Neil Armstrong: Un Hombre de Otra Generación

«En general, como alguien que estaba inmerso, fascinado y dedicado a volar, me decepcionaba que el destino me hubiera puesto una generación adelante, pues me perdí de los buenos tiempos y de todas las aventuras de la aviación».

​Neil Armstrong

Hoy se conmemora el XL aniversario de nuestros primeros pasos fuera de la Tierra. Para casi todos los que vivimos el 20 de julio de 1969, las primeras palabras desde la Luna y los primeros pasos del hombre son destellos vivos del pasado. Recordamos con claridad —como si acabara de suceder— dónde nos encontrábamos cuando escuchamos: «Base Tranquilidad, el Águila ha alunizado» y más adelante ese día: «Éste es un pequeño paso para un hombre, pero un gran paso para la humanidad». Las frases permanecen grabadas, inmortalizadas en nuestra mente. 

Con el paso del tiempo el recuerdo de ese acontecimiento se ha combinado con otros en una especie de mezcolanza de la NASA, con palabras e imágenes interconectadas, aunque desasociadas: Sputnik, Yuri Gagarin, Alan Shepard, John Glenn, el incendio del <i>Apolo</i>, «Houston, tenemos un problema», «Challenger, potencia máxima»; la nube con forma de «y» y, finalmente, la imagen de un brillante casco espacial sin rostro reflejando la superficie de la Luna. 

Al paso de las décadas, comenzando con la era del <i>Apolo</i>, pero con trascendencia en duración y datos científicos, los vehículos robóticos no tripulados, como las sondas Pioneer, Voyager, Galileo y Magellan, así como las sondas marcianas Viking, Pathfinder y Phoenix, nos han proporcionado un vasto conocimiento sobre nuestro vecindario solar; sin embargo, sin la presencia humana a bordo, con frecuencia se olvidan los enormes logros científicos y técnicos de aquellas misiones. Y muchos ni siquiera se percataron de ellos. Sin la conexión emocional con un ser humano «allá afuera», esos otros grandes momentos de la exploración humana tienen una «adherencia» mental muy baja.

No obstante, siempre vale la pena pensar en el mayor esfuerzo humano ilustrado con el programa especial: la necesidad de buscar y comprender que es característica de toda la humanidad. Continuamos preguntándonos, como el Rey David se preguntaba en los Salmos, cuál es la conexión entre nosotros y el universo: «Cuando veo tus cielos, obra de tus dedos, la luna y las estrellas que tú formaste, digo: ¿Qué es el hombre, para que tengas de él memoria, y el hijo del hombre, para que lo visites?» (Salmo 8:3–4). 

Comprender los detalles físicos de la Luna y las estrellas es un paso en el camino hacia la respuesta a preguntas más importantes, pero adquirimos mayor conocimiento cuando entendemos al hombre. Si observamos la vida de «el hombre» que dio ese pequeño primer paso en la superficie de la Luna se nos abre una ventana a la «humanidad»: quiénes somos y por qué debería ser importante saberlo.

EL COMIENZO 

Neil Armstrong nació el 5 de agosto de 1930 en la granja de sus abuelos, en Ohio. Como un reflejo de la historia bíblica de Ana y su primogénito Samuel, cuando la madre de Neil supo que estaba embarazada, se arrodilló y «di gracias a Dios con todo mi corazón». También comentó al biógrafo James R. Hansen que prometió educar al niño «de la mejor manera posible» para luego «devolvérselo a Dios para que lo utilizara conforme a Su voluntad» y oró para que el bebé «creciera y se convirtiera en un hombre de bien».

Viola afirma que Neil fue «un bebé sereno y tranquilo», y Hansen acota que «las fotografías familiares capturaron la tendencia del niño a la timidez», contrario a lo que se espera de un niño cuyo nombre significa campeón en gaélico, el idioma de sus antepasados. Desde luego, el hecho de que la familia se mudara 16 veces durante los primeros 14 años de vida de Neil pudo haber contribuido a su reticencia.

Al igual que su madre, Neil era un lector ávido con un entendimiento muy por encima del normal para su edad. Se moría por aprender. «La manera en que mi madre lo trataba fomentó su alto nivel de confianza en sí mismo», comentó su hermana June. Su hermano Dean añade que Neil nunca se mostraba enojado y que acostumbraba evitar las confrontaciones, pero «no creo que fuera tan “imponente”».

Para Neil, el Ohio rural representaba comodidad, seguridad, privacidad y buenos valores. «Mi madre era pura bondad», señaló Neil. «Siempre quiso que fuéramos buenas personas». Un amigo de la preparatoria recuerda a Neil como una «persona de pocas palabras» que «pensaba antes de hablar». Estos rasgos de su personalidad y su serena confianza le servirían bastante a Armstrong cuando se mudó del verde Ohio a las planicies lunares de la Base Tranquilidad, pero primero tuvo que cambiar el suelo por el aire.

EL AVIADOR 

El biógrafo James Hansen escribió acerca de este momento de transición en la vida de Armstrong. «En el tranquilo y apacible mundo de las provincias en la región central de Estados Unidos, equivalente a la más genuina Base Tranquilidad que pudiera conocer... se preparó para conocer el mundo. Se atrevió a arriesgar su paz y comodidad por algo que descubriría allí. Ese “algo” era volar». Luego de escaparse de la escuela dominical a espaldas de su madre, Neil realizó su primer vuelo en avión con su padre cuando tenía 6 años de edad. Esto estimuló su interés en los aviones a escala que se transformó en un plan de carrera. «Cuando aún estaba en primaria mi intención era ser diseñador de aviones, o al menos eso quería», comentó a Hansen. «Después me metí en la aviación, porque pensaba que un buen diseñador debía conocer los aspectos operativos de un avión». 

Cuando dejó los aviones a escala, comenzó a ahorrar para tomar clases de vuelo. Neil tenía que trabajar 22 horas y media para pagar una sola clase, pues ganaba sólo 40 centavos la hora. Como los niños que hacen alguno que otro trabajo en el boliche para ganar líneas gratis, merodeaba en el Aeródromo de Wapakoneta y con el tiempo aprendió a trabajar con motores de avión. Viola le comentó a Hansen que «le daban clases de vuelo por todo lo que hacía».

Neil obtuvo su licencia de piloto antes que la licencia de conducir. Su padre refirió más tarde que Neil «nunca tuvo novia [así que] no necesitaba un auto. Todo lo que tenía que hacer era ir a ese aeropuerto».

UNA SITUACIÓN DE RIESGO 

En 1947 Neil asistía a la Universidad de Purdue debido a su programa de ingeniería aeronáutica avanzada; sin embargo, la familia carecía de los medios suficientes para pagar una carrera de cuatro años, de modo que Neil fue a Purdue mediante su inscripción en la Marina y aprovechando un programa educativo del gobierno, que requería tres años de servicio activo entre el segundo y tercer año de universidad. En 1949 fue llamado a prestar servicio activo. 

Un año después estalló la Guerra de Corea. Armstrong piloteó 78 misiones en total, pero lo peor sucedió en septiembre de 1951, pues casi pierde la vida durante un combate sobre Corea del Norte. Richard P. Hallion, historiador de aviación militar, narró así el incidente: 

«Cuando el Essex Panther bombardeaba una columna de camiones cerca de Wonsan, derribó un jet que cayó en picada. En la cabina de mando, el joven piloto recuperó instintivamente el control del avión que iba a toda velocidad, recuperando el nivel de vuelo a unos seis metros del suelo. El Panther chocó de inmediato contra un poste de teléfonos, perdiendo un metro de su ala derecha. Una vez más el piloto pudo recuperar el control y logró subir a 14,000 pies y llegar a territorio amigo para ser expulsado a salvo. Dos días después, el Alférez Armstrong regresó al escuadrón VF-51».

Desafortunadamente, de acuerdo con Hansen, este hecho se dramatizó de manera innecesaria y fue una «invención del Naval Aviation News». La historia exacta parece ser que Armstrong chocó contra un cable que servía como trampa durante un bombardeo, perdió casi 2 metros de un ala y se tiró en paracaídas sobre las aguas del Mar de Japón. La dirección del viento lo llevó a tierra, donde aterrizó en un arrozal y, para su sorpresa, lo encontró un antiguo compañero de la escuela de vuelo que iba en un jeep. 

A su regreso a la Universidad de Purdue en 1952, Armstrong conoció a Janet Shearon. Se casaron cuatro años después y tuvieron tres hijos: Rick, Karen (a quien llamaba «Muffie») y Mark. Mientras estaba en Purdue, Armstrong se unió al mundo y fue testigo de cómo el piloto de pruebas de la Marina Chuck Yeager rompió la barrera del sonido volando una nave experimental. Para Neil, ésta era de la aviación se tornaba amarga, pues parecía que sus mejores días habían terminado. «En general, para alguien inmerso, fascinado y dedicado a volar, me decepcionaba que el destino me hubiera puesto una generación adelante», escribió Neil, «pues me perdí de los buenos tiempos y de las aventuras de la aviación».

No obstante, los siguientes años no marcarían el final, pues la aviación se dirigiría ahora hacia el espacio aéreo. Durante los últimos años de Neil en Purdue en el programa de Ingeniería Aeronáutica, presenció el desarrollo de túneles de viento hipersónicos capaces de alcanzar velocidades de Mach 5, nuevos y revolucionarios diseños de misiles V-2, sistemas de misiles antibalísticos superficie-aire y trajes de vuelo presurizados para pilotear a grandes altitudes. 

UN FALLECIMIENTO EN LA FAMILIA 

En 1954 Neil se convirtió en piloto civil de investigación experimental en el Comité Nacional de Asesoramiento para la Aeronáutica en Cleveland, Ohio. Posteriormente, al volver a la Base de la Fuerza Aérea Edwards en California, Armstrong comenzó a trabajar con la NASA y voló el X-15 a 207,000 pies. «Siempre estaba más contento cuando piloteaba; no era alguien a quien le gustara trabajar en una oficina», comentó después Janet a Hansen. Gracias a la película Elegidos para la Gloria (The Right Stuff), mucha gente cree erróneamente que Chuck Yeager fue el primer hombre en volar un avión hasta el límite del espacio. De hecho, fueron Armstrong y sus compañeros pilotos de prueba del X-15 quienes pueden atribuirse ese honor. 

La tragedia llegó cuando la hija de 2 años de Armstrong, Karen Anne «Muffie», murió de un tumor cerebral maligno en el sexto aniversario de bodas. Neil, quien permaneció emocionalmente estoico y firme cual piloto de pruebas, no permitió que sus emociones lo sobrepasaran, al parecer utilizando el trabajo como apoyo para llenar el vacío emocional y dejar atrás el dolor. Su hermana June relató: «Pensé que se desmoronaría, pero fue entonces cuando comenzó en el programa espacial». Así, algunos meses después en 1962, Neil se registró para la selección de astronautas. Se convirtió oficialmente en astronauta el 17 de septiembre de 1962, como miembro del segundo grupo, después del grupo inicial Mercury 7 de 1959. (Sus compañeros de tripulación en el Apolo 11, Edwin «Buzz» Aldrin, Jr. y Michael Collins, fueron miembros del tercer grupo seleccionado en octubre de 1963).

30 SEGUNDOS 

Armstrong logró de algún modo enterrar su pérdida y continuó en el programa de entrenamiento para astronautas. Antes del alunizaje sirvió como piloto al mando del Gemini VIII en una misión de medio día en marzo de 1966. Ese vuelo fue abortado cuando un propulsor defectuoso giró la cápsula a unas vertiginosas 500 rpm. 

Como comandante del Apolo 11, Armstrong tenía la responsabilidad de alunizar el Módulo Lunar (LEM, por sus siglas originales en inglés). Guiado con información de una computadora y las instrucciones del piloto Aldrin a su derecha, Armstrong maniobró la nave por un paisaje inesperadamente repleto de rocas esparcidas hacia lo que pudo haber sido cualquier cosa menos un aterrizaje exitoso. El LEM «vuela» en una configuración de «pies primero, ventanas arriba», al igual que los astronautas. La nave desciende inclinada hacia el frente hasta el último instante, de manera que el comandante pueda ver el terreno al frente. Sin el elemento humano, el piloto automático de la aeronave probablemente hubiera desmembrado la alargada máquina tetrápoda entre las rocas, si es que hubiera podido alunizar. 

Bajo la guía de Armstrong, el LEM continuó descendiendo. Él y Aldrin volaron con todo y las advertencias de sobrecarga de la computadora central mientras buscaban un punto despejado para descender. Armstrong dijo después que debido a que, desde el punto de vista de su piloto, «nada se estaba sacudiendo ni había movimientos erráticos» se «decidió a seguir adelante mientras todo pareciera que funcionaba bien». Luego los controladores en tierra de la NASA recordaron otra distracción: «treinta segundos» es la frase que se escuchó. Muchos consideran que Aldrin estaba calculando el tiempo restante para el alunizaje, pero en realidad era el tiempo que quedaba antes de que se les acabara el combustible. 

Cuando Armstrong finalmente hizo el llamado: «Aquí Base Tranquilidad, el Águila ha alunizado», la respuesta de «Gracias. Nos han devuelto el aliento» queda totalmente en contexto. En realidad a nadie le importó que no hubieran alunizado en el sitio exacto que habían determinado. Armstrong dijo después: «Como quiera que sea, no era tan importante dónde debíamos alunizar exactamente; de todas maneras no iba a haber ningún comité de bienvenida».

Aproximadamente cinco horas y media después, a las 10:56 p.m., hora del Este, Armstrong caminó en la Luna. Aunque su imagen era un difuso blanco y negro, sus palabras fueron claras: «Éste es un pequeño paso para el hombre, pero un gran paso para la humanidad», y desde entonces las hemos recordado así. Armstrong señaló después que dijo «un» [refiriéndose a «un hombre»], como una nimiedad perdida en la memoria personal y colectiva. 

Después de su tránsito de cuatro días, Armstrong y Aldrin caminaron sobre la Luna durante 151 minutos, recolectaron rocas y colocaron instrumentos que iban a dejar para monitorear desde la Tierra. Al día siguiente se reunieron con Collins en el Módulo de Comando en órbita, se pusieron fuera de órbita y amarizaron en el Océano Pacífico en la mañana del 24 de julio. Los tres fueron puestos en cuarentena debido a la posibilidad de haber contraído algún germen lunar hasta el 10 de agosto. Nadie se enfermó. Los 15 kg (34 lb) de muestras de rocas y tierra del Apolo 11 fueron los primeros de un total de 376 kg (836 lb) que el programa traería con el tiempo para su estudio. No se han encontrado señales de vida.

LA VIDA DESPUÉS DE LA NASA 

Después del Apolo 11, Armstrong continuó trabajando con la NASA, pero se frustró por las exigencias de la NASA, el Congreso y la Casa Blanca para hacer «apariciones a solicitud». Para un hombre que se deleita en las consideraciones de la ingeniería y los desafíos de la aviación en el mundo real y los vuelos de prueba, fue desconcertante regresar a casa como una celebridad. «Era una verdadera carga; no tuve opción», comentó. Aunque Armstrong dice que tardó un poco en seguir el consejo de Charles Lindbergh de nunca dar autógrafos, su continua búsqueda de la privacidad le valió el sobrenombre de «Lindbergh Lunar» y comenta que: «Me acosarían todo el tiempo si no me aislara». 

Durante la siguiente década, Armstrong fue de un lugar a otro sin lograr jamás aterrizar en la tranquilidad de una vida calmada. En 1971 dejó la NASA para dedicarse a la docencia en la Universidad de Cincinnati, pero se retiró en 1979 debido a las «muchas nuevas reglas» que le parecieron agobiantes. La inquietud empresarial se convirtió en su enfoque principal durante el resto de su vida profesional y confiesa: «Soy y siempre seré un ingeniero ñoño de calcetines blancos y protector de bolsillo, y me enorgullezco enormemente de los logros de mi profesión».

Aunque nadie puede culpar a Armstrong por su renuencia a resistir el brillo de los reflectores públicos, su reticencia a promover por la fuerza el avance humano en el espacio ciertamente le abrió la puerta a aquellas voces que exigían ahorros en el presupuesto. El programa <i>Apolo</i> llegó a su fin en 1972 con el Apolo 17. Armstrong pudo hacer todo lo que se esperaría de un piloto e ingeniero: fue un éxito técnico; sin embargo, después de la misión, no pudo hacer lo que más se necesitaba: ser el «hombre ordinario» que impulsara la búsqueda de la humanidad. 

El reportero del New York Times John N. Wildford recuerda este sentimiento y lo llamó «triunfo fallido». Aunque llegar a la Luna fue técnicamente fabuloso, «debido a las expectativas mal canalizadas y a una mala percepción general de su significado real», señaló Wildford, se ha considerado al Apolo 11 como el destino más que como sólo el comienzo. «Se alentó a la gente a que lo viera sólo como el gran clímax del programa espacial, como una carrera geopolítica y como entretenimiento extraterrestre, no como un medio drástico hacia el fin último del desarrollo de una capacidad para viajar más allá de los límites del espacio. Esto llevó al desplome del programa espacial ulterior al Apolo».

ALLÁ AFUERA 

En un discurso en el CC aniversario de Harrodsburg, Kentucky, Armstrong comparó el avance hacia occidente de los primeros pobladores con el viaje del hombre a la Luna. «La necesidad de crear un nuevo mundo es lo que amplía los horizontes del hombre en su búsqueda del futuro. Sin estos horizontes, el hombre se ensimisma y sólo se preocupa por su persona; mientras que, con horizontes, piensa más en el mañana que en el hoy, más en la sociedad que en sí mismo».

¿Qué clase de mundo ha construido la humanidad? Tecnológicamente, ha logrado grandes hazañas, aunque como personas nuestros tantos demonios internos evitan que resolvamos algunos de los problemas más antiguos de la humanidad. 

Los gobiernos compiten entre sí por ser los primeros en llegar a la Luna, Marte y demás, pero hacen poco por moderar y deshacer los ímpetus competitivos que incitan la carrera. 

La mayor cualidad trágica de la humanidad es su renuencia a dar un pequeño paso para forjar relaciones correctas con los demás. A pesar de nuestras impresionantes capacidades tecnológicas, la desconfianza y el odio nublan nuestras mejores intenciones interpersonales; podemos afirmar que «venimos en paz», pero no es posible ignorar hoy la posibilidad de un espacio convertido en arma como tampoco pudo ignorarse hace 50 años. Qué poco cambian las cosas en el reino de los hombres.

Neil Armstrong nos representa a todos. Él ejemplifica la fortaleza humana para superar las dificultades y adversidades, y para seguir adelante; sin embargo, cuando termina la misión, queda un vacío. Como el comandante Scott Altman del STS-125 dijo a Visión, aunque los astronautas de hoy se apoyan en los logros de los pioneros que les abrieron camino, sienten un poco de celos por lo que la siguiente generación tendrá la oportunidad de alcanzar. Existe un amargo anhelo por lo desconocido que está por venir. Querer más es un sentimiento tan profundo en la actualidad como lo fue en días del Rey David.

Aunque la fortaleza humana por sí sola no nos llevará tan lejos como promete el Salmo 8, el apóstol Pablo menciona que tendremos acceso a través de maneras que todavía no podemos imaginar. Un día, cuando llegue el momento, hasta el universo estará bajo nuestro control: «todo lo sujetaste bajo sus pies» (Hebreos 2:5–8, énfasis añadido).

Ser inquisitivo y desear el universo forma parte de la naturaleza humana, pero sin el carácter y la sabiduría necesarios para ponerle rienda a sus ambiciones, el nuevo mundo que se busca no se verá diferente al que se haya dejado atrás.