Dos maneras de vivir

Dos maneras opuestas de vivir conforman nuestro mundo. Una construye, la otra destruye. ¿Cuál estamos eligiendo?

Dijo una vez un sabio que la vida se rige por dos principios opuestos: dar y obtener. Dar expresa interés y entrega en favor de los demás; en cambio, obtener está, ante todo, orientado hacia uno mismo.

Utilizando dos términos comunes en el lenguaje de los negocios, podríamos decir que la actitud de dar es relacional, mientras que la actitud de obtener es transaccional. Por ejemplo, el marketing transaccional se centra en un único punto de venta, mientras que el marketing relacional hace hincapié en construir relaciones a largo plazo con los clientes. Uno se centra en cerrar la venta única; el otro, en crear una relación positiva duradera.

Los modelos relacional y transaccional no se limitan a las empresas. Moldean todas las relaciones humanas e incluso influyen en los asuntos internacionales. En las relaciones interpersonales, el enfoque transaccional reduce las interacciones a ganar o perder. Solo gana el que domina. Lo mismo ocurre entre naciones, cuando una de las partes intenta dominar a la otra en una guerra comercial o territorial.

Por otro lado, el enfoque relacional procura el beneficio mutuo a través de la cooperación mutua. Esto propicia beneficios para ambas partes, porque entran en juego la equidad y la igualdad. El pensamiento relacional exige renunciar a algo de uno mismo por el bien común.

El sabio profundizó aún más al describir la actitud de dar como «entrega a los demás» igual a la entrega a uno mismo: un aspecto clave propio de la empatía. La actitud de obtener, dijo, se expresa en el aferramiento y la apropiación, la búsqueda del beneficio personal y el egoísmo que define gran parte de la interacción humana. Cuando impera el «obtener», la competitividad y la violencia están al alcance de la mano.

Martin Luther King Jr. hizo muchos llamamientos elocuentes en favor de la igualdad de oportunidades para los afroamericanos. En una ocasión, reconociendo la gravedad del problema en el contexto del futuro de la nación, dijo: «Debemos aprender a vivir juntos como hermanos o perecer juntos como tontos». Como líder cristiano, la ética subyacente de King era el principio bíblico de amar al prójimo como a uno mismo, aunado al hecho de darse cuenta de que la sabiduría bíblica contrarresta la necedad.

La misma fuente bíblica expande la empatía para incluir el trato a los desconocidos con amor y respeto, como también la protección y preservación del medio ambiente. El pensamiento transaccional —la actitud de obtener, no de dar— deja poco espacio para la atención amorosa, para la empatía. Es explotador, lo cual es, por definición, carente de amor. En ese mundo, todo se convierte en una mercancía en potencia, algo con lo que se puede comerciar para obtener ganancias.

Un conocido empresario transaccional dijo hace poco: «La debilidad fundamental de la civilización occidental es la empatía». Sin embargo, esa empatía es lo que ayudó a reconstruir Europa mediante el Plan Marshall financiado por Estados Unidos tras la catastrófica guerra de Hitler para hacerse con territorios a toda costa.

En su discurso de 1947 en la Universidad de Harvard, el secretario de estado George Marshall dijo: «Es lógico que Estados Unidos haga todo lo que esté a su alcance para contribuir al restablecimiento de una salud económica normal en el mundo, sin la cual no puede haber estabilidad política ni paz asegurada. Nuestra política no se dirige contra ningún país o doctrina, sino contra el hambre, la pobreza, la desesperación y el caos». Y concluyó: «La pasión política y los prejuicios no deben tener nada que ver. Con previsión y la voluntad de nuestro pueblo de hacer frente a las enormes responsabilidades que la historia ha asignado claramente a nuestro país, las dificultades que he esbozado pueden ser y serán superadas».

«Una vez le dije que estaba buscando la naturaleza del mal. Creo que estoy cerca de definirla: falta de empatía. Es la única característica común a todos los acusados: una auténtica incapacidad para sentir con el prójimo. El mal, creo, es ausencia de empatía.»

El psicólogo penitenciario Gustave M. Gilbert al juez Robert H. Jackson en los juicios de Núremberg de 1945-46 (del documental de televisión Núremberg, 2000)

El Plan Marshall hacía hincapié en la actitud de dar, priorizando la cooperación y la recuperación. La ideología de Hitler era diametralmente opuesta, centrada solo en obtener. Hitler era un autócrata con un enorme déficit de empatía. Le gustaban los perros y los niños, pero no mostró ningún sentimiento solidario por los casi seis millones de judíos y más de cinco millones de demás civiles que asesinó. Siguió el camino de «obtener» hasta llegar a la destrucción de su nación. Hitler personificaba al agente transaccional y consideraba los principios bíblicos a los que nos hemos referido como parte de una religión tímida y débil. Thomas Schirrmacher, presidente del Instituto Internacional para la Libertad Religiosa, dijo a Vision: «Hitler creía que Dios había creado el mundo para que estuviera en guerra todo el tiempo: las razas unas contra otras, y todas las razas contra los judíos». Para el Führer, la empatía y la paz entre los pueblos no tenían cabida.

Sin embargo, es la empatía lo que hace que valga la pena vivir. Potencia la comunidad. Compele a ayudar a los desfavorecidos; se trata del deber de velar por los demás. Por todo ello, la descripción del sabio en cuanto a que la vida se rige por dos maneras opuestas de vivir nos parece especialmente oportuna.

El pensamiento transaccional no nos salvará; entonces, ¿por qué no elegir disponernos a dar?