«Consumado Es»

La muerte de Jesús ha sido interpretada y descrita de muchas maneras a través de las épocas. Sin embargo, la historia real es mucho más poderosa que cualquier cosa que el arte, la literatura, la televisión o el cine hayan tenido que ofrecer.

Una vez que las autoridades religiosas y militares capturaron a Jesús de Nazaret en el Jardín de Getsemaní, lo ataron y lo llevaron primero a Anás, un poderoso y antiguo sumo sacerdote cuyo yerno Caifás ahora ocupaba ese cargo. Anás hizo preguntas sobre las enseñanzas de Jesús y sobre sus discípulos. Jesús dijo que había hablado abiertamente y que las autoridades debían preguntarle al público qué les había enseñado. Ellos fueron los testigos.

Ante esto, un funcionario golpeó a Jesús en la cara, alegando que estaba siendo insolente hacia el sumo sacerdote. Jesús respondió: «Si he hablado mal, testifica en qué está el mal; pero si bien, ¿por qué me golpeas?» (Juan 18:23).

Seguidamente, Jesús fue llevado a la casa de Caifás, donde el sanedrín, o concilio había sido llamado a reunirse. El hecho de que no estuvieran en un lugar de reunión oficial sugiere que esta fue una reunión convocada apresuradamente. Buscaban pruebas falsas para poder matar al joven maestro. Mucha gente se presentó, pero ninguno dio razones suficientes, incluso aquellos que dijeron que Jesús había afirmado que destruiría el templo y lo reconstruiría en tres días. El reclamo fue que, dijo que reemplazaría una estructura hecha por el hombre con una hecha por Dios. Por supuesto él no había dicho eso, e incluso los testigos falsos no pudieron hacer que su testimonio estuviera de acuerdo.

El sumo sacerdote le preguntó Jesús si iba a responder a sus acusadores. Permaneció en silencio hasta que Caifás le preguntó si era el Cristo, el Hijo de Dios, o no. Jesús dijo: «Tú lo has dicho. Y además os digo que desde ahora veréis al Hijo del hombre sentado a la diestra del poder de Dios y viniendo en las nubes del cielo» (Mateo 26:64). Jesús simplemente estaba confirmando que volvería algún día, y entonces sabrían con certeza quién era.

Esto fue demasiado para el sumo sacerdote. Arrancó sus vestiduras con indignación y calificó a Jesús de ser un blasfemo. Entonces los otros lo proclamaron digno de muerte, escupieron sobre él, lo insultaron, le vendaron los ojos y le golpearon con los puños. Le pidieron que declarara por revelación divina quien acababa de golpearlo si realmente era el Hijo de Dios.

negativa

Desde el patio observaban a dos de los discípulos de Jesús, Pedro y Juan. Cuando una criada reconoció a Pedro como uno de los seguidores de Jesús, inmediatamente lo negó este. Esta fue la primera de tres o cuatro negaciones. Jesús había predicho que Pedro lo negaría tres veces antes de que el gallo cantara (Marcos 14:30), aunque los relatos de los Evangelios parecen indicar la posibilidad de cuatro negaciones por separado.

Cuando Pedro fue a calentarse junto a una fogata en el patio, alguien más lo reconoció. «No sé lo que dices», contestó (Mateo 26:70).

Fue a la entrada del patio, donde nuevamente fue reconocido como un seguidor de Jesús. Esta vez él declaró con un juramento que no lo era.

Un rato después, algunos dijeron que su acento galileo lo delataba. Alguien más dijo: «¿No te vi yo en el huerto con él?» Este hombre era pariente del siervo al que Pedro había mutilado. Ya Pedro estaba enojado y maldijo, negando que conocía a Jesús (Mateo 26:73–74; Juan 18:26).

En ese momento el gallo comenzó a cantar, y Jesús voltio a ver a Pedro. Las palabras de su Maestro volvieron a resonar: «Antes de que el gallo cante, me negarás tres veces». Sin embargo, esto no es necesariamente una contradicción. La mención de Jesús de (al menos) tres negativas no impide un cuarta.

Fue un momento terrible para Pedro, quien había profesado que incluso moriría con Jesús. Ahora solo podía salir y llorar amargas lágrimas.

Al amanecer, el Sanedrín formalizó su decisión de matar a Jesús. De nuevo confirmaron de Jesús que él era el Hijo de Dios. «Vosotros decís que lo soy», contestó (Lucas 22:70).

Judas, el traidor, ahora estaba herido por el miedo y una conciencia culpable. Él sabía que Jesús era inocente. Devolvió el dinero de sangre a los principales sacerdotes y a los ancianos, pero no quisieron tener nada que ver con él. El remordimiento de Judas fue tan grande que se fue y se ahorcó. Los líderes religiosos tomaron la recompensa del traidor y compraron un campo donde los extraños serían enterrados. Se hizo conocido como el Campo de Sangre.

ante el gobernador romano

El juicio de Jesús, que había comenzado en tres etapas ante las autoridades religiosas judías, ahora pasó a otra fase, también con tres etapas. Esta vez iba a comparecer ante las autoridades políticas. Temprano en la mañana, Jesús fue llevado al palacio del gobernador romano, Poncio Pilato.

Debido a que los judíos estaban entrando en la temporada de la Pascua, no quisieron hacerse ceremonialmente inmundos al entrar a la casa de un gentil, por lo que se encontraron con Pilato afuera. Fue una enorme hipocresía, pues ya estaban contaminados por condenar a un hombre inocente. Pilato quería saber la acusación contra Jesús. Los líderes judíos afirmaron que Jesús estaba subvirtiendo a la nación al oponerse al pago de impuestos a Roma y al afirmar que era el Mesías, un rey.

La reacción de Pilato fue que los judíos deberían juzgar a su propia gente. Los líderes religiosos declinaron, diciendo que no estaban en libertad de matar a nadie. Esto, por supuesto, allanó el camino para la crucifixión.

Pilato le preguntó a Jesús si era el rey de los judíos. Él admitió que lo era, pero no en un sentido convencional. Explicó que su reino no era terrenal en ese momento. Reconoció, sin embargo, que la razón por la que había venido al mundo era establecer un reino futuro. Le dijo que vino a testificar de la verdad. Ante esto, Pilato mostró su cinismo al preguntar: «¿Qué es la verdad?» (Juan 18:38).

Jesús dijo que vino a testificar la verdad. Ante esto Pilato mostró su cinismo al preguntar: ¿Qué es la verdad?

Sabiendo que no había nada en la acusación digno de muerte, Pilato les dijo a los principales sacerdotes y a la multitud con ellos que Jesús era inocente. Los principales sacerdotes continuaron sus acusaciones, pero Jesús no les respondió. Su actitud fue tal que Pilato se sorprendió de su capacidad de resiliencia.

Los líderes religiosos insistieron en que Jesús había comenzado una campaña en Galilea y que ahora la había traído a Jerusalén. Esto le dio a Pilato una idea. Le preguntó a Jesús si era galileo. Cuando supo que Jesús estaba bajo la jurisdicción de Herodes Antipas, lo envió a Herodes, que estaba en Jerusalén en ese momento.

Herodes siempre había querido conocer a Jesús. Esperaba ver un milagro realizado. Él, por supuesto, había asesinado a Juan el Bautista y se negó a arrepentirse de su unión adúltera con la esposa de su hermano. Sin embargo, el interés de Herodes por Jesús no era más que curiosidad. Eso se hizo claro cuando Jesús no respondió sus preguntas. Así que Herodes y sus soldados se burlaron de él y lo enviaron de vuelta a Pilato, vestido con una túnica real. Resultó ser una oportunidad perfecta para que Herodes y Pilato se hicieran amigos: habían sido enemigos hasta que este incidente con Jesús sucedió (Lucas 23:6–12).

¡Crucifiquenlo!

Era una costumbre anual para el gobernante romano liberar a un prisionero elegido por la multitud. Pilato ya había intentado un par de formas de liberar a Jesús y había fallado. Ahora probó una tercera. Había un hombre en prisión, un asesino llamado Barrabás, que había dirigido una rebelión. Pilato ofreció a las multitudes la opción entre Jesús y este hombre. Debió haber creído que no elegirían un asesino sobre un hombre a quien tanto él como Herodes habían encontrado inocente. Pilato sabía que Jesús era víctima de la envidia religiosa. Sin embargo, la multitud fue incitada a exigir la liberación de Barrabás (versículos 13–19; Mateo 27:15–18).

Pilato ofreció a las multitudes la opción entre Jesús y este hombre. Debió haber creído que no elegirían un asesino sobre un hombre a quien tanto él como Herodes habían encontrado inocente.

En ese momento, la esposa de Pilato le envió un mensaje, diciendole que había tenido un sueño preocupante acerca de Jesús e imploró a su marido que no tuviera nada que ver con el inocente hombre (Mateo 27:19).

Sin embargo, la multitud siguió exigiendo la liberación de Barrabás. Pilato ahora sentía que no tenía otra opción, entonces envió a Jesús para ser azotado. Los soldados romanos trenzaron una corona espinosa y la pusieron sobre la cabeza de Jesús. Lo vistieron con una túnica púrpura, le golpearon en la cara y se burlaron y abusaron de él.

Nuevamente Pilato se dirigió a la multitud para protestar por la inocencia de Jesús. Volvió a preguntarles que se debería hacer con Jesús. La muchedumbre rugió pidiendo su crucifixión. Sin embargo, Pilato persistió en tratar de liberar a Jesús: «¿Por qué?» les preguntó. «¿Pues qué mal ha hecho éste? Ningún delito digno de muerte he hallado en él; lo castigaré y lo soltaré» (Lucas 23:22). Pero el clamor por la crucifixión surgió nuevamente.

Pilato les dijo a los líderes: «Tómenlo ustedes y crucifíquenlo». Incluso regresó a Jesús para suplicarle por una salida. Le preguntó: «¿No sabes que tengo autoridad para crucificarte y autoridad para soltarte?» (Juan 19:6b–10). Jesús le explicó que no tenía poder que no hubiera sido otorgado por Dios.

Una vez más, Pilato trató de liberar a Jesús, pero fue en vano. Ahora, el gobernador romano tomando un recipiente con agua, se lavó las manos frente a la multitud para simbolizar que no se le hiciera responsable de la muerte de un hombre inocente. La multitud asumió voluntariamente la responsabilidad.

Pilato liberó a Barrabás, hizo azotar a Jesús y lo entregó para ser crucificado. Los soldados romanos aprovecharon otra oportunidad para burlarse y golpearlo mientras fue vestido de nuevo con una túnica púrpura. Luego le devolvieron su propia ropa y lo llevaron a un lugar a las orillas de la ciudad, llamado Gólgota, que significa «el lugar de una calavera». En el camino, un hombre de Cirene en el norte de África, se vio obligado a llevar lo que probablemente era el travesaño del madero de crucifixión de Jesús. Jesús lo había cargado, pero ahora se encontraba demasiado débil para continuar.

Cuando llevaron a Jesús al lugar de su muerte, lo acompañaron dos criminales que también iban a ser ejecutados.

Jesus sobre el madero

La crucifixión de Jesucristo es probablemente una de las imágenes más perdurables en la cultura occidental. Ha sido un tema continuo en el arte y la literatura durante 2,000 años. Tal vez al caer en la ficción, como resultado ha perdido su poder y una gran parte de su significado para las personas.

La crucifixión… ha sido un tema continuo del arte y la literatura durante 2,000 años. Tal vez al caer en la ficción, como resultado ha perdido su poder y una gran parte de su significado para las personas.

Sobre esto, ¿qué nos dicen exactamente los Evangelios?

El Evangelio de Mateo inicia con un simple reconocimiento de que el acto de la crucifixión había sucedido. Escribe: «Cuando lo hubieron crucificado, repartieron entre sí sus vestidos, echando suertes» (Mateo 27:35). Con esto, Mateo no quiso decir que Jesús estaba muerto. Él está diciendo que el clavado de la víctima a la cruz, o madero, se había llevado a cabo, y al condenado se le había dejado morir una agonizante muerte. Los cuatro soldados que estaban custodiando a los tres hombres que colgaban ante ellos, ahora estaban ocupados compartiendo el botín; todo lo que quedaba era la ropa de las víctimas. En el caso de Jesús compartieron lo que pudieron, pues su ropa interior era perfecta. Así que echaron suertes en lugar de desgarrarla.

Jesús sabía que los soldados tenían poca comprensión de lo que estaban haciendo al crucificarlo. Su actitud hacia ellos no nació de la malicia. Él simplemente dijo: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen» (Lucas 23:34). Esta fue la primera de las siete declaraciones que hizo Jesús durante su crucifixión. Todo esto comenzó a suceder alrededor de las nueve de la mañana.

La actitud de Jesús hacia los soldados no nació por rencor malicia. Simplemente dijo: «Padre perdónalos, porque no saben lo que hacen».

Sobre la cruz de Jesús, Pilato había ordenado colocar un letrero escrito en arameo, latín y griego: «Jesús Nazareno, Rey de los judíos». Los sumos sacerdotes habían rechazado el mensaje de Pilato, pero Pilato les respondió: «Lo que he escrito, he escrito» (Juan 19:22).

Muchas gente de Jerusalén pudo leer lo que decía el letrero cuando pasaban por ahí. Varios de ellos le gritaban insultos a Jesús. Los ancianos y los maestros de la ley se burlaban de él, diciendo que si realmente fuera el Hijo de Dios, se salvara a sí mismo. Los soldados, e incluso los dos ladrones crucificados con él comenzaron a burlarse de él.

Uno de los dos parecía lanzar peores acusaciones que el otro. El segundo tenía miedo de que Dios los castigara aún más por insultar a un inocente. Diciendo: «Nosotros merecemos nuestro castigo, pero este ningún mal hizo» (Lucas 23:41, parafraseado).

Le pidió a Jesús que lo recordara cuando viniera el reino de Dios. Jesús le aseguró que llegaría el día en que el ladrón estaría con él en su reino, al que se hace referencia aquí como «paraíso».

De pie, cerca de la cruz, se encontraba la madre de Jesús, María. Desde el momento de su concepción, ella pensaba profundamente sobre el único hijo que debía criar. Ahora, ella estaba parada al pie del madero de ejecución. Jesús la vio allí con otras mujeres, incluyendo a María Magdalena. El discípulo Juan también estaba parado cerca y mirando. Jesús le dijo a su madre que ahora ella tendría a Juan como hijo, y a Juan le dijo que tendría una madre nueva. A partir de entonces, Juan se hizo cargo de María.

muerte de un inocente

Al mediodía, una oscuridad fuera de lo normal cayó sobre la tierra, la cual duraría tres horas, durante las cuales Jesús llegó al punto de la muerte. Aproximadamente a las tres de la tarde, él gritó en voz alta: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» (Mateo 27:46; Marcos 15:34). Fue el llanto horrible y agonizante de un ser humano cortado y separado de Dios, que llevaba la pena por el pecado humano. Jesús no fue culpable de nada pecaminoso. Murió como un sacrificio inocente en lugar de cada humano que ha vivido, que vive ahora o que vivirá. La muerte del Hijo de Dios en nuestro lugar significa que su vida fue dada por la nuestra. Por lo tanto, podemos ser perdonados y evitar sufrir la pena de muerte por el pecado. La enormidad de lo que Jesús estaba dispuesto a pasar para que pudiéramos ser perdonados y finalmente vivir para siempre, a menudo queda ensombrecido por la ficción agregada sobre la realidad de su crucifixión.

Sabiendo que el fin se encontraba cerca, Jesús dijo: «¡Tengo sed!» (Juan 19:28). Le dieron vinagre con una esponja, poniéndola en un hisopo. Finalmente dijo: «¡Consumado es!» (versículo 30). Después clamando a gran voz dijo: «Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu» (Lucas 23:46). Con esto, el Salvador de la humanidad inclinó la cabeza y expiró.