Juan: El Final y El Comienzo

La vida del apóstol Juan estaba cerca de su final cuando escribió el contenido del libro de Apocalipsis, alrededor de 95 e.c., y es posible que Juan se encontraba nuevamente en Éfeso después de su exilio cercano a la isla de Patmos. En las dos partes anteriores de esta serie, hemos cubierto los mensajes de apertura a las siete iglesias. Antes de recurrir al resto del libro, con sus potentes imágenes y símbolos apocalípticos, recordemos a la audiencia de Juan, su conocimiento y su experiencia.

EL CONTEXTO DEL APOCALIPSIS

Después de la partida de Jesús, la comunidad de sus seguidores continuó con las creencias y prácticas del Dios de Abraham, Isaac y Jacob, fortalecidos con un nuevo entendimiento por el Espíritu Santo. Sabían que las Escrituras hebreas eran un todo unificado. Así, cuando las siete iglesias y posteriormente la Iglesia en general leyeron los escritos de Juan, conectaron muchas cosas que él dijo con ese cuerpo de la Escritura y también con la enseñanza oral y escrita más reciente que habían recibido. Para ellos, las Escrituras hebreas y los escritos inspirados que le siguieron representaban la práctica y la creencia unificadas.

La única forma de que los llamados entendieran el Apocalipsis fue mediante el Espíritu Santo y contextualizando la larga carta a la luz del resto de las Escrituras. Cuando se lee la Biblia de manera integral, el Apocalipsis es consistente con sus otras partes. Esto significa que, en particular, Ezequiel, Daniel, Zacarías, Jesús, Mateo, Marcos, Lucas, Juan, Pablo, Santiago, Pedro y Judas hacen una contribución significativa al marco y contenido del Apocalipsis.

Por ejemplo, la descripción del trono de Dios (Apocalipsis 4) recuerda la visión similar de Ezequiel (Ezequiel 1). En los capítulos posteriores de su profecía, Ezequiel escribe acerca del establecimiento del reino de Dios en la tierra. Esto encuentra paralelos en los capítulos finales de Apocalipsis.

Los conocidos Cuatro Jinetes del Apocalipsis (Apocalipsis 6) recuerdan la descripción del profeta Zacarías de cuatro caballos similares (Zacarías 1 y 6) y de la respuesta privada de Jesús a sus discípulos sobre el fin de la era en Mateo 24. Allí también hizo referencia al libro de Daniel y a los eventos específicos que se avecinaban en el Medio Oriente (Mateo 24:15). Además, Él mencionó su propio retorno en el tipo de lenguaje encontrado en Apocalipsis 19.

Las visiones de Daniel, en las que varios imperios que han gobernado el Oriente Medio están representados por una estatua de un hombre y por varios animales (véase Daniel 2, 7 y 8), son paralelas a las extrañas bestias en las visiones de Juan en Apocalipsis 13 y 17.

El apóstol Pablo escribió acerca de la segunda venida de Cristo en cada una de sus cartas, también de un conjunto de siete iglesias locales o regionales—en Tesalónica, Corintos, Galacia, Roma, Colosas, Éfeso, y Filipos. De igual manera en cartas personales a los pequeños grupos de creyentes bajo su cuidado, Santiago, Pedro y Judas todos escribieron sobre el gran evento futuro que eclipsaría la «era presente». Es en la naturaleza de dichos mensajes que están destinados principalmente a una pequeña parte del todo. Para las siete congregaciones en Asia Menor de finales del primer siglo, las Escrituras eran todo el trasfondo de los eventos del fin registrados en el Apocalipsis.

Está claro que muchas partes de la Biblia están interconectadas y son consistentes entre sí. Cuando conectamos los puntos, se hace obvio que un día Dios intervendrá para resolver los problemas humanos. A través de Juan, a los seguidores de Jesucristo se les ha dado conocimiento sobre el plan de Dios de traer a cierre el reino de los hombres y al fin establecer el reino de Dios. Lo que no pueden saber de antemano es precisamente cómo se cumplirá cada profecía. Pueden conocer los contornos de cómo la sociedad se desarrollará hasta que Dios deba intervenir. No pueden saber la hora del regreso de Cristo, así como ni Cristo mismo lo sabe. (Mateo 24:36). Pero pueden estar preparados para ese día por la vigilancia personal acerca de su estado espiritual y así estar listos (Mateo 24:44).

El Trono de Dios

Siguiendo los mensajes a las siete congregaciones, Juan es tomado en visión a través de una puerta abierta al trono de Dios. Este privilegiado acceso le permitirá ver «lo que debe suceder después de esto» (Apocalipsis 4:1, Reina-Valera Actualizada 2015 a lo largo). Esta sección de la narración de Juan continúa a través del capítulo 6:17 además de ser la más larga de las seis escenas de la cámara del trono (las otras se encuentran en 7:9–17; 11:15–19; 14:1–5; 15:2–8; y 19:1–8). Da la introducción de todas las restantes visiones del libro.

En el capítulo 4, Juan ve El trono celestial del Padre con el telón de fondo de un arco iris que se asemeja a una esmeralda, descansando sobre un mar de cristal, rodeado por cuatro criaturas angélicales con la cara de un león, un buey, un hombre y un águila. Adicionalmente, existen otros 24 seres angelicales, llamados «ancianos», que lo adoran junto con las cuatro criaturas en el trono. Gran parte de esta descripción del trono de Dios es una variación de las visiones en Ezequiel 1: 4-28 e Isaías 6, mientras que el consejo celestial está indicado en 1 Reyes 22 y Job 1 y 2, entre otras referencias. Juan describe a los ancianos adorando y diciendo a Dios, «Digno eres tú, oh Señor y Dios nuestro, de recibir la gloria, la honra y el poder » (Apocalipsis 4:11). Esto es contrario a la adulación ofrecida a los emperadores romanos a quienes también se les dirigía como «nuestro Señor y nuestro Dios». Solo que el Dios de la visión de Juan es el que «creó todas las cosas, y por su voluntad existen y fueron creadas» —cosa que los emperadores no podían aseverar.

El capítulo 5 introduce lo que Juan vio y escuchó después: el Cordero de Dios (Cristo) como el único digno de romper los siete sellos de un misterioso rollo en las manos de Dios, de acuerdo a las alabanzas de los seres angelicales. Esto inmediatamente lleva al destape de seis de los sellos (Apocalipsis 6:1–17), seguido de un interludio (capitulo 7) y después el destape del séptimo sello (Apocalipsis 8:1). Cada sello representa una condición o evento en el escatológico plan de Dios. Nuevamente, la razón por la cual Juan entrega la información es porque es «la revelación de Jesucristo, que Dios le dio para mostrarle a sus ciervos de las cosas que deben pasar pronto» (Apocalipsis 1:1).

Los Siete Sellos

Al romper Cristo los primeros cuatro sellos, cuatro caballos y sus jinetes (Apocalipsis 6:2-8) están libres para vagar por la tierra. El primero es un caballo blanco, su jinete lleva un arco y lleva una corona. El jinete sale «conquistando y para conquistar». Él sería reconocible a la audiencia de Juan como Apolo la figura del dios del sol y representa el engaño político-religioso, arquetípico del falso mesías. Luego viene un caballo rojo brillante con un jinete que lleva una gran espada, lo que significa guerra endémica. Quitó «la paz de la tierra», para que se matasen unos a otros. El tercero es un caballo negro; su jinete lleva una balanza en su mano, y una de las voces celestiales indica que lo que sigue son la carestía y hambruna. El cuarto caballo es pálido (gris o amarillento) representando pestilencia y enfermedades. Muerte es su jinete, acompañado por el sepulcro. Las secciones apocalípticas de los Evangelios sinópticos proporcionan un fondo útil en la comprensión de estos caballos y sus jinetes. Jesús explicó que varias condiciones a largo plazo precederían Su regreso. Incluyendo el engaño mesiánico, la guerra, el hambre y la pestilencia; Véase, por ejemplo, Mateo 24:3–8; Mark 13:5–8; y Lucas 21:8–11.

Cuando el quinto sello es roto, los mártires de Dios a través de los siglos gritan por ser vengados, preguntando cuánto tiempo más deben esperar. Se les dice que un poco más de tiempo debe pasar hasta que otros que aún no han sido perseguidos cumplan su fin (Apocalipsis 6:9–11). A continuación, el quinto sello corresponde a la persecución de los seguidores de Cristo mencionados en Mateo 24:9–10.

Un gran terremoto acompaña el destape del sexto sello (Apocalipsis 6:12-14). Hay disturbios en los cielos: la luna se vuelve roja como la sangre, el sol se vuelve negro, las estrellas caen del cielo, que se enrolla como un pergamino. Esto es paralelo a las palabras de Jesús en el Evangelio de Mateo: «Inmediatamente después de la tribulación de aquellos días, el sol se oscurecerá y la luna no dará su resplandor. Las estrellas caerán del cielo y los poderes de los cielos serán sacudidos» (Mateo 24:29).

Antes de describir los eventos relacionados con la ruptura del séptimo sello, Juan nos habla de dos grupos selectos de personas (Apocalipsis 7:1–8, 9–17). El primero son los 144,000 que están protegidos por Dios (con un tipo diferente de sello) de los peores aspectos de Su intervención. Esto es una reminiscencia de un pasaje en el libro de Ezequiel, donde un ángel pone una marca de protección en la frente de aquellos que están preocupados por el pecado en la ciudad de Jerusalén (Ezequiel 9:4–6). Los 144,000 se enumeran en grupos de 12,000 de 12 de las tribus de Israel. Se ha explicado que el grupo completo son las 12 tribus x 12 apóstoles x 1,000—no como numero literal sino como símbolo de los elegidos de Dios a través del tiempo. En Apocalipsis 14:1–5, aparecen con Cristo sobre el Monte de Sion. Dice que estos «siguen al Cordero a donde quiera que va. Estos han sido redimidos de la humanidad como primeros frutos para Dios y el Cordero» (versículo 4). Nuevamente vemos que Juan escribe a beneficio de la Iglesia, animándoles con un panorama de su futuro.

El segundo grupo mencionado en este capítulo de interludio es mucho más grande y se encuentra presente durante el tiempo final «la gran tribulación» (véase Mateo 24:21). Este es el medio por el cual entran en una relación eterna con Dios.

La descripción de Juan del séptimo sello comprende inicialmente los capítulos 8:1 a 11:19. Esta longitud es necesaria para describir la naturaleza séptuple del séptimo sello. Dividido en siete eventos separados anunciados por trompetas angelicales, la apertura de este sello inicia la cuenta atrás para el regreso de Cristo.

Las Siete Trompetas

Siete ángeles que asisten al trono de Dios reciben cada uno una trompeta. Las primeras cuatro trompetas precipitan plagas que caen sobre la tierra. Primero vienen granizo, fuego y sangre que devastan un tercio de los árboles de la tierra y la yerba. La siguiente es una plaga en lo que parece ser una montaña ardiente lanzada al mar y que afecta a un tercio del mar, a sus criaturas y a los barcos que la navegan. Cuando el tercer ángel suena la trompeta, una estrella llameante cae a la tierra envenenando un tercio de ríos y manantiales. Muchas personas mueren como resultado. La cuarta plaga golpea al sol, la luna y las estrellas, borrando un tercio de su luz. Un águila vuela advirtiendo el sonar de la tercera trompeta «Ay, ay, ay de los que habitan en la tierra» (Apocalipsis 8:6–13).

El toque del quinto ángel (Apocalipsis 9:1-11) hace que una estrella caiga del cielo y abra el Abismo o «pozo del abismo», liberando poderes demoníacos sobre la tierra para atormentar durante cinco meses, pero sin matar, a los que no han sido sellados El líder de los demonios se llama Abadón y Apolión («destrucción» y «el que destruye»). Él es Satanás el Diablo.

Más desolación aguarda con la plaga de la sexta trompeta. Cuatro ángeles que han sido atados junto al río Éufrates son liberados, posiblemente un símbolo de cuatro naciones en esa región. Con una caballería de 200 millones, su tarea es destruir un tercio de la humanidad. A pesar de la destrucción, «Los demás hombres que no fueron muertos con estas plagas ni aun así se arrepintieron de las obras de sus manos, para dejar de adorar a los demonios y a las imágenes de oro y de plata y de bronce y de piedra y de madera, las cuales no pueden ver ni oír ni caminar. Tampoco se arrepintieron de sus homicidios ni de sus hechicerías ni de su inmoralidad sexual ni de sus robos» (versículos 20–21).

Antes de que suene la séptima trompeta, dos capítulos en relieve explican que Juan tiene la comisión de profetizar de nuevo «acerca de [o, traducido de mejor manera, ‘contra’] muchos pueblos y naciones y lenguas y reyes» (Apocalipsis 10:11), así como de dos testigos que vendrían para advertirle al mundo de la venida de Dios y su final intervención (Apocalipsis 11:3–12). El mensaje de Juan viene simbólicamente en la forma de un rollo que él debe comer, que es amargo y dulce. Así como el profeta Ezequiel quien tuvo una experiencia similar con la palabra de Dios (véase Ezequiel 2:8–3:3), Juan prueba el mensaje como dulce. Pero es amargo en su estómago debido a las malas noticias que trae para la humanidad.

Los dos testigos, que profetizan en la ciudad de Jerusalén durante tres años y medio, también traen un mensaje de advertencia que es ignorado hasta después de que son asesinados por sus esfuerzos y después resucitados. Es hasta entonces que algunos se arrepienten (Apocalipsis 11:13). Todo esto es en preparación al tercer ay y el sonar de la séptima trompeta cuando estridentes voces en el cielo anuncian, «El reino del mundo ha venido a ser de nuestro Señor y de su Cristo. Él reinará por los siglos de los siglos» (versículo 15).

CONTEXTO ESENCIAL

A estas alturas, la atención de Juan se centra en varios cuadros informativos—ulteriores inserciones en el transcurso de la historia parecen retrasar la acción, de hecho establecen el desenlace que viene en la historia humana. Lo que se le pide a Juan escribir es nada menos que la explicación de por qué el mundo ha sido tan opuesto a Dios y a sus siervos, por qué con pocas excepciones no se arrepentirán de sus caminos y por qué el día de la ira de Dios tiene que venir antes que pueda haber paz en la tierra.

El capítulo 12 contiene una historia del pueblo de Dios, primeramente como los hijos de Israel, específicamente la tribu de Judá de entre los cuales vino Cristo, y después como la Iglesia del Nuevo Pacto perseguida a través del tiempo. El símbolo para la congregación de Israel y la Iglesia es una mujer, «vestida del sol y con la luna debajo de sus pies, y sobre su cabeza una corona de doce estrellas» (Apocalipsis 12:1), a quien le matan su hijo (Cristo) y que debe refugiarse en el desierto bajo la protección de Dios (versículo 6) hasta que Él regrese.

El mismo capítulo describe la guerra en el cielo entre Satanás y sus ángeles y las fuerzas de Dios. Satanás es derrotado y arrojado de nuevo a la tierra. Frustrado en su intento por destruir a la mujer que está bajo la protección de Dios, y se fue para hacer guerra al «resto de su descendencia, a los que guardan los mandamientos de Dios y se aferran al testimonio de Jesús» (versículo 17). Satanás está representado de pie en la orilla del mar mientras Juan ve una bestia que sale del mar (versículo 17, Apocalipsis 13:1). Los dos están claramente vinculados como Juan lo confirma: «La bestia que vi era semejante a un leopardo; sus pies eran como de oso, y su boca como la boca de león. Y el dragón le dio su poder y su trono y grande autoridad» (Apocalipsis 13:2).

Lo que sigue es una descripción de la manifestación final de un sistema político-religioso que ha plagado a la humanidad a través de las edades, especialmente al pueblo de Dios. El profeta Daniel explicó a Nabucodonosor, rey de Babilonia, que tal sistema persistiría a través de cuatro imperios, desde su reinado hasta el final de esta era del hombre (véase Daniel 2 y 7). Juan vivía durante los días de la cuarta manifestación mayor- el Imperio Romano. Lo que vio en visión fue el mismo sistema al final de esta era, después de haberse transformado y renovado varias veces a través de los siglos. En consonancia con la profecía de Daniel sobre el eclipse de las formas humanas de gobierno (Juan 7:13-14 y 2:44-45), Juan describe la última versión globalizada político-religiosa del sistema y su caída (Apocalipsis 17 y 18). La larga historia de este orden mundial será explorada en detalle bajo el próximo título en las Colecciones de Visión, ¡Mesías! Los Gobernantes y el Papel de la Religión.

Una inserción adicional en la narrativa se refiere a los 144.000 del Capítulo 7. Después de haber sido sellados por protección, aquí se representan, como se señaló anteriormente, victoriosos con el regreso de Cristo sobre el Monte de Sion (14:1-5). La inserción continúa con la aparición de tres ángeles con tres mensajes (versículos 6–11). Primero, es una proclamación de buenas nuevas para todos en la tierra. Dios está a punto de juzgar. Segundo, una declaración que el enorme falso sistema, identificado ahora como «Babilonia la Grande» ha caído. Tercero, una advertencia final sobre el castigo de aquellos ligados con el sistema es inminente. Consecuentemente, la siguiente inserción muestra la cosecha de los malvados sobre la tierra para el día de la intervención de Dios.

LA SEPTIMA TROMPETA

El capítulo 15 vuelve al flujo de la historia con el sonar de la séptima trompeta. Esto inicia el derramamiento de las siete últimas plagas contenidas en siete copas (versículos 1–5).

«Y el ángel que vi de pie sobre el mar y sobre la tierra levantó su mano derecha al cielo y juró. . . que en los días de la voz del séptimo ángel, cuando él esté por tocar la trompeta, también será consumado el misterio de Dios, como él lo anunció a sus siervos los profetas».

APOCALIPSIS 10:5–7, RVA-2015

Una descripción detallada de estos terribles castigos dados por los ángeles continúa en el capítulo 16. Los que estaban alineados con el gobierno de la bestia fueron afligidos con «llagas dolorosas y malignas». El segundo ángel derramó su copa sobre el mar, y murió todo ser viviente que estaba en el mar. El tercer ángel venga la sangre de los santos derramando su vaso sobre agua dulce; convirtiéndose esta en sangre. La gente es quemada por el calor del sol y maldice a Dios por la cuarta plaga, pero no se arrepintieron. El quinto ángel se dirige al trono de la bestia, hundiéndolo en la oscuridad, el dolor y la angustia. Al igual que los demás, tampoco cambian sus caminos.

En la región del río Éufrates, tres espíritus inmundos son soltados cuando se vierte la sexta copa. Son seres demoníacos que incitan a líderes mundiales a reunirse en Armagedón y salir a luchar contra el Cristo que regresa. La séptima copa produce un gran terremoto que sacude las ciudades, las montañas y las islas del mundo. Enormes piedras de granizo caen, y la gente una vez más maldice a Dios.

Juan ha aludido a los aspectos religiosos del orden político en el capítulo 13, donde introdujo una figura de cordero-dragón que promueve la adoración de la bestia gubernamental y la obediencia a sus mandatos económicos (Apocalipsis 13:11–18). Este falso profeta representa un sistema religioso falso, simbolizado por una gran ramera en el recuadro del capítulo 17. La ramera a su vez monta la bestia política, siendo transportada por esta, pero guiando su camino.

El capítulo 18 describe el efecto de la caída repentina de Babilonia. El mundo entero ha comerciado con sus bienes y ha dependido de esta, actuando inmoralmente para ganar su favor. Sin embargo, el pueblo de Dios debe separarse del mundo. Estos serán salvos en el momento de la caída de Babilonia.

Entonces el pueblo de Dios participará en las celebraciones de las bodas de Cristo y su Iglesia, representado aquí como el novio y la prometida (Apocalipsis 19:6–9). La inauguración del reino de Dios, el cual durará inicialmente 1,000 años sobre la tierra, coincidirá con el retorno del verdadero Cristo como jinete del caballo blanco (versículos 11–16).

El archienemigo de la humanidad será ahora atado: «Vi a un ángel que descendía del cielo y que tenía en su mano la llave del abismo y una gran cadena. Él prendió al dragón, aquella serpiente antigua quien es el diablo y Satanás, y le ató por mil años. . . para que no engañase más a las naciones» (Apocalipsis 20:1–3).

Después, el pueblo de Dios se reunirá con Cristo gobernando sobre la tierra. Es después de lo mil años que el resto de los demás resucitará (versículo 5). Al cierre del periodo milenial, Satanás será soltado por un periodo corto de tiempo. Este nuevamente engañará a las naciones y después sufrirá la derrota y el castigo eterno (versículo 10).

Una vez Satanás desaparecido, Un período de tiempo será asignado a todos los que han vivido y no han conocido y seguido el camino de Dios, para tomar la decisión de hacerlo (versículos 11–13). Si lo hacen, se les dará vida eterna. Si deciden no participar, lo que significaría vivir en contra de las leyes que garantizan la felicidad, Dios terminará misericordiosamente su existencia. En el simbolismo del libro de Apocalipsis, un lago de fuego consume todos los que se niegan a seguir a Dios. Esto se conoce como la segunda muerte, de la que no hay retorno.

CIELO NUEVO Y TIERRA NUEVA

Los dos últimos capítulos en Apocalipsis hablan sobre el tiempo más allá del gobierno milenial de Cristo. Aunque el libro se ha ocupado principalmente del fin de la era del gobierno humanamente ideado, ahora se convierte en el comienzo de un futuro ilimitado. Este es el tiempo en que Dios el Padre habrá de residir con su pueblo en la tierra. La Nueva Jerusalén, símbolo del trono de Dios, descenderá a la tierra (Apocalipsis 21:1–3). Será una época cuando los problemas de este mundo presente desparecerán para siempre: «Dios enjugará toda lágrima de los ojos de ellos. No habrá más muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas ya pasaron» (versículo 4).

«Dios. . . enjugará toda lagrima de los ojos de ellos, y no habrá más muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas ya pasaron».

APOCALIPSIS 21:4, RVA-2015

Juan confirma que el pueblo de Dios son aquellos que voluntariamente escogen Su camino y conquistan su propia naturaleza y asumen el carácter de Dios (versículo 7). Mas aquellos que no, sufrirán gran pérdida: «Pero, para los cobardes e incrédulos, para los abominables y homicidas, para los fornicarios y hechiceros, para los idólatras y todos los mentirosos, su herencia será el lago que arde con fuego y azufre, que es la muerte segunda» (versículo 8).

Finalmente, se le muestra a Juan el rio de agua que sustenta al árbol de la vida, cuyas hojas traen sanidad a todo. El día y la noche no existen más, y todo mundo verá a Dios y morará bajo su luz (Apocalipsis 22:1–5).

EL TESTIMONIO DE JUAN

Juan completa la anotación de todo lo que vio y oyó con la convicción de Cristo, «Yo, Jesús, he enviado a mi ángel para darles a ustedes testimonio de estas cosas para las iglesias. Yo soy la raíz y el linaje de David, la estrella resplandeciente de la mañana» (versículo 16). También cita la triple promesa de Cristo de que Él vendrá pronto (versículos 7, 12 y 20).

El comentario final de Juan es una advertencia de preservar el contenido del libro, ni de añadirle ni substraerle: «Yo advierto a todo el que oye las palabras de la profecía de este libro: Si alguno añade a estas cosas, Dios le añadirá las plagas que están escritas en este libro; y si alguno quita de las palabras del libro de esta profecía, Dios le quitará su parte del árbol de la vida y de la santa ciudad, de los cuales se ha escrito en este libro» (versículos 18–19).

De esta manera termina la carta del último apóstol sobreviviente de Jesucristo del siglo primero. Nada definitivo se conoce en cuanto a cómo y cuándo murió Juan, pero basado en varias tradiciones tempranas, es posible que sucediera a finales del siglo, posiblemente en Éfeso.

Pocos registros escritos de la Iglesia sobreviven de las décadas anteriores e inmediatas a la muerte de Juan, como si una niebla envolviera ese período de la historia de la iglesia. Sin embargo, lo que está claro es que la iglesia que resurgió, nombrándose así misma cristiana, era difícilmente reconocible como la iglesia que Cristo había fundado. Al parecer, a pesar de las advertencias hechas por cada uno de los apóstoles del siglo primero, gnósticos y otros falsos maestros ganaron un punto de apoyo cada vez mayor, de modo que los seguidores del Camino finalmente se encontraron marginados y enormemente superados en número.

ULTIMAS PALABRAS

Hasta el final de los escritos de Juan, su mensaje permaneció constante: mantenerse firme hasta el final y vivir según el modo de vida que Jesucristo enseñó y practicó, sin perder nunca de vista su retorno prometido y el establecimiento de un mundo mejor.

Al igual que Juan, cada uno de los otros autores del Nuevo Testamento que hemos considerado en esta serie hizo importantes comentarios finales en sus escritos. Muestran consistencia de esperanza, propósito, intención y modo de vida. No cabe duda de que estos primeros seguidores mantuvieron una creencia y una práctica comunes. Su evaluación de la sociedad en torno a fue realista, y su enfoque fue en la vida a la luz del futuro. Las siguientes conclusiones proporcionan un acercamiento apropiado a este estudio de sus vidas y señalan el camino a seguir para cualquiera que no sólo escuche, sino que también caminen en sus pasos.

Santiago les dice a los creyentes que «sean pacientes. . . hasta la venida del Señor. Vean como el labrador espera el precioso fruto de la tierra, aguardándolo con paciencia hasta que reciba las lluvias tempranas y tardías. Tengan también ustedes paciencia; afirmen su corazón, porque la venida del Señor está cerca» (Santiago 5:7–8).

Judas contrasta el camino del mundo con el modo de vida que el creyente debe vivir y aconseja: «Pero ustedes, oh amados, edificándose sobre la santísima fe de ustedes y orando en el Espíritu Santo, consérvense en el amor de Dios, aguardando con esperanza la misericordia de nuestro Señor Jesucristo para vida eterna» (Judas 20–21).

Pablo, le escribe una última carta a su ayudante Timoteo, diciéndole de la verdad eterna que «Toda la Escritura es inspirada por Dios y es útil para la enseñanza, para la reprensión, para la corrección, para la instrucción en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente capacitado para toda buena obra» (2 Timoteo 3:16–17).

Finalmente Pedro, habiendo mostrado la certeza del venidero reino de Dios, instruye, «Así que ustedes, oh amados, sabiendo esto de antemano, guárdense; no sea que, siendo desviados por el engaño de los malvados, caigan de su firmeza. Más bien, crezcan en la gracia y en el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo. A él sea la gloria ahora y hasta el día de la eternidad. Amén» (2 Pedro 3:17–18).