George Orwell: Escribiendo una Revolución

Sus propias experiencias de vida sin duda jugaron un papel importante en la producción de la que posiblemente sea la obra más conocida de George Orwell, 1984, que aún tiene la capacidad de causar impacto casi 60 años después de su primera publicación.

Nunca ha quedado completamente claro cómo fue que Eric Arthur Blair, hijo de un funcionario público subalterno del Departamento del Opio en la provincia de Bengala, India, se convirtió en George Orwell; sin embargo, Orwell era el nombre de una aldea de Norfolk, cerca del hogar de su familia en Southwold, así como el nombre de un río en Suffolk, que corría por la casa de los familiares con quienes se había quedado. Y Orwell quizá pudo tomar prestado su primer nombre del escritor George Gissing, cuya obra admiraba enormemente. 

Como sea que haya ocurrido, George Orwell fue el nombre que eligió de entre otros cuatro nombres que ofreció a Victor Gollancz para su pseudónimo cuando se aceptó la publicación de su primer libro. Una vez que su editor estuvo de acuerdo, se convirtió en George Orwell. 

Diversas experiencias de vida sin duda jugaron un papel importante en la producción de la que posiblemente sea la obra más conocida de Orwell, 1984, que aún tiene la capacidad de causar impacto casi 60 años después de su primera publicación.

La historia se desarrolla en un mundo dividido en tres bloques de poder casi iguales que están en constante enfrentamiento, uno de los cuales es Oceanía, que incluye al Reino Unido, ahora conocido como Airstrip One (Franja Aérea 1). Winston Smith es un hombre enfermizo de mediana edad subordinado al Partido, que busca debilitar su influencia dominante, incluyendo la sumisión de la población a 24 horas de vigilancia con el fin de controlar todos sus pensamientos y asegurar la pureza del Partido. El líder testaferro de este sistema oligárquico es el omnipresente y omnipotente Gran Hermano. 

La presencia ausente de la madre de Smith se entreteje a través de gran parte de la tela de la que está hecho 1984 y pueden verse también algunos efectos de la temprana desaparición de un padre en la vida del propio autor. El padre de Orwell se quedó en India cuando un brote de la peste provocó que su madre regresara a Inglaterra con Orwell y su hermana mayor cuando él tenía solamente unos cuantos meses de nacido. Para cuando Richard Blair se retiró en 1912, Orwell se encontraba lejos de su hogar durante gran parte del año, quedándose interno en la escuela de San Cipriano en Eastbourne, Sussex. Así que era solamente durante las vacaciones que el joven podía tratar de familiarizarse con el padre un tanto mayor de edad que nunca había conocido. Aunque Orwell respetaba a su padre, le fue difícil ser afectuoso con un hombre que podía ser algo brusco y que parecía sentir que los niños debían ser vistos, pero no escuchados.

SUS PRIMEROS AÑOS 

A la edad de aproximadamente 18 meses, Orwell sufrió un fuerte ataque de bronquitis y estuvo confinado en cama durante una semana. A partir de entonces, las afecciones respiratorias fueron un problema recurrente durante toda su vida, pero tampoco ayudaron los cinco años que pasó en el clima tropical de la India como miembro de la fuerza de la Policía Imperial India, un caso de fiebre de dengue, el fuerte hábito de fumar y, en ocasiones, una indiferencia casi intencionada por su propio bienestar. Se negaba a usar ropa cálida en clima invernal, con frecuencia vivía en casas húmedas y frías, y se exponía a condiciones insalubres y a menudo contaminadas, viviendo en la pobreza. Esto resultó en varios ingresos al hospital y en su consiguiente muerte por tuberculosis pulmonar el viernes, 21 de enero de 1950, a la edad de tan sólo 46 años. 

Esta enfermedad bronquial fue algo que el autor parece haberse sentido obligado a compartir con Winston Smith, quien se «doblaría por un arrebato de tos que casi siempre lo atacaba en cuanto se despertaba. Esto vaciaba tanto sus pulmones que sólo podía volver a respirar recostándose sobre su espalda y haciendo una serie de jadeos profundos». Uno tiene la sensación de que esto fue escrito por alguien que se había reducido a ese estado de incapacidad. 

No obstante, conforme iba creciendo, los problemas de salud no impidieron que Orwell disfrutara mucho de estar al aire libre, primero en caminatas junto a su madre y posteriormente en aventuras con un grupo de amigos. En sus últimos años pudo sorprender tanto a jóvenes como a adultos por sus conocimientos de la vida salvaje, interés que mantuvo hasta el final de sus días. 

El maravilloso campo de su niñez fue algo que plasmaría en sus escritos posteriores y que contrasta con el mundo mucho más deprimente que vio al hombre crear. 

Orwell asistió a la escuela de San Cipriano desde los 8 años. Vivir lejos de casa fue un duro golpe para un niño con antecedentes de pobreza que tenía que adaptarse a otros 80 niños, algunos provenientes de familias muy acaudaladas. El director de la escuela no perdía la oportunidad de recordarle la posición menos privilegiada de su familia y le sugería que sin duda demostraría alguna falla académica, un factor que contribuyó al sentido de culpa y a la falta de autoestima con las que lucharía gran parte de su vida. 

La falta general de aprobación que demostró su familia por sus decisiones posteriores, primero, por unirse en 1922 a la Policía Imperial India, y después, cinco años más tarde, por irse de nuevo para convertirse en escritor, solamente se sumó a este sentido de culpa y fracaso, como lo hizo su relativa falta de éxito durante sus primeros años como escritor. 

Orwell fue capaz de transmitir magistralmente su propio aire de autocondena a Winston Smith, un hombre de apariencia poco atractiva que estaba lleno de culpa por las circunstancias que rodearon la desaparición de su madre. Cuando Smith comenzó a oponerse más activamente a la presión por el conformismo del Gran Hermano, lo hizo con total conocimiento de que se estaba embarcando en una empresa que sin duda fracasaría. Cuando empezó su diario secreto, Smith «estuvo tentado a arrancar las sucias páginas y abandonar por completo la tarea; sin embargo, no lo hizo, porque sabía que era inútil... Continuar o no con el diario no hacía ninguna diferencia. La Policía del Pensamiento igualmente lo atraparía. Había cometido... el crimen fundamental que contenía a todos los demás. Lo llamaban el Crimen del Pensamiento».

LEER, ESCRIBIR Y HACER LISTAS 

Orwell se convirtió a temprana edad en un ávido lector, devorando autores como Rudyard Kipling (autor obligado en cualquier hogar angloindio), Jonathan Swift, H.G. Wells y Charles Dickens. 

No pudo resistir dar a Smith el mismo interés —«Había una pequeña biblioteca en la otra esquina y Winston ya había sido atraído hacia ella»—, una predilección muy sospechosa en el mundo tan censurado de 1984. De hecho, fue a través de un libro (su decisión de llevar un diario) que comenzó el desafío de Smith a la autoridad del Gran Hermano. 

El joven Orwell poco a poco agregó una mezcla más bien ecléctica de intereses a este amor por los libros, pues iban desde la búsqueda de armas y explosivos hasta la compilación de listas. 

Las listas de su niñez con fechas, metáforas, palabras poco comunes, libros, poetas y escritores, le dieron sentido a otros asuntos de su vida adulta. La más controversial fue una lista revelada después de su muerte en la que enumeraba a personas que él consideraba que probablemente eran subversivas.

ACTITUD HACIA LAS MUJERES 

Un rasgo un tanto contradictorio en la naturaleza de Orwell fue especialmente evidente en su actitud hacia las mujeres. Por un lado, ansiaba mucho su compañía, pero el hecho de salir (o incluso casarse) con una mujer en particular no aseguraba de ninguna manera su fidelidad hacia ella. 

Muchas personas han comentado sobre este aspecto del carácter de Orwell. El biógrafo Gordon Bowker citó a un amigo posterior de Orwell, Stephen Spender, quien lo fue tanto como para decir que: «Orwell era muy misógino. No sé por qué. Era una extraña clase de hombre excéntrico lleno de ideas raras y prejuicios extraños. Uno de ellos era que pensaba que las mujeres eran extremadamente inferiores y estúpidas... Realmente despreciaba bastante a las mujeres».

Si la última declaración fue o no 100% verdadera, probablemente la mayoría no discutiría al describir como «excéntrico» y «extraño» a un hombre que podía reservar sus fines de semana para la mujer con la que pretendía casarse, mientras dormía con alguien más durante la semana. 

Como era de esperarse, no pasó mucho tiempo para que el autor de 1984 reuniera a Smith con Julia en un encuentro sexual. De hecho, así es como Orwell pretendía que se rebelaran contra el Gran Hermano: «Algo que insinuaba una corrupción siempre lo embargaba [a Winston] de una esperanza disparatada», escribió Orwell. «¡Algo para pudrir, para debilitar, para desgastar!». Justificar la promiscuidad sexual convirtiéndola en un arma política muestra claramente el estado de pensamiento descabellado y aún lleno de culpa del propio autor en esta área.

CLASE, SOCIEDAD Y POLÍTICA 

No obstante, Orwell es más recordado por su visión respecto a las distinciones sociales. Esto se ve claramente en 1984, aunque también es muy evidente en otros de sus escritos, principalmente en Rebelión en la Granja. La sociedad eduardiana clasista en la que creció, así como el sistema colonial que llegó a odiar en India, están visiblemente representados en la estructura social de su Oceanía ficticia: «En el vértice de la pirámide se encuentra el Gran Hermano... El Gran Hermano es la forma con que el Partido elige mostrarse al mundo... Debajo del Gran Hermano está el Partido Interior. Sus números están limitados a seis millones, o poco menos de 2% de la población de Oceanía. Debajo del Partido Interior se encuentra el Partido Exterior que, si al Partido Interior se lo describe como el cerebro del Estado, podría justamente compararse con las manos. Por debajo de éste están las masas adormecidas a las que normalmente nos referimos como ‘las proles’, que tal vez conforman 85% de la población».

Si los excesos de los gobiernos totalitarios evidentemente lo consternaron, así lo hizo también la ceguera de la gente hacia el peligro que dichos gobiernos representaban. 

En 1936, al viajar hacia el norte de Inglaterra con el telón de fondo de una Europa en conmoción, con la Alemania de Hitler retomando la posesión de Sarre, la Italia de Mussolini invadiendo Abisinia y la toma de control de la izquierda en España, Orwell encontró que los trabajadores que asistieron a un mitin de la Unión Británica de Fascistas de Oswald Mosley apoyaban ampliamente lo que Orwell denominó pronunciamientos «inútiles». Orwell concluyó su novela Homenaje a Cataluña lamentando que en su tierra natal «todos [estuvieran] durmiendo el sueño tan, pero tan profundo de Inglaterra, del que algunas veces temo que no despertaremos sino hasta que el estruendo de las bombas nos arranque de él».

El peligro que Orwell detectó en estos movimientos totalitarios fue algo que llegó a experimentar de un modo muy personal cuando sus escritos fueron denunciados con vehemencia por los comunistas estalinistas. La bala que Smith esperaba recibir en cualquier momento en la parte posterior de su cabeza en 1984 era algo que Orwell veía como una posibilidad demasiado real para él mismo. El asesinato en el lejano México del revolucionario arquitecto que alguna vez fue comunista, Leon Trotsky, no hizo nada para aquietar sus temores. 

En su ensayo «Looking Back on the Spanish Civil War», escrito en 1943, Orwell revela claramente que al mirar el presente podía ver ya el mundo de 1984 de su imaginación. «La teoría nazi... niega específicamente que exista tal cosa como “la verdad”», escribió. «El objetivo implícito de esta línea de pensamiento es un mundo de pesadilla en el que el Líder, o alguien más que dirija al grupo, controla no sólo el futuro, sino también el pasado. Si el Líder dice que tal o cual situación “nunca ocurrió”, pues bien, nunca ocurrió. Si dice que dos y dos son cinco, bueno, pues dos y dos son cinco. Este prospecto me asusta más que las bombas». 

Casi podemos ver a Winston Smith en su escritorio en el Ministerio de la Verdad recibiendo otro pequeño rollo de papel con instrucciones para «rectificar» las últimas noticias.

Ahora somos la siguiente generación desde la fecha del título de un libro que se publicado muchos años atrás, en 1949. ¿Será que la obra final de este complejo y algunas veces contradictorio hombre todavía tiene algo que decir al mundo del siglo XXI? El hecho de que no haya escasez de violaciones a los derechos humanos, reportadas con regularidad en todo el mundo, pareciera indicar una respuesta positiva a esta pregunta. 

Tal vez Orwell resumió mejor el mensaje de 1984 en su ensayo de 1939 sobre Charles Dickens. «El problema central —cómo evitar que se abuse del poder— sigue sin resolverse», escribió. Y concluye: «[la afirmación de que] ‘si los hombres se comportaran decentemente, el mundo sería decente’ no es tan obvia como pareciera».