Una Nueva Tierra

Los seres humanos hemos llegado a dominar el planeta como ninguna otra especie lo hace; sin embargo, con todo y nuestro conocimiento tecnológico, ahora estamos obstaculizando a la misma naturaleza. ¿Cuánto tiempo más podremos continuar dando por hecho este mundo… y nuestro lugar en él?

Algo muy poco común ha ocurrido aquí en la Tierra. No solamente existe la vida —una cornucopia de vida aún no determinada y probablemente por siempre incalculable, desde las bacterias y algas hasta las secuoyas y ballenas—, sino que también existe vida que sabe que está viva. Este planeta único es el hogar de un ser consciente con la audacia de llamarse sabio: Homo sapiens. En efecto, si podemos pensar en algo, entonces con el tiempo podremos llevarlo a cabo, aunque algunas veces encontramos que después de «Podemos hacer esto» está la preocupación de «¿Qué hemos hecho?»

En nuestra sabiduría, hemos soñado y creado, construido e innovado utilizando nuestra mente voluntariosa en lugar del instinto animal, y esto nos ha convertido en una especie de fuerza geológica. Lamentablemente, este fenómeno ahora nos ha llevado a una aparente colisión con el mismo planeta. Ahora somos capaces de interferir a tal grado con los cuadrantes de la Nave Espacial Tierra (como la llamó el visionario del siglo XX Buckminster Fuller) que estamos amenazando nuestro propio medio de vida. Algunos escenarios del fin de los tiempos reflejan la peor consecuencia del invento humano: una guerra nuclear o biológica que conduce a la aniquilación biológica, pero tal desastre sería un horror premeditado más que un error tecnológico. Estamos aprendiendo que existen otros caminos hacia el «especiecidio»; incluso las innovaciones tecnológicas aparentemente benignas a menudo están entrelazadas con consecuencias no planeadas.

Aunque hay un acuerdo cada vez mayor en cuanto a que existen muchas formas de acabar con la civilización (el cambio climático, la escasez de agua, la crisis energética, la destrucción del hábitat, la extinción de especies), algunos científicos están intrigados con la creciente posibilidad de descubrir formas de hacer girar nuevamente los cuadrantes y restaurar la homeostasis planetaria.

«Piense en esto. Hemos sido bendecidos con tecnología que hubiera sido indescriptible para nuestros ancestros. Tenemos los recursos y el conocimiento para alimentar a todos, vestir a todos y dar a cada persona en la Tierra una oportunidad. Ahora sabemos lo que nunca antes hubiéramos podido saber, que ahora existe la posibilidad de que toda la humanidad viva dignamente en este planeta. Ya sea Utopía o Inconsciencia, será una carrera de relevos con un resultado incierto hasta el último momento».

R. Buckminster Fuller, 1980

¿Será que, a través de la llamada geoingeniería, lograremos improvisar la tecnología necesaria para ayudarnos a evitar el desastre? Alan Robock, director adjunto del Centro de Predicción del Medio Ambiente de la Universidad Rutgers, señala que, por ejemplo, el problema del calentamiento global es geopolítico más que geotécnico. Necesitamos reconsiderar nuestras acciones, no inventar nuevas formas de diseñar al planeta. «Los científicos tal vez nunca tengan la confianza suficiente en que sus teorías podrán predecir cuán bien funcionan los sistemas de geoingeniería. Con tanto por arriesgar, hay razones para preocuparnos por lo que no sabemos». Robock concluye diciendo: «Si el calentamiento global es un problema político más que un problema técnico, entonces no necesitamos de la geoingeniería para resolverlo».

Mientras que los gobiernos siguen estancados respecto al consenso sobre qué hacer con tantas actividades que continúan amenazando la sustentabilidad de la civilización y la salud biológica del planeta, otros científicos no buscan una nueva Tierra aquí abajo, sino allá arriba. Pasando por alto —literalmente— el lado negativo de nuestra tecnología, herramientas científicas más enfocadas al exterior han mejorado nuestra habilidad para explorar nuestros vecinos planetarios y otros sistemas solares en busca de evidencia de vida. Frank Drake, profesor emérito de astronomía y astrofísica de la Universidad de California–Santa Cruz, predijo hace aproximadamente 50 años que pronto descubriríamos muchas Tierras y un universo lleno de ideas útiles para resolver nuestras dificultades terrestres.

En Is Anyone Out There? The Scientific Search for Extraterrestrial Intelligence [¿Hay Alguien Allá Fuera? La Búsqueda Científica de Inteligencia Extraterrestre] escribió: «Afirmo... que existen aproximadamente diez mil civilizaciones extraterrestres avanzadas solamente en nuestra Vía Láctea, y creo que lo que tienen que decirnos es de suprema importancia». Aunque el programa de Búsqueda de Inteligencia Extraterrestre (o SETI, por sus siglas en inglés) de Drake hasta hoy sólo ha arrojado agujeros negros en el cielo, el potencial de contacto desde el exterior sigue siendo matemáticamente posible. ¿Será que este favorable hallazgo nos ayude a cruzar el puente sobre el vacío en nuestra naturaleza que nos impide hacer realidad nuestros sueños del Jardín del Edén? O, en una observación menos optimista, ¿pudiera ser que el descubrimiento de vida en otro lugar nos conduzca a la trágica conclusión de que la vida en la Tierra no es realmente tan valiosa después de todo?

MUNDOS EN COLISIÓN

El ser humano siempre ha sido escéptico con respecto a su potencial para afectar el medio ambiente. Cuando chocábamos con él —por ejemplo, al hacer a un lado a la naturaleza para plantar un cultivo o al combatir a un gran depredador—, estábamos a su merced. La naturaleza siempre se recuperaba. Sucesivamente regresaba a donde estaba sin importar cómo la dejáramos. Por milenios, el medio ambiente ha sido nuestro enemigo, el oponente del que extraemos nuestro sustento mediante nuestro sudor y trabajo arduo. Aunque esto sigue siendo una realidad para la mayoría de nosotros, los miles de millones que vivimos con constante sed y hambre, y que continuamos sujetos a los caprichos de la naturaleza y a la veleidosa mano del prójimo, el nivel de comodidad de que disfruta la minoría parece ciertamente una esfera completamente aparte, una especie de mundo fuera del planeta que algunas veces vemos en una película de ciencia ficción. Así, cuando el antiguo autor del Génesis escribió que la humanidad tendría dominio sobre el planeta, varios observadores deben haberse sorprendido. ¿Cómo es posible que el frágil hombre pueda alguna vez doblegar a la naturaleza?

Los incrédulos modernos continúan haciendo eco de ese sentimiento, pero un rápido repaso mental del mundo natural muestra que solamente nos falta conquistar la amenaza de los microbios y nuestros propios conflictos internos. El resto de los seres vivos continúan prosperando o pereciendo por nuestra causa. La maravilla de Google Earth ha hecho posible que cualquier persona con una conexión a Internet vea que nuestro mundo fabricado por el hombre rebasa cada vez más los límites del mundo natural.

Eso no quiere decir, como hacen notar los populares programas de radio y televisión, que si la humanidad desapareciera de pronto, las fuerzas naturales no terminarían por consumir y reducir a polvo todo lo que hemos construido. Ciertamente, sin un constante mantenimiento de nuestra parte, toda evidencia del hombre desaparecería luego del tiempo suficiente; sin embargo, desde el lecho marino hasta la atmósfera superior, el planeta entero ha sido tocado por la actividad humana. No necesitamos ver más allá de nuestro propio cuerpo para validar esta realidad en el microcosmos: llevamos dentro de nosotros la firma isotópica de la alteración del planeta causada por el ser humano. El residuo nuclear de las pruebas atómicas realizadas en la superficie terrestre en las décadas de los años cincuenta y sesenta, así como el accidente de Chernobyl a finales de los ochenta, se encuentra adherido en todos nosotros, excepto en los más jóvenes. Si eso no es lo suficientemente extraño, considere nuestra dieta como otra fuente de cambio atómico. Las plantas de maíz tienen preferencia por un tipo de isótopo de carbono durante la fotosíntesis. Nuestra cadena alimenticia dominada por el maíz también ha creado una señal atómica dentro de nosotros. Irónicamente, ya no necesitamos esperar en la playa para que el viento nos traiga una dosis atómica desde la lejanía; nosotros la tomamos automáticamente de la tienda de abarrotes.

¿Todo esto es malo? ¿Tales alteraciones tienen importancia? La respuesta es incierta y los posibles retrocesos que se escuchan dependen principalmente de la persona que tiene las dudas. Éstos son meros ejemplos menos obvios de nuestra huella global. Para algunos, reflejan un logro increíble, un signo de inteligencia, si no es que de sabiduría; para otros, son evidencia de nuestro orgullo desmedido. Como quiera que sea, señala la necesidad de hacernos más conscientes de nuestro lugar integrado en el sistema global. Ya sea que creamos que la afirmación del Génesis fue una profecía, una promesa o una broma, aparentemente se ha cumplido, y aun así, tener el dominio conlleva algo más que simplemente tomar el control.

SENTANDO CABEZA

Los insectos y los seres humanos somos actualmente los macroorganismos dominantes de la Tierra. El sociobiólogo y entusiasta especialista en hormigas E. O. Wilson ha calculado que la masa de hormigas y personas en la Tierra es aproximadamente la misma —un cálculo «a ojo de buen cubero», dice—. Al observar los intrincados papeles que estas pequeñas criaturas, junto con todos los demás insectos, desempeñan en los servicios de la biósfera, el entomólogo de Harvard considera que son los diminutos engranajes que mantienen en movimiento los procesos que sustentan la vida. Él las llama «las cositas que rigen al mundo». Por otro lado, de acuerdo con Wilson, los seres humanos somos las grandes cosas que parecen bloquear el camino para que el mundo funcione. «La humanidad tiene que sentar cabeza», dice, «antes de que destruya al planeta».

Pero ¿sentar cabeza en qué aspecto? ¿Debemos retroceder para avanzar o simplemente necesitamos tener una mejor idea de lo que significa avance? (Consulte nuestra entrevista con Paul Ehrlich, titulada «Y luego, ¿qué?»). Lo que hemos construido hasta ahora es una especie de supernaturaleza, un mundo dentro de otro mundo construido encima de la misma naturaleza.

No obstante, nuestro creciente entendimiento de los complejos sistemas de funcionamiento del planeta revela que ésta no es una situación duradera. Nos hemos engañado con un falso sentido de independencia planetaria. Más que los insectos (incluso los molestos o peligrosos), que son parte integral de la estructura regulatoria de la biósfera, somos más bien como parásitos planetarios; obtenemos todo lo que nos mantiene de nuestro alrededor y no aportamos nada. Somos las únicas criaturas que no tenemos ningún componente de valor agregado ecológico. Puede ser una aseveración algo fuerte y extraña, pero debería forzarnos a analizar detenidamente por qué siquiera estamos aquí. ¿Jugamos algún papel? ¿Somos el error más grande de la naturaleza u otra equivocación evolucionista temporal como los trilobites o los dinosaurios? ¿O somos la más grande creación de Dios que de alguna forma ha perdido su camino?

«El universo fue hecho a propósito… En la estructura del espacio y en la naturaleza de la materia, como en una gran obra de arte, existe, con letras pequeñas, la firma del artista. Vigilando a los humanos, a los dioses y a los demonios… hay una inteligencia que antedata al universo».

Carl Sagan, Contacto (1985)

Nuevamente, somos las raras criaturas pensantes quienes tenemos tales dudas, pero como otros seres físicos, también estamos totalmente integrados a los servicios ecológicos de la biósfera. El abuso del término punto de inflexión ha diluido la realidad de que todos los sistemas existen en un equilibrio de interrelación. ¿Podemos afectar tanto los sistemas naturales que ya no puedan soportar más nuestras cifras en crecimiento?

La población humana se ha más que triplicado en los últimos 80 años, de 2 mil millones en 1928 a casi 7 mil millones hoy en día. Es una cifra sorprendente; imagínela como más de 2 millones de personas por palabra en este artículo. No es de sorprender que para los octogenarios el mundo parezca un lugar más poblado y ajetreado. No es sólo el hecho de que las noticias viajan más rápido; realmente hay más noticias acerca de más gente haciendo más cosas en formas más grandes que nunca antes. Ante esta realidad, el químico Paul Crutzen escribió que debemos estar de acuerdo en que «desarrollar una estrategia mundialmente aceptada que conlleve a la sustentabilidad de los ecosistemas pese al impacto humano será una de las mayores tareas de la humanidad en el futuro».

De manera informal en el año 2000, y luego formalmente en 2002, en un breve artículo en la revista Nature, Crutzen acuñó el término antropoceno para describir nuestro impacto en el mundo en general. Había comenzado una nueva era en la historia terrestre, sugirió; la época del Holoceno de la era postglacial de los últimos 10,000 años nos había dado paso a nosotros y a nuestros hábitos que alteran nuestra biósfera. Desde este punto de vista, primero lanzó el concepto de geoingeniería como un medio para mejorar las consecuencias involuntarias de nuestro cambio en el contenido de dióxido de carbono de la atmósfera. Si nosotros ocasionamos el problema, tal vez podamos arreglarlo.

UN PARCHE EN LOS SISTEMAS

Utilizada hace décadas como un posible medio para restablecer la habitabilidad en Marte, la geoingeniería simplemente pretende modificar la naturaleza para fines humanos. En cuanto a Marte, se sugirió que encontráramos una manera de hacer más densa su atmósfera para crear un mayor efecto invernadero; Marte es demasiado frío como para mantener el agua en estado líquido, la cual es necesaria para la vida. En la Tierra, la geoingeniería incluye el diseño y la construcción de presas, diques, rompeolas y cualquier estructura grande que altere el curso de la naturaleza de una determinada forma. Aumentar el dióxido de carbono mediante la combustión no era con la intención de tener un efecto global; si éste ha sido en realidad el efecto, entonces readaptar la atmósfera para compensarlo es un gran reto, pero, una vez más, si lo pensamos, podemos hacerlo. ¿Es éste, entonces, el camino a seguir?

«Darnos cuenta de que los esfuerzos realizados para mitigar los efectos del cambio climático inducido por los seres humanos resultan del todo inefectivos ha motivado el resurgimiento del interés en la geoingeniería», explicó Tim Lenton de la Facultad de Ciencias Medioambientales de la Universidad de Anglia del Este. Su documento, «The Radiative Forcing Potential of Different Climate Geo-engineering Options» («El Potencial de Forzamiento Radiativo de las Diferentes Opciones de Geoingeniería Climática»), examina los diferentes medios propuestos para estabilizar el cambio climático. Éstos incluyen la fertilización de los nutrientes de los océanos, la siembra de nubes, parasoles en el espacio, inyecciones de aerosoles en la estratósfera y tuberías oceánicas (para inyectar vapor de agua hacia la superficie del océano). «Las inyecciones de aerosoles en la estratósfera y los parasoles en el espacio tienen, por mucho, el mayor potencial para enfriar el clima para el año 2050», explica Lenton, y después concluye cautelosamente, «pero también conllevan el mayor riesgo».

La sugerencia inicial de Crutzen de dicho plan es sorprendente, dada su experiencia atmosférica. Recibió el Premio Nóbel en Química en 1995 por su labor relacionada con el ozono en la estratósfera y el impacto de los clorofluorocarbonos (CFC) en su estabilidad. Los CFC se emplearon durante 50 años como refrigerantes, pero, de acuerdo con el trabajo de Crutzen y otros científicos que demostraron su capacidad para degradar el ozono, su uso se redujo progresivamente después de una prohibición mundial en 1990.

«Ningún adulto puede evitar afectar activamente lo que sucede en su vida personal si decide hacerlo, pero ahora las opciones son mucho más complejas que simplemente elegir no tener una familia grande».

Paul Ehrlich, The End Of Affluence: A Blueprint For Your Future (1974)

La capa de ozono y las interacciones químicas dentro de la atmósfera superior o «ignorósfera», como Crutzen la denominó en su discurso al recibir el premio Nóbel, son otro detalle poco apreciado en los trabajos del planeta. Poder afectar su estructura, percatarse de las consecuencias y realizar cambios en nuestra industria química antes de provocar daños irreversibles fue un golpe de suerte. Crutzen explicó: «Al darme cuenta de que antes de 1974 nadie había pensado en las consecuencias atmosféricas de la liberación de Cl [Cloro] o Br [Bromo, un elemento aún más dañino para el ozono], sólo puedo concluir que la humanidad ha tenido muchísima suerte».

ABUNDANCIA DE PLANETAS

La degradación de Plutón en 2006 (ahora es un «plutoide») redujo el conteo de nuestro sistema solar de nueve a ocho planetas. Aunque muchos se reunieron en defensa de Plutón, no hubo necesidad de preocuparnos de que de algún modo nos hubiéramos quedado un poco más solos. Las investigaciones telescópicas que observan más allá de nuestro sistema solar han identificado más de 300 planetas adicionales, y la lista se extiende continuamente. Nuestra Vía Láctea está compuesta por miles de millones de estrellas y probablemente contiene muchos miles de millones de planetas. Y hay miles de millones de otras Vías Lácteas. Según especula la Ecuación de Drake, parece haber muchos planetas «de repuesto». ¿Será posible, como prometen las películas, que simplemente tengamos que mudarnos a otro si arruinamos éste? ¡Cuánta suerte tendríamos!

Aunque las cifras de posibles planetas son incontables, la duda sobre la habitabilidad parece enorme. La mayoría de los planetas extrasolares hasta ahora descubiertos tienen características más parecidas a las de Júpiter (masivo y gaseoso) y orbitan cerca de su estrella huésped (consulte «Otro, Otro Mundo Más» para una actualización sobre un descubrimiento reciente). Pronto estarán en servicio medios de detección más sensibles y harán posible que se descubran más fácilmente planetas similares a la Tierra en cuanto a tamaño. El observatorio del satélite Kepler, lanzado en 2009, en combinación con el reacondicionado Telescopio Espacial Hubble y diversos instrumentos en tierra, prometen revelar muchos nuevos mundos, pero la existencia de planetas, incluyendo planetas rocosos como la Tierra cercanos a estrellas similares al sol, no es suficiente para que exista vida.

Incluso lo que los astrónomos llaman la zona habitable alrededor de una estrella incluye planetas inhabitables, como lo muestra nuestro sistema solar. La Tierra, Venus y Marte están todos dentro de la zona habitable, pero factores distintos a la distancia del sol controlan la temperatura de un planeta y, por lo tanto, su habitabilidad. La estructura de la atmósfera de un planeta es clave para controlar la temperatura de su superficie. Si fuéramos más cálidos, como Venus, toda nuestra agua se evaporaría; si fuéramos más fríos, como Marte, nuestra agua se encapsularía como hielo, como sucede ahí.

Es sólo bajo las circunstancias menos comunes y más a través de los traspiés de la investigación científica que mediante el avance decidido del conocimiento que nos hemos vuelto conscientes de esos detalles. La ignorósfera de Crutzen puede ser más descriptiva de lo que él pudo haber imaginado; tendemos a ignorar casi todo a nuestro alrededor hasta que surge una repentina necesidad por saber.

Estamos inmersos en una clase de inconsciencia cósmica y ecológica; el mundo infinito de la mente y la imaginación anclada de manera gravitacional a una pequeña roca en una diminuta estación remota en la inmensidad del espacio. Cuando soñamos con vida extraterrestre, a menudo lo hacemos considerando poco el intrincado tejido de los detalles (las hormigas, el ozono, el sol, los átomos) que juntos hacen posible la vida en la Tierra. La dificultad para encontrar vida extraterrestre ilustra bien nuestra necesidad de reevaluar nuestro comportamiento como la especie dominante. Aceptar las características únicas que hacen posible la vida aquí en la Tierra, en contraste con todos los demás lugares que hemos observado, puede motivarnos a dejar de ignorar o minimizar nuestro impacto, o simplemente a preocuparnos más por él. Más aún, comprender nuestro lugar en el universo puede inspirar nuestro cambio intencionado hacia una ética de responsabilidad y cooperación, y alejarnos de la explotación inconsciente y la competencia que conduce al consumo para su propio beneficio, como si de algún modo apoyara el mayor bien.

UNA ERA DE RESPONSABILIDAD

En los últimos 50 años hemos llegado a comprender bien las cualidades únicas de la Tierra que hacen posible aquí la vida y, hasta donde sabemos, en ningún otro lugar. Esto ha surgido no sólo de la investigación en la Tierra, sino también a través de la exploración de nuestros vecinos en el sistema solar. Hemos caminado sobre la superficie de la luna, nuestro vecino extraterrestre más cercano, y enviamos vehículos robóticos a Marte y Venus. Hemos colocado sondas en las nubes de Júpiter y de Titán, la luna más grande del misterioso Saturno. Hemos sido testigos del impacto de un cometa en Júpiter y hemos recolectado meteoritos marcianos en la Antártida. Mientras tanto, nuestros ojos, ayudados por el telescopio, exploran continuamente la profundidad de los cielos en busca de otros mundos parecidos a la Tierra, pero, hasta ahora, sólo estamos nosotros (y nuestra camarilla de varios millones de otras especies que habitan esta nave espacial).

Nuestro conocimiento del planeta físico nos ha brindado acceso a sus recursos en formas no disponibles para ninguna otra especie. Aunque un pájaro puede adaptar una ramita para construir un nido o una araña puede torcer una hoja para el mismo fin, solamente nosotros tenemos la capacidad intencionada de moldear el planeta para hacer realidad nuestros deseos, pero, al hacerlo, hemos tomado el control no sólo de nuestro destino, sino también el de nuestros conciudadanos terrícolas.

Nuestra comprensión del planeta y nuestra interacción con él han revelado que no somos simples pasajeros. Somos, como todos los seres vivientes, participantes de los sistemas que sustentan la vida. Nuestra astronave atiende nuestras necesidades, siempre reciclando, recargando y renovando aquello que la vida requiere. La biósfera es un todo integrado, una sinergia de unidades vivas y no vivas que se sostienen solas. Fácilmente pasamos por alto el hecho de que cada molécula de oxígeno que respiramos ha avanzado por el ciclo a través de una planta o que cada onza de agua fresca que bebemos alguna vez fue parte del mar; y a menos que debamos depender del agua embotellada o de un pozo que nosotros mismos debamos bombear físicamente, todo esto viene muy poco a nuestra mente (si acaso lo hace), en tanto no rompamos el sistema.

«Para sobrevivir, debemos cerrar el círculo. Debemos aprender a devolver a la naturaleza la riqueza que nos prestó».

Barry Commoner, The Closing Circle: Nature, Man And Technology (1971)

Durante la mayor parte de nuestra permanencia en el planeta nuestro impacto en esta sinergia ha sido poco porque hemos sido pocos, pero ahora la humanidad se ha convertido en la máxima especie invasiva. Nuestras cifras están creciendo y nuestro saber tecnológico es inmenso. ¿Podremos aceptar la responsabilidad que conlleva nuestra capacidad para cambiar el planeta? Crutzen concluye diciendo: «Una emocionante, pero también difícil y abrumadora tarea se avecina en la comunidad de investigación e ingeniería mundial para guiar a la humanidad hacia el control ambiental global sustentable».

Alcanzar tales objetivos requerirá nuevas formas de pensamiento y de vivir que ya no tolerarán la omisión de detalles en una ignorósfera personal o colectiva. La antigua Tierra que alguna vez consideramos inmune a nuestra presencia se ha ido, es parte del conocimiento obsoleto del pasado. Debemos elegir actuar de acuerdo con las realidades de la nueva Tierra, el lugar que hemos llegado a entender y que está sintonizado precisamente para sostenernos mientras también nos responde. En este planeta único, nuestras decisiones tienen consecuencias globales para toda la vida que no podemos ignorar de manera indefinida.