Hacia el Límite de la Moralidad

Algunos teóricos sociales afirman que en la búsqueda del hedonismo del mundo moderno, éste ha cambiado a Dios por la ciencia.

¡Qué mundo! La frase siglo XXI resulta ya un bostezo, tal vez debido a que todo el despliegue publicitario ha embotado nuestros sentidos. Sin embargo, al mismo tiempo nos sentimos desconcertados y engañados por la intensa velocidad, el volumen y las implicaciones del cambio social y científico.

¿Cómo podemos lograr asimilar todo o encontrarle sentido al lugar hacia donde eso nos está llevando? ¿Seremos capaces de mantener nuestro equilibrio o inclusive de reorientarnos? Quizás algunas veces anhelamos algún tipo de brújula personal, algo seguro, preciso y fiable en que podamos confiar en medio de un mar de cambios.

En particular, el paso acelerado de los avances científicos está creando dilemas morales en los que se requieren decisiones éticas potencialmente incalculables y de gran alcance ante una imagen borrosa del cambio que se está originado a la velocidad de la luz. Nos vemos forzados a considerar cuestiones que generaciones previas no concibieron ni pudieron imaginar.

Tomemos, por ejemplo, las recientes noticias acerca del ADN de una mujer danesa (obtenido de una muestra de sangre que dio en los años ochenta) que, sin su consentimiento, fue introducido en miles de ovejas neozelandesas por la misma compañía británica que desarrolló genéticamente a la oveja Dolly. La compañía afirma que lo anterior tiene como intención extraer una proteína de la leche genéticamente modificada de estas ovejas: una proteína que [la compañía] asegura ayudará a curar enfermedades como la fibrosis quística.

Luego tenemos la aún más reciente noticia sobre una pareja estadounidense que hizo uso de la avanzada tecnología de fertilidad para seleccionar un óvulo fertilizado y tener un bebé varón. Pero no se trataba de cualquier bebé, sino de uno que fuera genéticamente ideal para ser un donante de médula ósea para su hermana mayor, quien de otro modo moriría.

Las profundas consideraciones éticas en situaciones como éstas están en proporción con las inmensas implicaciones biológicas y médicas. Con el paso acelerado y el alcance de dichos esfuerzos para curar las enfermedades y extender la longevidad (y asimismo, alguien tiene que decirlo, para incrementar las ganancias) la particular paradoja ética de la eugenesia asoma la cabeza (¿o deberíamos decir las cabezas?).

«En el nombre de la ciencia hemos reinventado el sacrificio humano».

Daniel Johnson, «Whispers of Immortality», Daily Telegraph, 8 de abril de 2000

Por ejemplo, ¿cómo podemos manejar el cada vez más severamente enfocado dilema moral respecto al aborto de un feto que sabemos se convertirá en un niño discapacitado o quien podría no poseer las cualidades deseadas, como el sexo «correcto» o el potencial de inteligencia «adecuado»? ¿Cómo podemos enfrentar el hecho de que los experimentos en los embriones humanos son necesarios para que la ciencia y la medicina avancen en el campo de la eugenesia? ¿O que se necesitan embriones clonados para la industria de los trasplantes humanos? «En el nombre de la ciencia hemos reinventado el sacrificio humano», proclama el periodista Daniel Johnson. «a ciencia está usurpando el papel de los sacerdotes, debilitando nuestra sensibilidad moral con el fascinante espejismo de la inmortalidad», afirma (“Whispers of Immortality” [«Los susurros de la Inmortalidad»], Daily Telegraph de Londres, 8 de abril de 2000).

Este dilema ético se ve intensificado por la ambivalencia moral y la degradación de los valores tradicionales y espirituales de la sociedad occidental. Nunca antes nos habíamos encontrado tan urgentemente necesitados de una moral firme y de una base espiritual a través de las cuales podamos dar sentido a la velocidad y el rumbo de la ciencia. Sin embargo, la cultura occidental —en especial nuestros líderes políticos, religiosos y comerciales— es, como un todo, completamente incapaz de proporcionar dicho rumbo o dirección.

Nos encontramos avanzando a tientas por un desierto espiritual desconocido y rápidamente cambiante, tratando de definir esta escurridiza cuestión ética que, en sentido figurado, aún se encuentra debatiendo cuál camino es el correcto. En un tiempo de extraordinario progreso científico y médico resulta irónico que, como sociedad, tal vez nos encontremos menos preparados moralmente para lidiar con los asuntos del presente que en cualquier otro momento de nuestra historia reciente.

¿UNA NUEVA ATLÁNTIDA?

El filósofo británico Anthony O’Hear, profesor de filosofía en la Universidad de Bradford y Director del Instituto Real de Filosofía, considera que, a pesar de los avances en la ciencia y la política democrática de los últimos tres siglos, nuestra moral pierde por mucho ante los beneficios obtenidos.

Parte del problema es que hemos equiparado más y más el progreso con el avance científico. Lo anterior ha llevado a la petulante creencia de que la postura que tomamos hablando de cuestiones morales —con frecuencia muy diferente e incluso opuesta a la de nuestros antecesores— representa un verdadero progreso social o moral. Quienes se atreven a diferir son calificados de victorianos, represivos o discriminadores, y ciertamente en contra de lo que es considerado correcto.

Parte del problema es que hemos equiparado más y más el progreso con el avance científico.

Sin embargo, O’Hear ataca la selectividad de la «racionalidad científica». Las voces tradicionales a las que alguna vez se les habría prestado atención por encima de la lucha diaria de los negocios y la ciencia, como las de los líderes religiosos y nacionales, se encuentran prácticamente enmudecidas. Cuando hablan, frecuentemente son mofados o ignorados por los demás. Otras voces mas seculares han tomado su lugar

O’Hear considera que la visión utópica (o pesadilla) del filósofo inglés Francis Bacon (1561-1626) está sobre nosotros. En su libro de 1999, After Progress: Finding the Old Way Forward [Después del progreso: Descubriendo el camino antiguo hacia el avanze] (Bloomsbury Publishing, Londres), escribe: «En La Nueva Atlántida los científicos son, de hecho, los gobernantes. Ellos deciden cuáles de sus descubrimientos deben comunicarse al público en general. Son sus descubrimientos los que determinan lo que se considerará como una ayuda para la condición del hombre y qué es lo que se debe hacer. Podemos trabajar con lo que descubren; ellos determinan el rumbo de la sociedad y de la vida humana. Es sobre sus cimientos en donde se basa la reconstrucción de la ciencia, las artes y de la misma humanidad. Y todo ello en un rechazo consciente a la sabiduría y los prejuicios antiguos, cuestiones que estuvieron cerca de hacerse realidad en 1999. En ese año los desarrollos científicos, particularmente en el campo de la genética y la medicina, devastaron antiguos conceptos del carácter sagrado de la vida... La ciencia está impulsando el desarrollo de nuestro sistema de valores morales y no al revés. A un nivel profundo la ciencia no está libre de valores, pero ella misma determina su erosión debido a lo que hace posible y por lo que parece estar diciéndonos acerca de nosotros mismos» (pp. 10-11).

«A un nivel profundo la ciencia no está libre de valores, pero ella misma determina su erosión».

Anthony O'Hear, After Progress: Finding the Old Way Forward

O’Hear continúa hasta reventar la burbuja del mito de la separación científica. «Veremos una y otra vez la forma en que los desarrollos y las teorías científicas han afectado nuestras más preciadas percepciones y creencias», subraya. «La ciencia no deja y no puede dejar todo lo demás como está. En su pretensión de completar la objetividad imparcial descarta todo lo que no encaja en su marco como una simple superstición. Es aquí donde, si acaso nos interesa el mundo humano, debemos empezar a hacer frente al imperialismo de la ciencia, a su pretensión de poder decirnos todo acerca del mundo y de quiénes somos» (p. 12).

No obstante, nuestro sistema económico y la tradición occidental nos han decepcionado. Los errores han quedado expuestos ante la deslumbrante y despiadada luz del progreso, el racionalismo y el humanismo. No podemos pretender que en algún momento incierto del pasado todo estaba bien.

APROVECHAR EL DÍA

Daniel Bell, quien acuñó la frase «sociedad post-industrial», señala la moral irónica de autodestrucción que es inherente dentro del competitivo sistema que llamamos capitalismo en donde «el hombre es el lobo del hombre». En una edición actualizada de su libro de 1973, El advenimiento de la sociedad post-industrial (The Coming of Post-Industrial Society, Basic Books, Nueva York, 1999), Bell afirma que «El dominio técnico [en la Revolución Industrial] estaba… fusionado con una estructura del carácter, la cual aceptaba la idea de satisfacción pospuesta, de una compulsiva dedicación al trabajo, de economía y sobriedad, y la cual era sancionada por el servicio moral a Dios y la prueba de valor propio a través del concepto de la respetabilidad».

Bell prosigue diciendo que «Irónicamente, todo lo anterior quedó minado por el propio capitalismo. A través de la producción y el consumismo en masa destruyó la ética protestante al promover con entusiasmo una forma de vida hedonista. A mediados del siglo veinte el capitalismo buscaba justificarse a sí mismo no por medio del trabajo o los bienes, sino por los símbolos del estatus conferido por las posesiones materiales y por la promoción del placer. El crecimiento del nivel de vida y la relajación de la moral se convirtieron en objetivos en sí mismos, así como en la definición de la libertad personal.

«El resultado ha sido una desconexión dentro de la misma estructura social. En la organización de la producción y el trabajo el sistema demanda un comportamiento prudente, laboriosidad y autocontrol, así como dedicación a la carrera y el éxito. En la esfera del consumismo se promueve la actitud del carpe diem, de prodigalidad y desarrollo, y la búsqueda compulsiva de la diversión. Pero en ambas esferas el sistema es completamente mundano, pues en ambas se ha desvanecido la ética trascendental» (pp. 477-478).

Bell continúa realzando mordazmente el dilema de los líderes de nuestra sociedad liberal, incluyendo aquéllos que se encuentran en el campo del gobierno y la religión. Explica de un modo persuasivo por qué no pueden resistirse a las demandas cada vez más extremas e ilimitadas «para llevar el credo de la libertad personal, la experiencia extrema y la experimentación sexual a aquellas áreas en donde la cultura liberal —que aceptaría dichas ideas en el arte y la imaginación— no se encuentra preparada para ir. Sin embargo, la cultura liberal se encuentra dudosa al explicar su reticencia. Aprueba una permisividad básica, pero no puede definir los límites con ninguna certeza y deja el orden moral en un estado de confusión y desorden… El sistema de valores morales del capitalismo repite las viejas devociones, pero ahora se encuentran huecas porque contradicen la realidad, el estilo de vida hedonista promovido por el mismo sistema» (pp. 479-480).

LA ÉTICA DESPUÉS DE LA SEGURIDAD

Charles Handy, un gurú británico de la administración que se convirtió en escritor y filósofo, también se lamenta del panorama moral abandonado y en ruinas. Del ensayo del distinguido filósofo Zygmunt Bauman, «Alone Again: Ethics After Certainty» [«Solo nuevamente: La Ética después de la Seguridad»], cita: «En un mundo así es sabio y prudente no hacer planes a largo plazo o invertir en un futuro lejano, no echar raíces en un mismo lugar, grupo o causa en particular, ni siquiera en una imagen de uno mismo, porque uno puede encontrarse no solamente desanclado y a la deriva, sino también sin ninguna ancla en lo absoluto».

En su propio libro sobre el tema, titulado El Espíritu Hambriento (The Hungry Spirit, Arrow Books, Londres, 1998), Handy comenta acerca de la evaluación de Bauman: «Ahora no pertenecemos o no estamos comprometidos a nada más excepto a nosotros mismos. Inclusive la familia con frecuencia puede resultar ser una relación de conveniencia que se puede discontinuar si no nos conviene» (pp. 71–72).

«Ahora no pertenecemos o no estamos comprometidos a nada más excepto a nosotros mismos».

Charles Handy, The Hungry Spirit

Handy continúa diciendo que «Sin un acuerdo comúnmente aceptado referente al propósito de la vida y al equilibrio apropiado entre lo que podemos esperar y lo que se espera de nosotros, la sociedad se convierte en un campo de batalla… Considero que existe un hambre por algo más que pueda ser más duradero y que valga más la pena» (p. 73). Sin embargo, en un humor humanista, se muestra reacio a la idea de los valores absolutos. En una parte anterior en su libro dice que debemos tomar una decisión: «Nuestro corazón se rebela contra el pensamiento de que nuestros objetivos deben estar de una forma u otra así predestinados», dice.

En este punto nos encontramos con una contradicción inherente dentro del pensamiento humanístico y ateísta. ¿Podemos realmente llegar a «un acuerdo comúnmente aceptado» mientras sostenemos que debemos tomar una decisión?

Bell está mucho más claramente enfocado en su análisis. La falta de un sistema reforzado de creencias morales es el mayor problema de supervivencia para la sociedad, afirma. «Las justificaciones históricas de la sociedad burguesa (en el campo de la religión y el carácter) se han ido… Sin embargo, uno de los impulsos humanos más profundos es el de santificar sus instituciones y creencias a fin de encontrar un propósito significativo a su vida y para negar la carencia de sentido de la muerte… La falta de un sistema arraigado de creencias morales es la contradicción cultural de la sociedad, el reto más profundo para su supervivencia» (Sociedad Post-industrial, p. 480).

AMOS GEMELOS

Handy, por un lado, está mucho más ocupado con la noción de que somos básicamente personas decentes que pueden encontrar la solución por sí mismas. «El argumento de este libro», señala «es que, en nuestro corazón, a todos nos gustaría encontrar un propósito más grande que nosotros mismos porque eso nos elevaría a alturas con las que nunca hemos soñado... Ninguna ley puede hacer que esto suceda, únicamente lo puede hacer la liberación del espíritu humano, el cual sospecho que está ávido de ello» (El Espíritu Hambriento, p. 9).

O’Hear es más bien inquisitivo y pesimista. En su búsqueda del Némesis de la ideología progresista (la cual, dice, era «ineluctablemente materialista, ateísta y científica»), comenta: «Debido a todo lo que se dice de la fraternidad, la hermandad y la armonía, la moralidad difícilmente podrá sobrevivir una vez que se acepte que el placer y el dolor son los únicos factores determinantes de la actividad humana» (After Progress, p. 23).

Aquí O’Hear le da de lleno en la cabeza a un muy grande y sobresaliente clavo. La eliminación del dolor y el deseo del placer se han convertido en la búsqueda totalmente absorbente —y en el supuesto derecho— del hombre moderno. Todo lo demás es secundario. Y con la perpetuación, la extensión y la mejora de esta vida física como los motivadores filosóficos primarios de los valores morales occidentales nos encontramos en un muy profundo problema espiritual.

Como resultado de la «filosofía» de la eliminación del dolor y el deseo del placer O’Hear predice la eutanasia obligatoria y el almacén de embriones para transplantes. «Cuando se basa en consideraciones utilitarias, la incursión de la política en áreas como la salud, la educación y la asistencia social se ve obligada a contradecir las indicaciones de lo sagrado», afirma (p. 60). Señala que es aún más alarmante que «como una cultura, ya no amamos a los dioses antiguos. No tenemos una visión ni una esperanza equiparable. La ciencia ha destruido estas creencias edificantes y ejemplares… Nos vemos a nosotros mismos viviendo bajo el dominio de nada más eminente que [los] dos amos del placer y el dolor. Bajo este concepto de naturaleza humana no existe ningún obstáculo en nada que la ciencia no pueda hacer para obtener un mayor placer y mitigar el dolor, cualquiera que sea el costo en términos de la dignidad humana o del carácter sagrado de la vida humana» (p. 228).

Se trata de palabras escalofriantes y una aleccionadora advertencia. La ironía aquí es poderosa. Al valorar la preservación y la mejora de nuestra propia vida por encima de toda consideración moral en realidad terminamos profanando la misma santidad de la vida (particularmente cuando dicha vida pertenece a alguien que está menos provisto que nosotros para sobrevivir) o que, como un embrión o feto humano, es incapaz de defenderse a sí mismo.

O’Hear agrega que «[Edmund] Burke tenía razón al insistir en que ni una mayoría democrática ni la mejor de las constituciones es una garantía para los derechos o libertades… Lo que necesitamos en los hombres es algún sentido del bien y el mal que anteceda a los acuerdos, los votos o las convenciones y que, en la opinión de Burke y [Joseph] de Maistre [filósofos del siglo XVIII], solamente puede provenir de Dios». Prosigue reflejando el punto de vista de Maistre: «Solamente la ley de Dios y nuestra obediencia a ella nos puede llevar de la anarquía hacia una existencia social tolerable» (p. 43).

SIN ESPACIO PARA MUROS

Es irónico que una sociedad amoral, propensa a nada más eminente que la perpetuación física de la vida, la búsqueda del placer y la mitigación del dolor, en realidad nos esté conduciendo hacia la degradación final de la vida humana por medio de los avances científicos sin restricciones morales.

¿Estaremos cayendo en la misma trampa de la que nos advirtió el apóstol Pablo hace dos milenios? «Pues habiendo conocido a Dios, no le glorificaron como a Dios, ni le dieron gracias, sino que se envanecieron en sus razonamientos, y su necio corazón fue entenebrecido. Profesando ser sabios, se hicieron necios... Y como ellos no aprobaron tener en cuenta a Dios, Dios los entregó a una mente reprobada, para hacer cosas que no convienen» (Romanos 1:21–22, 28).

El Juez Robert H. Bork, antiguo Procurador General de Justicia del Ministerio de Justicia de los Estados Unidos y en 1987 candidato al Tribunal Superior de Justicia de dicho país, señala el paralelo moderno en su exposición penetrante y perturbadora titulada Slouching Towards Gomorrah [Camino a rastras hacia Gomorra] (Regan Books, Nueva York, 1996). «El error que cometieron los fundadores del liberalismo de la era de la Ilustración con la naturaleza humana», dice «nos ha llevado a esto, un cada vez mayor número de personas enajenadas e impacientes, individuos sin fuertes vínculos con otros, excepto en la búsqueda de distracciones y sensaciones aún más degradadas. Y el liberalismo no tiene un correctivo dentro de sí; todo lo que puede hacer es aprobar más libertad y demandar más derechos» (p. 63).

Así mismo, afirma mordazmente que «Nuestro entusiasmo moderno y virtualmente incondicional por la libertad sólo puede ser ‘el intersticio entre dos muros’, los muros de la moralidad y la ley basada en ella. Es sensato discutir acerca de qué tan alejadas deben situarse las paredes, pero es un suicidio cultural demandar todo el espacio sin ninguna pared» (p. 65).

EL ANTIGUO CAMINO

¿No es el momento para prestar mayor atención a una voz ferviente que habla de valores que trascienden y gobiernan esta existencia humana temporal? La Palabra de Dios, la Biblia, coloca a la vida humana en una perspectiva eterna; sin embargo, ha sido denigrada y a lo largo de la historia, con muy pocas excepciones, se le ha mantenido al margen por instigadores tanto religiosos como seculares.

Si estamos a punto de «encontrar el antiguo camino», tomando prestada la frase de O’Hear, entonces quizá necesitamos retroceder aún más de lo que creemos en el tiempo. El camino moral para avanzar fue abierto mucho antes del establecimiento de las tradiciones religiosas occidentales. La humanidad ha ignorado constantemente la Biblia y su código moral claramente definido (la ley de Dios) en la equivocada creencia de que la satisfacción se encuentra en otro lugar. Las palabras del profeta Isaías al lamentarse de los problemas morales de su propia sociedad resuenan en el escenario ético y moral de nuestro mundo occidental moderno: «¡Ay de los que a lo malo dicen bueno, y a lo bueno malo; que hacen de la luz tinieblas, y de las tinieblas luz; que ponen lo amargo por dulce, y lo dulce por amargo!» (Isaías 5:20).

Como nunca antes la humanidad necesita desesperadamente una brújula moral que le sirva de guía y le dé dirección a través del turbulento mar de dilemas éticos. De forma más precisa, todo ser humano necesita esa guía para dar sentido a un mundo que cada vez se encuentra más dominado por los desconcertantes avances científicos que en gran medida se encuentran libres de consideraciones morales. En Visión, —Diario para un Nuevo Mundo, intentamos mostrarle que existe un mejor camino, si en realidad estamos dispuestos a aceptar nuestra necesidad de una brújula moral en un mundo cada vez más turbulento y confuso.