Gólgota: ¿Donde Está?

Mientras que católicos, ortodoxos y algunas otras comunidades religiosas sitúan el lugar de la muerte de Jesucristo en la Iglesia del Santo Sepulcro, la mayoría de las iglesias protestantes optan en cambio por un afloramiento de roca cerca de la Tumba del Jardín. Sin embargo, en los últimos años se han presentado otras ideas, de las cuales una merece la pena de mayor consideración a la luz de las prácticas judías del Siglo I y los relatos del evento en el Nuevo Testamento.

A medida que el Siglo XIX comenzó a desplegar, una serie de eventos comenzaron a trabajar en conjunto para despertar un renovado interés Europeo (sobre todo los británicos) en el Levante Mediterráneo, o el Medio Oriente como le conocemos hoy en día. Los ingleses derrotaron a Napoleón en Egipto antes de su desaparición definitiva en Waterloo. La India estaba más allá de Egipto, y la facilidad de acceso a esa fabulosa colonia estuvo muy presente en la mente del imperio británico. A medida que avanzaba el siglo, la política exterior de Gran Bretaña se enfocaba cada vez más en la protección de la nueva ruta establecida a la India a través del Canal de Suez. Desde el punto de vista de las cosas británico, el Levante Mediterráneo tenía que ser protegido de los rusos y de otras invasiones europeas, en especial del emergente coloso alemán.

Junto con la preocupación de esta política exterior, el descubrimiento de nuevo conocimiento científico incitó a grupos protestantes a desarrollar un interés en los aspectos físicos de las tierras bíblicas con la esperanza de probar la exactitud de la Biblia en un momento en el que estaba cada vez más en entredicho. Para ello, el arzobispo de York fundó Palestine Exploration Society (Fundación para la exploración de Palestina) en 1865 para estudiar esa tierra (en gran parte el Israel moderno de hoy) desde un punto de vista científico. La sociedad patrocinó a dos ingenieros militares para actuar como peritos y arqueólogos principales: Sir Charles Wilson y Sir Charles Warren pasaron un período considerable de tiempo, tanto en Jerusalén como en el territorio circundante, detallando la cartografía y registro de los datos de manera precisa, con resultados que todavía son apreciados hoy en día.

Debido al interés generado entre el público, la Sociedad fundó en 1869 la Palestine Exploration Quarterly (PEQ). El objetivo de la revista era esclarecer la Biblia, proporcionando a los interesados con información académica sobre los lugares bíblicos.

«La identificación de la Tumba del Jardín como la tumba de Jesús… refleja la psicología y la atmósfera de Jerusalén de finales del Siglo XIX, en lugar de nuevas pruebas―científica, textual o arqueológica».

Gabriel Barkay, «The Garden Tomb: Was Jesus Buried Here?» en Biblical Archaeology Review (marzo-abril 1986)

Allí, en un artículo de 1870, RF Hutchinson médico escocés escribió acerca de la naturaleza y la ubicación de la tumba de Cristo. En aquel entonces cuando fue escrito, la Iglesia del Santo Sepulcro, que era venerada por los católicos romanos y los cristianos ortodoxos orientales, era el único lugar tradicional de la crucifixión y entierro de Cristo. Los grupos protestantes no tenían un sitio alterno que pudieran llamarlo propio, sin embargo, insistían en que Cristo no podría haber muerto en donde la Iglesia del Santo Sepulcro estaba ahora, dentro de las muros de la ciudad y por lo tanto iba en contra de un pasaje del Nuevo Testamento que indican que la crucifixión tuvo lugar fuera de la ciudad. Sin embargo, eventualmente este argumento desapareció debido a que los arqueólogos determinaron que de hecho, el sitio estaba fuera de los muros de la ciudad del Siglo I.

Sin embargo Hutchinson señaló problemas adicionales a la luz de escrituras del Nuevo Testamento y sobre esa base desafió a los lectores a reconsiderar la enseñanza tradicional sobre el tema. Propuso, en cambio, que la ubicación debió haber sido en la ladera del Monte de los Olivos, al este de Jerusalén y el templo.

Tres años más tarde, armado con más evidencias, preparó otro artículo para la PEQ. Había analizado más detalladamente diferentes versículos narrados en el Nuevo Testamento relacionados con la crucifixión y entierro de Cristo, añadiendo así peso a su tesis. El artículo fue debidamente publicado, aunque no hay constancia en la revista de la respuesta a su propuesta.

Pasó más de una década sin que las ideas de Hutchinson obtuvieran mucha notoriedad. Luego, en 1884 el general británico Charles G. Gordon, tras haber pasado un año en Tierra Santa durante una pausa en su celebrada carrera militar, escribió Reflections on Palestine (Reflexiones sobre Palestina). En el argumenta que un afloramiento de roca parecido a un cráneo y una tumba cercana conocida como la Tumba del Jardín, descubierta hace algunos años a las afueras de la Puerta de Damasco, son los sitios verdaderos donde Jesucristo murió y fue enterrado. En si un héroe público en Gran Bretaña, Gordon gozó de una rápida acogida por esta alternativa protestante a la Iglesia del Santo Sepulcro. Subsecuentemente, a pesar de un intento más por Hutchinson (PEQ, 1893) en promover el sitio del Monte de los Olivos, su tesis fue relegada a los estantes de una polvorienta biblioteca.

RECONSIDERANDO LA TUMBA EQUIVOCADA

A pesar de la certeza de Gordon, se estableció desde entonces que la Tumba del Jardín fue labrada en la roca unos 700 años antes del tiempo de Jesús y, por eso solo no pudo haber sido la tumba nueva de José de Arimatea, «tumba que había hecho cavar en la roca» (Mateo 27:60, Versión Dios Habla Hoy), «donde todavía no habían sepultado a nadie» (Lucas 23:53). Sin embargo para el mundo protestante de finales del Siglo XIX, fue suficiente que ahora podrían compartir el mismo derecho en los lugares santos en relación con la muerte y resurrección de Jesucristo con la iglesia católica y otros cristianos ortodoxos.

¿Acertó pues alguno de los dos contendientes principales? Tome en cuenta que las dos aseveraciones están basadas en un total malentendido de algunos de los criterios y normas que prevalecían en Jerusalén en la época de Cristo; era uno de esos malentendidos que Hutchinson había tratado de sacar a la luz. Intrínseco en la selección de lugares tanto por la iglesia Católica Romana como en los ortodoxos y protestantes fue la falta de consideración de los factores que tienen implicaciones de largo alcance—evidencias tanto del Nuevo Testamento y fuentes judías no solo en cuanto a las prácticas del Siglo I, pero del templo en particular.

«Ahora estoy preparado con más razones para creer que nuestro Señor fue crucificado (y, necesariamente, enterrado) al este de la ciudad».

R.F. Hutchinson, «Further Notes on Our Lord’s Tomb», en Palestine Exploration Fund Quarterly statement (1873)

Aunque Hutchinson no se refirió abiertamente a fuentes judías al exponer sus ideas, este parece haber alcanzado un inesperado grado de armonía con ellos. Comenzó por tomar en cuenta la ubicación de los jardines en Jerusalén, basado en referencias históricas de los mismos en los últimos días de la vida de Cristo. Observó que el Getsemaní (Mateo 26:30, 36; Juan 18:1) y los jardines de los reyes David y Salomón estaban situados cerca del monte de los Olivos. También consideró las declaraciones sobre la muerte de Jesús en el último capítulo de la epístola a los Hebreos: «Pues el sumo sacerdote lleva la sangre de los animales al santuario, como ofrenda para quitar el pecado, pero los cuerpos de esos animales se queman fuera del campamento. Así también, Jesús sufrió la muerte fuera de la ciudad, para consagrar al pueblo por medio de su propia sangre» (Hebreos 13:11-12, énfasis añadido). Estas escrituras son muy importantes para comprender la muerte de Jesús.

El autor de la epístola a los Hebreos construyó gran parte de su mensaje a la Iglesia en torno al sacrificio de Jesucristo en relación con un festival en particular en el calendario judío, Yom Kippur, o como se le conoce en la mayoría de las Biblias en español, el Día de Expiación.

Este día era rico en rituales, con el sumo sacerdote oficiando en eventos exclusivos en particular a ese día santo anual. Yom Kippur era el único día en que el sumo sacerdote entraba a la parte más profunda del santuario del templo, el lugar Santísimo, llevándose con él la sangre de los sacrificios que él había supervisado al principio del día. Los eventos en el templo culminaban con la expulsión de la cabra Azazel―comúnmente conocida como «el chivo expiatorio», pero mejor traducido del hebreo como «la cabra que fue llevada», llevada al desierto. El resto de los cadáveres de los sacrificios por el pecado de aquel día tenían que ser llevados afuera del recinto del templo a otro altar, en donde eran quemados (basado en las instrucciones dadas en Levítico 16:27-28).

BUSCANDO EN UN TOMO ANTIGUO

En nuestra era de la información es difícil de comprender A una sociedad en la cual el conocimiento se ha conservado en gran medida en formato oral, sin embargo fue el caso en la Judea de la época de Cristo. La Mishná es una colección extensa de las normas y reglamentos de la ley judía compilados en el segundo siglo de las tradiciones orales que han sido transmitidas de una generación a otra durante cientos de años. A veces se le conoce como la Ley Oral.

En una de las secciones de la Mishná se trata con el templo y sus funciones, y también se refiere a un altar en el Monte de los Olivos. Este es el altar que tenía que estar «fuera del campamento», en un lugar limpio y alejado de la zona donde estaba el templo y de donde vivía la gente. El principio de las instrucciones relacionadas a este altar data del periodo de los de 40 años, cuando los antiguos israelitas vagaron por el desierto, desplazando campamento de un lugar a otro, incluyendo el tabernáculo portátil, el precursor del primer templo―de un lugar a otro (Levítico 4:12; Números 19:1-7). Las especificaciones de este altar fueron adaptadas más tarde para el templo de Jerusalén, de acuerdo con las instrucciones dadas en Ezequiel 43:21.

El altar en el Monte de los Olivos, mencionado en la Mishná, fue para la vaquilla de pelo rojo como ofrenda―ofrenda compleja para la purificación― así como para quemar los cadáveres de los sacrificios por el pecado, incluyendo los ofrecidos en el Día de la Expiación. Ese altar estaba directamente alineado con la entrada del templo, para que el sumo sacerdote tuviera contacto visual con los sacerdotes en el altar: «El sacerdote que quema la vaquilla roja está encima del Monte de los Olivos y apunta su dirección mirando directamente a la puerta del heikhal [el templo]», donde está el sumo sacerdote durante la ceremonia del sacrificio (m. Middot 2:4). Es a este altar «fuera del campamento» que la epístola a los Hebreos se refiere. El Mishná también registra que el Monte del Templo estaba conectado con el lugar de ofrenda por medio de un viaducto, a través del cual los sacerdotes podían tomar las ofrendas como la vaquilla roja para evitar que se transmitiera toda impureza a los participantes: «Y harán una calzada desde el Monte del Templo al Monte de los Olivos, … En el que el sacerdote que queme la vaquilla, y la vaquilla, además de todos aquellos que ayudaron salgan al Monte de los Olivos» (m. Pará 3:6).

Cabe señalar que hasta la fecha no existen pruebas arqueológicas que hayan identificado este viaducto. Sin embargo, con o sin este viaducto, esto refuerza las declaraciones citadas en el último capítulo de Hebreos, que hablan de la crucifixión de Jesús en términos de las ofrendas. El autor de la epístola escribió antes de la destrucción del templo en el año 70 d.C. y habría tenido conocimiento de primera mano de ese altar, al igual que los que recibieron esta carta. Por el contrario, los que eventualmente declararon que la crucifixión y entierro de Jesucristo ocurrió en donde la Iglesia del Santo Sepulcro se encuentra actualmente podría depender de nada más confiable que la palabra de los judíos no residentes de Jerusalén casi tres siglos más tarde (véase «Afirmaciones Infundadas»).

LOS SITIOS TRADICIONALES EN EL OLVIDO

Para determinar la ubicación de la muerte y entierro de Jesús, es vital considerar la tradición judía y los escritos de la Mishná. Sin ello, probablemente no podríamos saber, por ejemplo, que las prácticas de entierro judías en el Siglo I eran muy específicas con respecto a la ubicación de las tumbas.

Esto se ve confirmado por la asignación de tumbas cavadas en rocas en la zona, como la utilizada para el cuerpo de Jesús. Muchas tumbas del siglo primero han sido examinadas en las últimas décadas, estas forman un arco que corre desde Sanhedria hacia el norte de Jerusalén, a través del Valle del Cedrón a lo largo de las laderas del Monte de los Olivos en el este, y termina al sur donde Aceldama, el «campo de sangre» (ver Mateo 27:3-10), situado en el Valle de Hinón. Unas cuantas tumbas, como las relacionadas con la familia de Herodes, se encuentran al oeste de la ciudad. La idea de enterrar a los muertos dentro de la ciudad o en una iglesia o camposanto (como se convirtió en hábito épocas después) era contraria a las normas que rigen el templo y su funcionamiento. Con el fin de no comprometer la pureza del templo, todas las tumbas tenían que estar ubicadas fuera de los muros de la ciudad tal como estaban en esa época.

Una vez más, la base de esto radica en las Escrituras Hebreas. Reglamentos establecidos para el tabernáculo en el desierto definen un área específica «fuera del campamento» para el entierro y la quema de restos de sacrificios.

La Mishná alude a esta zona demarcada y establece un radio de 2.000 codos (alrededor de 3000 pies o poco más de 900 metros) de un atrio en Jerusalén conocido como el Yazeq Bet (m. Rosh Hashaná 2:5). Este pasaje se refiere específicamente a las personas que acudían al templo para informar de avistamientos de la luna nueva, que era crítico para la observación de ciertos días santos. La ley ceremonial requería pureza ritual de cualquiera que observara los días santos, e incluía el permanecer bastante lejos del cuerpo de los muertos por un período de tiempo determinado con antelación. A menudo los testigos eran tan numerosos que tenían que esperar su turno fuera del Yazeq Bet. Consecuentemente, la Mishná estableció una zona de espera que se garantizaba estar libre de tumbas. Las excavaciones arqueológicas en Jerusalén apoyan el hecho de que las ejecuciones y entierros normalmente se llevarían a cabo fuera de esta área. Bien sabido es que todas las tumbas del Siglo I no solamente estaban fuera de los muros de la ciudad, sino bastante más de los especificados 2000 codos de distancia especificada del templo (de acuerdo a la topografía del terreno), reforzando así el concepto de espacio sagrado que se aplicaba a la ciudad y la templo. Teniendo en cuenta las exigencias de la pureza debido a los días santos, es muy poco probable que esas disposiciones hayan sido un alarde.

«Muchos de los lugares santos “tradicionales” del cristianismo… tiene poco o no exigen autenticidad».

Joan E. Taylor, «The Garden of Gethsemane: Not the Place of Jesus’ Arrest»

Con esto llegamos al tema que nos ocupa. En base a estas estipulaciones, ni la Iglesia del Santo Sepulcro, ni la Tumba del Jardín de Gordon podrían haber sido el lugar de entierro de Jesucristo. Ambos sitios, aunque fuera de los muros de la ciudad, habrían estado demasiado cerca del templo. Las tumbas que bordean las laderas del Valle del Cedrón por debajo del Monte del Templo hoy día son los sitios entierros ulteriores. Por el contrario, monumentos bien conocidos en la base del Valle del Cedrón fueron establecieron en épocas muy anteriores; su contenido, si a caso, probablemente fueron enterrados en otros lugares. En todo caso, ningún lugar popularmente identificado como el lugar de la muerte y entierro de Jesucristo fueron establecidos sin consideración alguna a la costumbre judía o reglamentos del día. De hecho, historiadores de la Iglesia hasta la fecha han desestimado la literatura judía como no teniendo nada que ofrecer sobre el tema.

Sin embargo, a diferencia de muchos de los teólogos de hoy, Hutchinson, sin escepticismo, procedió basado en la lectura de los Evangelios como la descripción acertada de la vida de Jesucristo. Él y otros como él se involucraron con la Tierra Santa para probar equivocado al escéptico. Para Hutchinson, la ubicación del Gólgota en las laderas del Monte de los Olivos proporcionó una maravillosa armonía de todas las declaraciones sobre el lugar y el evento de la crucifixión de Cristo, que ningún otro lugar puede ofrecer.

Si vamos un paso más allá y combinamos los puntos Hutchinson con la información obtenida de fuentes judías, nos encontramos con que el Monte de los Olivos se ajusta claramente a diversos requerimientos espaciales establecidas por las narraciones escriturales:

  1. Estaba cerca de un acceso público a la ciudad: el camino de Jericó llegaba más allá de Betania para entrar al este de la ciudad. La proximidad a una carretera importante está implícito en la referencia evangélica a Simón de Cirene, «que venía del campo» y se vio obligado a unirse a ellos en su camino hacia «el lugar que se llama la Calavera, [donde] lo crucificaron» (Lucas 23:26, 33). Además, se implica el hecho de que los transeúntes varias veces se burlaron y ridiculizaron a Jesús cuando estaba colgado en la cruz (Mateo 27:39; Marcos 15:29).
  2. El Monte de los Olivos se encontraba en las proximidades de los jardines, la satisfaciendo la declaración en Juan 19:41.
  3. La ladera de la montaña, obviamente, podría ser vista por los observadores «de lejos» (Mateo 27:55, Marcos 15:40 y Lucas 23:49). La referencia de Juan (Juan 19:25-26) a algunos de los mismos observadores que probablemente que recuerda en un punto al final del día, cuando un número de mujeres que fueron al mismo lugar de la crucifixión.
  4. La montaña también habría sido claramente visible para los sacerdotes y líderes que no quería ser manchados, o contaminados, al dejar el recinto del templo o de la zona del altar en el Monte de los Olivos justo antes de la celebración de la Pascua anual; se registra que estaban lo suficientemente cerca como para ver y burlarse de él mientras se moría (Juan 18:28, Mateo 27:41-43, Marcos 15:31-32).
  5. Un sitio para crucifixión en el Monte de los Olivos tiene sentido de acuerdo a la cuenta de Mateo de un centurión que estaba «custodiando a Jesús», aun así, quien al parecer también podía ver la gran cortina a la entrada del templo rasgada en dos, inmediatamente después de la muerte de Jesús (Mateo 27:50-54).
  6. La crucifixión en el monte armoniza con la epístola a los Hebreos y la asociación de la muerte de Cristo con el altar de la purificación ubicado en el Monte de los Olivos (Hebreos 13:11-12; m. La crucifixión en el monte armoniza con la epístola a los Hebreos y la asociación de la muerte de Cristo con el altar de la purificación ubicado en el Monte de los Olivos (Hebreos 13:11-12; m. Middot 2:4).

Si Hutchinson sólo hubiera sabido que dentro del judaísmo existía un conjunto de datos más grande para respaldar su presentación, podríamos hoy presenciar un escenario muy diferente en Jerusalén con respecto a los llamados lugares santos. También podríamos ver un nivel más grande de respeto por las fuentes judías que por mucho tiempo han sido olvidadas.

Quizás, con esto en mente necesitamos regresar al enfoque no escéptico de Hutchinson. A pesar de siglos de interés creado en los sitios, hoy en día, utilizando no sólo el registro del Nuevo Testamento, sino también haciendo uso de las fuentes judías, tendríamos mejor entendimiento de las circunstancias y el lugar de la muerte de Jesucristo―y mucho más, aun.