Es hora de renunciar

Por qué los rencores nos lastiman más a nosotros que a ellos

Los rencores —sean ficticios o de la vida real— a menudo crean grandes historias. Pero, a menos que aprendamos a renunciar a ellos, sus historias no tendrán finales felices.

Una historia de amor, sí; una historia de fantasmas, sin duda; un drama poderoso, ¡por supuesto!; pero también se podría decir que, en el fondo, Wuthering Heights (Cumbres borrascosas) de Emily Brontë es una historia de rencores y retribuciones. Entre el protagonista Heathcliff (maltratado de niño) y varios miembros de las familias Earnshaw y Linton no falta la mala voluntad.

Edgar Linton, quien se casó con Catherine, el gran amor de su rival Heathcliff (a quien culpa de su muerte), trata de explicar las malas acciones de Heathcliff a su hija. La narradora relata su reacción: «La señorita Cathy —no familiarizada con mala acción alguna, fuera de sus propios ínfimos actos de desobediencia...— se asombró de la negrura de espíritu que podía rumiar y encubrir la venganza durante años y deliberadamente llevar a cabo sus planes sin siquiera una sombra de remordimiento».

Los rencores y la venganza solían jugar un papel central en la ficción del siglo XIX, cuando las novelas todavía eran un género literario bastante nuevo; por ejemplo, en obras de Charles Dickens, George Eliot, Herman Melville y Alexandre Dumas. Escritores más recientes, desde Agatha Christie hasta Stephen King, también han capitalizado el tema de la venganza y el rencor en algunas de sus historias.

Y no menos ocurre en la vida real; en algunos casos, incluso a gran escala. Ha habido mala sangre entre Japón y Corea del Sur durante más de un siglo, en parte como resultado de la anexión japonesa de la península coreana en 1910. Muchos rencores han sobrevivido aún más tiempo. Una encuesta de YOUGov de 2014 afirmaba que trece por ciento de los estadounidenses todavía le guardan rencor a Gran Bretaña por haberse opuesto a su independencia en 1776.

Definido con llaneza, rencor es un sentimiento negativo contra alguien debido a algo que él o ella hizo (o que uno percibe que ha hecho) en el pasado. Es un resentimiento persistente, a menudo derivado de un insulto, una lesión o algún otro desaire. El lenguaje que usamos en torno a los rencores resalta esta longevidad. Hablamos de «guardar», «tener», «albergar» y «alimentar» rencores. Los sinónimos comunes —como resentimiento, amargura, agravio y malicia— indican otras características que pueden estar presentes en él en diversos grados. Mientras que Edgar Linton y otros personajes de Cumbres borrascosas evidenciaban tener algunos de estos rasgos, Heathcliff se había entregado a ellos con pasión.

Otros también lo han hecho. No pasa uno por muchas páginas de la Biblia, por ejemplo, sin encontrarse con una descripción del primer asesinato. Caín se sentía irritado porque, por motivos no declarados en el texto, su ofrenda no había agradado a Dios. La de su hermano Abel, en cambio, había estado bien. A Caín se le dio la oportunidad de corregir el problema, pero en lugar de ello optó por alimentar su ira. El rencor comenzó en Caín al sentirse agraviado. No se nos indica cuánto tiempo pasó desde entonces, pero, llegado el momento, Caín dio rienda suelta a la ira que lo consumía y —presumiblemente por celos— asesinó a Abel.

Condiciones peligrosas

El rencor puede surgir de lo que se ve como una causa justificable, como el maltrato a Heathcliff o la percepción de injusticia que Caín experimentó, pero ambos conducen a la misma conclusión: un mundo de dolor y sufrimiento.

Cuando albergamos algún resentimiento, nos gustaría pensar que infligimos ese dolor al objeto de nuestra ira. Pero la psicóloga escocesa Joanna McParland explica que, en realidad, la sensación de haber sido agraviado daña la salud de quien alberga rencor. La percepción de injusticia puede afectar negativamente nuestros pensamientos y emociones. Señala, además, que —si bien ser maltratado o perderse una promoción puede ser injusto— acarrear esa sensación de injusticia durante un período prolongado puede empeorar las condiciones físicas dolorosas.

La investigación realizada por el psiquiatra Erick Messias y sus colegas del Colegio Médico de Georgia llegó a conclusiones similares: «Tomados en conjunto, nuestros hallazgos reafirman el papel de los factores psicológicos, como guardar rencor, en el camino causal hacia una variedad de afecciones médicas; específicamente problemas cardiovasculares, úlceras pépticas y trastornos por dolor».

«La ira crónica le pone a uno en modo de lucha o huida, lo cual resulta en numerosos cambios en la frecuencia cardíaca, la presión arterial y la respuesta inmune. Esos cambios, entonces, aumentan el riesgo de depresión, enfermedades cardíacas y diabetes, entre otras afecciones».

Johns Hopkins Medicine, «Forgiveness: Your Health Depends on It»

A pesar del daño personal y la lógica defectuosa y contraproducente de albergar rencores, algunas personas los fomentan con la esperanza de tener la oportunidad de vengarse, como lo hizo Heathcliff. Puede que otros dirijan su ira hacia personas que han muerto o con las que perdieron contacto hace muchos años, en cuyo caso la retribución ni siquiera es una opción. También puede que, por mantener la paz en una relación, nos guardemos el rencor; pero no divulgarlo no limitará el daño si el rencor sigue acechando sin control en nuestra mente.

La verdad es que, por cualquier razón o de cualquier manera que dirijamos nuestro rencor hacia alguien, el rencor simplemente se volverá hacia adentro y nos consumirá desde dentro; así, sin darnos cuenta, nos convertiremos en autores de nuestra propia destrucción. A menudo se dice que aferrarnos a rencores y resentimientos es como beber uno el veneno y esperar que la otra persona se enferme.

Alanis Morissette expresa una conclusión similar en su canción This Grudge. Ella detalla el alcance de un resentimiento que ha acarreado por años y luego pregunta: «¿Pero a quién le duele ahora? ¿Quién es el que está atascado? ¿A quién está torturando ahora?».

Reteniéndolos

Los rencores son comunes. Parece que nos gusta conservarlos, pero ¿por qué? ¿Por qué elegir mantener una herida abierta y supurante, impidiéndonos sanar y seguir adelante?

Al igual que con tantos estilos de pensamiento, puede que solo sea cuestión de hábitos. Nuestras reacciones ante ciertas situaciones son a menudo respuestas aprendidas; vemos la forma en que los demás reaccionan e imitamos irreflexivamente su comportamiento. Con el tiempo, ese comportamiento se vuelve nuestro y, con la repetición, se convierte en la respuesta de referencia del cerebro, la vía neuronal de elección, la ruta de menor resistencia.

Además, es posible que el deseo de justicia nos induzca a no estar dispuestos a renunciar a los rencores. Se puede sentir como si estuviéramos borrando del mapa a la otra parte. En la nueva «cultura de la cancelación», los que dicen o hacen algo —o se informa que han hecho algo— a lo que otros se oponen son condenados al ostracismo y tratados como si ya no existieran, cancelados, mientras el rencor en sí continúa. Muchos adolescentes han estado en el extremo receptor de tratos de este tipo a manos de sus compañeros.

En una entrevista de 2019, el ex presidente de Estados Unidos, Barack Obama, dijo: «A veces tengo la sensación de que, entre ciertos jóvenes, —y esto se acelera por las redes sociales— hay esta sensación de que “La manera de hacer cambios consiste en ser tan crítico como sea posible con respecto a otras personas, y que eso es suficiente”». Agregó: «Si todo lo que se está haciendo es arrojar piedras, probablemente no se va a llegar muy lejos. Eso es fácil de hacer».

Para quienes creen que el mundo debería ser un lugar justo y equitativo, aceptar el hecho de que la vida a menudo es injusta puede causar cierta disonancia cognitiva mientras se debaten en su sentir. La injusticia y la desigualdad existen en todo el mundo. Pero si bien a menudo podemos marcar una diferencia positiva en el alivio de los males sociales, los rencores son improductivos.

El rencor también puede conllevar un sentido de identidad que nos ayuda a definirnos. Llegamos a vernos a nosotros mismos como víctimas y buscamos consuelo y compasión dentro de nosotros mismos y en otros con quienes compartimos el dolor y el sufrimiento. Pero aferrarse al resentimiento no conduce a la curación, el bienestar o la paz interior. Es menos consuelo y alegría que desesperación y destrucción.

Sea real o imaginaria la ofensa que nos lleve a guardar rencor, albergarlo solo nos mantendrá en modo víctima. Con todo, según Frederick Luskin, fundador del Proyecto de Perdón de Stanford, «cada uno de nosotros puede aprender a lidiar con sus heridas y lesiones… No tenemos que contar historias interminables de victimización».

«Muchas personas lidian sin éxito con situaciones dolorosas de la vida creando y manteniendo quejas de larga data. Terminan alquilándole a la herida demasiado espacio en sus mentes».

Frederic Luskin, Forgive for Good

Renunciar

¿Cómo salir del páramo mentalmente tóxico del resentimiento en el que es probable que habitemos? La clave para evitar los resultados a los que conducen los rencores es darnos cuenta de que tenemos una opción. Podemos elegir cómo reaccionar y responder; elegir cómo pensar; elegir cómo ver el mundo; elegir cómo vernos a nosotros mismos y cómo relacionarnos con los demás.

Es inevitable que a veces nos sintamos ofendidos y heridos por algo — intencional o no—, pero no necesitamos seguir siendo víctimas de una mentalidad negativa y destructiva. Podemos replantear la situación, cambiar la historia que nos contamos a nosotros mismos y pensar de manera diferente. Esto incluye aceptar que podemos estar equivocados y que nuestras suposiciones sobre los motivos ajenos pueden estar muy lejos de la realidad. Podemos justificar con demasiada facilidad tanto nuestro derecho a estar ofendidos como nuestra respuesta, eligiendo ver las cosas solo desde nuestra perspectiva, tal como lo hizo Caín. No es difícil construir un caso en nuestras mentes por lo que alguien ha dicho o hecho para lastimarnos. Pero, ¿qué en cuanto a admitir que es posible que a veces estemos demasiado sensibles o demos demasiada importancia a las cosas, o que simplemente hayamos entendido mal?

También es posible que tengamos que aceptar que nuestras personalidades varían mucho y que todos hemos tenido experiencias diferentes, de modo que lo que otra persona ve como un comentario o acción inocua, sin pretensión de hacer daño, puede ser ofensivo para nosotros. Por supuesto, funciona en ambos sentidos: queremos que se nos dé el beneficio de la duda y que se nos perdone cuando nos equivocamos, así que, deberíamos estar preparados para extender la misma cortesía a los demás.

Los eventos terribles y angustiantes son parte de la vida. No venimos equipados con un interruptor mental que podamos simplemente voltear y «seguir adelante». Es por eso que el consejo ajeno de que simplemente perdonemos y «lo superemos» puede sonar trivial, como si no se hubiera tomado en serio lo que hemos pasado. De hecho, es posible que todos necesitemos hablar sobre una experiencia perturbadora, relatar lo que son angustias muy reales y recibir una respuesta compasiva y solidaria. También hay momentos en los que puede que necesitemos ayuda profesional para lidiar con lo que la vida nos arroja, porque tratar de reprimir nuestros sentimientos puede hacer más daño que bien. Asimismo, el olvido no siempre es una opción o incluso aconsejable. Por ejemplo, si hemos sido víctimas de un delito, puede que haya aspectos de la situación de los que podamos aprender para ayudarnos a mantenernos seguros en el futuro. Sin duda es preciso alcanzar un equilibrio.

Sabemos, sin embargo, que quienes, como Heathcliff, recurren a la venganza en el intento de corregir un error, dejan poco espacio para el perdón y la reconciliación o para comprender el punto de vista ajeno.

«Sea como fuere que el perdón le ayude, la ciencia hasta la fecha es clara: renunciar a sus rencores será bueno para usted».

Frederic Luskin, Forgive for Good

¿Qué cuando las situaciones son tan evidentes que podemos estar bastante seguros de que la ofensa fue deliberada y maliciosa? Mantener el rencor puede dar una sensación de control en el sentido de que no nos permitiremos ser presionados por los demás. Pero eso es una ilusión y, como ya se señaló, solo nos perjudicará a largo plazo porque nosotros mismos provocamos los efectos negativos de un estilo de pensamiento destructivo. De ahí que, por contradictorio que parezca, en lugar de aferrarnos al rencor, deberíamos hacer lo contrario.

Hacia un resultado positivo

Hay mucho en la vida que no podemos controlar o alterar; pero para la mayoría, la forma en que pensamos y reaccionamos está sujeta a la autorregulación. Adoptar este enfoque conducirá a una nueva identidad: no la de una víctima que necesita consuelo por su dolor, sino la de una persona fuerte que ha dominado las emociones y puede elevarse por encima de las perturbaciones menores de la vida. Muchos rencores comienzan con lo que son infracciones realmente leves.

La historia de Caín trata sobre un mal percibido que indujo al hermano ofendido a cometer un asesinato. Pero también podemos recurrir a la Biblia para hallar un ejemplo de una ofensa real. En este caso se trata de un error inequívoco, también de graves consecuencias, pero el resultado no podría haber sido más diferente.

Se nos dice que el patriarca hebreo Isaac, por entonces un anciano con vista deficiente, quería otorgar una bendición al mayor de sus hijos gemelos (y, por lo tanto, su legítimo heredero), Esaú. Pero el gemelo más joven, Jacob, engañó a Isaac para que lo bendijera en su lugar con, entre otras cosas, siervos, grano, vino y ascendencia sobre su hermano. Como consecuencia, Esaú odió a Jacob y juró matarlo. Jacob huyó y no regresó durante veinte años.

Esaú, cuando se enteró del inminente regreso de su hermano (acompañado de sus esposas, sus hijos y una considerable riqueza), salió a su encuentro con 400 hombres. Los años intermedios le habían dado mucho tiempo para reflexionar sobre los males que le habían hecho, fomentar un rencor en toda regla y planear su venganza. Así que, cuando Jacob vio a Esaú acercarse con su séquito, temió por su vida y por la vida de su familia. Sin embargo, Esaú corrió apresuradamente hacia su hermano y lo abrazó, y así se reunieron con los ojos llenos de lágrimas y alegría. No se nos dan detalles de los procesos de pensamiento por los que pasó Esaú durante todos esos años, pero claramente había seguido adelante, había perdonado y dejado atrás su rencor.

Tales resultados positivos son posibles para cualquiera.

«La vida me parece demasiado corta para gastarla en alimentar la animosidad o registrar errores».

Helen Burns, en Jane Eyre de Charlotte Brontë

En un artículo sobre rencores y perdón, los investigadores de Hope College en Michigan concluyeron que «aunque las personas no pueden deshacer las ofensas pasadas, este estudio sugiere que, si tocante a sus ofensores elaboran patrones de pensamiento de manera indulgente en vez de implacable, pueden ser capaces de cambiar sus emociones, sus respuestas fisiológicas y las implicaciones para la salud de un pasado que no pueden cambiar».

La próxima vez que estemos en el extremo receptor de un mal, sea real o percibido, lo natural es que la mayoría de nosotros sintamos una mezcla de emociones negativas. La pregunta es, ¿qué viene después? Darnos cuenta de que tenemos una opción, que podemos dirigir nuestras respuestas emocionales, es un paso vital para evitar el dolor y el sufrimiento a los que conducen los rencores, a menudo para los demás, pero siempre para nosotros mismos. Heathcliff cayó precipitadamente en el olvido a lo largo de este camino, y Caín provocó su propio destierro. Esaú, con amplias razones para guardar rencor, eligió una ruta diferente, una que condujo al perdón.

¿Nos encontraremos atrapados en una rutina mental, incapaces de escapar, o liberándonos y moviéndonos en la dirección opuesta? Las ofensas pueden llevarnos a aferrarnos a las quejas y, en consecuencia, a perjudicarnos a nosotros mismos y a los demás, o a dejarlas atrás y crear una oportunidad para la sanación y el crecimiento. La elección es nuestra.