La Carta de Judas

Al leer la 2ª epístola de Pedro y la carta de Judas en el Nuevo Testamento, es entendible llegar a pensar que un escritor le copió al otro (consulte «Pedro y Judas») pues encontramos muchos conceptos y expresiones lingüísticas en común, en especial aquéllos relacionados con los falsos maestros (consulte Judas 4–13, 16–19, y 2ª Pedro 2:1–18; 3:1–3). Pudiera ser que Pedro leyera la carta de Judas antes de escribir la suya con un fin distinto.

Judas señala que él es el hermano de Jacobo (versículo 1), quien muy probablemente era «el hermano del Señor» (Gálatas 1:19), líder de la iglesia de Jerusalén y autor del libro de Santiago en el Nuevo Testamento. En otras palabras, al igual que Santiago, Judas fue uno de los otros hijos de José y María (consulte Mateo 13:55; Marcos 6:3).

El tema de su carta es breve, pues en sus 25 versículos busca animar a los llamados miembros de la Iglesia a permanecer fieles a «la fe que ha sido una vez dada a los santos» (Judas 3). Al igual que Pedro, ha sido confrontado por falsos maestros que subrepticiamente han invadido la Iglesia y han traído consigo doctrinas espurias y prácticas pecaminosas. Su énfasis en la sensualidad es una perversión de la gracia de Dios y una negación del camino de Cristo (versículo 4).

Con el uso de ejemplos del Antiguo Testamento, Judas recuerda a la Iglesia que Dios actuó contra todo no creyente entre quienes habían dejado Egipto en el Éxodo, contra los ángeles que habían fallado en sus responsabilidades en el mundo preadámico en la tierra, y contra ciudades pecadoras como Sodoma y Gomorra (versículos 5–7).

Los falsos maestros se comportan como aquéllos a quienes Dios castigó en el pasado, pues se involucran en las mismas clases de pecado a través de una independencia excesiva, el rechazo a la autoridad por encima de ellos y la blasfemia. Ni siquiera en una disputa con el demonio el arcángel Miguel no dio una opinión blasfema contra Satanás, sino que sólo lo contuvo y permitió que Dios lo juzgara (versículo 9). Los falsos maestros son como animales sin capacidad de razonamiento que sólo actúan instintivamente. Judas señala que tales personas han cometido una combinación de pecados, ejemplificados de manera individual por Caín, el primer asesino; Balaam, el falso profeta; y Coré, el líder de una rebelión contra Moisés (versículo 11). Entre el pueblo de Dios, tales hombres son «manchas en vuestros ágapes, que comiendo impúdicamente con vosotros se apacientan a sí mismos; nubes sin agua, llevadas de acá para allá por los vientos; árboles otoñales, sin fruto, dos veces muertos y desarraigados; fieras ondas del mar, que espuman su propia vergüenza; estrellas errantes, para las cuales está reservada eternamente la oscuridad de las tinieblas» (versículos 12–13).

Judas afirma que el justo Enoc, la séptima generación de Adán, habló de una profecía acerca del final que tendrían esos hombres: serán juzgados por Cristo y Sus santos a Su regreso. Los falsos maestros son «murmuradores, querellosos, que andan según sus propios deseos, cuya boca habla cosas infladas, adulando a las personas para sacar provecho» (versículo 16).

Judas concluye su carta de advertencia y ánimo recordando a la Iglesia las expresiones proféticas de los apóstoles, quienes dijeron que este mundo de desarrollo humano producirá hombres con actitudes burlonas y que tales personas causarán división debido a su pensamiento mundano y carente del Espíritu de Dios (versículos 17–19). El pueblo de Dios debe simplemente mantenerse en el camino que conduce a la vida eterna y no ser disuadido. Deben hacer lo que puedan para ayudar a sus hermanos y hermanas que puedan quedar atrapados en el error, causado por la duda y la indulgencia en los caminos del mundo. Dios preservará a Su pueblo de toda dificultad, y la petición de Judas es que se presenten «sin mancha delante de su gloria con gran alegría». Por último, concluye: “Al único y sabio Dios, nuestro Salvador, sea gloria y majestad, imperio y potencia, ahora y por todos los siglos. Amén» (versículos 24–25).