El fin de la pobreza: La voluntad y los medios

Después de haber sobrevivido a los estragos de la guerra, la enfermedad y un desastre natural en la parte rural de Bangladesh, Pramila estaba segura de que su vida se resolvería por completo cuando un incendio arrasó con su tienda de abarrotes, todo su ganado, sus dos vacas y su cosecha almacenada.

Sin embargo, la ayuda estaba en camino gracias a un revolucionario sistema financiero conocido como microcrédito, iniciado en los años setenta por Muhammad Yunus y su Banco Grameen. «El Banco Grameen la visitó a la mañana siguiente», registró Yunus en su libro autobiográfico, Banker to the Poor. «Parte del crédito lo utilizó para abrir una pequeña tienda de abarrotes y el resto lo invirtió en abono para su campo de riego. Con la ayuda de sus tres hijos mayores pudo empezar a pagar la deuda. Tres meses más tarde el Banco Grameen le otorgó un crédito para su vivienda y construyó una casa nueva.

«Actualmente está en su decimosegundo préstamo. Posee y arrienda suficientes tierras para vender aproximadamente diez montículos de arroz con cáscara (sin moler) al año, después de alimentar a toda su familia» (Consulte «Banca bajo palabra»).

¿Acaso estas innovadoras propuestas muestran el camino para aliviar la difícil situación de los más pobres de entre los pobres? ¿Alguna vez la pobreza realmente pasará a la historia, relegada a una época pasada de sombría economía?

Sería ingenuo pensar que una sola solución resuelve todos los problemas y necesidades. En este artículo examinaremos algunas opiniones encontradas, pero también algunas propuestas prometedoras e incluso visionarias que buscan acabar con la preocupación de la miseria absoluta.

UNA GLOBALIZACIÓN MÁS MADURA

Al otro extremo del espectro se encuentran los argumentos económicos que respaldan la globalización total. Aunque es claro que se han obtenido algunos resultados positivos al apoyar a los países en vías de desarrollo a fin de ayudar a mitigar la pobreza, de acuerdo con el artículo «Tired of Globalisation [Cansados de la Globalización]» del 3 de noviembre de 2005 de la publicación The Economist, vale la pena revisar «la experiencia de China, Corea del Sur, Chile y la India». La revista semanal británica recomienda «la solución que funcionó en el pasado en América, Europa occidental y Japón: economías de comercio abierto para aprovechar al máximo toda la infraestructura del capitalismo… En otras palabras, la globalización».

Pero muchas de las personas más pobres del mundo ni siquiera se encuentran en la posición de un chino o hindú promedio. Es posible que la globalización haya beneficiado a algunos, pero también ha causado problemas devastadores a otros.

El economista internacional Jeffrey Sachs es Director del Instituto de la Tierra de la Universidad de Columbia, además de ser consejero del Secretario General de la ONU, Kofi Annan, y de numerosos gobiernos y agencias internacionales de alto nivel. En su libro, El fin de la pobreza, expone un proyecto detallado y ambicioso para hacer frente a la difícil situación de «los más pobres de entre los pobres».

Sachs señala que las diversas soluciones aplicadas en los últimos años con frecuencia habían resultado demasiado limitadas, no habían sido planeadas con el suficiente nivel de detalle o simplemente habían sido incorrectas. Sachs considera que se debe revisar a fondo la economía de desarrollo del Fondo Monetario Internacional (FMI) y del Banco Mundial, y menciona que el FMI «se ha enfocado en una gama muy limitada de problemas, tales como la corrupción, las barreras para la iniciativa privada, el déficit presupuestario y la propiedad del estado sobre la producción. En Afganistán o Bolivia el FMI debería pensar automáticamente en los costos del transporte, mientras que en Senegal la atención debería concentrarse en la malaria».

¿Lograr que la corrupción sea historia?

Irónicamente, la brecha entre los ricos y los pobres es mucho mayor dentro de África que en todo el mundo. Allí, más de 300 millones (aproximadamente un tercio de la población total del continente) subsisten con menos de un dólar al día, mientras que, según el «Informe sobre la Riqueza Mundial» 2006 de Merrill Lynch, los 100,000 más ricos poseen una riqueza combinada de aproximadamente 800 mil millones de dólares, que tan sólo el año pasado alcanzaba los 700 mil millones. «Olvídense de la brecha entre el norte y el sur», escribe Aidan Hartley en la revista británica The Spectator (25 de junio de 2005). «La brecha de riqueza dentro de países como Kenya es muchísimo peor que en cualquier otra parte del mundo».

La cantidad de dinero que se ha invertido en África es verdaderamente enorme. Hartley resalta que «después de andar por seis valiosos Planes Marshall de ayuda, África es más pobre de lo que era hace 25 años».

Es cierto que la realidad de la corrupción y los sobornos se debe tomar en cuenta en la administración de la ayuda y el comercio, pero éste no es sólo un problema de África. Como demuestran los recientes fraudes contables multimillonarios y los miles de sobornos a Saddam Hussein en lo que respecta al Programa Oil-for-Food (Petróleo por Alimentos) de la ONU, la corrupción y el problema de los sobornos asola a todas las sociedades, no sólo a las africanas.

Al invitar a considerar la «economía clínica» Sachs escribe que, al igual que el cuerpo humano, la economía es con frecuencia compleja en sus dolencias y por lo tanto requerirá un diagnóstico y un tratamiento diferenciados y frecuentemente también complejos. Como sucede en una buena intervención médica, la supervisión y la evaluación son esenciales y se deberá aplicar un código de ética riguroso.

Pero el economista también observa que hay algunos problemas generales y más extensos qué resolver. Menciona la necesidad de lidiar con tres grandes preguntas: «¿Cuál es el mejor camino que nos lleve de regreso al comercio internacional? ¿Cómo escapar de las lapas formadas por las deudas incobrables y de una industria ineficiente? ¿Cómo negociar las nuevas reglas del juego para asegurar que la economía global emergente verdaderamente satisfaga las necesidades de todos los países del mundo y no sólo las de los más ricos y poderosos?».

Sachs cree que se debe prestar atención a la infraestructura básica, como las carreteras, la energía y los puertos, para promover el desarrollo, y que se debe alimentar al capital humano a través de una mejor salud y educación; de lo contrario, los mercados y las oportunidades para el comercio harán a un lado a vastas franjas del mundo, dejando a sus poblaciones empobrecidas y sin un alivio para su sufrimiento. Por lo tanto, para este experto la respuesta a la pobreza radica en apoyar a los que viven en pobreza extrema para que formen parte de la economía global, pero siempre con la debida consideración a las necesidades y retos locales.

OPINIONES ENCONTRADAS

Es un hecho ampliamente reconocido que las compañías minoristas del poderoso primer mundo son con frecuencia rapaces en su relación con las fábricas locales donde se explota a los trabajadores de los países pobres y que actúan sin el debido respeto a las condiciones laborales o al salario. Sachs reconoce lo dura que es por lo general la vida de la fuerza laboral predominantemente femenina, pero señala que por lo menos han subido un peldaño esencial para salir de la trampa de desesperanza de la pobreza extrema. Sachs afirma que se debe ejercer presión para mejorar sus condiciones, pero la clave es que se establezca una infraestructura tecnológica, ya que una compañía (y por lo tanto sus empleados y proveedores) podrá empezar a subir por la escalera de la tecnología. Por ejemplo, en el caso de la industria del vestido, las compañías que subcontratan la producción a los países más pobres impartirían capacitación hasta que las empresas locales pudieran adquirir la suficiente experiencia para comenzar a crear sus propios diseños de prendas de vestir originales.

Sin embargo, para Jeremy Seabrook, autor del libro The No-Nonsense Guide to World Poverty, las fábricas que explotan a sus trabajadores y quienes las patrocinan intencionadamente son nada más ni nada menos que depredadores.

Seabrook ataca el «culto semireligioso del consumismo». El ser compadecido por subsistir con menos de un dólar al día e introducido al «abrazo frío» de la economía del mercado no es siempre para bien. La propiedad de una pequeña extensión de tierra o la libertad para cazar y recorrer una jungla o un bosque se pierde una vez que los regalos de la naturaleza se convierten en mercancías en el reducido mundo de la globalización. En su opinión, «una vez que las medidas de riqueza y pobreza dependan solamente del dinero, la pobreza será un mal incurable».

Asimismo, señala que la pérdida de la tierra de un pueblo indígena significa un viaje sin retorno de la autosuficiencia rural a la indigencia urbana. Esa situación los fuerza a abrazar el mismo deseo insensible del dinero (en contraste con la autosuficiencia) que urdió la privación de sus derechos civiles. Ésta es la misma filosofía que desde la época de la Revolución Industrial ha alejado a las personas de un nivel de autosuficiencia en la tierra para llevarlas a su alojamiento en angostos barrios bajos y a su dependencia en los equivalentes de hoy en día de los «oscuros molinos satánicos» de William Blake.

«Se vea por donde se vea», insiste Seabrook, «la pobreza extrema persiste mientras que la injusticia social aumenta todo el tiempo. Esto tiene un poderoso impacto en las discusiones sobre la pobreza debido a que el modelo de mejora incorporado en la globalización es que los pobres se volverán un poco menos pobres sólo si los ricos se vuelven más ricos».

Políticamente, la voluntad para terminar con la pobreza mundial nos elude. Incluso las iniciativas más prometedoras parecen iniciar bastante bien en las conversaciones y terminan siendo pequeñas en la práctica.

Tomemos, por ejemplo, los casi cinco años de negociaciones de la Organización Mundial del Comercio para reducir las barreras comerciales en la agricultura y la industria manufacturera, las cuales iniciaron con optimismo en Qatar con el Programa de Doha para el Desarrollo en noviembre de 2001. Se llevaron a cabo conferencias posteriores en Cancún, Ginebra y Hong Kong, aunque las negociaciones finalmente fracasaron en julio de 2006. El hecho de que las reuniones no hayan producido nada excepto asperezas y acusaciones ilustra que el interés propio generalmente prevalece por encima de la magnanimidad, en particular cuando uno de los innumerables grupos de presión está detrás de un líder: el petróleo, el gas, el algodón, la gran agricultura, etc. Los aranceles en la agricultura han demostrado ser los más difíciles de resolver.

¿UN JUEGO BALANCEADO?

El cancelar la deuda es un paso positivo para ayudar a los países pobres a seguir adelante, pero lo que más desean muchos de los líderes económicos de los países tercermundistas es simplemente un campo de juego ecuánime.

Muchos de los mercados occidentales están ampliamente subsidiados; no obstante, de acuerdo con algunos comentaristas, el reducir dichos subsidios no sería tan útil para los países en desarrollo como el reducir los aranceles, en particular en la agricultura. Una mayor libertad comercial a través de la reducción de los subsidios beneficiaría a los granjeros tercermundistas al aumentar el precio de los alimentos, pero a expensas de los consumidores, incluyendo a aquéllos que ya de por sí no pueden alimentar a su familia. Por otro lado, la reducción de los aranceles, al menos de acuerdo con esta teoría, sería mucho más ventajosa para los pobres del mundo, en especial si dichas reducciones estuvieran acompañadas de una mayor ayuda en donde se necesite. Esto significa, por supuesto, que los políticos tendrían que adoptar medidas difíciles y políticamente en contra de la razón para retirar la protección que ofrecen los aranceles en las importaciones a los mercados internos vulnerables y con frecuencia alborotadores.

Pero los acaudalados países occidentales, particularmente Estados Unidos, temen a las naciones populares que empiezan a prosperar, como si «su» éxito fuera a costa «nuestra». Tal vez se olvidan que los trabajadores informáticos hindúes que prestan servicios a bajo costo a los consumidores occidentales utilizan computadoras Dell y software Microsoft para ello.

Es simplista creer que los ricos se enriquecen sólo porque los pobres se hacen más pobres, pero esto no quiere decir que muchos de los ricos no se hayan vuelto expertos en volverse incluso más ricos a expensas de los pobres. Y el hecho de perpetuar los mitos negativos acerca de los pobres ha sido un medio probado y analizado históricamente para la auto-justificación.

Inclusive la historia reciente nos muestra que, en última instancia, para las naciones, los negocios y los individuos más ricos y poderosos resulta difícil estar verdaderamente dispuestos a mostrar su gran generosidad en beneficio de otros; sin embargo, éste es un elemento esencial del tratamiento para el problema, es decir, si buscamos que alguna día la solución a la pobreza extrema coincida con el volumen de la retórica.

EL MODELO ANTIGUO

Un libro publicado por el gobierno británico cita al Año del Jubileo de una antigua nación como un camino a seguir para la reducción de la deuda. The Rough Guide to a Better World [Guía básica para un mundo mejor] menciona la costumbre bíblica de perdonar la deuda cada 50 años. Ésta fue la inspiración para el Jubileo 2000, la campaña para condonar las obligaciones financieras a largo plazo de los países empobrecidos. La idea hizo eco en las campañas Make Poverty History [Que la Pobreza sea Historia] y Live 8, las cuales enfocaban la presión internacional en los líderes mundiales de las reuniones económicas y políticas cumbre del Grupo de los 8 (G8) en Gleneagles, Escocia. Como resultado, se condonó el total de la deuda de los 18 países más endeudados (14 de ellos en África) y se programó que la ayuda se duplicara a 50 mil millones de dólares por año para el 2010.

El antiguo Jubileo, el cual ocurría cada 50 años, se instituyó cerca de 3,500 años atrás como parte de un sorprendentemente avanzado sistema para minimizar la pobreza entre un antiguo pueblo nómada. Este pueblo formaba la nación del antiguo Israel. Su líder, Moisés, escribió un código civil y religioso que la Biblia afirma que recibió directamente de Dios.

Pero había mucho más acerca de ello que sólo la condonación de la deuda. En el año del Jubileo cualesquiera tierras de cultivo anteriormente vendidas por cualquier razón, incluyendo la pobreza, eran devueltas a la familia o al clan que las vendió. Esto realmente aseguraba que nadie pudiera acumular grandes extensiones de tierra de forma permanente; sólo podían arrendar la tierra durante los años que restaban para el siguiente Jubileo, a un precio acordado conforme a ello. Y la tierra en cualquier momento podía ser readquirida sobre las mismas bases (Levítico 25:23-28). Asimismo, estaba prohibido prestar dinero con intereses (versículos 35-38).

El Año del Jubileo

«Y santificaréis el año cincuenta, y pregonaréis libertad en la tierra a todos sus moradores; ese año os será de jubileo, y volveréis cada uno a vuestra posesión, y cada cual volverá a su familia… Y cuando vendiéreis algo a vuestro prójimo, o compráreis de mano de vuestro prójimo, no engañe ninguno a su hermano. Conforme al número de los años después del jubileo comprarás de tu prójimo; conforme al número de los años de los frutos te venderá él a ti. Cuanto mayor fuere el número de los años, aumentarás el precio, y cuanto menor fuere el número, disminuirás el precio; porque según el número de las cosechas te venderá él. Y no engañe ninguno a su prójimo, sino temed a vuestro Dios» (Levítico 25:10, 14–17).

Cada siete años dentro del ciclo del Jubileo las deudas que debían los conciudadanos debían ser remitidas (Deuteronomio 15:1-3). Los terratenientes no podían recoger toda la cosecha de sus campos y viñedos para permitir que los pobres recogieran los restos (Levítico 19:9-10) y en los años en barbecho se permitirá a los pobres recorrer los campos y recoger lo que crecía por sí solo (Éxodo 23:10-11).

Las sociedades no han seguido (excepto muy rara vez) tales generosos principios de apoyo amable y mutuo. El capitalismo y su hija, la globalización, son por naturaleza amorales y egoístas. Cuando el motivo principal es acumular una cantidad aún mayor de riquezas, los débiles y los pobres son oprimidos.

UNA PERSPECTIVA DIFERENTE

El mundo se beneficia con el trabajo innovador de excepcionales visionarios como Muhammad Yunus y haría bien en implementar soluciones económicas a la medida de las necesidades como las propuestas por Jeffrey Sachs o en escuchar a comentaristas que se encuentran «en el lugar de los hechos» como Jeremy Seabrook, quienes nos advierten de no utilizar la palabrería para privar a las personas de su propio entorno y cultura en un intento equivocado por hacerlos como nosotros.

Cada persona de las naciones que «tienen» puede hacer su parte para minimizar la explotación y el abuso de los más pobres del mundo; pero, ¿podemos esperar de forma realista que todos, por voluntad propia, basados en una supuesta bondad humana innata, hagan a un lado su deseo de obtener una ganancia personal cada vez mayor y, en lugar de eso, elijan actuar en el mejor de los intereses de los demás, y así se logre acabar con la opresión y la pobreza de una vez por todas? La historia de la humanidad sugiere que no. Entonces, ¿tendremos simplemente que aceptar lo inevitable que es la pobreza?

Por sorprendente que sea para algunos, el mensaje de Jesucristo fue también un anuncio del máximo Jubileo. Al hablar con Sus compatriotas, predijo que un día se erradicaría la opresión: «El Espíritu del Señor está sobre mí, por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres; me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón; a pregonar libertad a los cautivos, y vista a los ciegos; a poner en libertad a los oprimidos; a predicar el año agradable del Señor» (Lucas 4:18-19). Éste fue un anuncio de la llegada del Reino de Dios a la tierra.

Al final, no son las personas quienes desinteresadamente terminarán con el sufrimiento de los menos afortunados; es Cristo quien por fin hará que la pobreza sea historia.