La Personalidad y El Caracter

La Psicología lucha por entender qué causa de las personas lo que son. Identificar la causa, por ejemplo, de los extremos dentro de la disposición social podría abrir las puertas para muchas personas que están atrapadas por sus propios rasgos de personalidad.

¿Pero qué no es la personalidad simplemente un producto de la genética al azar, o una estructura de condiciones ambientales únicas? En cualquier caso, ¿qué influencia podemos ejercer sobre nuestra propia personalidad? Como es de esperar, la Biblia ofrece respuestas alentadoras.

La belleza de la creación de Dios se expresa en la diversidad. Esto es también verdad de nuestras personalidades. La personalidad es la suma de las cualidades que nos distinguen como individuos, y que afecta en cómo nos relacionamos con los demás. Todos somos diferentes debido a la composición genética y el condicionamiento cultural. Muchas características se combinan para formar nuestra personalidad.

Verdad es, por supuesto, que los seres humanos pueden estar sujetos a fuerzas que actúan en el mundo que les rodea. El apóstol Pablo claramente identifica a la mente natural de ser «hostil a Dios, porque no se sujetan a la ley de Dios, ni tampoco pueden» (Romanos 8:7, RVC). La mente humana se da al «odio, enemistades, celos, iras, contiendas, ambiciones egocéntricas, disensiones, herejías, envidias, homicidios, borracheras, orgías, y cosas semejantes a éstas»(Gálatas 5:20–21). Estos problemas proceden del interior y son una carga para los que estamos en el mundo en general.

Sin embargo, Dios no acepta esta expresión «natural» de la mente humana como algo permanente e inalterable. Nuevamente, Pablo señala la necesidad de la mente por cambiar: «Y no adopten las costumbres de este mundo, sino transfórmense por medio de la renovación de su mente, para que comprueben cuál es la voluntad de Dios, lo que es bueno, agradable y perfecto» (Romanos 12:2). Podemos cambiar. A caso ¿tendrá esto algo que ver con la personalidad?

Cuando interactuamos con las demás personas se nos instruye que nos comportemos no de acuerdo a nuestra mente natural, sino de acuerdo a la ley de amor de Dios. Nos instruyó Cristo, «Que se amen unos a otros. Así como yo los he amado. … En esto conocerán que todos que ustedes son mis discípulos, si se aman unos a otros» (Juan 13:34–35). Sin embargo, esto es cuestión de carácter más que de personalidad.

Por otro lado, la personalidad no se puede desprender del carácter, así que este afecta en cómo nos relacionamos con el mundo y las demás personas. Esto implica saber el bien y el mal junto con el libre albedrio de escoger hacer el bien. La Biblia define que es el bien—la ley moral de Dios; así que, escogiendo el bien de manera consistente (ejercitando un carácter justo) puede y templará nuestra personalidad al transformar la mente, como lo indicó Pablo. Las personas que tienen amor por los demás prefieren no vivir aisladas ni tampoco ser el centro de atracción.

El profeta Oseas ustiliza un término hebreo que demuestra claramente la necesidad de armonizar nuestros atributos personales: Daath elohim expresa el tipo de relación que Dios quiere con su pueblo (Oseas 6:6). Aunque el término se traduce en español como «el conocimiento de Dios», esto significa algo mucho más profundo que un simple conocimiento. Dios quiere que su pueblo le ame con todo su corazón—con todo su ser. Daath comprende la actitud interior, la persona en su totalidad. También puede ser traducida como «simpatía» y transmite la idea de sentirse como se siente Dios. Si nos sentimos como Dios siente, quiere decir que un reajuste de nuestros atributos personales debe tener lugar. Cambiará quien somos—como accionamos y como nos relacionamos con los demás. El rey Salomón declaró que el «fin de todo el discurso» (el propósito de la vida) el todo del hombre es «temer a Dios y guardar sus mandamientos» (Eclesiastés 12:13). Obviamente, para alcanzar este objetivo nuestros pensamientos y acciones naturales tendrán que ser modificados. Podemos realinearlos de acuerdo con la ley y el carácter de Dios.