La niñez: La nueva edad de la ansiedad

En el año 2000 —incluso antes de que el terrorismo atacara tan de cerca a los estadounidenses el 11 de septiembre de 2001, y antes de que Estados Unidos entrara en guerra con Irak— se publicó un interesante estudio en la Journal of Personality and Social Psychology [Revista de Psicología Social y Personalidad] de la Asociación Estadounidense de Psicología. En su informe, la psicóloga social, Jean Twenge, señaló que los niveles de ansiedad en los niños estadounidenses se han incrementado de manera dramática desde que en 1956 se publicó la primera escala efectiva para su medición. 

Los incrementos fueron tan grandes y lineales, explicó Twenge, que para los años ochenta los niños normales alcanzaban un nivel más alto en la escala de ansiedad que los niños de la década de los cincuenta que eran pacientes psiquiátricos. ¿Quiénes son los culpables? De acuerdo con Twenge, el rompimiento de las relaciones y las inminentes amenazas ambientales fueron los factores subyacentes. En particular, indica que «los cambios en el índice de divorcios, la tasa de nacimientos y la delincuencia están intrínsecamente relacionados con la ansiedad infantil». En contraste, descubrió que, «sorprendentemente, los índices económicos no tuvieron un gran efecto independiente en la ansiedad. Al parecer a los niños les preocupa más si su familia está amenazada por la violencia o la disolución a que si tiene dinero suficiente».

En efecto, si los modernos jóvenes estadounidenses se sienten estresados, definitivamente no están solos en el mundo. De acuerdo con un artículo publicado en marzo de 2008 en el periódico en línea, The Independent, en la actualidad Gran Bretaña podría ser, de hecho, «el lugar más triste del planeta» para los niños. El editor en temas de educación, Richard Garner, hace notar el «mar de pruebas que denotan el frágil estado mental de muchos de los siete millones de estudiantes de primaria y secundaria del país» al reportar que los maestros británicos han solicitado una Comisión Real independiente para descubrir las razones detrás la ansiedad y la infelicidad generalizadas entre los niños de la nación. 

La preocupación que mostró la Asociación de Maestros y Profesores (ATL, por su sigla en inglés) de Gran Bretaña proviene del hecho de que el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia en realidad califica a los estudiantes británicos como los más infelices de Occidente y señala la falta de cohesión social del país como la causante. No obstante, los maestros británicos tienen sus propias suposiciones respecto a los elementos responsables. Entre los factores estresantes sugeridos por la ATL encontramos no sólo la disfunción social y la desintegración familiar, sino también a la presión de los compañeros y a la fuerte presión académica. ¿Pudiera tener algún mérito este argumento? ¿Acaso todos estos factores detrás de la ansiedad infantil en ambos lados del Atlántico pudieran estar entrelazados? ¿Es posible que la sociedad occidental haga demasiado énfasis en el éxito académico y muy poco en la importancia de la unión familiar? 

De hecho, la ATL británica sospecha que, en su opinión, éste es el caso. Al mencionar los rigurosos estándares de tareas del gobierno como la gota que derramó el vaso para los niños, algunos maestros comentan que su propia presión respecto a la enseñanza a fin de prepararlos para los exámenes estandarizados y el aumento en la cantidad de tareas han disminuido el tiempo que los niños dedican al juego y a estar con su familia en lugar de mejorar su rendimiento académico. Aunque es poco probable que la cada vez mayor presión académica sea el único problema —o incluso el problema principal detrás del incremento en la ansiedad infantil—, la ATL podría estar haciendo algo para yuxtaponer las prioridades académicas con las familiares. 

Por supuesto, sólo unos pocos argumentarían que el tiempo en familia no es importante; pero sin un énfasis igualmente firme en las tareas y los logros académicos, ¿cómo mantendrán su fortaleza económica los países atrasados en materia de educación en un mundo que depende cada vez más de la tecnología?

¿Acaso el éxito tecnológico de Japón no se debe a los serviles hábitos de estudio de sus estudiantes? ¿No existe una relación fuerte y comprobada entre una mayor cantidad de tareas y las buenas calificaciones? ¿No estarían mejor Estados Unidos y Gran Bretaña si sacrificaran un poco del tiempo en familia por el bien de la nación? Éstas son preguntas importantes que no son imposibles de examinar ya que, de hecho, muy recientemente se ha reconocido el efecto de las tareas en los logros académicos desde una perspectiva mundial. 

En mayo de 2005 dos investigadores sobre educación de la Universidad Estatal de Pensilvania (David P. Baker y Gerald K. LeTendre) fueron los coautores de un libro titulado National Differences, Global Similarities: World Culture and the Future of Schooling [Diferencias Nacionales, Similitudes Mundiales: La Cultura Mundial y el Futuro de la Educación]. Al analizar la información recolectada en escuelas de más de 41 países los investigadores llegaron a una conclusión que podría sorprender a muchos padres y educadores: una mayor cantidad de tareas no necesariamente significa mayores logros académicos. 

Se observó que los estudiantes de Japón, la República Checa y Dinamarca tienen las más altas calificaciones y que, por lo general, tienen poca o ninguna tarea. Por otro lado, Baker señaló que los países con calificaciones muy bajas (Tailandia, Grecia e Irán) por lo general tienen fuertes cargas de tarea. 

«Estados Unidos se encuentra entre los países del mundo que más tarea dejan en las clases de matemáticas de séptimo y octavo grados», comentó LeTendre. «Los maestros de matemáticas de Estados Unidos asignaron, en promedio, más de dos horas de tarea de matemáticas a la semana en 1994-1995. Contrario a nuestras expectativas, uno de los niveles más bajos se registró en Japón: casi una hora a la semana. Estas cifras cuestionan los antiguos estereotipos acerca del perezoso adolescente estadounidense y de su dedicada contraparte en Japón».

LeTendre y Baker afirman que estos estereotipos, fuertemente promocionados por los medios de comunicación estadounidenses, fueron los verdaderos responsables de inducir a muchas escuelas del país a incrementar la cantidad de tareas durante la década de los ochenta. «Al mismo tiempo», comentan los investigadores, «resulta irónico que los maestros japoneses estaban intentando reducir la cantidad de tarea asignada a sus estudiantes para darles más tiempo libre, lejos del rigor de la escuela. Ni la reforma educativa de los años ochenta de Estados Unidos ni la de Japón parece haber afectado los niveles generales de aprovechamiento en ninguno de estos dos países».

Si la tarea no es un pronóstico confiable del éxito académico, entonces ¿cuál sí lo es? 

Quizá no es sorprendente saber que los factores más importantes para fomentar el éxito académico también son fundamentales para tratar otras causas de la ansiedad infantil, y el más sobresaliente de ellos es la calidad de las relaciones dentro de la familia misma. 

Es más probable que las familias fragmentadas experimenten escasez de tiempo, dinero y otros recursos que son significativos para el éxito académico. Además, los niños que tienen familias fragmentadas sienten los efectos de mayores niveles de estrés. Aunque una relación disfuncional entre los padres puede afectarlos intensamente incluso antes de que ésta se disuelva, a los niños también les afecta mucho la pérdida posterior y ausencia del hogar de uno de los padres, así como la pérdida de la unidad familiar como la han conocido. 

En su estudio de 2005 acerca de los efectos del divorcio en la salud mental, Lisa Strohschein de la Universidad de Alberta descubrió que los hijos de padres divorciados presentaron altos niveles de ansiedad durante cada etapa del divorcio. También comentó que «la pérdida de uno de los padres viene acompañada de un incremento adicional en la ansiedad o depresión infantil, la cual es independiente de las diferencias preexistentes entre los hijos de padres divorciados y los de familias intactas». Como era de esperar, encontró niveles similares de ansiedad infantil cuando el divorcio ocurría en una familia disfuncional. 

Al tomar en cuenta la epidemia de disfunción familiar y divorcios en los países de Occidente, quizá no sea sorprendente que los maestros e investigadores encuentren mayor ansiedad, problemas de conducta y un bajo rendimiento académico entre los niños en el salón de clases. Los crecientes estándares de los exámenes y el aumento en la cantidad de tareas no parecen solucionar el problema. 

¿Pudiera ser que el trabajo más importante por hacer en el hogar tenga qué ver con aprender a relacionarse adecuadamente dentro de la familia? Es difícil imaginar una mejoría en el funcionamiento de la sociedad como un todo sin mejorar primero las relaciones humanas en su nivel más básico.