¡Conócete a Ti Mismo! ¿Y Para Qué?

Sin duda alguna en ciertos momentos nos hemos preguntado a sí mismos, «Por qué me pasa esto a mi?» «Por qué sigo teniendo los mismos problemas?» «Por que estoy tan frustrado?» Estas preguntas difíciles pero importantes nos impulsan a estar más cerca de un mejor entendimiento de nosotros mismos y los demás. Si se quedan sin responder, nos quedamos atascados dentro de un ciclo, repitiendo continuamente el pasado y a la defensiva para siempre. Para poder tomar el control de nuestras vidas se requiere que encontremos las respuestas.

Cuando Tales de Mileto, uno de los sabios de la antigua Grecia, se le preguntó, «¿Qué es difícil?», se dice que respondió: «conócete a ti mismo». A pesar que la importancia del conocimiento de sí mismo—conciencia de sí mismo—no puede ser subestimado, «sigue siendo», escribe el experto en liderazgo Warren Bennis, «la tarea mas difícil a la que cualesquiera de nosotros se enfrenta. Pero hasta que no te conoces tus fortalezas y debilidades, no puedes tener éxito alguno, sino solo en el sentido más superficial de la palabra».

La conciencia de sí mismo es la capacidad de pensar sobre uno mismo y su relación con el mundo que le rodea. En su libro La Inteligencia Emocional, Daniel Goleman la describe como «una atención constante a los estados internos propios». Es la aptitud de ver como sus emociones y percepciones están influenciando su pensamiento y comportamiento. Esto es importante porque, en igualdad de condiciones, más personas son afectadas por problemas de la conducta que por cualquier otra cosa. Nuestro comportamiento es un reflejo de nuestros pensamientos. Aun así, poca gente se detiene a pensar en lo que piensan, como piensan, y por ende, por qué hacen lo que hacen.

No existe evidencia que sugiera que cualquier especie de animales distintos de los seres humanos venga pre-compilado con un conjunto de mecanismos para cualquier tipo de sentido de auto-evaluación-para preguntarle qué y por qué. Profesor en psiquiatría clínica Daniel J. Siegel se refiere a esto como «visión mental». Esta «capacidad únicamente humana», escribe, es tan esencial para nuestro bienestar como los cinco sentidos. Que «nos permiten examinar de cerca, en detalle y en profundidad, los procesos por los que pensamos, sentimos y comportamos». Es la base de la inteligencia emocional de la que Goleman escribe.

QUITANDO LOS TAPAOJOS

Como lo sugiere Thales, llegar al conocimiento de sí mismo no es tarea fácil y llega a desarrollarse poco debido a que tenemos la tendencia a resistirnos. La visión de nuestro mundo interior no nos viene tan natural como nuestra capacidad de percibir el mundo exterior.

«Muchas personas tienen dificultad para verse a sí mismos en el espejo y hacer frente a los estragos del tiempo. Afortunadamente, podemos estar agradecidos con el espejo que nos muestra solo nuestra apariencia externa».

Manfred Kets De Vries, Reflections on Leadership and Career Development (2010)

Sin embargo, esta es una habilidad que se puede aprender con un poco de dirección tiempo y esfuerzo, podemos mejorar en ello. No es una proposición del yo o nada, sino un continuo—un proceso constante en el que estamos involucrados de por vida. La opción que tenemos ante nosotros es, ¿hasta que punto de ese continuo estamos dispuestos a llegar? Desafortunadamente la mayoría de nosotros nos conformamos muy fácilmente y renunciamos demasiado pronto; tenemos maneras de pensar predefinidas que nos ayudan a preservar el status quo porque es ahí donde nos sentimos más cómodos. Así es como arribamos al sendero de nuestro propio crecimiento y felicidad.

Parte del problema es nuestra propensión de engañarnos a sí mismos. Es una ceguera voluntaria. Unos 150 años después de Tales, Sócrates vino y le recordó a su audiencia que, «el autoengaño es la peor cosa de todas». Pero antes que él, el profeta hebreo Jeremías había dicho, «El corazón es engañoso y perverso, más que todas las cosas. ¿Quién puede decir que lo conoce?» (Jeremías 17:9, Reina Valera Contemporánea), y habló con esta endecha: «Yo sé bien, Señor, que nadie es dueño de su vida, ni nadie puede por sí mismo ordenar sus pasos» (Jeremías 10:23). En otras palabras, ni siquiera podemos confiar en nuestras propias mentes, porque la mente humana es incapaz de ver las cosas de una manera completamente honesta. Escondemos cosas de nosotros mismos.

La negación y su acompañante, la culpa, son las causas principales de nuestra falta de conciencia propia. Es una fuerza siempre presente que frustra nuestra capacidad de vernos tal y como somos. Después de todo, cuando descubrimos quienes somos, puede que no nos guste la persona que encontramos.

Richard S. Tedlow profesor de economía, dice que la esencia de la negación es ignorar lo obvio, ya que simplemente no se le quiere enfrentar. Además, la negación puede crear comportamientos irracionales propios. En vista de una verdad incómoda, a veces pensamos que al denigrar o encontrar faltas en el mensajero nosotros podemos neutralizar la crítica. Así pues matamos al mensajero, lo ridiculizamos y menospreciamos en defensa propia. Tedlow dice: «La fantasía de que si te deshaces del mensajero, puedes procesar el mensaje como falso, es muy poderosa». Señala, «A través del conocimiento de sí mismos, abiertos a la crítica, receptibilidad a los hechos y las perspectivas que nos retan a sí mismos, podemos armarnos contra la negación». Eso, por supuesto, es más fácil decirlo que hacerlo, y requiere una cualidad especial que no es algo natural en nosotros tampoco: la humildad.

«Asumir una actitud de humildad y aprendizaje nos mantiene abiertos al cambio, y por consiguiente no nos permite aseverar ser perfectos».

Bill Welter y Jean Egmon, The Prepared Mind of a Leader (2006)

La humildad es el lubricante para superar la fricción creada por la forma en que queremos vernos a sí mismos y cómo somos en realidad. Nos permite aceptar la realidad de que tenemos debilidades y es la base para una actitud abierta a aprender. El apóstol Pablo observó: «Porque el que se cree ser algo, y no es nada, a sí mismo se engaña» (Gálatas 6:3). Un humilde estado de ánimo, y la voluntad de aprender hacen posible el cambio. Estos también ayudan a aceptarnos a sí mismos—así como a los demás—de que no somos perfectos, y esto en si mismo puede ayudarnos a evitar algunas dificultades en la vida.

Sin embargo, mientras que a ninguno de nosotros nos gusta descubrir cosas acerca del otro o que no están funcionando, el sobre-dramatizar nuestros errores y debilidades también nos impide el verdadero crecimiento, y de hecho alimenta la negación y la culpa. Es importante que reconozcamos las oportunidades dentro de nuestros fracasos, como a granos de arena alrededor de los cuales se puedan hacer crecer perlas.

Hay que decir que la conciencia de sí mismo, no se trata sólo de llegar a un acuerdo con nuestras debilidades. También identifica sus fortalezas y lo que está funcionando para nosotros. Esta nos anima a hacer más de lo mismo y desarrollar una maestría en las áreas en las que, naturalmente, sobresalimos.

PENSÁNDOLO BIEN

Tan difícil como lo es echarse un vistazo honesto a sí mismos, la mayoría de nosotros carecemos de un conocimiento sano de sí mismos, simplemente porque no nos tomamos el tiempo para la introspección. Nuestras vidas impulsadas por la tecnología no se prestan a sí mismas para detenerse y reflexionar sobre nuestro comportamiento o nuestra manera de pensar. Sin embargo, sin la reflexión nunca nos enteramos de las ventajas que podemos aprovechar, o las debilidades que tenemos que manejar. Tendemos a vivir nuestras vidas en piloto automático, respondiendo de manera habitual a cada situación en la que nos encontramos.

Howard Gardner profesor en educación, concluyó que «los individuos creativos sobresalen al grado de lo que reflejan—con frecuencia de manera explícita—sobre los eventos en sus vidas, grandes o pequeños». Además, afirmó que, «el reflejar es fundamental—la capacidad en asumir distancia entre uno mismo y sus experiencias prueba la condición sine qua non de la realización efectiva» (Mentes Creativas, 1997).

Mientras que la tecnología está constantemente interrumpiéndonos con conexiones menos reflexivas, fomentando tiempos de respuesta rápidos y exigentes ráfagas cada vez mayor de atención, Dianne Lynch presidente del Stephens College les pidió a los estudiantes de ahí que se desconectaran—cerraran sus computadoras, y después, simplemente se sentaran, para «comenzar a aprender el valor de la quietud». Les dijo, «Aprender a ser introspectivo, quieto y centrado es una parte tan importante para llegar a ser un adulto exitoso, centrado y saludable, así como las materias que son parte común del plan de estudios en una universidad. Es una destreza de la vida, y los estudiantes de hoy—quienes viven en un mundo de constante estática—la necesitan más que nunca» («Stephens Unplugged» 2010).

La introspección no es un lujo para darse gusto cuando encontramos el tiempo. Necesita convertirse en un hábito al que le encontramos tiempo, y lo hacemos diario.

Marshall Goldsmith entrenador ejecutivo agrega un elemento importante en Un Nuevo Impulso: «Si podemos detenernos, escuchar, y pensar sobre lo que los demás ven en nosotros, tenemos entonces una gran oportunidad. Podemos comparar el yo que queremos ser con el yo que estamos presentando al resto del mundo. Entonces podremos comenzar a hacer verdaderos cambios que son necesarios para cerrar la grieta entre nuestros valores establecidos y nuestro comportamiento actual».

«Con demasiada frecuencia, somos extraños a nosotros mismos. … Está en nuestras relaciones con los demás que aprendamos sobre nosotros mismos».

Warren Bennis, On Becoming a Leader (1989)

Llegar a entender como nos perciben los demás es un aspecto clave de la reflexión. El conocimiento de sí mismos puede ser dividido en cuatro áreas: lo que sabemos nosotros al igual que los demás, lo que los demás saben pero nosotros no, lo que sabemos nosotros y los demás no, y lo que no sabemos nosotros y los demás tampoco. Descubrir lo que nadie sabe toma tiempo y un trabajo intensivo. Sin embargo, nuestro beneficio más grande en la mejora personal puede obtenerse simplemente descubriendo lo que los otros saben de nosotros y nosotros no. Y saben más de lo que nosotros pensamos (véase «Conociéndonos»).

El poder de la reflexión no yace en el hecho mismo, sino en lo que hacemos con el conocimiento obtenido. La reflexión por sí misma no obtiene nada. El meollo de conocerse a sí mismo no es la contemplación propia para fomentar el ensimismamiento, o para «encontrarse» a sí mismos, sino para descubrir lo que pensamos—lo que está detrás de nuestras conductas—y luego determinar lo que tenemos que hacer. En lugar de ser un ejercicio abstracto, es una invitación a cambiar de manera activa nuestras vidas para lo mejor, vivir nuestras vidas con propósito. Para esto se requiere que nos veamos en comparación a un estándar externo mucho más alto—el tipo de estándar provisto por la ley de Dios. Es a través de esa clase de reflexión que podemos aprender en donde tenemos que enfocar nuestra atención para controlar y desarrollar mejor nuestro pensamiento y la conducta que fluye de este.

El libro de Santiago en el Nuevo Testamento describe una analogía en ese sentido: «Pero pongan en práctica la palabra, y no se limiten sólo a oírla, pues se estarán engañando ustedes mismos. El que oye la palabra pero no la pone en práctica es como el que se mira a sí mismo en un espejo: se ve a sí mismo, pero en cuanto se va, se olvida de cómo es. En cambio, el que fija la mirada en la ley perfecta, que es la ley de la libertad, y no se aparta de ella ni se contenta sólo con oírla y olvidarla, sino que la práctica, será dichoso en todo lo que haga» (James 1:22–25).

DEL ENTENDIMIENTO AL COMPORTAMIENTO

A través de un sentido altamente informado y bien desarrollado de quién y qué somos, como se observa en el espejo de la Palabra de Dios, nos volvemos más capaces de manejar nuestros pensamientos, sentimientos y emociones, y ponerlos bajo control.

Nada en la vida cambia hasta que cambiamos nosotros. Para muchos, es una verdad dura de tragar, porque es más fácil simplemente sentarse y esperar por algo mejor cuando otros cambien. Sin embargo, ese enfoque jamás arreglará nuestras frustraciones, pues no podemos hacer que otros cambien; solamente podemos cambiarnos a sí mismos.

Cuando descubrimos que lo que estamos haciendo no está funcionando, nos enfrentamos a una elección. Podemos aceptar dónde estamos y optar por ir en otra dirección, o podemos racionalizar nuestro comportamiento y no hacer nada. Sin embargo, más de lo mismo sólo nos dará más de lo mismo. El estudio de Gardner también reveló que las «“personas creativas” fracasan a menudo y en ocasiones dramáticamente. En lugar de renunciar, sin embargo, tienen el reto de aprender de sus fracasos y derrotas para convertir los en oportunidades». Un fracaso es simplemente una oportunidad para volver a intentarlo después de considerar un mejor enfoque para el problema en cuestión.

Nuestro pensamiento y la conducta que deriva de ella, ha puesto a cada uno de nosotros en donde nos encontramos ahora. Estamos en control de desarrollar el pensamiento y el comportamiento que nos lleve a donde queremos llegar. La conciencia de sí mismo es difícil. No siempre nos gusta reconocer las cosas acerca de nosotros mismos, porque no nos gusta el sentimiento de culpa asociado con no hacer lo que sabemos que deberíamos. Pero hay que hacer tal reconocimiento, si queremos crecer.

Conocerse a uno mismo implica un profundo nivel de comprensión. Esto significa llegar a un punto donde podemos predecir cómo vamos a actuar en situaciones específicas y el efecto que nuestras acciones tendrán. También significa que podemos estar bastante seguros de cómo los demás describirán nuestras fortalezas y debilidades.

Mientras que el conocimiento propio nos conduce a una mayor comprensión de nosotros mismos y cómo nos relacionamos con el mundo, también nos ayuda a comprender por qué las personas se relacionan con nosotros de la manera que lo hacen. Esto nos da un mejor juicio y la claridad para entender y conocer mejor a quienes nos rodean.

Warren Bennis ha dicho que nuestro objetivo es desarrollar un conocimiento «más profundo de sí mismo que luego se vuelva hacia el exterior en lugar de hacia adentro y resulte en una mejor comprensión de los demás... . » La comprensión de nosotros mismos y nuestras propias motivaciones nos puede ayudar a apreciar mejor los desafíos que enfrentan los demás. La empatía resultante debería hacer más fácil seguir un precepto bíblico fundamental: tratar a los demás como queremos ser tratados, amar a los demás como queramos ser tratados (Lucas 6:31; Mateo 22:39; Gálatas 5:14).

Esto, entonces, es el objetivo de llegar a conocernos a nosotros mismos: en última instancia, mirar hacia adentro para que podamos mirar hacia el exterior con mayor claridad, paciencia y compasión.