El Poder para el Pueblo

¿El camino hacia el futuro lo traza una mayor y mejor democracia? ¿El establecimiento de las formas democráticas de gobierno terminará con el conflicto en las regiones críticas como el Medio Oriente? ¿La imposición de la democracia por parte de las Naciones Unidas o de Estados Unidos podrá resolver los problemas del mundo?

La clave para el proceso democrático es «el pueblo». Para apreciar el futuro de la democratización es necesario comprender algunos aspectos fundamentales de la mente humana desde los cuales se origina la voluntad de las personas.

La paz es el deseo fundamental de las personas en todo el mundo. Y si la felicidad y la prosperidad la acompañan, entonces es mucho mejor.

Esperamos que nuestros gobiernos creen las condiciones necesarias para la paz, pero ¿acaso existe alguna forma de gobierno que la humanidad no haya intentado a través del tiempo en su búsqueda de armonía? Y aun así, la paz, la felicidad y la prosperidad continúan fuera del alcance de la mayoría. De hecho, ninguna nación puede afirmar que ya ha logrado este envidiable estado para todos sus habitantes.

Algunas personas describen la época en que vivimos como la era democrática. Señalan que gracias a la evolución del gobierno y al surgimiento de los principios democráticos en la política y en las instituciones, el mundo se encuentra a un paso de una era positiva; y efectivamente, en comparación con el gobierno de los señores feudales, los reyes tiranos y los dictadores déspotas, ¿quién contradeciría el hecho de que el gobierno basado en las necesidades y deseos de la gente común y corriente es un paso importante hacia delante? Así pues, ¿la democracia continuará expandiéndose en el sistema mundial, dominando gradualmente todas las demás formas de gobierno y llevando paz y bienestar a todas las personas?

«La democracia nunca dura mucho tiempo. Pronto se gasta, se agota y se aniquila a sí misma. Hasta ahora no ha habido ninguna democracia que no haya cometido suicidio».

John Adams, segundo presidente de Estados Unidos, en una carta para John Taylor

Quizá primero debamos preguntarnos si la capacidad para lograrlo es siquiera algo inherente al sistema democrático. Cualquiera que sea su punto de vista, una cosa es cierta: la democracia no tiene una definición establecida. Viene de muchas formas, tamaños y colores, y tiene diferentes significados para diferentes personas.

Por lo general, se reconoce que la democracia tuvo su origen con los griegos, cuando las revueltas en Atenas trajeron consigo el fin de una dinastía de tiranos en los siglos IV y V antes de nuestra era. El término demokratia se deriva de kratos, «gobierno», y demos, «pueblo». Por lo tanto, la definición es «el gobierno del pueblo». Aristóteles pensaba que el número ideal de hombres que participaría en cada sistema democrático sería de aproximadamente cinco mil. Sin duda alguna se sorprendería con la dimensión de las aplicaciones contemporáneas. Hoy en día el concepto del filósofo antiguo de la palabra polis (ciudad) como la base para la democracia ha dado auge a los modelos nacionales e incluso mundiales.

Aunque existen muchas variaciones modernas de la democracia, todas involucran a «el pueblo» en los procesos que expresan la voluntad de la mayoría o que actúan como controles y contrapesos sobre una autoridad centralizada. Los padres fundadores de Estados Unidos previeron lo que Abraham Lincoln posteriormente denominó «el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo». En muchas repúblicas «el poder del pueblo» significa que las masas de ciudadanos comunes y corrientes pueden ejercer su poder para destituir de su cargo a un presidente electo. Los filipinos son un ejemplo de ello, pues acaban de hacerlo hace algunos años. Por otro lado, se ha visto a varios líderes africanos presidiendo en las democracias donde el pueblo los ha llevado al poder y que, una vez que ocupan su cargo, gobiernan como dictadores. El analista político, Fareed Zakaria, habla de las diferencias entre estas diversas formas en términos de «democracia liberal» y «democracia no-liberal».

Para algunos, «el gobierno del pueblo» es la panacea para todos los problemas relacionados con los derechos individuales, los derechos humanos y la libertad en general. Para otros, significa la globalización y su socio 24x7, la Internet, la cual trasciende los límites políticos. En cualquier caso, los puntos de vista de la democracia tienden a mejorarse gracias al colapso de los sistemas cerrados en los que la voluntad del pueblo ha sido subyugada por la voluntad del Estado.

Así, aunque la democracia puede referirse a una doctrina o principio de gobierno, una serie de procedimientos institucionales o una serie de comportamientos, la idea principal es la distribución descendente del poder y la participación activa del pueblo para influir en el rumbo y los resultados.

PECADOS ORIGINALES

Los griegos pudieron haber colocado las bases para el sistema que conocemos como democracia, pero el gobierno del pueblo tiene sus orígenes en una época mucho más antigua. De hecho, de acuerdo con el libro del Génesis, las semillas fueron sembradas justo después de la creación de la humanidad en el Jardín del Edén, con Adán y Eva. A los seres humanos se les describe como creados a imagen y semejanza de Dios, mientras que los animales fueron creados según sus propias y diversas especies. Claramente nuestro destino era ser diferentes de otras especies. A los hombres y mujeres se les dio una mente, un cerebro físico con un componente adicional que no es físico.

Este componente se identifica en el lenguaje bíblico como el «espíritu en el hombre». El libro del Génesis explica que Adán se convirtió en un ser viviente una vez que Dios sopló en él aliento de vida (Génesis 2:7). El aliento, el viento y el espíritu son conceptos relacionados en hebreo. El antiguo libro hebreo de Job enseña que «espíritu hay en el hombre, y el soplo del Omnipotente le hace que entienda» (Job 32:8). Los animales no tienen espíritu y aunque cuentan con cerebros complejos y pueden ser extremadamente inteligentes, no tienen la capacidad mental equivalente al entendimiento humano.

Los seres humanos deben utilizar su mente para procesar información compleja y tomar una serie constante decisiones de un nivel más elevado que los animales. Aunque fuimos creados por Dios, tenemos libre albedrío moral y la capacidad para utilizar nuestro intelecto a voluntad en el proceso de decisión. Esto se demuestra en el mandato dado a Adán y Eva respecto a dos árboles en el jardín, identificados como el árbol de vida y el árbol de la ciencia del bien y del mal. El fruto de ambos árboles parecía ser bueno para comer, mas Dios les mandó que podían comer de uno, pero no del otro. Esto se debe a que los árboles simbolizaban dos formas de vida. Una forma de vida une la mente humana a Dios a través de su Espíritu Santo; la otra forma (prohibida) rechaza a Dios, puesto que los seres humanos se otorgan a sí mismos el derecho a determinar lo que está bien y lo que está mal.

Aunque es probable que no se hayan dado cuenta de todas las implicaciones, Adán y Eva eligieron la forma de la autodeterminación en nombre de la humanidad, rechazando la influencia directa del Creador. Éste es el sendero por el que ha caminado la humanidad desde entonces, representado por el destierro del Jardín del Edén de nuestros primeros padres y el árbol de vida. La humanidad actuó por cuenta propia, con la total libertad para tomar decisiones independientemente de Dios. Así nació el gobierno del pueblo.

La inteligencia humana con su componente no-físico es una fuerza formidable, como lo demuestran los logros del esfuerzo humano. Sin embargo, en áreas cruciales como la cooperación y la paz en las relaciones humanas, el poder de la gente no ha obtenido aún los resultados deseados. Los ciudadanos de la mayor democracia en la tierra (quizá la mayor democracia de todos los tiempos) están divididos políticamente por la mitad. El descontento hacia sus líderes, quienes fueron electos por un sistema basado en el poder del pueblo, hierve justo debajo de la superficie. Y en Irak, el occidente intenta reemplazar a un dictador tirano con un sistema democrático que ha probado ser muy difícil, por decir lo menos. Tal vez una razón de ello sea que muchos beneficiarios de dicho sistema tienen objetivos opuestos.

¿Por qué la inteligencia humana aplicada a la tecnología puede ser tan exitosa, pero cuando se aplica a un sistema de gobierno parece incapaz de producir un entorno duradero de paz y seguridad?

La respuesta se debe, en parte, a que no todo el conocimiento es físico. Al rehusarse a cumplir con el mandato de Dios con respecto a los dos árboles, la mente humana fue privada del acceso al conocimiento divino y confinada a la búsqueda del conocimiento físico. El construir y lanzar sondas espaciales, el represar los imponentes ríos o el transmitir datos en nanosegundos requiere el conocimiento de leyes físicas, y la mente humana es muy buena para acumular y aplicar esta clase de conocimiento. Pero el gobierno, que involucra la interacción social entre las personas, requiere la aplicación de principios espirituales para que sea realmente exitoso. El éxito llega a través de la expresión de la preocupación real que emana de quienes gobiernan hacia los gobernados y viceversa.

LEY Y DEMOCRACIA

La ley juega un importante papel en la democracia. El Estado democrático moderno crea leyes para proteger las garantías individuales de sus ciudadanos, así como para proteger a los ciudadanos de las injusticias o los abusos de quienes eligieron. Desde que el hombre obtuvo la autoridad para escoger entre lo bueno y lo malo, las leyes desarrolladas dentro del Estado democrático son hechas por el hombre sobre la base de lo que él decide que está bien o mal. Y todos sabemos que existen muchos puntos de vista divergentes con respecto a los valores éticos y morales. Lo mejor que el Estado puede hacer es crear leyes con las que esté de acuerdo la mayoría de las personas. Esto puede lograrse por el referéndum directo de las masas, por los representantes que elijan las masas o por los jueces nombrados por los representantes electos.

Sin una base moral y ética firme para la formulación de dichas leyes, éstas descansarán en los caprichos de la mente humana que decide las bases para la ley. Piensen en la evolución de las leyes que determinan hoy las relaciones matrimoniales y familiares dentro de algunas sociedades democráticas. Los legisladores luchan incluso para definir el matrimonio, de tal manera que comprometen sus esfuerzos al formular las leyes para proteger a quienes participan en la relación matrimonial. ¿Quién decide lo que está bien y lo que está mal respecto a esta institución sumamente importante? El gobierno del pueblo siempre tiende a disminuir las restricciones y, por lo tanto, tiende a la mediocridad.

La democracia puede ser mejor que las formas de gobierno autocráticas o dictatoriales, pero lamentablemente está vacía por dentro. Como dijo célebremente Winston Churchill: «Efectivamente, se ha dicho que la democracia es la peor forma de gobierno con excepción de todas las otras formas que han sido probadas en su oportunidad». Ningún gobierno es más fuerte que sus bases morales y éticas. Desgraciadamente, en el corazón de la democracia, la determinación del pueblo acerca de lo que está bien se basa sólo en lo que parece estar bien o en lo que se siente bien.

«La sola idea de la libertad presupone alguna ley moral objetiva que prevalece por igual a los gobernantes y a los gobernados. El subjetivismo acerca de los valores es eternamente incompatible con la democracia».

C.S. Lewis, Christian Reflections, 1943

OTRA FUENTE

Lo que muchas personas no saben es que hace casi tres mil años se realizó otro experimento democrático —en el sentido de que una persona se da el derecho de decidir cómo vivir— y los resultados fueron documentados. El Rey Salomón se dio el lujo de hacer lo que quería, sin las restricciones del bien y del mal. Documentó el experimento en el cual se permitió hacer todo lo que le atraía en los primeros dos capítulos del libro de Eclesiastés: «Di mi corazón a inquirir y a buscar con sabiduría sobre todo lo que se hace debajo del cielo… Dediqué mi corazón a conocer la sabiduría, y también a entender las locuras y los desvaríos» (Eclesiastés 1:13, 17). Esta sabiduría acumulada le llevó a declarar acerca de la mente humana que «Todos los caminos del hombre son limpios en su propia opinión… Hay camino que parece derecho al hombre, pero su fin es camino de muerte… Todo camino del hombre es recto en su propia opinión» (Proverbios 16:2, 25; 21:2, énfasis añadido en todo). El profeta Jeremías, quien desciende de la misma tradición hebrea, fue un poco más directo cuando declaró: «Conozco… que el hombre no es señor de su camino, ni del hombre que camina es el ordenar sus pasos» (Jeremías 10:23). Este entendimiento de la mente de «el pueblo» hace evidente que el gobierno basado en la voluntad del pueblo simplemente no funcionará.

Tal vez todos haríamos bien en abrir nuestra mente y preguntarnos algunas de las dudas expuestas por el analista político Zakaria en su libro El Futuro de la Libertad: «¿Qué sucedería si la libertad no proviniera sólo del caos, sino también de cierta cantidad de orden...? ¿Qué pasaría si, como en muchos aspectos de la vida, necesitáramos de guías y restricciones? ¿Y qué pasaría si la libertad fuera realmente segura sólo cuando estas protecciones son fuertes?»

La ley de Dios fue diseñada para proveer tales protecciones para la conducta humana. Si permanecemos dentro de ellas nuestra conducta nos guiará hacia los objetivos que busca la democracia. De acuerdo con Moisés, al hablar al antiguo pueblo de Israel acerca de dicha ley, «Nos mandó Jehová que cumplamos todos estos estatutos, y que temamos a Jehová nuestro Dios, para que nos vaya bien todos los días, y para que nos conserve la vida, como hasta hoy» (Deuteronomio 6:24). Ésta es la ley que provee el contenido moral y ético como una base para la vida diaria y que a su vez protege los derechos humanos. En lugar de determinar por nosotros mismos lo que está bien o lo que está mal, primero necesitamos buscar una base común para la ley de Aquél que nos creó. Entonces estarían protegidos los derechos del ciudadano y los gobernantes tendrían que poner el bien del pueblo por encima de sus propios intereses. La voluntad del pueblo estaría en armonía con la voluntad de a quienes se les encomendó presidir, colocando las necesidades y deseos de otros antes que los suyos. La paz y la felicidad serían una realidad.

En términos bíblicos este sistema se conoce como el gobierno de Dios. El gobierno benevolente de Dios, basado en Su ley, es el único tipo de gobierno que resolverá con éxito los problemas que nos rodean en la actualidad. Sí, ésta podrá ser la era democrática, pero no va a ser la era en que la humanidad resuelva sus problemas a través de sus propios sistemas de gobierno, ya sea democrático o cualquier otro. El Rey Salomón lo intentó todo y su recapitulación, que se encuentra en Eclesiastés 12:13, es poderosa: «El fin de todo el discurso oído es este: Teme a Dios, y guarda sus mandamientos; porque esto es el todo del hombre».