al reino de los cielos.

Como ya señalé antes, existen ecos de estos pensamientos en otras partes. En los escritos del profeta Isaías encontramos una afirmación acerca del aprecio de Dios por un espíritu humilde: «Yo estimo a los pobres y contritos de espíritu, a los que tiemblan ante mi palabra» (Isaías 66:2, NVI).

En otras palabras, cuando los humanos se analizan y adquieren perspectiva respecto a la naturaleza de su relación con Dios, no pueden evitar sino ser humildes.

El pasaje en Isaías comienza con algunas preguntas que ayudan al lector a apreciar la soberanía de Dios: «Así dice el Señor: El cielo es mi trono, y la tierra, el estrado de mis pies. ¿Qué casa me pueden construir? ¿Qué morada me pueden ofrecer? Fue mi mano la que hizo todas estas cosas; fue así como llegaron a existir —afirma el Señor» (versículos 1 a 2).

Cuando Jesús dijo: «Bienaventurados los pobres en espíritu» —los humildes—, se refería al tipo de humildad que es realista, que valora la posición de la humanidad en relación con la soberanía de Dios. Es el principio de una relación correcta.

BIENAVENTURADOS

Otra de las famosas bendiciones o bienaventuranzas pronunciadas por Cristo es ésta: «Bienaventurados los que lloran, porque ellos recibirán consolación».

Espiritualmente hablando, el llanto es dolor por los efectos del pecado y conduce a un estado de arrepentimiento delante de Dios. También incluye el reconocimiento de que, en realidad, el pecado va en contra de Dios.

El salmista David dijo: «Contra ti [Dios], contra ti solo he pecado, y he hecho lo malo delante de tus ojos», y le pidió a Dios: «Lávame más y más de mi maldad, y límpiame de mi pecado» (Salmo 51:2-4). Esto es señal de una genuina actitud de arrepentimiento.

En el Sermón de la Montaña, encontramos que Jesús a menudo marcó el contraste entre lo auténtico y lo artificial, entre una verdadera espiritualidad y las vanidades humanas, entre el espíritu y la letra de la ley, y entre agradar a Dios y buscar verse bien ante los demás.

Una disposición a admitir nuestros pecados y alejarnos de ellos es fundamental dentro del significado del arrepentimiento. Es alejarse de los malos caminos y regresar al camino de Dios dispuesto originalmente para la humanidad. ¿Qué tan a menudo lo hemos hecho?

Más adelante, en su discurso de la montaña, Jesús dijo: «Bienaventurados los mansos, porque ellos recibirán la tierra por heredad».

Y aquí, quizás, yace la fuente de una idea falsa y común. «Dulce Jesús, manso y benigno», dice la canción para niños de escuela dominical. La imagen que a menudo presentamos es la de un Mesías tierno y delicado, y ciertamente no la de un antiguo carpintero y cantero que trabajaba con Su padre por todo Nazaret. Al parecer, el concepto de mansedumbre se ha malinterpretado enormemente.

La mansedumbre es una cualidad que denota una sosegada capacidad para recibir instrucción. Un espíritu dispuesto a recibir instrucción, dispuesto a aprender, es un espíritu manso.

La mansedumbre es una cualidad que denota una sosegada capacidad para recibir instrucción. Un espíritu dispuesto a recibir instrucción, dispuesto a aprender, es un espíritu manso. Es una extensión, por así decirlo, de una pobreza de espíritu, de humildad. De acuerdo con Jesús, el resultado final de tal actitud es la posesión de la tierra: «Bienaventurados los mansos, porque ellos recibirán la tierra por heredad».

Al expresar este principio, Jesús estaba reiterando el mismo pensamiento que encontramos en el Salmo 37:11, que dice que «los mansos heredarán la tierra, y se recrearán con abundancia de paz». Esto es en contraste con «los malignos», quienes «no estará[n] allí».

Pero, quizá se pregunten cuándo sucederá eso.

No cabe duda de que quienes escuchaban a Jesús se preguntaron lo mismo. Es claro que Él hacía referencia a un tiempo futuro, el tiempo del reino de los cielos en la tierra. Un tiempo en el que Jesucristo estará reinando sobre la tierra. Un tiempo de futura restauración.

Observando a Sus discípulos, Jesús continuó: «Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados».

Jesús sabía que sólo aquellos que realmente estuvieran buscando las formas correctas de vivir con un fervor inusual obtendrán tal realización. Se requiere una fuerte determinación para buscar los caminos de Dios. La recompensa es grande, porque Dios satisfará su anhelo de encontrar la forma correcta de vivir.

Enseguida Jesús dijo: «Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia».

Todos queremos misericordia cuando estamos en lo incorrecto o hemos hecho lo indebido. Nadie desea cumplir con el castigo; todos preferimos recibir otra oportunidad, pero algunas veces no estamos dispuestos a brindar una segunda oportunidad a alguien más que se arrepiente. Las palabras de Jesús son contundentes y llegan hasta el centro de nuestras deficiencias, nuestra maldad y nuestro espíritu vengativo: para recibir misericordia, debemos mostrar misericordia.

Una categoría que Jesús enfatizó a continuación es la de aquellos que, en lo más recóndito de su ser, se muestran honestos y rectos: «Bienaventurados los limpios de corazón». Cuando nos encontramos con tales personas, generalmente nos damos cuenta. Hay integridad en quienes son puros de corazón; sus intenciones son buenas, su rostro es abierto, y tales personas, dice Jesús: «verán a Dios». Su recompensa será tener una proximidad con Dios, la cual es una de las mayores bendiciones.

El Salmo 24:3-4 lo dice: «¿Quién subirá al monte de Jehová? ¿Y quién estará en su lugar santo? El limpio de manos y puro de corazón…».

UN ESTADO DE ÁNIMO

Enseguida Jesús pasó al tema de la reconciliación de las personas como una acción característica de los cristianos: «Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios».

Dios es un pacificador. Conflictos, discusiones, desacuerdos… Éstos no son los frutos de la mente de Dios puesta a la obra. Para ser reconocidos como hijos de Dios, los seres humanos debemos llevar a la práctica las formas de Dios, y una de ellas es el establecimiento de la paz.

Por supuesto, viviendo en el mundo actual, a menudo somos desafiados por el espíritu opuesto, el espíritu de la animadversión y la hostilidad, y eso puede causar un gran dolor. No obstante, Jesús enseñó: «Bienaventurados los que padecen persecución por causa de la justicia».

En una sociedad que no anda bien, que se ha descarriado, es inevitable que quienes intentan vivir conforme a principios religiosos experimenten oposición, pero regresando al tema de la primera bienaventuranza, Jesús señaló que de los perseguidos es «el reino de los cielos».

En una posdata, añadió que las falsas acusaciones a causa de la fe cristiana no deben detener a nadie. Son algo que podemos esperar en un mundo hostil, pero el resultado final es la bendición de Dios y un lugar en Su reino.

Las bendiciones o bienaventuranzas resumen un estado de ánimo que es prueba de humildad, arrepentimiento, disposición para la instrucción, rectitud, misericordia, pureza, paz y paciencia en la persecución. Todas estas características están vinculadas a una perspectiva religiosa y al aseguramiento de una relación correcta y benéfica con Dios.

Pero ése fue sólo el comienzo del discurso de Jesús dirigido a Sus discípulos. En el próximo número continuaremos nuestro análisis del Sermón de la Montaña para encontrar que todo su mensaje, aunque olvidado por la mayoría, es sorprendentemente relevante para la actualidad.