Unidos a la Vid

Al concluir Jesús su última cena de Pascua con los discípulos, la paz y la serenidad en el aposento alto contrastaban con la violencia que estaba a punto de desarrollarse.

Después de conducir la ceremonia de la pascua enfatizando el simbolismo del pan y el vino, Jesús tomó tiempo para compartir con sus discípulos algunos pensamientos finales. Como ya les había respondido a sus preguntas en el Monte de los Olivos sobre el fin de la era, ahora les dijo lo que iba a suceder inmediatamente.

Les dijo que se iba a preparar un lugar para ellos para que pudieran estar con él en un futuro, y que sabían el camino hacia allí. Esta fue una declaración enigmática. Thomas dio voz a su perplejidad, diciendo: «Señor, no sabemos a dónde vas; ¿cómo, pues, podemos saber el camino? Jesús le dijo: Yo soy el camino, la verdad y la vida; nadie viene al Padre sino por mí» (Juan 14:5–6).

En otras palabras, Jesús dejó en claro que su nueva forma de vida sería la de seguir su ejemplo. El resultado de vivir de esa manera, sería compartir en el reino de Cristo cuando se establecería en la tierra. Jesús continuó diciendo que nadie puede llegar a entender a Dios, el Padre, excepto a través de Cristo. Dijo que conociéndolo a él, podrían conocer al Padre.

Esto provocó que Felipe pidiera ver al Padre, diciendo: «Muéstranos al Padre y eso es suficiente para nosotros». Jesús señaló que habían experimentado al Padre al estar con su hijo por muchos meses. Lo que Jesús dijo e hizo fueron las palabras y las obras del Padre. Los milagros de Jesús fueron evidencia de que el Padre estaba trabajando en el mundo. La relación entre el Padre y el hijo significaba que los discípulos podían lograr obras más grandes, porque Cristo concedería sus peticiones de ayuda desde su posición como el hijo de Dios.

Jesús continuó explicando que su amor por él significaría obediencia a sus mandamientos. Lo habían visto observar la ley de su Padre, y se les exigía que hicieran lo mismo.

Luego prometió que el Padre les enviaría consuelo espiritual y ayuda en la forma del Espíritu Santo. El Espíritu Santo es también el espíritu de la verdad, no aceptado por el mundo en general. Jesús se iría pronto, pero los discípulos no quedarían como niños huérfanos, porque el Espíritu Santo estaría con ellos.

amor y obediencia

Después que Jesús repitió la necesidad de seguir sus mandamientos como evidencia del amor por él y el Padre, uno de los discípulos, llamado Judas (no el que lo traicionó), preguntó el por qué Jesús no estaba dejando que el mundo supiera quién era. Una vez más, su respuesta fue enigmática. Él dijo que aquellos que lo amaban obedecerían sus enseñanzas y, como resultado, también tendrían una relación con el Padre.

Jesús también dijo que él solo hablaba las palabras de su Padre, que el Espíritu Santo continuaría revelándoles la verdad, y que deberían estar en paz y no tener miedo. Los discípulos continuarían en el mundo sin su presencia física. Sin embargo, estarían avanzando hacia el eventual reino de Dios en la tierra. Ellos lidiarían con las presiones de vivir en este mundo por un tiempo, consolados y ayudados por el Espíritu Santo.

Después, Jesús les advirtió que Satanás estaba a punto de intentar frustrar el plan de Dios haciendo que lo mataran. Sin embargo, como dijo, Satanás el príncipe de este mundo, no tendría control sobre él. Para demostrar la unidad de propósito del Padre y del Hijo, era necesario que Jesús muriera voluntariamente por los pecados de la humanidad.

A partir de ahora, la participación de los discípulos con Jesús y todo lo que él defendía tendría que ser total. Les enseñó que eran como los pámpanos de una vid. Él era la vid y su padre era el labrador. Los pámpanos que no dan fruto se cortan. Los pámpanos que dan fruto se podan para que puedan dar más fruto. Los discípulos productivos son como los pámpanos fructíferos; a veces necesitarán ser podados para que puedan dar más fruto. La clave para ser fructífero es mantenerse unido con Cristo, la vid. Jesús dijo: «Sin mí no pueden hacer nada» (Juan 15:5,  Versión Reina-Valera 1995).

«Si guardais mis mandamientos, permaneceréis en mi amor».

Juan 15:10, Versión Reina-Valera 1995

Una vez más, Jesús pasó a explicar que la obediencia a sus mandamientos es esencial: «Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor; así como yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor» (versículo 10). Después les ordenó a sus discípulos que se amaran uno al otro así como él, Cristo, los había amado. Les demostró la profundidad del amor al morir por ellos y nosotros. Diciendo así: «Nadie tiene mayor amor que éste, que uno ponga su vida por sus amigos» (versículo 13).

Les recordó que habían sido reclutados para el servicio. Como todos los llamados de Dios, ellos no lo eligieron; él los eligió para salir y llevar fruto.

Practicando la fe

Enseguida Jesús explicó que seguirlo significaba separarse del mundo. No el separarse a un monasterio o ser un ermitaño, pues Jesús quería que sus seguidores continuaran viviendo en la sociedad. Los seguidores de Jesús serían separados del mundo al practicar sus enseñanzas.

Dijo: «Si el mundo os odia, sabed que a mí me ha odiado antes que a vosotros. Si fuerais del mundo, el mundo amaría lo suyo; pero porque no sois del mundo, antes yo os elegí del mundo, por eso el mundo os odia» (versículos 18–19).

El odio que experimentarían los discípulos sería el resultado de que sus enemigos no conocían a Dios el Padre ni reconocían a su Hijo. Jesús dijo que la sociedad de alrededor había visto sus milagros y lo había rechazado tanto a él como a su Padre. Dijo que esto era el cumplimiento de una profecía en el libro de los Salmos, que dice: «Sin causa me odian» (versículo 25).

Jesús prosiguió a explicar que los discípulos predicarían como testigos de su obra bajo la guía del Espíritu Santo. Les dijo estas cosas para que no se desanimaran por la hostilidad y el odio. «Os expulsaran de las sinagogas», y dijo: « de hecho, viene la hora cuando cualquiera que os mate pensara que rinde servicio a Dios» (Juan 16:2).

Entonces, es posible que las personas piensen que están sirviendo a Dios cuando, de hecho, ni siquiera saben quién es Él.

Entonces, es posible que las personas piensen que están sirviendo a Dios cuando, de hecho, ni siquiera saben quién es Él.

encarando Oposición

Jesús nuevamente aseguró a sus discípulos que el Espíritu Santo vendría para ayudarlos, solo después de que los haya dejado. Él ya no estaría físicamente presente con ellos, pero el Espíritu Santo les sería dado. El Espíritu de Dios los guiaría a toda la verdad, inspirándoles a comprender las cosas de Dios.

Una vez más les recordó que pronto no lo verían más, y después de un rato lo verían. Habló de ir al Padre, pero no podían entender lo que quería decir. Explicó más diciendo: «vosotros lloraréis y lamentaréis, y en cambio el mundo se alegrará; pero aunque vosotros estéis tristes, vuestra tristeza se convertirá en gozo. La mujer cuando da a luz tiene dolor, porque ha llegado su hora; pero después que ha dado a luz a un niño, ya no se acuerda de la angustia, por el gozo de que haya nacido un hombre en el mundo» (versículos 20–21).

Jesús estaba hablando de su próxima muerte y resurrección. Admitió que, en todo esto, había estado hablando en un lenguaje figurativo difícil de captar. Por ejemplo, cuando habló de ir a su Padre, no habían entendido. Les dijo: «La hora viene cuando ya no os hablaré en alegorías, sino que claramente os anunciaré acerca del Padre» (versículo 25).

Continuó diciendo: «El Padre mismo os ama, porque vosotros me habéis amado y habéis creído que yo salí de Dios. Salí del Padre y he venido al mundo; otra vez dejo el mundo y regreso al Padre». (versículos 27–28).

Finalmente los discípulos al parecer entendieron. Le dijeron: «Ahora hablas claramente y ninguna alegoría dices. Ahora entendemos que sabes todas las cosas y no necesitas que nadie te pregunte; por esto creemos que has salido de Dios» (versículos 29–30).

A pesar de su convicción, Jesús les respondió que llegaría la hora cuando se dispersarían y lo abandonarían.

Dijo que les había dicho estas cosas para que pudieran estar prevenidos y tener paz. Aunque tendrían oposición, odio y hostilidad en el mundo, podrían ser alentados porque él había vencido al mundo y su animosidad.

una oración por los discipulos

Cuando llegó el momento de la traición a Jesús, los relatos de los Evangelios describen en detalle cuatro oraciones que Jesús ofreció. Una fue por sus discípulos, y las otras tres fueron por la fortaleza para pasar por la prueba de la crucifixión.

El Evangelio de Juan registra la primera oración, en el aposento alto donde él y los discípulos se reunieron para la Pascua. Jesús levantó los ojos al cielo y oró: «Padre, la hora ha llegado: glorifica a tu Hijo, para que también tu Hijo te glorifique a ti, pues le has dado potestad sobre toda carne para que dé vida eterna a todos los que le diste. Y ésta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado. Yo te he glorificado en la tierra; he acabado la obra que me diste que hiciera. Ahora pues, Padre, glorifícame tú al lado tuyo, con aquella gloria que tuve contigo antes que el mundo existiera» (Juan 17:1–5).

Jesús dijo que había entregado la Palabra de Dios—Su verdad—a los discípulos que el Padre había llamado fuera del mundo. Dijo: «Yo ruego por ellos; no ruego por el mundo, sino por los que me diste, porque tuyos son» (versículo 9).

Sabiendo que no permanecería en la sociedad humana mucho más tiempo, oró por la protección de sus discípulos, diciendo: «Padre santo, a los que me has dado, guárdalos en tu nombre—el nombre que me diste—para que sean uno, así como nosotros» (versículo 11b). Dijo: «No ruego que los quites del mundo, sino que los guardes del mal. No son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. Santifícalos en tu verdad: tu palabra es verdad» (versículos 15–17).

Jesús siguió ampliando su oración para todos sus seguidores a través del tiempo, diciendo: «Mas no ruego solamente por estos, sino también por los que han de creer en mí por la palabra de ellos, para que todos sean uno; como tú, Padre, en mí y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me enviaste» (versículos 20–21).

Jesús concluyó su oración por los discípulos reconociendo la diferencia entre los llamados y el mundo alrededor. Dijo: « Padre justo, el mundo no te ha conocido, pero yo te he conocido, y estos han conocido que tú me enviaste. Les he dado a conocer tu nombre y lo daré a conocer aún, para que el amor con que me has amado esté en ellos y yo en ellos» (versículos 25–26).

Tres oraciones de aliento

Luego cantaron un himno juntos y cruzaron el valle de Cedrón en dirección a un olivar llamado Getsemaní, en el lado del Monte de los Olivos. Jesús dijo a sus discípulos: «Sentaos aquí, entre tanto que voy allí y oro». Después, llevo a Pedro, Santiago y Juan con él, comenzó a entristecerse y angustiar en gran manera. « Mi alma está muy triste, hasta la muerte», les dijo: «quedaos aquí y velad conmigo» (Mateo 26: 36–38).

Retirándose un poco más lejos de ellos, cayó al suelo y oró: «Padre mío, si es posible, pase de mí esta copa; pero no sea como yo quiero, sino como tú» (versículo 39). El Evangelio de Lucas nos dice que un ángel del cielo para fortalecerlo. Lleno de angustia oraba más intensamente, y era su sudor como grandes gotas de sangre que caían hasta la tierra (Lucas 22:43–44).

Se levantó de la oración y regresó a sus discípulos, que se habían quedado dormidos, exhaustos de tristeza. Le dijo a Pedro: «¿Así que no habéis podido velar conmigo una hora? Velad y orad para que no entréis en tentación; el espíritu a la verdad está dispuesto, pero la carne es débil» (Mateo 26:40–41; Lucas 22:45–46).

Otra vez fue y oró por segunda vez, diciendo: «Padre mío, si no puede pasar de mí esta copa sin que yo la beba, hágase tu voluntad» (Mateo 26:42). La separación del Padre a través de la muerte por el pecado pronto sería la última angustia de Cristo.

Al volver, otra vez los halló durmiendo. En esta ocasión no sabían que responderle, así que los dejó y oró la misma oración por tercera vez. Cuando regresó a sus adormilados discípulos, les dijo: «Ha llegado la hora. Vean, le Hijo del Hombre es entregado en manos de pecadores. ¡Levántense! ¡Vamos! ¡Eh aquí viene mi traidor!  (Marcos 14:40–42).

la traición

Llegaba ahora Judas Iscariote con una gran muchedumbre, armados con antorchas y farolas, espadas y palos, y acompañados por un destacamento de soldados Romanos. También trajo consigo a representantes de los líderes religiosos. Jesús les pregunto que a quién buscaban. Pregunto a sabiendas, pues quería proteger a sus discípulos.

«A Jesús de Nazaret», dijeron.

«Yo soy», les dijo. Mientras hablaba, la muchedumbre cayó al suelo. Jesús luego preguntó de nuevo a quién era al que estaban buscando.

Nuevamente dijeron, « A Jesús de Nazaret» (Juan 18:4–7).

El Evangelio de Juan relata la respuesta de Jesús: «Os he dicho que yo soy. Si me buscáis a mí, dejad ir a estos». De acuerdo con Juan: «Esto dijo para que se cumpliera aquello que había dicho: ‘De los que me diste, no perdí ninguno’» (versículo 9).

Ahora Judas se adelantó para saludar a su Maestro con un beso, la señal preestablecida de que Jesús era al que los romanos debían capturar. Mientras lo hacía, Jesús dijo: «Judas, ¿con un beso entregas al Hijo del hombre?» (Lucas 22:48) y «Amigo, ¿a qué vienes?» (Mateo 26:50).

La pregunta de por qué Jesús tuvo que experimentar la experiencia de la traición ha desconcertado a algunos. ¿Por qué no pudo haber sido capturado simplemente sin traición? Es, por supuesto, una de las peores formas de abuso emocional. Ser traicionado por alguien que es un amigo íntimo es una experiencia que muchos enfrentan en esta vida. Es algo de la vida diaria. Como el Salvador y Sumo Sacerdote de su pueblo, Jesucristo tuvo que sufrir las cosas que hacemos para que pudiera sentir empatía y ayudarnos cuando lo necesitemos. Cuando sufrimos traición, él está allí, conociendo exactamente las circunstancias, el dolor y la confusión emocional. Él está allí para aliviar esa angustia. Cuando Judas salió de la oscuridad para traicionar a Jesús, fue con el símbolo de una relación cercana: un beso.

Jesucristo tuvo que sufrir las cosas que hacemos para que pudiera sentir empatía y ayudarnos cuando lo necesitemos.

Otro de los discípulos estaba indignado por lo que estaba pasando. Cuando las autoridades se adelantaron para arrestar a Jesús, Pedro tomó una espada y atacó a uno de ellos. Golpeó a un hombre llamado Malco, que era el sirviente del sumo sacerdote. El golpe de Pedro le cortó la oreja al hombre. La respuesta de Jesús fue decirle a Pedro que guardara la espada. Luego sanó la lesión de Malco. «Vuelve tu espada a su lugar, porque todos los que tomen espada, a espada perecerán», le dijo Jesús (Mateo 26:52). Añadió que, si fuera necesario, Dios podría enviar una legión de ángeles para cuidar de él. Pero si eso sucediera, entonces no podría cumplir el propósito por el cual había venido.

Jesús también aprovechó la oportunidad para recordar a la multitud que venían contra él ocultos bajo la oscuridad con palos y espadas, pero que habían fracasado en arrestarle en el templo cuando hablaba libre y abiertamente a la gente. Esto también, dijo, fue un cumplimiento de las profecías acerca del Mesías.

Y también, como Jesús había anticipado, todos sus discípulos huyeron, dejándolo frente a la tortura y una muerte insoportable a solas.