Manos Limpias, Corazón Limpio

Jesús enseñó que la verdadera religión exige un compromiso profundo con los valores espirituales más que con las costumbres rituales.

Los escribas y los fariseos estaban a punto de tener una lección sobre el juego de su espiritualidad.

Habían tratado de atrapar a Jesús sobre la observancia del Sábado, diciendo que estaba quebrantando las reglas. Les había mostrado que la ley de Dios sobre el Sábado es la que debe mantenerse, no las leyes inventadas por el hombre para acorralarla.

Ahora los escribas y los fariseos estaban en Galilea tratando una vez más de atrapar al Maestro por sorpresa. Esta vez sus preguntas se centraron en la práctica judía del ritual del lavado de manos antes de comer. Era costumbre de las estrictas celebraciones religiosas lavarse hasta el codo antes de comer. Solo hasta ese entonces eran ritualmente limpios.

Cuando preguntaron por qué los discípulos de Jesús no seguían esta tradición de los ancianos, les dijo que estaban cumpliendo una profecía de Isaías, la cual dice: «Porque este pueblo se acerca con su boca y me honra solo con sus labios; pero su corazón está lejos de mí, y su temor a mí está basado en mandamientos de hombres» (Isaías 29:13  RVA 2015). En otras palabras, la ley de Dios estaba siendo opacada por la tradición del hombre.

Para demostrar el punto, dijo Jesús: «Bien desechan el mandamiento de Dios para establecer su tradición. Porque Moisés dijo, ‘Honra a tu padre y a tu madre’... . Pero ustedes dicen que si alguien le dice a su padre o madre: Aquello con que hubieras sido beneficiado de parte mía es corbán—es decir, una ofrenda a Dios—, ya no le permiten hacer nada por su padre o su madre. Así invalidan la palabra de Dios mediante su tradición que han transmitido» (Marcos 7:9–13; Mateo 15:3–6).

Lo que Jesús objetaba era su manera de eludir la clara responsabilidad de los hijos hacia sus padres según lo prescrito en la ley. Entonces, una vez más, vemos que es muy fácil para los seres humanos pensar que están siendo religiosos, incluso agradando a Dios, cuando están haciendo exactamente lo contrario de lo que exige su ley. El corazón es donde reside el interés de Dios, como Jesús pasó a mostrar.

Dijo que no es lo que entra en una persona lo que lo hace impuro, sino más bien lo que proviene de lo profundo del ser. Con frecuencia, se piensa erróneamente que este pasaje significa que podemos comer cualquier cosa, incluso lo que la Biblia dice que es inmundo. Pero está claro por el contexto que el punto de Jesús se relacionó con la motivación humana, no con la comida. El tema que se discutía no era si una persona debería comer cerdo o mariscos, sino de lo que proviene del corazón humano.

Concluyó su declaración de esta manera: «lo que del hombre sale, eso contamina al hombre. Porque de dentro del corazón de los hombres, salen los malos pensamientos, los adulterios, las fornicaciones, los homicidios, los hurtos, las avaricias, las maldades, el engaño, la lascivia, la envidia, la maledicencia, la soberbia, la insensatez.  Todas estas maldades de dentro salen, y contaminan al hombre» (Marcos 7:20–23, RVR 1960).

A menudo se cree que Jesús no creía en cumplir las leyes alimentarias de la Biblia. Esa es una conclusión ilógica.

El tema de los alimentos puros e impuros es interesante, por supuesto. A menudo se cree que Jesús no creía en mantener las leyes alimentarias de la Biblia. Esa es una conclusión ilógica. Él, después de todo, nació en una familia judía observante. Leemos que sus padres lo criaron según los caminos de Dios, que los obedeció y creció con el favor de Dios y de los hombres. No hay evidencia de que fue desobediente a las leyes de Dios. Jesús dijo, «No piensen que he venido para abrogar la Ley y los Profetas» (Mateo 5:17).

Los escribas y los fariseos habrían tenido caso en su favor si Jesús y los discípulos hubieran comido alimentos inmundos, pero el problema que plantearon fue sobre el ritual del lavado de acuerdo con sus tradiciones humanas. Nunca plantearon una pregunta acerca de lo que comían los discípulos, y tampoco deberíamos nosotros.

el obrador de milagros

En ocasiones Jesús viajaba fuera del territorio de Judea y Galilea—por ejemplo, a las ciudades costeras del Mediterráneo, Tiro y Sidón lo que hoy en día es el Líbano. Jesús y sus discípulos fueron ahí y trataron de mantenerlo en secreto, pero fue imposible. Pronto, una mujer griega de la Fenicia siria se le acercó. Lea suplicó que su hija fuese sanada de posesión demoniaca (Marcos 7:24–26).

Jesús sabía que su misión inmediata era hacia el pueblo de Israel. No le respondió a la mujer hasta que ella demostró su entendimiento de la relación de Dios con Israel. Al admitir humildemente que fue solo indirectamente, por contacto con Israel, que los pueblos gentiles serían bendecidos, convenció a Cristo de su entendimiento. Él sanó a su hija desde la distancia. Cuando la mujer regresó a casa, encontró a su hija en un estado de ánimo normal (Mateo 15:21–28).

Luego, Jesús y sus discípulos fueron al lado oriental del mar de Galilea y a las 10 ciudades griegas conocidas como Decápolis, donde sanó a un hombre que no podía oír y apenas podía hablar. Le dijo a la multitud que fue testigo de esto que no se lo dijera a nadie. Eso resultó difícil, y cuanto más les pedía que no lo hicieran, más difundían la palabra. Al final, grandes multitudes vinieron a verlo en el área al sureste del Mar de Galilea (versículos 29–31; Marcos 7:31–37).

En este punto del relato del Evangelio, encontramos a Jesús repitiendo un evento milagroso que había ocurrido recientemente con otra gran multitud: «Tengo compasión de la multitud, porque ya hace tres días que permanecen conmigo y no tienen qué comer. Si los despido a sus casas en ayunas, se desmayarán en el camino; y algunos de ellos han venido de lejos» (Marcos 8:2–3 RVA-2015).

Al descubrir que los discípulos tenían siete panes y algunos peces pequeños, pidió la bendición de Dios sobre la comida y alimentó a 4.000 hombres, aparte de mujeres y niños. Esta fue la segunda vez que alimentó milagrosamente a miles de personas (versículos 18–20). Como anteriormente, los discípulos recogieron varias canastas con sobrantes al final de la comida.

Después de esto, Jesús regresó a Galilea, solo para recibir preguntas hostiles. Ahora los saduceos, otro partido religioso, se unieron a los fariseos en su crítica a Jesús. Esta vez los críticos le pedían una señal del cielo.

Les dijo que las señales que veían en el cielo con regularidad, como un cielo rojo por la noche o por la mañana, parecían presentarse sin dificultad. Podían entender que cierto clima estaba en camino cuando veían tales señales. Sin embargo, cuando vieron las obras de Cristo, no pudieron reconocerlas, pues querían alguna otra exhibición milagrosa.

Jesús dijo que no verían otra señal mas que la señal del profeta Jonás (Mateo 16:1–4). Les había dicho lo mismo anteriormente durante sus viajes. Jonás estuvo tres días y tres noches en el vientre de un gran pez, símbolo de los tres días y tres noches de Cristo en la tumba después de su crucifixión.

De regreso al otro lado del lago, Jesús aprovechó la oportunidad para instruir a Sus discípulos sobre las enseñanzas de los fariseos, los saduceos y los herodianos. Él comparó las tres partes con la levadura o fermento, cuyo efecto se propaga rápidamente en la masa. Advirtió a sus discípulos que la enseñanza incorrecta también se propaga rápidamente.

Al principio los discípulos no entendían lo que Jesús quería decir cuando dijo, «Guardaos de la levadura de los fariseos» (Marcos 8:15). Pensaron que estaba hablando del hecho de que no habían traído pan con ellos. Cuando les recordó que había sido capaz de proporcionar alimentos suficientes a miles de personas en dos ocasiones recientes, se dieron cuenta de que estaba hablando de algo bastante diferente.

Al desembarcar en la costa norte, cerca de Betsaida-Julias, Jesús curó a un ciego, diciéndole que no dijera nada en su pueblo, sino que simplemente se fuera a casa. Una vez más, Jesús trató de evitar la atención del público (versículos 22–26).

Comienza una nueva fase

A continuación, seguimos sus pasos hacia Cesarea de Filipo, en la parte norte del territorio de Israel, más allá de la jurisdicción de Herodes Antipas, el asesino de Juan el Bautista. Este era el territorio del medio hermano de Herodes Antipas, Filipo. Este gobernante no tenía las mismas sospechas que su hermano sobre Jesús. Su territorio estaba poblado por gentiles que no habrían tenido tal antagonismo con Jesús como lo hicieron los partidos religiosos judíos.

Rodeado de sus discípulos, Jesús comenzó a sondear su comprensión acerca de su propio papel y responsabilidad. Preguntó, « ¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del hombre?» Respondieron, «Algunos dicen que Juan el Bautista; otros dicen Elías; y aun otros, Jeremías o uno de los profetas». Los presionó: « ¿Y ustedes que dicen?» ¿Quién dicen que soy? Respondió Pedro, « Tu eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente» (Mateo 16:13–16).

La evidencia de que este no era un hombre común se había vuelto abrumador; ni siquiera el carisma podría explicar las cosas extraordinarias que dijo e hizo.

Este fue el comienzo de un reconocimiento real de la identidad única de Jesús por parte de los discípulos. Habían estado en la compañía de Jesús por algún tiempo. Habían sido testigos de muchos eventos milagrosos que forzaron su capacidad normal de incredulidad. La evidencia de que este no era un hombre común se había vuelto abrumador; ni siquiera el carisma podría explicar las cosas extraordinarias que dijo e hizo. No fue por el razonamiento humano que llegaron a aceptar a Jesús como el Hijo de Dios. Jesús dejó eso claro cuando dijo, «Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque no te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos» (versículo 17).

Fue una parte significativa de las enseñanzas de Jesús que nadie puede aceptarlo a menos que el padre cause un cambio en la perspectiva humana normal. Anteriormente Jesús lo había dejado claro a su audiencia judía más de una vez. Nuevamente, subrayó que la comprensión de que Jesús era el Cristo por venir era una revelación del Padre.

Luego pasó a hacer una declaración profética sobre la fundación de la Iglesia Cristiana del Nuevo Testamento. Le dijo a Pedro, «Y yo también te digo que tú eres Pedro, y sobre esta roca edificaré mi iglesia, y las puertas del Hades no la dominarán. Y a ti te daré las llaves del reino de los cielos: todo lo que ates en la tierra será atado en los cielos, y todo lo que desates en la tierra será desatado en los cielos» (versículos 18–19).

Esto se ha entendido comúnmente para indicar el liderazgo de Pedro sobre la Iglesia tal como se desarrolló después de la muerte de Cristo. Ciertamente, Pedro tendría un papel importante que jugar. Sin embargo, hay algo que aprender de las diferentes palabras griegas usadas aquí. Cuando Jesús dijo, «tú eres Pedro», utilizó la forma masculina, petros, que significa una roca o una piedra. Cuando dijo... «Y sobre esta roca edificaré mi iglesia», utilizó la forma femenina, petra, que significa una piedra grande, una roca, una barranca, un despeñadero. Se entiende que en cuanto a la segunda roca, Cristo se estaba refiriendo a sí mismo. Él era la roca sobre la cual se edificaría la Iglesia.

Pedro debía recibir las llaves del reino; es decir, cierta autoridad simbolizada con llaves. Los apóstoles finalmente tendrían autoridad en la Iglesia para guiarla bajo Cristo hacia el reino de Dios.

Jesús advirtió estrictamente a sus discípulos que no le dijeran a nadie más lo que habían reconocido acerca de él.

Después de haber introducido estos nuevos conceptos, incluido el hecho de que habría una iglesia, Jesús advirtió estrictamente a sus discípulos que no le dijeran a nadie lo que habían reconocido acerca de él. Este episodio marca el comienzo de una nueva fase en la revelación del propósito de Jesús.

«las cosas de dios»

Seguidamente, Jesús tuvo que preparar a sus discípulos para su muerte segura en Jerusalén y su resurrección en el tercer día. Esto era difícil de entenderlo, y mucho menos aceptarlo. La respuesta de Pedro fue reprender a Jesús por decir que lo matarían. Diciendo, « ¡En ninguna manera esto te acontezca!»

Jesús tuvo que reprender a Pedro a cambio, recordándole que estaba actuando bajo la influencia del maligno por decir tales cosas. Jesús usó el mismo lenguaje que había utilizado en la batalla de la tentación entre Él y Satanás, al dirigirse a Pedro. Le dijo, « ¡Quítate de delante de mí, Satanás! Me eres tropiezo, porque no pones la mira en las cosas de Dios, sino en las de los hombres» (Mateo 16:21–23).

Entonces Jesús llamó a la multitud hacia él y enseñó una importante lección sobre el compromiso con las cosas de Dios. Él dijo: «Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame. Todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí y del evangelio, la salvará, porque ¿de qué le aprovechará al hombre ganar todo el mundo, si pierde su alma? ¿O qué recompensa dará el hombre por su alma?» (Marcos 8:34–37).

Es un famoso pasaje que establece la absoluta seriedad del compromiso de seguir a Dios. Jesús estaba obviamente comprometido con Dios hasta el punto de renunciar a su vida por toda la humanidad. Él no espera nada menos en términos de buena voluntad por parte de sus seguidores. Algunos han pensado que el camino cristiano no requiere más que un vago compromiso de saber algo acerca de Jesús, y de alguna manera aceptar que él vivió y murió, creyendo en él, en ese sentido. Es, por supuesto, mucho más que eso. Implica un compromiso con su forma de vida. Significa distanciarse del yo por el bien de los demás. Significa tratar de comportarse como Cristo mismo se comportó como humano en esta tierra.

El camino cristiano significa distanciarse del yo por el bien de los demás.

Transfigurado

Observe lo que Jesús enseñó a continuación sobre su propia segunda venida y el juicio. Dijo, «Por tanto, el que se avergüence de mí y de mis palabras en esta generación adúltera y pecadora, también el Hijo del hombre se avergonzará de él cuando venga en la gloria de su Padre con los santos ángeles» (versículo 38).

Mirando más allá de esta vida, Jesús comenzó a hablar de su propio regreso a la tierra. Lo que dijo a continuación fue una misteriosa referencia de cómo aparecerá en ese momento. Dijo: «De cierto os digo que algunos de los que están aquí no gustarán la muerte hasta que hayan visto que el reino de Dios ha llegado con poder» (Marcos 9:1).

Era una profecía que se cumpliría una semana después, probablemente en el cercano Monte Hermón, que se eleva a más de 2,743 metros sobre el nivel del mar. Según los relatos de los Evangelios, Jesús llevó consigo a Pedro y a los hermanos Santiago y Juan, y subió a una montaña alta. Allí comenzó a orar, y mientras lo hacía, su rostro brillaba como el sol y su ropa se volvió tan brillante como un relámpago.

Dos hombres aparecieron y hablaron con Jesús acerca de su inminente muerte. Eran dos figuras bien conocidas del Antiguo Testamento, Elías y Moisés. Los discípulos estaban somnolientos cuando esto estaba sucediendo. Recuperaron sus sentidos cuando los hombres se marchaban. Una nube los envolvió a todos y se escuchó una voz que confirmaba la identidad de Jesús. La voz dijo esencialmente lo que se había dicho en el bautismo de Jesús: «Este es mi hijo amado, a él oíd» (Marcos 9:2–7; Lucas 9:28–35).

Cuando la nuve se desvaneció, solo Jesús y los discípulos permanecieron. Les mandó, «No digáis a nadie la visión, hasta que el Hijo del hombre resucite de los muertos» (Mateo 17:6–9, RVR 1995).

La visión hizo que los tres discípulos hicieran una pregunta sobre una de las figuras del Antiguo Testamento que acababan de ver: « ¿Por qué se dice que es necesario que primero venga Elías?» Sabían que Elías había muerto hacía mucho tiempo, sin embargo, acababan de verlo, como si estuviera vivo, en una visión. Sin duda fue muy desconcertante. Jesús explicó que «Elías» ya había venido por segunda vez en la forma de Juan el Bautista. En otras palabras, Jesús les estaba mostrando otra indicación de quién era. Luego, mirando hacia su propia muerte inminente, también señaló que el sufrimiento final estaba en su destino tal como lo había sido para Juan.

Una vez que bajaron la montaña, encontraron a los otros discípulos rodeados por una multitud que incluía a algunos maestros de la ley, discutiendo con los discípulos. Un hombre había traído a su hijo poseído por un demonio para que lo sanara, pero los discípulos no habían podido ayudarlo. El niño a menudo se convulsionaba y terminaba en el fuego o en el agua.

Jesús reprendió al espíritu que, después de chillar, convulsionó al niño por unos momentos y lo dejó. El niño parecía tan pálido como un cadáver, pero Jesús tomó su mano y lo levantó.

Los discípulos estaban desconcertados acerca de por qué no podían librar al niño del demonio. Jesús dijo que faltaba su fe y que algunos demonios salían solo después de orar y ayunar (Marcos 9:14–29). En otras palabras, hay algunos espíritus malignos tenaces que responden solo a aquellos que están especialmente cerca de Dios y fortalecidos por su poder.

Fue otra lección importante para el futuro cuando los discípulos no tendrían a Jesús físicamente a su lado.