La Influencia de la Afluencia

¿Acaso una mayor riqueza personal aumenta nuestra sensación de bienestar? De no ser así, ¿cuál es la razón y por qué no podemos lograr una satisfacción real?

En la actualidad vivimos en un mundo cada vez más próspero en el que la mayoría disfruta niveles de abundancia sin precedentes. Gobiernos más favorables y a menudo democráticos, el libre comercio, los avances científicos y tecnológicos, así como la revolución en las comunicaciones digitales contribuyen a este fenómeno al impulsar el desarrollo de los mercados globales. Una auténtica cascada de riqueza material inunda la mayor parte del planeta; algunos afirman que Europa y Norteamérica son alrededor de tres veces más ricas que en 1950 y algunas regiones pueden demostrar avances similares o superiores.

Avner Offer, profesor de historia de la economía en la Universidad de Oxford, sugiere que el «flujo de oportunidades, servicios y bienes novedosos y atractivos» es la esencia de la abundancia; así, en la sociedad global de hoy cada vez menos áreas permanecen al margen de ese flujo.

Inevitablemente, este acelerado flujo nos confronta a cada uno con una mayor variedad de opciones; sin embargo, también nos lleva a una pregunta fundamental de perdurable importancia: ¿acaso una mayor abundancia nos conduce inexorablemente hacia un mayor bienestar? Offer analiza esta pregunta en su libro de 2006, The Challenge of Affluence [El Reto de la Afluencia], en donde concluye que ser más rico no es (mucho) mejor.

«Al contrario de nuestras expectativas, un mayor salario no nos hace mucho más felices. Necesitamos cuidar nuestras relaciones familiares, a nuestros amigos y a nuestras comunidades para nuestro propio bienestar».

Julia Uwin, Directora de la Fundación Joseph Rowntree, «¿Cuáles son los Males Sociales del Siglo XXI?» (Conferencia de la Real Sociedad de las Artes, julio de 2007)

Julia Unwin está de acuerdo con Offer. Ella es directora de la Fundación Joseph Rowntree, una organización que se describe a sí misma como «una de las más grandes organizaciones de beneficencia para la investigación y el desarrollo de políticas sociales en el Reino Unido». En una conferencia de la Sociedad Real de las Artes (Royal Society of Arts) en el mes de julio de 2007, Unwin señaló que «ahora hay más dinero en la economía que nunca antes» y, pese a ello, esta «relativa abundancia no ha traído facilidad y tranquilidad, sino nuevos problemas (…) Al contrario de nuestras expectativas, un mayor salario no nos hace mucho más felices».

SEÑALES DE LOS TIEMPOS DE ABUNDANCIA

Los datos de los indicadores demográficos (objetivos y subjetivos) del bienestar muestran que cuando una sociedad se empieza a desarrollar, el bienestar de sus ciudadanos mejora conforme se satisfacen sus necesidades básicas, pero una vez satisfechas, los niveles de bienestar descienden a pesar de un mayor aumento en sus ingresos.

En otra conferencia en la Facultad de Economía de Londres en mayo de 2007, Offer sugirió que «el ritmo de la innovación es el reto de la abundancia»: el paso veloz de la innovación actual incluye desarrollos en ciencia y tecnología, un rango cada vez más amplio de bienes y servicios de consumo, y el poderoso efecto de los medios de comunicación, la publicidad e Internet. Todo nos presiona a tomar decisiones y cuando encaramos tantas opciones en una sucesión tan rápida, casi nunca las podemos enfrentar. Como consecuencia, tomamos decisiones malas o perjudiciales que en realidad disminuyen nuestro bienestar.

El mismo hecho de que algunas opciones reducen el bienestar personal es lo que las vuelve malas, afirma Offer. Él y Unwin ofrecen ejemplos de las decisiones perjudiciales que tienden a tomar los individuos en las sociedades con abundancia.

En primer lugar, los niveles de ahorro personal han caído precipitosamente en muchos países desarrollados. La moderación de las generaciones anteriores que estaban dispuestas a ahorrar para adquirir lo que deseaban ha desaparecido bajo un alud de crédito fácil. ¿Por qué esperar al futuro si se puede comprar hoy? Las tarjetas de crédito disponibles de inmediato desaparecen mágicamente la espera del anhelo. El resultado es una acumulación de montañas de deudas personales conforme las personas se apresuran a satisfacer sus devoradores impulsos.

Y, claro, hay muchas cosas atractivas en las cuales gastar. Las sociedades con abundancia continuamente producen más bienes para satisfacer las demandas de un mercado en crecimiento. Además, gracias a que los países en desarrollo fabrican bienes más baratos, las cosas que deseamos invariablemente estarán disponibles por menos dinero. Por tanto, quizás es comprensible que la mayoría de las personas, en especial los jóvenes, cedan ante la presión de poseer todos los últimos aparatos y bienes de consumo de moda sin importar si los necesitan o si están al alcance de su bolsillo.

La interminable variedad de mercancías que los consumidores tienen a su disposición trae más que una etiqueta de precio: esa abundancia también ha tenido consecuencias significativas en el medio ambiente. Unwin observa que «los niveles extraordinariamente altos de empaque, la facilidad para desechar los bienes de consumo y el uso desdeñoso que damos a nuestros valiosos recursos son, quizá, el resultado de una abundancia fácil que sólo nos debería brindar beneficios» y enfatiza que «la degradación ambiental que amenaza al mundo es una impactante manifestación de cómo la abundancia —y el consumo excesivo— ha creado sus propios males sociales».

Pese a que los combustibles fósiles han provisto la mayor parte de la energía para alimentar a la industria, el transporte y los cómodos estilos de vida de la prosperidad actual, varios expertos aseveran que todo esto es una de las causas fundamentales del calentamiento global, con consecuencias posiblemente catastróficas. Se nos dice que debemos reducir de forma drástica nuestras «huellas de carbono» para intentar contrarrestar los efectos del calentamiento global y reducir la contaminación. Los objetivos que se establecen para reducir las emisiones de carbono requerirán sacrificio y cambios a nivel personal. ¿La gente estará dispuesta a realizar los sacrificios necesarios para ayudar a asegurar un mejor futuro global para todos?

«¿Cuáles son los mayores obstáculos para convertirnos en las personas que empiecen a crear el futuro que decimos que queremos?»

Matthew Taylor, Director Ejecutivo de la Real Sociedad de las Artes «¿Cuáles son los Males Sociales del Siglo XXI?» (Conferencia de la Real Sociedad de las Artes, julio de 2007)

Offer identifica otra tendencia preocupante: nuestro estilo de vida más sedentario junto con la introducción de la comida rápida barata han fomentado una epidemia de obesidad. Los estudios muestran que las personas no desean ser obesas, pero continúan comiendo… y no de manera saludable. Los restaurantes y los supermercados sirven a estilos de vida apresurados y al deseo general de tener más de lo necesario: porciones de comida rápida en porciones cada vez mayores y la multitud de decisiones ha brindado una mayor oportunidad para consentir nuestros apetitos poco saludables.

En términos similares, Unwin simplemente afirma que «no somos buenos para controlar nuestros apetitos», aunque con esta declaración no sólo se refiriere a comer de más. «La creciente adicción al alcohol y a los fármacos de todo tipo, con la consiguiente delincuencia y daño a la vida familiar y de la comunidad, es una consecuencia tanto de nuestra riqueza excesiva como de nuestra incapacidad —generalmente fatídica— para controlar los riesgos asociados con nuestros placeres».

Unwin y Offer describen otros males sociales cuya presencia aumenta en nuestros días. La desintegración familiar, un abismo generacional cada vez mayor, pobreza, congestión de los caminos y el paisaje, mayores niveles de estrés, atención médica insuficiente, trastornos mentales, violencia, fraudes económicos, inseguridad… todos ellos consecuencias de una sociedad cada vez más próspera. Los críticos sociales advierten que comunidades completas se están desbaratando y que el capital social, el elemento que las une, se está disolviendo.

Unwin continúa con una observación aleccionadora: «Nuestra abundancia podría dirigirnos hacia uno de los peores males de todos: el considerar que algunas personas tienen menos valor que otras; que en una economía de mercado las necesidades de aquéllos que no tienen valor para él son de alguna manera secundarias a las de quienes participan en esa economía».

Ésa es, en verdad, una evaluación inquietante. Unwin pregunta: «¿Cómo podemos aprender a convivir y a compartir los beneficios de nuestra recién descubierta abundancia, a crear una sociedad en donde todos seamos valiosos y nadie sea prescindible? La recompensa por aprenderlo es inmensa; el castigo que pagaremos si fracasamos es inimaginable».

LA PARADOJA…

Todo esto evoca la descripción bíblica de los días en que la característica que defina a la sociedad será una existencia egoísta, materialista, hedonista e impía en donde la buena reputación se habrá evaporado (2ª Timoteo 3:1–5). Parecería que la abundancia es, en parte, una fuerza que impulsa tales «postreros días», tiempos no muy diferentes a los que vivimos.

De acuerdo con Offer, desde la década de 1960 las virtudes del ahorro, la abstinencia, la castidad y la religión han sido reemplazadas por el egocentrismo, el carpe diem y el hedonismo. Conforme el mundo se recuperó de los saqueos y privaciones de la Segunda Guerra Mundial las actitudes empezaron a cambiar. Hace notar lo que denomina «la gran transición», un levantamiento ideológico, institucional y progresivo que se presentó a finales de la década de 1960 y a principios de 1970 cuando «las actitudes se empezaron a alejar del bien común y del servicio público como fuentes de bienestar, y a acercarse a los beneficios individuales». En otras palabras, nos hemos vuelto cada vez más egoístas y egocéntricos.

Offer cree que esta transición fue impulsada, al menos en parte, por la dinámica de la abundancia. Su tesis fundamental es que «la abundancia genera impaciencia y la impaciencia mina el bienestar». Y con la impaciencia y otros defectos del carácter, propiciados por las decisiones que provienen de una mayor abundancia, llegaron los trastornos sociales y personales antes descritos, los cuales están infectando notoriamente a nuestras prósperas naciones.

No obstante, las tendencias egoístas y con poca visión del futuro no son nuevas. Offer cita el Tratado sobre la Naturaleza Humana del filósofo del siglo XVIII, David Hume: «No hay cualidad en la naturaleza humana que cause más errores de funestas consecuencias en nuestra conducta que la que nos lleva a preferir lo presente a lo distante y remoto». La persona promedio a menudo prefiere una recompensa menor que reciba más pronto a una más grande que reciba después. Aunque deseemos una meta a largo plazo de mayor valor, con frecuencia la cambiaremos al instante por un objetivo de menor valor en el presente. Esto representa una dificultad para los compromisos, una preferencia por una gratificación instantánea por encima de una satisfacción tardía.

Al explicar por qué esto se ha convertido en un problema significativo en los últimos tiempos, Offer señala que la innovación está minando al compromiso. La novedad de lo más reciente que debemos tener induce una preferencia a corto plazo por el ahora. El consiguiente exceso en el consumo nos conduce a la saturación, lo que en realidad reduce nuestra capacidad para disfrutar de las mismas cosas que deseamos. Esto significa que entre más tenemos de algo menos lo disfrutamos.

El profesor concluye que «la abundancia y la novedad causan [tanto] mal [como bien]; desplazan y devalúan las reservas de posesiones, virtudes, relaciones y valores preexistentes. Las atractivas recompensas han mutado para convertirse en consecuencias indeseables». Paradójicamente, «el flujo de nuevas recompensas puede minar la capacidad para disfrutarlas». Dicho de otra manera, un aumento en los ingresos (después de satisfacer las necesidades básicas) no parece aumentar el bienestar.

Offer sugiere que la solución no es maximizar el consumo —como se nos alienta diariamente a hacerlo—, sino frenar y controlar nuestro consumo. Su receta para el cambio es admirable: la clave es un mayor equilibrio entre el consumo y la inversión, entre nuestros deseos para el ahora y los beneficios del futuro, entre las necesidades personales y las de los demás. El bienestar consiste en un equilibrio dinámico entre estos imperativos que a menudo son contrastantes y se encuentran en conflicto. Offer invita a la moderación, un regreso a una mayor urbanidad y a una búsqueda personal menos desenfrenada. Desea ver una cultura genuina de servicio al prójimo, la restauración de un sentimiento de humildad y equidad «para aminorar la legitimidad de la búsqueda destructiva (y, en última instancia, autodestructiva) de los intereses personales, el poder, el dominio y el estatus».

Alude a un cambio en el estilo de vida basado en el autocontrol y la moderación, pero no cree que los humanos podamos ejercer el grado necesario de limitación para realizar semejante cambio, debido a que las estrategias de autodisciplina y autocontrol han demostrado ser estadísticamente ineficaces. En su lugar, Offer recomienda utilizar recursos de compromiso social como una solución: impuestos para imponer el sacrificio personal, esquemas obligatorios de ahorro como la seguridad social y el seguro nacional, bienes en especie, como una aportación para la compra de vivienda, cupones para alimentos y educación gratuita. Offer considera que se necesita de las instituciones gubernamentales y educativas para ayudar a que las personas tomen mejores decisiones al crear más leyes y normas educativas.

«Las decisiones individuales están restringidas por los estatutos y las normas... Ante la falta de estos lazos, mantener el autocontrol sería incluso más difícil de lo que ya es».

Avner Offer, The Challenge of Affluence

Tales medidas aplicadas de manera externa ciertamente se han ganado su lugar y pueden estimular decisiones más benignas que generen un mayor control sobre nuestra vida. No obstante, no se deben confundir con el autocontrol. Offer tiene razón al señalar que las personas pugnamos (a menudo sin éxito) por controlar muchas de nuestras tendencias e impulsos naturales. Entonces, ¿cuál es la solución? ¿Existe una solución?

… Y LA RESPUESTA

Nuestros lectores sabrán que el alcance de Visión es buscar las respuestas en la Biblia, donde encontramos principios que nos guían en cuestiones como éstas. Y lo que la Biblia dice es que la felicidad y el bienestar no están fundamentados en el consumo material. En su esencia, estas características son de naturaleza espiritual. La fe en Dios y Su forma de vida son vitales para nuestro bienestar duradero. El dinero bien se podría describir como «el lubricante de la vida»: nos permite adquirir lo imprescindible y los placeres de la vida, así como suavizar nuestro camino por la misma. Pero, al final, el bienestar es un estado mental, sin importar que tengamos poca o mucha riqueza.

La Biblia también nos advierte de los peligros del deseo desenfrenado. Después de todo, la felicidad, la satisfacción y el bienestar duraderos no se basan en la abundancia de los bienes que poseemos (Lucas 12:15). Así mismo, las Escrituras nos previenen del modo de vida hedonista que cada día se vuelve más común. En lugar de eso nos alienta a llevar una vida más enfocada espiritualmente en las cosas de Dios (versículos 16-21). ¿Podría esto brindar la fuente del bienestar individual y colectivo?

El reto más grande que presenta la abundancia es recordar que es Dios, y no nosotros, quien nos da el poder para obtener riqueza (Deuteronomio 8:10-18). Si no somos cuidadosos la abundancia se puede convertir fácilmente en la resbalosa ladera que nos conduzca al rechazo de Dios. En verdad, el amor por el dinero y todo lo que puede comprar es la «raíz de todos los males» y puede conducir a la codicia y a «muchos dolores». Por otro lado, una mentalidad muy diferente de «piedad acompañada de contentamiento» podría, quizás paradójicamente, producir una «gran ganancia» (1 Timoteo 6:6-10).

Junto a semejante cambio en el estilo de vida, las prioridades y la cosmovisión pueden venir las mismas características que, de otra manera, son difíciles de alcanzar. El autocontrol y el dominio propio se pueden convertir en valores fundamentales que, a su vez, den lugar a un mayor respeto por nuestro entorno. Entonces consumiremos sin excedernos y viviremos dentro del límite de nuestros recursos. Valoraremos más las relaciones que los objetos materiales o los deseos egocéntricos. De igual manera, tendremos la debida consideración para las necesidades futuras y llevaremos un estilo de vida saludable y sostenible.

Los retos que enfrenta la civilización moderna se están volviendo cada vez más duros. El futuro promete un camino verdaderamente difícil a menos que podamos aceptar el reto de la abundancia y realizar con apremio los profundos cambios espirituales que se necesitan.