La Permanencia de la Guerra

Uno de los renombrados cuatro Jinetes del Apocalipsis es descrito trayendo guerra. Sin embargo, una revisión rápida del registro histórico demuestra que su paseo mortal se aplica no sólo al apocalíptico «tiempo del fin».

Por milenios, con regularidad la guerra ha preocupado al mundo, según lo representado por el jinete del caballo rojo descrito en la visión apocalíptica del apóstol Juan en Apocalipsis 6.

Durante los últimos 2,000 años, cada siglo ha sido testigo de un conflicto importante entre las ciudades-estado, repúblicas, naciones e imperios, frecuentemente con un nuevo conflicto después de problemas pasados. La guerra ha sido persistente en la experiencia registrada de la humanidad.

A principios de 27 a.C., el Imperio Romano se vio involucrado en guerras por casi 500 años, durante su expansión y su final colapso. De 1095 a 1291 los ejércitos cristianos lucharon en las Cruzadas para liberar la Tierra Santa de las fuerzas musulmanas. Y al mismo tiempo que se libraban esa serie de guerras, los mongoles comenzaron sus conquistas (1206-1405); el cálculo del número de muertes resultantes son de 30 a 80 millones durante la serie de sucesiones de los Kanes que establecieron el imperio más grande de la historia en una masa de tierra contigua.

La Guerra de los Cien Años (1337-1453) atestiguó los conflictos entre Francia e Inglaterra sobre las reivindicaciones territoriales y dinásticas. La Guerra de Independencia holandesa (1568-1648), también llamada Guerra de los Ochenta Años, fue una mezcla de las reivindicaciones políticas, religiosas y económicas contra el imperio español de Felipe II, lo cual resultó en la «República de los Siete Países Bajos Unidos».

Esa guerra se superpuso con la Guerra de los Treinta Años (1618-1648), uno de los conflictos más destructivos de la historia europea; reclamó tantos como 8 millones de vidas además de reformar el mapa político y religioso de Europa. Un siglo más tarde, la Guerra de los Siete Años (1756–1763) dividió a Europa en alianzas separadas dirigidas por Gran Bretaña y Francia. Podría decirse que fue el primer conflicto a nivel mundial, cambiando el equilibrio de poder en Europa de manera significativa, y el precursor de las revoluciones norteamericana y francesa. La Revolución Francesa y las Guerras Napoleónicas (1792–1815) vieron morir a 7 millones de europeos, con el conflicto extendiéndose por gran parte de Europa mientras Francia buscó primero en deponer a su monarquía, junto con defender la revolución de otros monarcas europeos, y luego derribar aquellos oponentes.

Cientos de miles más perdieron la vida en la devastadora Guerra de Secesión norteamericana (1861–1865). Poco después vino la Guerra Civil Rusa, que posiblemente comenzó con la Revolución de Octubre de 1917 y básicamente terminó a finales de 1920, llevándose de 7-10 millones de vidas, elevándola a la catástrofe más grande hasta la fecha presenciada en Europa. Entre tanto, la primera guerra que se libró a escala mundial estalló (1914–1918); se le llamó «una guerra para acabar con toda guerra», su continuación de 1939 a 1945 solamente demostró la ironía repugnante del epíteto. Las Guerras Mundiales I y II resultaron en un extremo número de muertos además de crear una destrucción global sin precedentes.

«La visualización de la guerra como una excepción a la vida normal… nos lleva a ignorar la persistencia de la guerra».

Mary L. Dudziak, War Time: An Idea, Its History, Its Consequences

Uno esperaría que tan horrenda carnicería mundial hubiera podido frenar significativamente el deseo por soluciones militares a los conflictos internacionales. Sin embargo las potencias del Eje no acababan de rendirse en 1945, cuando los Estados Unidos y la Unión Soviética, aliados intranquilos durante la guerra, se embarcaron en la carrera de armas nucleares comenzando la Guerra Fría. En tan solo cinco años, con la URSS firme en el otro lado, comenzó la guerra en Corea (1950–1953). El conflicto, que surgió de la división de la península después de la II Guerra Mundial y el fallo de acordar en términos de reunificación en medio del estrés mundial por la guerra Fría, dio como resultado la muerte de otros 3.5 millones de civiles y militares. 

Tras los talones del conflicto coreano llego la Guerra de Vietnam (1954–1975). Esta guerra indirecta enfrentó a Vietnam del Norte, apoyado por la Unión Soviética y China, contra Vietnam del Sur, apoyada por los Estados Unidos y sus aliados como medida que buscaban para contener la propagación del comunismo. Se estima que las fatalidades en esa guerra varían entre uno y dos millones, o más.

A estas alturas la Unión Soviética había alcanzado paridad nuclear con los Estados Unidos, y cualquiera de las dos naciones podría aniquilarse una a la otra varias veces con lo que se dio a conocer como la «Mutua Destrucción Asegurada». El espectro de la guerra nuclear mundial sólo comenzó a desvanecerse cuando las dos potencias entraron en un período de distensión anterior a la disolución de la Unión Soviética y el Pacto de Varsovia en 1991.

Por supuesto, el conflicto no terminó. Desde entonces la mayor atención del mundo se ha enfocado en los choques en el Medio Oriente (el escenario de un decadencia continua y flujo de violencia) y la región del Golfo Pérsico: la Guerra del Golfo (1991); la guerra en Afganistán (2001–presente); la Guerra de Irak (2003–2011); la Primavera Árabe (2010–2012); la Guerra Civil Siria (2011– presente), y así por el estilo. A la fecha, la guerra asimétrica continúa de forma multinacional, con la proclamación de un califato del Estado Islámico en junio 2014 y su continuo programa de brutal terrorismo desatado, que ha elaborado una respuesta incierta de la comunidad internacional.

A medida que la región se desestabiliza aún más, una cosa que sí parece cada vez más clara es la inevitabilidad de la guerra y su permanencia en el ámbito humano mientras que el jinete rojo del Apocalipsis 6 continúa.