Mensajes de condenación y esperanza

Hablan los profetas menores

Al igual que Isaías, Jeremías y Ezequiel, los doce profetas que escribieron libros menos extensos y en ese sentido «menores» anunciaron poderosamente no solo la destrucción inminente sino la restauración final.

En esta serie sobre «La ley, los profetas y los escritos», generalmente hemos mantenido el orden de las Escrituras hebreas según se encuentra en el Tanaj de la Jewish Publication Society (Sociedad Judía de Publicaciones). En la sección de los profetas, después de tres de los profetas «mayores» (Isaías, Jeremías y Ezequiel) figuran doce «menores»: Oseas, Joel, Amós, Abdías, Jonás, Miqueas, Nahúm, Habacuc, Sofonías, Hageo, Zacarías y Malaquías. Estos doce son menores solo en cuanto a la extensión del material profético; la colección entera, originalmente escrita en un solo rollo, equivale a solo uno de los libros que abarcan los profetas mayores. Fueron recopilados en una colección en algún momento tras la reconstrucción del derruido templo de Jerusalén.

La primera mención de «Los doce» como unidad ocurre a principios del siglo II a.C. en el libro hebreo eclesiástico de Sirá. La evidencia material más temprana se encuentra en los Rollos del mar Muerto (que datan de mediados del siglo II a.C.); entre los rollos hay fragmentos de los libros de todos los doce profetas menores.

Varios de los libros preceden al exilio de los israelitas en Asiria y Babilonia. Otros son de la época del exilio y unos más de la época posterior al exilio. Pero a causa de varias imprecisiones, ninguna de estas obras se puede fechar de manera exacta, ni colocar necesariamente en orden cronológico. Oseas aparece primero, probablemente porque fue el primero de tres contemporáneos de Isaías; los otros dos fueron Amós y Miqueas.

«Cuanto a los doce profetas, que sus huesos reflorezcan en su tumba. Porque ellos consolaron a Jacob, y lo rescataron por la fidelidad y la esperanza» 

Eclesiástico 49:10 (Biblia de Jerusalén. por Equipo de Traductores De La Edición Española De La Biblia De Jerusalén)

1. Oseas

Oseas fue el único profeta cuyas palabras escritas aparecen en la Biblia y solo se refieren al reino del norte de Israel. Su audiencia inmediata fue identificada por el nombre de su tribu principal: Efraín, con base en Samaria.

Los versículos introductorios dejan en claro la época en que escribió: «Palabra de Jehová que vino a Oseas, hijo de Beeri, en días de Uzías, Jotam, Acaz y Ezequías, reyes de Judá, y en días de Jeroboam, hijo de Joás, rey de Israel» (Oseas 1:1).

La inclusión de los reyes de Judá es tal vez señal de que el contenido del libro también tuvo resonancia para el reino del sur. Jeroboam II gobernó circa 789–748 a.C. y Oseas probablemente profetizó durante los años finales de su reinado; Israel se había beneficiado con varias décadas de fuerza política y prosperidad, lo cual contribuyó a su creciente distanciamiento de Dios.

Al igual que la mayoría de los profetas, el mensaje fue de advertencia, llamados al arrepentimiento, y la promesa de restauración. Oseas representaría lo que había sucedido con la relación entre Israel y Dios. A él se le pediría tomar por esposa a una prostituta, triste recordatorio de aquello en lo que Israel se había convertido para su esposo metafórico. Ellos tendrían tres hijos, cuyos nombres representarían el rechazo de Israel por parte de Dios. El primero fue un varón, Jezreel, cuyo nombre significaba derrota militar: «quebraré yo el arco de Israel en el valle de Jezreel», en el norte del país. La segunda criatura fue una niña, Lo-ruhama, «no compadecida», significando con ello que Dios ya no libraría a Israel. El tercer hijo fue un varón al que llamaron Lo-ammi, «no es mi pueblo», representando con ello la ruptura de la relación marital simbólica de Dios con ellos (Oseas 1:4–9; 2:2).

De esta manera Dios anunció que pondría fin al reino de la casa de Israel, un pueblo del cual ya no tendría misericordia, ni sería su Dios ni su esposo espiritual. Entre muchos reveses, serian maldecidos con temor, enfermedades, hambre, guerra, muerte y exilio. El no prestar atención a la escalada de maldiciones por parte de Dios les acarrearía cautividad y exilio: «No quedarán en la tierra de Jehová, sino que volverá Efraín a Egipto [simbólicamente] y a Asiria, donde comerán vianda inmunda» (9:3). Su rechazo de la ley de Dios los pondría en manos de un amo despiadado: «No volverá a tierra de Egipto, sino que el asirio mismo será su rey, porque no se quisieron convertir. Caerá espada sobre sus ciudades, y consumirá sus aldeas; las consumirá a causa de sus propios consejos» (11:5–6).

Estas profecías se cumplieron en el ataque sobre el reino del norte iniciado por el rey asirio Salmanasar. El autor de II Reyes señaló la razón de la caída del reino y el exilio —la adoración a dioses ajenos, la edificación de lugares altos para la idolatría, su obstinada repulsa a cambiar, el rechazo a la ley de Dios, y la práctica de la brujería y la adivinación (2 Reyes 17:7–18)—, los mismos pecados que Oseas enumerara. Él concluye diciendo: «e Israel fue llevado cautivo de su tierra a Asiria, hasta hoy» (versículo 23).

Oseas también escribió sobre las bendiciones que vendrían en ocasión de una futura restauración de Israel a su tierra. Él habló del retorno de Israel y Judá a la tierra como «mis hijos» (Oseas 1:10–2:1); del restablecimiento de la relación marital entre Dios y su pueblo (2:14–23); de la restauración de un reinado piadoso (3:5); de sanidad y recuperación (6:1–3); de justicia (10:12); de amor por Efraín (11:8–11); y de la completa restauración de Israel (14:1–8).

Entre la muerte de Jeroboam y la caída de Samaria, el norte fue objeto de inestabilidad y decadencia, teniendo seis reyes en rápida sucesión, cuatro de los cuales fueron asesinados.

Probablemente, las profecías recopiladas por Oseas fueron luego enviadas a Jerusalén e incorporadas a «los doce».

«Los profetas […] apenas hablan de otra cosa que no sea estos dos temas: cómo y por qué el pueblo de Dios puede esperar ser castigado pronto con una variedad de desastres, y cómo y por qué pueden esperar ser finalmente rescatados y restaurados».

Douglas Stuart, Word Biblical Commentary, Vol. 31: Hosea–Jonah

 

2. Joel

Joel llegó con un mensaje de arrepentimiento y restauración para Judá, pero no hay indicación de un marco histórico ni de personalidades; no habla de reyes ni de príncipes, solo de sacerdotes y ancianos. Como no se refiere a Asiria ni a Babilonia, se supone que el libro fue compuesto o bien antes de llegar a la prominencia o más probablemente después de la caída de Babilonia en 539 a.C. Las naciones circundantes nombradas son las que habían tratado mal a Judá (Joel 3:4–8). Además, no se menciona al reino septentrional de Israel, y el uso de Judá para indicar Israel puede sugerir que el libro sea posterior al exilio. Las referencias positivas al templo de Jerusalén sugieren una fecha posterior al regreso de Babilonia.

El libro comienza con el relato de una plaga sin precedentes de cuatro tipos de langostas (capítulo 1), lo cual conduce —en términos similares— a una profecía sobre el aún futuro «día del Señor» y del ejército angélico de Dios (2:1–11): el tiempo de la intervención de Dios para poner fin a esta era de cuestiones humanas.

A esto sigue una súplica para que, dada la plaga que se avecina, Judá se arrepienta. Implícita aquí se encuentra la necesidad de que todo el pueblo cambie de proceder al considerar la venida del día del juicio divino. «Por eso pues, ahora, dice Jehová, convertíos a mí con todo vuestro corazón, con ayuno y lloro y lamento. Rasgad vuestro corazón, y no vuestros vestidos, y convertíos a Jehová vuestro Dios; porque misericordioso es y clemente, tardo para la ira y grande en misericordia, y que se duele del castigo» (2:12–13).

Una profecía sobre el derramamiento del Espíritu de Dios sobre la gente antes del día del juicio (2:28–32) introduce la sección final del libro. Este pasaje se cita en el Nuevo Testamento en el libro Hechos de los apóstoles como parte del discurso de Pedro al explicar la llegada del Espíritu Santo en el día de Pentecostés (Hechos 2:16–21). Los primeros seguidores de Jesús comprendieron que formaban parte de un grupo inicial de gente que recibiría el Espíritu de Dios antes del retorno de Cristo en su momento y del día del juicio.

Por último, Joel explica algunos de los acontecimientos que ocurrirían al concluir esta era del hombre. Muchas naciones librarían batallas en el Medio Oriente, convocadas allí por Dios mismo. (3:9–15). Este será el tiempo del juicio para todas las naciones que se han aprovechado del pueblo de Israel: «Y Jehová rugirá desde Sion, y dará su voz desde Jerusalén, y temblarán los cielos y la tierra; pero Jehová será la esperanza de su pueblo, y la fortaleza de los hijos de Israel». (3:16).

El profeta Amós por Gustave Doré, xilografía (1866)

3. Amós

El mensaje de Amós se concentró mayormente en los israelitas del norte, a quienes anunció la cautividad venidera. Siendo un granjero (Amós 1:1; 7:14), ahora —en virtud de la autoridad de Dios— le tocaba hablar sobre los problemas del Israel septentrional bajo el reinado de Jeroboam II y los pecados de Judá bajo el rey Uzías (circa 785–743 a.C.). Los reinos circunvecinos de Siria, Filistea, Tiro, Edom, Amón y Moab fueron también señalados para una retribución futura.

Como recordatorio a toda la nación, tanto del norte como del sur, de su compromiso con Israel, Dios dijo: «A vosotros solamente he conocido de todas las familias de la tierra; por tanto, os castigaré por todas vuestras maldades» (Amós 3:2).

Centrándose en la destrucción por llegar al reino del norte, Dios dijo que seguiría hablándoles a través de sus profetas acerca de la caída venidera (versículo 7), aunque a pesar de las advertencias para que se arrepintieran —indicadas mediante hambruna, sequía, infestación de sus cultivos y plagas de langostas— ellos no habían cambiado sus caminos (4:6–11).

La falta de justicia y equidad, la prevalencia del soborno, y el trato abusivo hacia los pobres y necesitados (5:7, 10–11) eran todas razones para el castigo de Dios, aunque él aún seguía ofreciendo esperanza a los que se arrepentían. «Aborreced el mal, y amad el bien, y estableced la justicia en juicio; quizá Jehová Dios de los ejércitos tendrá piedad del remanente de José» (versículo 15). La suntuosidad, comodidad y complacencia con las que se rodeaban los dirigentes iba a traer sobre ellos «el día de condenación» (6:3–8), y toda la nación —desde «la entrada de Hamat» en el norte, «hasta el arroyo de Arabá» en el sur— sería afligida (versículo 14; véase también 2 Reyes 14:25).

«Que Amós no fuera un profeta formado profesionalmente no afectó en absoluto su capacidad de pronunciar oráculos poderosos y conmovedores cuyo impacto llegara al corazón mismo de las responsabilidades de la nación rebelde ante Dios».

Douglas Stuart, Word Biblical Commentary, Vol. 31: Hosea–Jonah

Aunque Dios oyó a Amós cuando él le suplicó que tuviera misericordia de Israel en relación con las plagas de langostas y el fuego, Dios no transigiría en cuanto al juicio sobre el reino del norte: «me levantaré con espada sobre la casa de Jeroboam» (7:9).

El sacerdote en Betel, Amasías, informó al rey sobre la profecía de Amós y luego le dijo al profeta que se fuera a Judá. La defensa de Amós fue, simplemente, que Dios lo había instruido para que trajera el mensaje y que el sacerdote sufriría las consecuencias de la invasión y la cautividad (versículos 15, 17). La caída de la casa del norte era inminente, Dios se retiraría de ellos, su palabra se volvería inaccesible, la tierra sería saqueada, y el pueblo tomado cautivo (capítulo 8).

Con todo, habría misericordia y restauración: «He aquí los ojos de Jehová el Señor están contra el reino pecador, y yo lo asolaré de la faz de la tierra; mas no destruiré del todo la casa de Jacob, dice Jehová» (9:8). Los cautivos de Israel serían esparcidos entre las naciones y luego traídos de regreso (versículo 9).

La restauración traería la recuperación de la casa de David, que había colapsado, e incluiría aquellas naciones que aceptaran la soberanía de Dios (versículos 11–12). Santiago, el líder de comienzos del Nuevo Testamento citó este pasaje con cierta reinterpretación en relación con la aceptación de personas no judías en la iglesia bajo Cristo como sucesor espiritual de David (Hechos 15:16–18). Más aún, la restauración implicaría el retorno de los israelíes cautivos, la reconstrucción de las ciudades y abundancia agrícola (Amós 9:13–15): la característica de una restauración milenaria tras la segunda venida de Cristo.

4. Abdías

Dado el contexto, es probable que Abdías haya profetizado durante el periodo previo al exilio. Él habló sobre el vecino reino de Edom, territorio que habitaban los descendientes de Esaú, el hermano gemelo de Jacob. Su relación había sido tirante desde la época en que, mediante engaño, Jacob robara los derechos de primogénito de Esaú (véase Génesis 27).

Mucho más tarde, cuando los israelíes habían comenzado la última etapa de su viaje de éxodo hacia la Tierra Prometida, Dios los instruyó en cuanto a que evitaran las confrontaciones con los edomitas al atravesar el territorio de ellos. A pesar de la prudencia y cautela de los israelitas, los edomitas los resistieron con un ejército fuertemente armado (Números 20:14–21). La breve profecía de Abdías advertía a Edom sobre la continua persistencia de su odio (Abdías 1:10–16).

El profeta Ezequiel se refirió a la historia de la actitud de Edom y sus resultados en sus días, mostrando que la animosidad de Edom, cuando Jerusalén sufrió el ataque babilónico, no quedaría sin castigo: «Por cuanto tuviste enemistad perpetua, y entregaste a los hijos de Israel al poder de la espada en el tiempo de su aflicción, en el tiempo extremadamente malo, por tanto, vivo yo, dice Jehová el Señor, que a sangre te destinaré, y sangre te perseguirá; y porque la sangre no aborreciste, sangre te perseguirá» (Ezequiel 35:5–6).

5. Jonás

Durante el reinado de Jeroboam, Dios también habló a través del profeta menor Jonás, mayormente conocido por su renuencia a la misión profética destinada a la importante potencia regional de Asiria y a su capital, Nínive. Fue durante esta misión cuando se dio el famoso encuentro entre Jonás y un enorme pez (Jonás 1–3).

Muy a pesar de Jonás, tras sus advertencias Asiria cambió de conducta y evitó el castigo, impidiendo su invasión final por parte de Israel y la deportación de sus habitantes.

Jonás habría preferido verlos destruidos antes que lograr lo que él esperaba para su propio pueblo en sus manos. Pero Dios lo reprendió por su actitud inmisericorde: «¿Y no tendré yo piedad de Nínive, aquella gran ciudad donde hay más de ciento veinte mil personas que no saben discernir entre su mano derecha y su mano izquierda, y muchos animales?» (4:11).

Miqueas exhorta a los israelíes al arrepentimiento por Gustave Doré, xilografía (1866)

6. Miqueas

El profeta Miqueas estuvo activo durante los reinos de Jotam, rey de Judá, y sus sucesores Acaz y Ezequías (Miqueas 1:1), cuyos reinados abarcaron un período de 55 años (circa 743–698 a.C.). Aunque él procedía de Moreset, un pueblo al sur de Jerusalén, sus mensajes se dirigieron a Judá y Samaria. La idolatría de ambos reinados atrajeron su destrucción, solo que aquí se hace hincapié en el norte (1:6–7; 5:13–14). Primero caería Samaria, y luego, Judá.

Los versículos introductorios del libro de Miqueas se dirigen al colapso de Samaria: «Todo esto por la rebelión de Jacob, y por los pecados de la casa de Israel. ¿Cuál es la rebelión de Jacob? ¿No es Samaria? ¿Y cuáles son los lugares altos de Judá? ¿No es Jerusalén? Haré, pues, de Samaria montones de ruinas» (Miqueas 1:5–6a). En consecuencia, el mensaje a Samaria debe fecharse antes del año 722 a.C., cuando cayó ante Asiria.

«Oh, hombre, él te ha declarado lo que es bueno, y qué pide Jehová de ti: solamente hacer justicia, y amar misericordia, y humillarte ante tu Dios».

Miqueas 6:8

Jeremías confirmó que durante el reino de Ezequías, Miqueas anunció una profecía específica sobre la caída de Jerusalén (compárense Jeremías 26:18–19 y Miqueas 3:12). Él mencionó además la cautividad venidera de Judá en Babilonia (Miqueas 4:10–11). Lamentando los pecados del reino del sur, Miqueas mencionó varias ciudades de la planicie costera de Israel (1:8–16), todas, lo más probable, se encuentran entre las cuarenta y seis que el rey asirio Senaquerib dijo que capturó durante su campaña contra Ezequías en el año 701 a.C.

Los tipos de conducta que causaron la caída de Israel y finalmente también la de Judá fueron el maltrato a los pobres por parte de los ricos (2:1–2, 8–9), el corrupto liderazgo civil y religioso, la inequidad, la injusticia y el soborno (3:1–11; 7:2–5). Pero, tal como los demás profetas, Miqueas fue usado no solo para hablar de juicio, sino también de esperanza de restauración. Él profetizó sobre la venida del Mesías (5:2) en un pasaje que posteriormente Mateo —el escritor del Evangelio que lleva su nombre—mencionó como habiéndolo cumplido Jesús.

En la muy conocida profecía sobre el establecimiento final del reino de Dios en la Tierra para todas las naciones, Miqueas describe un momento en el cual la apreciación de los caminos de Dios se extenderá: «Vendrán muchas naciones, y dirán: Venid, y subamos al monte de Jehová, y a la casa del Dios de Jacob; y nos enseñará en sus caminos, y andaremos por sus veredas; porque de Sion saldrá la ley, y de Jerusalén la palabra de Jehová» (Miqueas 4:2). La guerra y la instrucción militar cesarán a medida que, simbólicamente, las naciones conviertan sus armas en instrumentos de labranza, y toda la humanidad esté en paz (versículos 3–4).

Las palabras finales de Miqueas están llenas de esperanza. A pesar de todo lo que Israel y Judá han hecho contrario a su compromiso de seguir los caminos de Dios, él aún los perdonaría: «¿Qué Dios como tú, que perdona la maldad, y olvida el pecado del remanente de su heredad? No retuvo para siempre su enojo, porque se deleita en misericordia. Él volverá a tener misericordia de nosotros; sepultará nuestras iniquidades, y echará en lo profundo del mar todos nuestros pecados. Cumplirás la verdad a Jacob, y a Abraham la misericordia, que juraste a nuestros padres desde tiempos antiguos» (7:18–20).

En nuestra próxima entrega, completaremos la serie sobre los profetas menores con un resumen de los libros de Nahum, Habacuc, Sofonías, Hageo, Zacarías y Malaquías.