Sueño con una Navidad Correcta

Una mirada cristiana a una práctica no cristiana

En sus primeros años la Iglesia Cristiana no celebraba la Navidad. No fue sino hasta más de tres siglos después del nacimiento de Cristo que se comenzó a relacionar esta festividad con el Cristianismo Romano.

La historia no nos dice exactamente cuándo los creyentes cristianos celebraron por primera vez esta fiesta, pero es evidente que cuando finalmente se adoptaron sus costumbres el cristianismo ganó nuevos adeptos con gran rapidez. De acuerdo con algunos registros históricos, para el año 336 d.C. ya se celebraba la Navidad en la capital del Imperio Romano. A los 20 años la celebración de la Natividad el 25 de diciembre fue acogida oficialmente por la iglesia en Roma y así quedó establecida su posición en la liturgia de la iglesia.

Pero ¿por qué esa fecha? Después de todo, las Escrituras en ningún lado mencionan que Jesús hubiese nacido en invierno. Por el contrario, los pastores que avistaron a los ángeles que anunciaban Su nacimiento no habrían estado en sus campos en el mes de diciembre, pues los inviernos eran demasiado fríos y lluviosos. Otro argumento para refutar la fecha de diciembre, como lo menciona la Enciclopedia Católica en su artículo sobre la Navidad, es que «parece imposible que el censo» que llevó a los padres de Jesús a Belén «se haya realizado en invierno: toda una población no podría haberse puesto en camino». El autor reconoce que los Evangelios “no proporcionan ayuda alguna” para determinar la fecha real del nacimiento de Cristo.

El artículo continúa diciendo: «La conocida fiesta religiosa solar del Natalis Invicti [natalis invicti solis, “nacimiento del sol invicto”], celebrada el 25 de diciembre, ejerció una fuerte influencia sobre nuestra fecha navideña». Esta fiesta conmemoraba el nacimiento del misterioso dios persa Mitra, el Sol de la Rectitud, a quien los romanos también adoraban. El festival celebraba el solsticio de invierno, cuando los días nuevamente comienzan a prolongarse y el sol empieza a subir aún más alto en el cielo, ganando fuerza de esta manera. Al ser introducido en el imperio por los soldados romanos, la veneración de Mitra, el dios-sol, era el principal rival para el cristianismo romano del siglo IV.

Existía una enorme tensión entre los pertenecientes al nuevo movimiento religioso y quienes preferían la adoración a los dioses romanos tradicionales. El emperador romano Constantino consideró esto como una amenaza para la estabilidad del imperio. Algunos historiadores suponen que fue él quien incorporó los festivales romanos de invierno al cristianismo. Visto desde una perspectiva política, la adopción de los festivales pudo haber ayudado a extender su poder y a unificar el imperio. Otros historiadores creen que Constantino fue sincero en su anhelo de propagar el cristianismo y de esta manera se trataba de una simple cuestión de lógica el conmemorar la que él consideraba que era la fecha de nacimiento de Cristo.

Sin embargo, en la antigua Roma los intereses políticos y religiosos a menudo se entrelazaban. Se consideraba que la prosperidad política dependía de la devoción religiosa. La mayor parte de la población romana aún estaba constituida por paganos practicantes o por quienes aún no habían aceptado la nueva fe. Estos no cristianos no renunciarían fácilmente a sus propias celebraciones, así que quizá resultó más conveniente incorporar aquellas festividades a la práctica de la iglesia. Ellos consintieron ser considerados cristianos en tanto que sus tradiciones permanecieran intactas. Fue con este telón de fondo político y cultural que las celebraciones paganas de Roma se mezclaron con las costumbres del cristianismo tradicional.

Los regalos eran una característica importante de las festividades en torno a las saturnales romanas, otra fiesta que influyó en el desarrollo de la Navidad durante el siglo IV. Las saturnales también estaban vinculadas con el primer día del invierno y el «retorno del sol», y eran la festividad más jovial del año para los romanos. Como parte del jolgorio, esclavos y amos intercambiaban lugares para crear un mundo totalmente de cabeza. Todo el trabajo y el trajín comercial se detenían durante la fiesta y se abolían todas las restricciones morales.

Esta clase de comportamiento desenfrenado realmente dominó la celebración durante casi toda su historia. De acuerdo con Stephen Nissenbaum, un historiador de la Universidad de Massachusetts y autor del libro The Battle For Christmas [La Batalla por la Navidad], si una persona de nuestro tiempo se transportara en el tiempo a la celebración de la Navidad en cualquier año anterior a 1800, no reconocería las festividades como relativas a ella. «Para nada pensaría que se trata de la Navidad», dijo en un documental para la televisión sobre la historia de la festividad. «¿Qué pensaría entonces? ¿El carnaval de Mardi Gras? ¿La Noche de Brujas? La Navidad en la Inglaterra de la época antigua era en realidad un carnaval».

UNA PAUSA EN LA TRADICIÓN

Para el siglo XVII la Navidad en Inglaterra ya había adquirido la reputación de ser una celebración para los borrachos. En 1644, a petición del número cada vez mayor de puritanos influyentes, el Parlamento aprobó una ley que obligaba a los comercios a abrir el 25 de diciembre y a las iglesias a cerrar sus puertas. La festividad no volvió a ser legal en Inglaterra sino hasta que Carlos II asumió el poder en 1660, aunque los escoceses continuaban aferrados a su visión puritana. Algunos historiadores creen que el deseo de las multitudes por celebrar la Navidad fue un motivo de fuerza mayor para llevar a Carlos al poder.

Los peregrinos y puritanos que se embarcaron hacia América en el siglo XVII se referían a este festival como una de las razones para tomarse un descanso de la Iglesia de Inglaterra. La tradición fue abolida en la Colonia de Massachusetts, donde se establecieron. No se convertiría en una festividad legal allí sino hasta después de unos doscientos años.

Incluso en el siglo XIX la fiesta era vista con malos ojos en la mayor parte de Estados Unidos. De acuerdo con Nissenbaum, el primer cuerpo policiaco profesional de la ciudad de Nueva York fue el resultado de una serie de disturbios relacionados con las celebraciones de la Navidad. En este siglo prácticamente todas las iglesias protestantes estadounidenses prohibieron, o al menos desalentaron, la celebración de esta festividad.

No obstante, a medida que avanzaba el siglo, autores de la talla de Washington Irving y Charles Dickens escribieron cuentos que contenían mensajes de buena voluntad con respecto a la temporada. La Revolución Industrial estaba generando una lucha de clases en la era victoriana y estos cuentos transmitían lecciones morales que tocaban a los más afectados por la cambiante economía.

Aunque Estados Unidos se había mantenido bastante renuente a este festival, terminó siendo la nación que más la apoyaría. El mercantilismo que rodea al 25 de diciembre en nuestros días ha sido conducido principalmente por la industria norteamericana. Así mismo, la mercadotecnia promovida por la televisión y las películas sirvió de gran ayuda para cambiar la reputación negativa de la fiesta.

EN ESPÍRITU Y EN VERDAD

Curiosamente, muchas personas alrededor del planeta celebran la Navidad y sus tradiciones, aun cuando no se consideran cristianas. Así mismo, un número considerable de personas en las sociedades cristianas occidentales celebra este día sin dar demasiada importancia a su aspecto religioso. Hoy en día esta celebración es concebida por muchos como una cálida tradición que no necesita tener un significado muy profundo. Es para ellos una época para reunirse con la familia, para descansar o una oportunidad para romper con la rutina.

Con todo, la mayoría de las personas que celebran esta temporada sí la relaciona con creencias de índole profundamente religiosa. Para ellos la Navidad es el momento más sagrado del año y observan la antigua tradición porque creen que Dios y Jesucristo quieren que lo hagan.

Cristo dijo que vino a establecer la verdad; sin embargo, el mismo día en que supuestamente se celebra su nacimiento está caracterizado por mitos y engaños.

La paradoja es que Cristo dijo que Él vino a mostrar la verdad y, a pesar de eso, el mismo día que supuestamente se celebra Su llegada se caracteriza por el mito y el engaño. Cada Navidad se obliga a los niños a que crean que Santa Claus vuela con sus renos desde el Polo Norte para bajar por su chimenea y dejarles regalos –dependiendo de cómo se hayan portado.

Es una mentira que desacuerda fuertemente con la razón fundamental por la que Cristo dijo haber venido a este mundo: para dar testimonio de la verdad. ¿Qué tipo de mensaje distorsionado está transmitiendo la sociedad a los niños sobre Jesucristo, cuando tales leyendas se relacionan con Su fecha de nacimiento? Muchos podrán decir que es una tradición inofensiva; sin embargo, ¿realmente ayuda al crecimiento de la fe, la cual se puede considerar como el elemento más importante del cristianismo?

A partir de la creencia de que se trata de una celebración inofensiva para repartir un poco de felicidad y hacer algo bueno por la familia, los amigos y los extraños necesitados, el asunto ahora se eleva a un nivel más serio, puesto que hacer el «bien» no equivale a hacer lo correcto. No importa cuán buenas puedan parecer las cosas desde una perspectiva humana, pueden ser completamente incorrectas desde la perspectiva de Dios. La Biblia nos dice que «hay camino que al hombre le parece derecho» para señalar que dicho camino puede traer graves consecuencias (Proverbios 14:12; 16:25).

¿Acaso importa qué tradiciones observemos en nuestra devoción a Dios y a Jesucristo? Quizás Jesús sorprendió a algunos de Sus seguidores cuando les advirtió que su adoración hacia Él podría ser equivocada. En el bien conocido Sermón de la Montaña les dijo: «No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos; sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos» (Mateo 7:21). Él también se refería a algunas de las personas aparentemente más religiosas de Sus días como hipócritas, diciendo: «en vano me honran, enseñando como doctrinas, mandamientos de hombres» (consulte Mateo 15:9 y Marcos 7:7). Estas declaraciones resaltan la importancia de comprender cuál es la voluntad de Dios, en lugar de decidir lo que a nosotros nos parece mejor.

¿No será ya el momento de hacer realidad el sueño de una Navidad correcta? Y eso significa, como algunos de nuestros antepasados hicieron, no celebrar la Navidad en absoluto.

Cristo señaló que Dios no quiere ser adorado con verdades a medias, mitos, leyendas ni tradiciones humanas. Él dijo a sus seguidores: «Dios es Espíritu; y los que le adoran, en espíritu y en verdad es necesario que adoren» (Juan 4:24).

Lo irónico es que ésta, la más popular de todas las festividades, aparentemente celebrada en Su honor, en realidad tiene poco qué ver con la verdad.