La carga de una Madre

Ser madre implica incontables sacrificios personales. Así lo reconoció Theodore Roosevelt en 1905 cuando dijo al Congreso Nacional de Madres: «Su labor es ardua, su responsabilidad es grande; pero mayor que todo es su recompensa». Aunque su declaración parece convincente de muchas maneras, aún puede haber una manera más por explorar.

Por mucho tiempo se ha considerado a la maternidad como la personificación del auto-sacrificio… y con mucha razón. Desde los primeros síntomas de las náuseas matinales, los actos de sacrificio consumen en cuerpo y alma a las madres y, por supuesto, esto no se refiere únicamente al embarazo. Cada etapa de la vida del niño requiere una serie diferente de sacrificios, la mayoría de los cuales se hacen con gusto, pero pasan desapercibidos por sus principales beneficiarios. Las continuas bromas hablan de que los sacrificios de la maternidad son tan profundos que incluso afectan al cerebro. «La locura es hereditaria», dice un refrán, «se hereda de los hijos». Tristemente (tal vez incluso orgullosamente), más de una madre en uno u otro momento ha señalado a sus hijos como los responsables de lo que ella considera un declive en sus habilidades mentales.

Por fortuna, sin embargo, las investigaciones podrían haber mostrado sólo la información necesaria para distraernos de la obsesión de nuestros sacrificios por el tiempo suficiente como para considerar algunas de las cosas que en realidad podemos ganar con la maternidad.

En este sentido, Katherine Ellison, autora de Inteligencia Maternal: Cómo la maternidad nos hace más inteligentes (2005), trajo gratas noticias a las madres de todo el mundo. «Es verdad»; reconoce, «nosotras, las madres, hemos perpetuado desde hace tiempo la noción de que el tener bebés aniquila las células de nuestro cerebro. Esta idea terminó por afianzarse tanto», comentó recientemente a Visión, «que docenas de científicos se dieron a la tarea de descubrir si esto en realidad es cierto. ¿Y cuál es la verdad? Que no, no lo es».

«Puedo estar segura al proponer que el cerebro de una madre se debería considerar menos como una desventaja mental y más como una ventaja en la perdurable tarea de ser inteligente».

Katherine Ellison, autora de Inteligencia Maternal

De hecho, ella encontró que estudio tras estudio muestra que el tener bebés contribuye a aumentar las células del cerebro y, junto con nuestros bebés (tanto las nuevas células del cerebro como los bebés), llegan mayores habilidades de todo tipo.

En medio de estas buenas noticias está el fenómeno familiar de la actualidad, la neurogénesis: el proceso de crecimiento y cambios del cerebro a través del desarrollo de nuevas neuronas. Esta sorprendente plasticidad del cerebro es motivada por nuevas repetidas acciones, en especial por las «positivas, emocionalmente cargadas y desafiantes», a lo que los científicos se refieren como «enriquecimiento». Como resultado, el proceso de crianza de los hijos, empezando incluso en el embarazo, es la veta madre del enriquecimiento. Una abundante diversidad de nuevas e intensas experiencias se ha abierto paso en nosotras, las madres, a través de la interacción diaria con las fortalezas de nuestros hijos mucho más que con nuestra flexibilidad y nuestras habilidades para realizar múltiples tareas. La resonancia magnética nuclear (RMN) revela los incrementos en una larga lista de áreas, incluyendo (entre otras) la inteligencia emocional, los poderes sensoriales, la percepción mental, la motivación, la atención, la resolución de problemas, la priorización, la memoria y el aprendizaje. Y los beneficios no son temporales. De hecho, existen indicaciones de que los cambios positivos provocados en el cerebro por las hormonas del embarazo y la estimulación subsiguiente de nuestros bebés e hijos se quedan por el resto de nuestra vida, hasta mucho tiempo después de que nacen nuestros nietos.

Entonces, ¿por qué las mujeres de casi todo el mundo han aceptado la idea de que el embarazo y el nacimiento de un hijo convierten su cerebro en gelatina? Ciertamente, la falta de sueño tiene qué ver, pero Ellison nuevamente reúne una larga lista de neurocientíficos cuyos descubrimientos agregan otras piezas cruciales al rompecabezas. «Lo que sucede en realidad» traduce, es que «el cerebro de una mujer embarazada como el de una mujer que acaba de dar a luz se encuentra atado a una importante transición desencadenada por las hormonas». En otras palabras, nuestro cuerpo nos acaba de servir un poderoso coctel de hormonas diseñado para preparar a nuestro cerebro para un crecimiento y reorganización sin precedentes. «La maternidad», dice Ellison, «al igual que la pubertad, nos hace perder el equilibrio durante un tiempo, sólo para afianzarnos después, con frecuencia de una manera más firme que antes». Sin embargo, al comparar la mala memoria de las madres embarazadas con la distracción del famoso Einstein, Ellison es cuidadosa al calificar la analogía: «Con lo motivador que pudiera parecer este paradigma... es importante recordar que las nuevas madres se enfrentan a algunos serios retos físicos que Albert Einstein raramente pudo haber imaginado».

A pesar del papel de las hormonas inducidas por el embarazo en esta experiencia de enriquecimiento cerebral, las buenas noticias no son sólo para las madres. La investigación sugiere que los beneficios del cuidado de los hijos pueden llegar a ser también una «veta paterna».

Al citar la investigación con roedores Ellison destaca que «los papás modernos y comprometidos pueden tener algunos de los mismos beneficios de la paternidad, como el aprendizaje y la memoria, que se han encontrado en las ratas maternas. La clave parece ser el grado en que se involucren con los hijos». Además, señala el crecimiento documentado de ciertas hormonas de la «paternidad» presentes en los hombres cuando su esposa está embarazada y resalta el reconocido fenómeno denominado síndrome de Couvade, cuyos factores incluyen una «empatía con las náuseas matinales» y «el aumento de peso».

Pero estos cambios previos al nacimiento del bebé son sólo «empáticos» en los padres? Un estudio del año 2006 conducido por los neurocientíficos de la Universidad de Wisconsin-Madison sugiere que en realidad ocurre algo fisiológico. En el primer estudio realizado en primates no humanos acerca de este fenómeno los investigadores concluyeron que «Es claro que los padres que esperan hijos de esta especie [primates] son fisiológicamente sensibles al embarazo de su pareja y al inminente nacimiento. Los machos necesitan prepararse para comprometerse en el cuidado de sus hijos inmediatamente después de que nazcan y esto requiere el cargar varios hijos que alcanzan hasta 20% del peso de su cuerpo adulto. El cambio tanto hormonal como en el peso físico sugiere que los machos del mono tití y tamarín se preparan para las demandas del cuidado de los hijos».

Si, como especulan los científicos, estos cambios fisiológicos son provocados por el intercambio de feromonas entre los padres y las madres embarazadas, esto podría ser un beneficio adicional del cultivo de las relaciones familiares cercanas.

Aunque los padres adoptivos y otras personas encargadas del cuidado de los niños también obtienen algunos beneficios del estímulo cerebral de la crianza y asimismo experimentan algunos cambios fisiológicos, «no se puede negar», dice Ellison, «que los nueve meses de preparación del embarazo y la experiencia de dar a luz a un hijo dan a las madres biológicas una ventaja para cumplir con el que, por lo general, es un compromiso que dura toda la vida».

La detallada recopilación de información realizada durante la investigación de Ellison ciertamente acaba con la idea algunas veces popular de que el criar a un hijo es un trabajo «menos meritorio» para las personas inteligentes. De hecho, se le empieza a considerar como uno de los mejores caminos para llegar a convertirse en un ser humano creativo.

Tal vez la maternidad sea, después de todo, su propia recompensa.