Para que no olvidemos

En el transcurso del 2005 los medios de comunicación de todo el mundo han representado ampliamente el LX aniversario de los acontecimientos que concluyeron la Segunda Guerra Mundial. En 1945, las Fuerzas Aliadas en Europa, dirigidas por Estados Unidos, Gran Bretaña y Rusia, revirtieron la máquina de guerra nazi y por fin liberaron al continente del control del fascismo.

El fin de la Segunda Guerra Mundial en Europa trajo libertad para muchos y más opresión para otros. Pareciera que el término «liberación» tuvo diferentes significados para diferentes personas. De Occidente, las fuerzas estadounidenses y británicas avanzaron rápidamente por Alemania hacia el río Elba y los pueblos liberados a su paso han disfrutado desde entonces de la libertad bajo gobiernos democráticos. Mientras tanto, en Oriente, las fuerzas soviéticas atravesaron Polonia hacia Berlín, tomando posesión de todos los lugares en su camino. Como consecuencia, incorporaron muchos pueblos a lo que se convertiría en el bloque comunista, impidiendo la libertad de la opresión soviética durante casi 45 años hasta la caída del Muro de Berlín en 1989.

A pesar de los diversos objetivos políticos de las tres principales fuerzas aliadas, algo en lo que estaban de acuerdo era en su repulsión hacia el incomprensible horror de los campos de concentración nazis, descubiertos mientras recorrían el territorio dominado por Alemania. Auschwitz-Birkenau, en Polonia, llegó a ser el escalofriante símbolo del Holocausto (o Shoah) y la humanidad empezó a calcular el costo de una inhumanidad sin precedentes. El mundo retrocedía incrédulo ante el alcance del terror del estado fascista contra judíos y otras personas, mientras que las naciones traumatizadas se daban a la tarea de reconstruir vidas devastadas y comunidades destrozadas.

En el periodo subsiguiente han surgido muchas interrogantes. Por ejemplo, ¿cómo pudo en primer lugar el aberrante régimen nazi haber recibido suficiente apoyo popular para alcanzar el poder?, ¿qué es lo que hace posible que la naturaleza humana lleve a cabo la monstruosa maldad del genocidio?, y ¿cómo podemos asegurar que no volverá a ocurrir tal maldad?

Después de sesenta años y de una cantidad interminable de libros que se han escrito, sin mencionar los incontables documentales de televisión, artículos y sitios de Internet dedicados a explorar los acontecimientos de aquella época, el mundo tiene otra oportunidad de repasar las lecciones que se debieron haber aprendido. La generación de la guerra se está muriendo rápidamente y pronto habrá sólo historiadores, museos y monumentos públicos que nos recuerden los hechos de uno de los periodos más oscuros en la historia de la humanidad.

Mientras el mundo recuerda el fin del conflicto mundial, Visión analiza el ascenso al poder de Adolfo Hitler, la crueldad sin precedentes que desató y las lecciones que debemos recordar.

LO QUE DESATÓ LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL

Repasar algunos de los antecedentes del estallido de la Primera Guerra Mundial nos ayuda a comprender no sólo esa guerra, sino también la guerra aún más catastrófica que le siguió. Se ha dicho que las dos guerras mundiales fueron, de hecho, una guerra ininterrumpida. De ser cierto, aún hay más razones para remontarse a los orígenes de la primera a fin de entender la segunda. Aunque algunos historiadores culparían del militarismo alemán de las dos guerras al prusiano «Canciller de Hierro», Otto von Bismarck, los análisis contemporáneos tienen un punto de vista diferente. Bismarck, quien supervisó la unificación de Alemania en 1870 y cuyos logros ciertamente incluyeron la restauración del orgullo alemán en las esferas económica y militar, también logró la estabilización pacífica de Europa Central a través de una diplomacia acertada, y en el proceso se ganó el respeto y admiración de otros líderes en todo el mundo.

Entonces, en términos de culpabilidad por la guerra en Alemania, es a otro hombre al que debemos señalar por causas más próximas. En los últimos años de Bismarck un nuevo emperador llegó al trono: Guillermo II (Káiser Guillermo), nieto de la Reina Victoria de Gran Bretaña, un joven impulsivo e inexperto que se consideraba a sí mismo totalmente moderno. Y también estaba lleno de ambición para engrandecer a Alemania. En 18 meses aprovechó la oportunidad política para forzar al antiguo canciller a retirarse del cargo público. En lo que parece haber sido una gran previsión, la carta de renuncia de Bismarck advirtió al emperador que su política llevaría al país a la guerra.

Pero el káiser, ahora libre para ejercer su idealismo, se tornó más agresivo y volcó irracionalmente su hostilidad en los británicos, de cuya confianza y neutralidad dependían Alemania y el equilibrio del poder europeo.

Al mismo tiempo, conforme el siglo XIX llega a su fin la sociedad alemana estuvo sujeta a muchas corrientes contrarias. La política sufrió muchos cambios, especialmente debido a la llegada de nuevos partidos. El Partido Socialdemócrata marxista llegó a ser el mayor grupo político después de 1890, ganando un tercio de los votos en 1912. El papel y la influencia de la religión iban en declive bajo el peso del racionalismo alemán y la secularización de la sociedad. Nuevas filosofías y modos de ver el mundo estaban en boga, desde Nietzsche hasta Freud, pasando por Einstein, Wagner y Weber. Mientras el historiador Stephen Ozment describe la conmoción social como «jóvenes alemanes que deambulaban de una tribuna callejera a otra, en las que se suben cada vez más demagogos influyentes, militaristas, nihilistas y racistas».

La estabilidad de Europa estuvo más amenazada por la pasión de Guillermo II por la construcción militar y la colonización. En África y el Medio Oriente, el emperador retó a los británicos y a los franceses; en el Lejano Oriente, a los rusos. En Europa en sí, el ejército alemán pronto fue el más grande. La planeación de 38 nuevos acorazados alemanes para inicios del siglo XX fue percibida por los británicos como un reto a su superioridad naval. Como resultado, Gran Bretaña, Francia y Rusia se aliaron en contra de Alemania.

Pero no fue solamente el emperador quien preparó el terreno para la guerra. En los descontentos países balcánicos, los austriacos, serbios y turcos estaban en desacuerdo. Rusia se alió con Serbia; Austria, con Alemania. El asesinato del archiduque austriaco Francisco Fernando y su esposa a manos de terroristas bosnios en Sarajevo llevó a Alemania al conflicto con Serbia en representación de Austria. Así empezó la guerra que se extendería rápidamente por toda Europa, África, Medio Oriente y Asia. Al inicio, ninguna fuerza, ni siquiera Alemania, aspiraba a dominar Europa, pero para 1917 muchas ambiciones encontradas pasaron a primer término.

Cuando la guerra terminó los Aliados decidieron castigar severamente a Alemania. El Tratado de Versalles impuso fuertes indemnizaciones financieras a la nación derrotada: en un primer término, se marcaron 480 mil millones, pero después se redujo a 132 mil millones para pagarse en 30 años. Se llevó varias posesiones económicamente valiosas, incluyendo partes de Prusia Occidental, para formar el Corredor Polaco hacia el Mar Báltico. Las minas repletas de carbón de Saarland y Rhineland quedaron bajo la autoridad francesa (pero no bajo su jurisdicción). Las colonias alemanas fueron tomadas. Las fuerzas armadas se limitaron a un ejército de 100,000 y una marina de 15,000 personas. Se prohibió el armamento pesado. Estos términos punitivos, junto con la pérdida del orgullo nacional, el desempleo y la inconmensurable hiperinflación desenfrenada, llevaron a Alemania al borde del desastre en 1923. La amargura resultante, que arrasó con la nación, alimentó aún más el resentimiento hacia las fuerzas victoriosas y dio lugar a la aparición de alguien que había sido un inadaptado social: Adolfo Hitler.

LA CONSOLIDACIÓN DE HITLER

Entre los soldados austriacos en el Frente Occidental durante la Primera Guerra Mundial, a Hitler se le habían asignado los deberes de un mensajero. Ahí se las arregló para conseguir dos condecoraciones por su valentía, en ambos casos, la Cruz de Hierro. Pero su desarrollo durante la guerra y los años que le siguieron tiene que ver más con su capacidad para hablar de sus convicciones en contra de los marxistas, liberales y judíos, y para consolidar su amargura por el fracaso del imperio alemán al perder la guerra.

El 9 de noviembre de 1918, mientras la Primera Guerra Mundial llegaba a su fin, el emperador y el príncipe heredero abdicaron. El poder estaba ahora en manos del Partido Socialdemócrata, cuyo líder se convirtió en el primer presidente de la recién acuñada República de Weimar en Alemania. El gobierno de transición firmó el armisticio, admitiendo una derrota incondicional. Al conocer las noticias, Hitler, quien se encontraba en un hospital recuperándose de una ceguera temporal inducida por un ataque de gas mostaza, sollozó con una amarga desilusión que rápidamente se convirtió en odio. Luego de regresar a Múnich el 21 de noviembre, permaneció al servicio del ejército al no haber otro trabajo disponible. El año que estuvo en el ejército en 1919 probó ser un punto aún más decisivo en la consolidación de sus creencias ideológicas.

Mientras seguía en el ejército, Hitler comenzó a involucrarse en la política y así comenzó su ascenso al poder. Empleado por el ejército como propagandista y conferencista, descubrió que con su forma de hablar podía mantener maravillada a su audiencia. Y a menudo hablaba en contra de los judíos.

El historiador Ian Kershaw comentó que la duradera cosmovisión de Hitler se expresó por primera vez en ese periodo. Fue un «antisemitismo apoyado en la teoría de la raza, y la creación de un nacionalismo unificado basado en la necesidad de combatir el poder externo e interno de los judíos». En el mes de septiembre se unió al pequeño Partido Obrero Alemán. En 1920, junto con un colega, Ernst Roehm, ideó el cambio de nombre de su partido a Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán y él mismo diseñó la suástica. Hitler ascendió de rango hasta llegar a ser, en menos de cuatro años, adorado por los nacionalistas de toda Alemania.

En noviembre de 1923 encabezó un intento por asumir el poder sustituyendo a los gobernadores de Weimar en el infame Putsch de Múnich. Aunque fracasó, su nombre se volvió nacionalmente conocido. Encarcelado de 1924 a 1925, dictó la primera parte de su efervescente manifiesto autobiográfico y antisemita «Mi Lucha» (Mein Kampf). Cuando lo liberaron se le prohibió hablar públicamente por más de tres años, pero participó en muchas discusiones privadas acerca de sus ideas. Durante este tiempo, la suerte de Alemania mejoró, gracias a las habilidades diplomáticas del Canciller Gustav Stresemann y del segundo presidente de la República de Weimar, Paul von Hindenburg.

Entonces llegó la Gran Depresión de 1929. Alemania se vio afectada casi tanto como Estados Unidos, dejando a la nación lista para un cambio político que resolviera los graves problemas económicos. Aumentó la afiliación en el incipiente Partido Nazi. Hitler atraía ahora a empresarios, terratenientes, granjeros, veteranos de guerra y miembros de la clase media, quienes habían sido afectados por la inflación de la década de 1920 y el gran desempleo causado por la Depresión. En este clima expresó abiertamente su propio antisemitismo intenso, sacando provecho de sentimientos que ya estaban extendidos en toda Alemania. Con el tiempo, puso en movimiento una máquina de propaganda extremadamente efectiva a través de la cual convenció a la mayor parte de la nación de que él era su salvador, no sólo de la Depresión, sino también del Tratado de Versalles, los comunistas y los judíos.

¿Por qué los alemanes votaron por el partido de Hitler? No porque apoyaban el futuro que instauraron los Nazis, sino, como dice Ozment, «por lo que prometía hacer para detener la crisis política y económica de aquel entonces». Hitler sedujo a la mayoría a creer que él estaba «más indignado que ellos por la difícil situación, y que poseía la voluntad y la inteligencia para acabar con ella».

Hitler asumió el cargo de canciller en enero de 1933 y el parlamento aprobó la Ley Habilitante, dándole autoridad dictatorial. La Ley especificaba que el gabinete podía aprobar medidas presentadas solamente por el canciller. La popularidad de Hitler aumentó a medida que la tasa de desempleo cayó drásticamente y Alemania logró una gran expansión en el sector civil y la producción industrial.

En 1935 Hitler rechazó el Tratado de Versalles e introdujo el reclutamiento militar, iniciando el fortalecimiento de una máquina militar masiva. Mientras tanto, se intensificó la campaña contra los judíos. Con la aprobación de las Leyes de Núremberg, los judíos perdieron su ciudadanía alemana y ya no pudieron continuar trabajando para el gobierno, en su profesión ni en la mayoría de los tipos de empleo remunerado.

Alemania volvió a ocupar la desmilitarizada Rhineland en 1936. Mientras Gran Bretaña y Francia se quedaban cruzadas de brazos, esforzándose por lograr una contemporización sin rumbo y ante las advertencias de Winston Churchill que llegaron a oídos sordos, Hitler tomó fuerza y envió tropas a apoyar la rebelión de Franco en España. Esto finalmente condujo a la creación de las Potencias del Eje, encabezadas por Alemania, Italia y Japón. En noviembre de 1937 Hitler sostuvo una reunión secreta para planear su siguiente gran movimiento: asegurar un Lebensraum o «espacio vital» para el pueblo alemán invadiendo otros países.

La persecución de los judíos continuó creciendo, y entre noviembre de 1938 y septiembre de 1939, más de 180,000 judíos huyeron del país, con los nazis confiscando todo lo que dejaban atrás.

LA SOLUCIÓN FINAL

El 1° de septiembre de 1939 Alemania invadió Polonia y comenzó la guerra en Europa. Mientras el conflicto se extendía, Hitler clasificó a los judíos como enemigos del Estado.

Creyendo en su propaganda, el liderazgo nazi participó en su implacable antisemitismo basado en el descabellado punto de vista de que los judíos eran un tipo de infestación demoníaca —el «hongo venenoso»— que quería dominar al mundo. Fueron considerados como un obstáculo para las aspiraciones nazis del dominio ario. Creyéndose una raza superior, el alto mando nazi consideró que era su deber deshacerse de la percibida amenaza judía. ¿El soldado alemán o austriaco promedio peleó por el antisemitismo? Ozment comenta: «Los motivos originales de la guerra fueron totalmente egocéntricos, no judeocéntricos o antisemíticos. Los alemanes buscaban vengar y resarcir, a través de una victoria total, las indemnizaciones draconianas que se les había obligado pagar y el terrible sufrimiento que habían soportado desde la Primera Guerra Mundial».

Luego de la invasión alemana de Rusia en el verano de 1941, Hermann Göring, nominalmente a cargo de la política antijudía desde 1939, ordenó a Reinhard Heydrich, jefe de la Oficina Central de Seguridad del Reich, preparar la implementación de la «solución final al problema judío». En enero de 1942, en la Conferencia de Wannsee en Berlín, se reunieron todos los dirigentes principales de la SS para coordinar la destrucción de un pueblo. Los registros de esa reunión sobrevivieron a la guerra y proveen la evidencia más clara de la planeación central del Holocausto. El número de judíos enviados a los campos de exterminio del Este aumentó dramáticamente.

En total, hubo 1634 campos de concentración y sus satélites, y más de 900 campos de trabajo. Los campos de exterminio, o campos de la muerte, fueron sólo seis. Se construyeron en Chelmno y Auschwitz-Birkenau, en los territorios polacos que llegaron a ser parte del Tercer Reich, y en Belzec, Majdanek, Sobibor y Treblinka, en la región central restante de Polonia, conocida como Gobierno General. Pero diferenciar entre los campos de concentración y los campos de la muerte en términos de lo que le pasaba a la mayoría de quienes cruzaban sus rejas es una discusión sin sentido: en cualquiera de ellos la muerte de los internos ocurría a gran escala. Que trabajaran hasta morir, murieran de hambre, se les disparara para matarlos o murieran en la cámara de gases no es el punto. La máquina nazi fue diseñada para exterminar judíos, y cualquier otro señalado como enemigo del Estado, por medios brutales.

Aunque varios grupos habían sido etiquetados como enemigos, incluyendo esclavos, gitanos y homosexuales, sólo los judíos fueron aislados para la aniquilación sistemática. Entre 1942 y 1945 los nazis comenzaron a implementar formalmente el plan. Todo judío en la Europa controlada por los nazis tenía que morir.

Auschwitz-Birkenau es el campo de exterminio más conocido. Una de las razones podría ser que fue más internacional que otros: se enviaba allí a gente de toda Europa, desde Noruega en el norte hasta la isla griega de Rodas en el sur. Otra razón puede ser que era también un campo de concentración; cuando terminó la guerra los sobrevivientes de la fuerza de trabajo esclava estaban listos y dispuestos a contar su historia.

El campo llegó a ser el sitio del mayor asesinato masivo conocido en la historia del mundo. La mayoría de las autoridades calculan que entre 1 y 1.5 millones de hombres, mujeres y niños perecieron ahí, más del total de las víctimas británicas y estadounidenses durante toda la guerra. Desde 1940 hasta 1945 los nazis enviaron a Auschwitz-Birkenau a más de un millón de judíos, cerca de 150,000 polacos, 23,000 gitanos, 15,000 prisioneros de guerra soviéticos y más de 10,000 prisioneros de otras nacionalidades. La gran mayoría murió ahí.

Como consecuencia, el nombre de Auschwitz se ha vuelto tristemente célebre como un símbolo de brutalidad extrema y del genocidio de más de 11 millones de víctimas de la creencia nazi. Esto incluye la muerte de aproximadamente 6 millones de judíos asesinados en los diversos campos de exterminio, campos de concentración y guetos, y a través de ejecuciones masivas.

LAS CAUSAS DEL GENOCIDIO

Hoy en día, la mayoría de la gente está de acuerdo en que el más grande brote de maldad del siglo XX encontró su expresión en un hombre: Hitler.

Pero la maldad de Hitler es sólo parte de la historia. Ciertamente, el Holocausto no hubiera existido sin la visión cruel y el liderazgo obsesivo de Hitler, pero tampoco hubiera existido sin un comprometido grupo de líderes y seguidores que compartieron su visión y que estuvieron dispuestos a llevar a cabo sus instrucciones asesinas. Hitler no fue técnicamente un asesino en masa, sino el autor intelectual de atrocidades que otros cometieron.

El análisis de las causas del Holocausto ha demostrado ser controversial. En su libro de 1992, Ordinary Men [Hombres Ordinarios], Christopher R. Browning buscó explicar que los alemanes que realmente perpetraron las maldades del Holocausto no manifestaban algún rasgo alemán único, sino que eran seres humanos promedio que, atrapados en el momento histórico, llegaron a ser despiadadamente inhumanos. El libro definitivo de Browning en 2004, The Origins of the Final Solution [El Origen de la Solución Final], afirma que el genocidio nazi no fue tanto la realización de un plan premeditado, sino de una oportunidad que se presentó y se desarrolló conforme progresaba la guerra.

En contraste, la obra de Daniel Goldhagen de 1996, Verdugos Voluntarios de Hitler (Hitler’s Willing Executioners), aunque rechaza las nociones de un «carácter nacional» alemán defectuoso, intentó probar que el Holocausto fue único y se dio como resultado de tres factores relacionados: primero, el ascenso al poder del Estado de antisemitas virulentos, quienes adoptaron el exterminio de los judíos como política de Estado; segundo, la disposición de los alemanes promedio a apoyar la política de Estado oficial; y tercero, el hecho de que Alemania por sí sola tenía la destreza militar para conquistar el continente europeo. Por lo tanto, solamente un liderazgo alemán podía comenzar a asesinar judíos con impunidad a una escala industrial, sin temor a la reacción de otros países.

Los argumentos de ambos autores merecen consideración. Es difícil imaginar que la muerte de tanta gente inocente pudiera suceder en cualquier otro contexto. Se ha prestado atención al grito de «nunca más». En la actualidad, la cultura política de Alemania es ampliamente diferente: reina la democracia con garantías de protección adecuadas. Los pocos brotes de antisemitismo son reconocidos como la labor de un sector extremista que ha sido rechazado como tal.

Sin embargo, el punto de vista de Browning es el más revelador: la gente común y corriente es capaz de cometer atrocidades genocidas bajo una cierta confluencia desafortunada de circunstancias. El profesor de ética Johnathan Glover argumentaría que el error adicional de esta gente común y corriente es su falta de educación moral. «El sentido de identidad moral es un aspecto relevante del carácter. Quienes tienen un fuerte sentido de quiénes son y del tipo de personas que desean ser tienen una defensa adicional contra el condicionamiento de la crueldad, la obediencia o la ideología». En este sentido, el grito de “nunca más” ha sido tristemente ignorado. El genocidio se ha intentado varias veces desde 1945, en Camboya, Serbia, Bosnia, Ruanda y Darfur.

El punto es que la capacidad de la naturaleza humana para hacer el mal variará de acuerdo con las circunstancias individuales. La libertad para hacer el mal queda limitada o es impulsada por otros con autoridad. Actualmente, una persona asesinará sólo a tanta gente como pueda antes de ser arrestada y encarcelada o ejecutada. Ya que Hitler y su alto mando eran la autoridad suprema de la nación alemana, tenían la capacidad de asesinar a millones de judíos. Y antes de que las Fuerzas Aliadas finalmente derrotaran al régimen de Hitler, ellos mismos evitaron la intervención que habría aminorado el número de muertes en los campos de exterminio. Los bombarderos aliados pasaron intencionalmente a unas cuantas millas de Auschwitz y sus vías férreas en varias ocasiones y no hicieron nada por interrumpir las operaciones del campo. Las razones se han debatido acaloradamente, pero el peso de la evidencia indica que, debido a su falta de acción, los Aliados colaboraron con los nazis con su fría crueldad, mientras que las autoridades de los campos nazis practicaban una maldad enardecida con su participación directa (consulte «The Origin of Evil»).

LA LECCIÓN PRINCIPAL

El mundo actual es muy diferente en algunos sentidos a la era de antaño: ha sido en gran parte inmunizada contra los males del fascismo. La Alemania actual está anclada en una Unión Europea políticamente estable. Luego del colapso de la Unión Soviética y el fin de la Guerra Fría, se ha hecho posible una nueva era de paz, con gobiernos más orientados a la democracia, comercio y comunicación globalizados, y desarrollo material.

Pero no debemos olvidar nunca la lección principal: el precio de la paz y la libertad es una vigilancia eterna acompañada por una acción personal y colectiva adecuada. Los gobiernos estables y sensatos comprometidos con la paz, la libertad y el bienestar de toda su gente y en sus relaciones con los demás son, al mismo nivel, el antídoto del genocidio. Aun así, como ya se señaló, el mundo ha experimentado muchos otros intentos de genocidio. Esto sucede invariablemente donde falta un gobierno compasivo y respetuoso de la ley, y donde las fuerzas básicas conspiran para agitar los elementos más ruines de la naturaleza humana en ausencia de una certidumbre moral personal. Esto resalta la importancia de individuos y grupos de personas que actúen con moralidad. La comunidad internacional debe comprometerse a hacer todo lo que esté en su poder para anticiparse al conflicto donde sea que ocurra, y los individuos deben reconocer la necesidad de desarrollar una moralidad personal a fin de prevenir la máxima expresión de violencia.

Lamentablemente, en un mundo imperfecto la posibilidad de actos genocidas no puede ser desechada por completo. De hecho, es probable que ocurran a menos que sean contenidos activamente en el nivel individual, donde todos podemos actuar. La misma naturaleza humana necesita cambiar, y eso es exactamente de lo que tratan las páginas de la Biblia y lo que expresan los artículos de esta publicación. Conforme al propósito divino de Dios, la naturaleza vengativa, hostil y violenta del hombre puede ser cambiada para reflejar la naturaleza amorosa de Dios, y en la plenitud del propósito de Dios, ese cambio en la naturaleza humana finalmente abarcará el mundo entero.

Sólo en el mandato divino venidero en la tierra, cuando las deficiencias colectivas de la naturaleza humana sean resueltas del todo, es que el prospecto del genocidio será finalmente eliminado. Hasta entonces, los países, instituciones e individuos sólo pueden hacer todo lo que esté a su alcance por limitar y, de ser posible, derrotar a las fuerzas del mal donde y cuando éstas levanten sus horribles cabezas.

Una manera obvia de hacer lo que nos corresponde a nivel individual sería simplemente conducir nuestra vida basados en la Regla de Oro: tratar a los demás como quisiéramos ser tratados (Mateo 7:12). Aunque es una máxima bíblica, fue considerada en Gran Bretaña como la opción número uno para un nuevo grupo de “mandamientos” seculares para la vida del siglo XXI. Dentro de tales normas de comportamiento de Dios podemos encontrar el antídoto final para la violencia de la naturaleza humana. En este mundo, ni la maldad fría ni la maldad enardecida tienen cabida.