Capitalismo: ¿Un Ideal Desconocido?

La novelista y filosofa Ayn Rand (1905–1982) enfatizó la soberanía del individuo y su derecho de buscar riqueza y felicidad a través del capitalismo. Hoy en día en vista del infortunio en la economía global, sus ideas han cobrado un nuevo auge. De hecho, Hollywood una vez más esta desempolvando su muy influyente novela La Rebelión de Atlas con la esperanza de finalmente traerla a la vida como película.

En una aparente oposición a la filosofía de Ayn Rand y su ideal capitalista se encuentra el resonante modelo proveniente de las páginas de la Biblia, «Ama a tu prójimo como a ti mismo». El capitalismo con su ética competitiva y su motivación de lucro, muy frecuentemente tiene el efecto práctico de mostrar poco interés por nuestro prójimo. De hecho, la adaptación postmodernista de la Regla de Oro, «Aquellos con el oro, mandan», repetidas veces se le iguala con el capitalismo, en que aquellos que disfrutan de gran abundancia (ya sea personal o a nivel nacional) tienden a tener mayor influencia. Los observadores notan que, tal riqueza frecuentemente se adquiere a través del uso deshonesto del trabajo o bienes de otros. Esto es cierto, pues el poder de explotar y el usar a su prójimo no son exclusivos del sistema capitalista.

A pesar de sus atributos más oscuros, el capitalismo está consagrado como el mecanismo que promueve lo mejor para todos debido a su atributo central, competencia empresarial, crea nuevos productos, progreso y crecimiento económico. El hecho de que existen miríadas de circunstancias que no permiten a toda la gente participar en esta competencia, que el campo de juego con frecuencia está muy lejos de estar parejo, y que los «ricos» del sistema pueden extraer grandes ganancias de los «pobres», lo que con frecuencia se pasa por alto. Muchos creen, así como Herbert Spencer lo advirtió en los comienzos del siglo pasado, que los éxitos sociales y de negocios son simplemente asuntos de la «supervivencia de los más aptos». Pero aun así Spencer creía que lo que él llamó «chequeos éticos» eran necesarios para controlar los aspectos más egoístas del comportamiento humano.

Si fuéramos capaces de elevarnos por encima de la naturaleza codiciosa del interés propio y superar sus tirones, lo que con frecuencia nos lleva a dañar a los demás, quizás entonces Rand podría ser una profetisa digna de crédito para ventaja del capitalismo. Aun así ejemplos de lo contrario están presentes por doquier. Un solo ejemplo de hoy en día se manifiesta en la disparidad de salarios entre el ejecutivo y el obrero, a pesar de que la rentabilidad de las compañías se ha colapsado. ¿En donde reside el problema? ¿Es esta simplemente una codiciosa carrera frenética? ¿Quizás el interés propio no está tan bien informado como la fantasía que Rand nos quiere hacer creer?

Rand enseñó que buscar lo mejor para uno mismo no es solamente una virtud, sino un estándar moral muy elevado. En 1967 de su colección de ensayos, Capitalismo: El Ideal Desconocido, audazmente declara que el capitalismo puro es «es el único sistema que reconoce la naturaleza “racional” del ser humano». Continúa, «Toda la propaganda de los enemigos del capitalismo esta frenéticamente dirigida a ocultarlo, el hecho es que el capitalismo no es solamente “práctico”, sino el único sistema racional y moral en la historia de la humanidad» (Rand enfatiza). A través de un capitalismo sin restricciones, esta añade, individuos libres tendrían la mejor oportunidad de prosperar y buscar su interés propio racional. Rand cree que los Estados Unidos eran únicos como la tierra de la verdadera oportunidad capitalista debido a que fue establecido para proteger los derechos del individuo. No obstante, expresó, nunca se ha practicado una forma pura del capitalismo.

INTERES PROPIO RACIONAL

Rand como atea que era, rara vez habló del amor y mucho menos de la directiva bíblica de amar a tu prójimo como a ti mismo, sin embargo su filosofía del individualismo racional ciertamente enseña que uno debe valorarse así mismo. Para cualquiera que considere una meta loable amar a su prójimo como a sí mismo, quizás tenga sentido esto de que uno debe valorarse así mismo primero, de manera que pueda ser transferido en acción hacia los demás. Salvo que la verdadera aplicación de amar al prójimo frecuentemente es un problema. Siempre es más fácil expresar las palabras justas que tomar la acción correcta, así también como lo señala la Biblia (vea Santiago 2:15–17).

Felizmente nos podríamos amar así mismos dentro de lo que Rand llamó «interés propio racional», ¿excepto si será posible para los de comportamiento independiente ir más allá de nuestro desempeño individual e incluir al de los demás que nos rodean?

Parece esta una proposición difícil. ¿Viviendo una vida satisfaciendo al yo—el camino del «obtener», se le podría llamar así—de alguna manera puede beneficiar a los demás? El sociólogo Robert Bellah fijó su atención en esta pregunta hace más de dos décadas. Hablar de la necesidad de comunidades más conscientes, con individualismos menos (yo primero) expresivos, y menos orientados a un estilo de vida menos consumistas, Bellah de manera presciente expresó, «Ahora que el crecimiento económico esta inestable y la ecología moral de la cual hemos dependido tácitamente esta desordenada, estamos comenzando a entender que nuestra vida común requiere mas que la preocupación exclusiva por la acumulación material».

Este es el concepto de una vida ordinaria y el contrato social de la comunidad que Rand malentendió. La perspectiva objetivista de su propia idea asumió que a los humanos racionales, si se les dejara con su interés propio ni requerirían o aceptarían caridad. La teoría del objetivismo sostiene que solamente tenemos el intelecto para guiarnos; poder ver al mundo objetivamente y funcionar en nuestro propio interés racional (consciente o bien informado) es el zenit de la capacidad humana. En el capitalismo, argumenta que los valores que sostienen los humanos deben ser racionales, «derivados de los hechos de la realidad y validados por el proceso de la razón». Como consecuencia, a lo largo de sus obras de ficción y no ficción, Rand respaldó al capitalismo y los mercados libres como fundamentos para el máximo éxito de la iniciativa humana.

«Mi filosofía, en esencia, es el concepto del hombre como un ser heroico, cuyo propósito moral en la vida es su propia felicidad, para quien la realización productiva es su más noble actividad, y la razón su única guía», dice Rand en su declaración «Sobre el Autor» al final de La rebelión de Atlas. Este libro y otra novela importante, El Manantial, trajeron esta filosofía a la vida de una manera que dijo ella pudiera «concretar» su punto de vista; los lectores podrían percibir y experimentar la «realidad inmediata» de sus ideas. Adolecentes y jóvenes especialmente, continúan siendo cautivados por estas obras, las cuales retratan las luchas con la identidad personal, integridad personal, y la búsqueda del significado personal—temas muy cercanos en ese punto de la vida. El resultado es un atractivo y romantizado punto de vista del individuo.

Sin embargo, es ingenuo creer que la búsqueda de la identidad propia del individuo a través del logro productivo resume el propósito de la vida. La inconveniencia de seguir muy de cerca los pasos de los personajes de Rand, es el de una vida fría apartada y emocionalmente desasociada de las conexiones y responsabilidades de la comunidad. Para Rand la inversión de capital social no tenía ningún valor, quien hasta desde niña se había separado emocionalmente y psicológicamente de la familia y la comunidad.

EL CAPITALISMO «IDEAL»

Para Rand el capitalismo era más que uno de los tantos sistemas económicos; era el sistema sugerido por la misma naturaleza humana. En 1971 escribió, «Si uno reconoce la supremacía de la razón y la aplica consistentemente, el resto viene solo». Anteriormente describió la conexión entre la economía y la naturaleza del hombre: «La liberad intelectual no puede existir sin la libertad económica; una mente libre y un mercado libre son corolarios». Rand postula que el capitalismo no solamente permite pero obliga a los individuos a seguir sus deseos y por ende, verdaderos con sus convicciones. Sostenía que, el sentido objetivo de una persona, racionalidad o poder para determinar y tomar decisiones, lo guiaría no solo al éxito económico sino también a llegar a ser una persona integrada, completamente consistente, feliz y completa.

«No soy primariamente una defensora del Capitalismo, sino del Egoísmo; y no soy primariamente una defensora del Egoísmo, sino de la Razón. Si uno reconoce la primacía de la razón y la aplica consistentemente, todo lo demás viene por sí solo».

Ayn Rand, «Brief Summary», The Objectivist (septiembre 1971)

Respectivamente, en la estimación de Rand, La constitución de los Estados Unidos era única al permitirle a la persona usar su mente para continuar con su «búsqueda por la felicidad» personal. Una nación con un gobierno limitado que no suprima la libertad natural de los ciudadanos para forjar su propia felicidad—tal como lo definió—es la política de Rand, economía y utopía social.

«Fueron los Padres Fundadores quienes establecieron en los Estados Unidos de América la primera y la única sociedad libre en la historia», esta insistió en 1961 en una entrevista en la Universidad de Michigan. «Y el sistema económico que era corolario al sistema político americano fue el capitalismo—el sistema total, el capitalismo laissez-faire sin regulaciones. Este era el principio básico del estilo americano o el sistema político americano».

Un capitalismo sin ataduras era el mensaje del evangelio de Rand. Aun así, entretanto que creía que la libertad individual y las restricciones constitucionales en el gobierno eran la clave para el crecimiento económico y éxito en los Estados Unidos, encontró que incluso el sistema americano estaba errado. A diferencia de la separación de la iglesia y el estado, no existía separación explicita entre la empresa capitalista y la regulación gubernamental. De acuerdo a ella, esto nos ha llevado a un continuo deslizamiento hacia un estado benefactor colectivista. Verdaderamente, sus partidarios de hoy en día, explican la crisis global actual como una crisis de fallas políticas y malos manejos del gobierno, y no como el resultado de las deficiencias del capitalismo.

«En la práctica», continuó Rand en una entrevista de 1961, el capitalismo «hasta ahora nunca ha sido practicado como una separación total del gobierno y la economía. [Como separación tal] no ha sido establecida desde el principio aunque fue implícita como principio. Sin embargo ciertas lagunas o contradicciones fueron permitidas dentro de la estructura americana así como de su Constitución, dando paso a influencias colectivistas para minar el estilo de vida americano».

«El capitalismo fue destruido por la moralidad del altruismo... . No existe manera de salvar el capitalismo— o la libertad, o la civilización o América— solamente por medio de cirugía intelectual, esto es: destruyendo la fuente de la destrucción, rechazando la moralidad del altruismo».

Ayn Rand, «Conservatism: An Obituary», en Capitalism: The Unknown Ideal (1967)

Rand consideró la voluntad de los gobiernos de manipular mercados y coaccionar individuos como algo fundamentalmente contrario a los derechos del hombre. Puesto de manera simple, para obligar «el quitarle al rico para darle al pobre» lo que para ella era lo más aborrecible, un salto de retroceso al colectivismo ruso que había marcado su mente desde pequeña. (Vea el resumen biográfico de Ayn Rand, titulado «La Tierra de la Fantasía».) Desde su objetivista manera de ver las cosas, el papel del gobierno es el de defender, no el de interferir; supervisor del trato, no el que cierra el trato. Los principios intervencionistas que manipularon la política monetaria, comercio, producción y consumo fueron las clases de contradicciones permitidas que hicieron tambalear a Rand. Creía que su versión ideal (si bien todavía sin practicar) del capitalismo con mercado libre no requeriría regulaciones declarando ilegal los monopolios, fijación de precios, confabulaciones o actividades de explotación al consumidor.

CODICIA IRRACIONAL

Las verdaderas desventajas del capitalismo fueron reconocidas por Rand, aunque solamente como síntomas de una infusión adulterada, no como propiedades intrínsecas del capitalismo. Estos fueron los derivados irracionales del hedonismo. Al engañar a su prójimo, el estafador esta rebajando su propia norma de valores—una proposición absurda para Rand. Aparentemente la codicia no existía en su mundo racional. Si alguna vez se le permitiera al capitalismo puro correr su curso, asegura, otras presiones racionales mantendrían la codicia de los empresarios a raya: «Dentro del mercado libre, todos los precios, salarios y ganancias están determinados—no por el capricho arbitrario del rico o del pobre, no por la ‘avaricia’ o por la necesidad de nadie—sino por la ley de la oferta y la demanda... El hombre intercambia sus bienes y servicios por consentimiento mutuo, para ventaja mutua de acuerdo a su propio juicio independiente sin ser forzado» («La Minoría Perseguida de América: Negocio en Grande», en Capitalismo: El Ideal Desconocido.

Alan Greenspan, uno de los primeros seguidores del objetivismo (sirvió como presidente de la Reserva Federal de los Estados Unidos de 1987 a 2006), argumenta que es el mismo deseo de lucro corporativo lo que protege al consumidor contra negocios deshonestos. En su ensayo «The Assault on Integrity» ([Asalto a la Integridad] publicado por primera vez en el boletín The Objectivist (El Objetivista) de Rand en agosto de 1963), Greenspan señaló que «es precisamente la codicia” del hombre de negocios, o más propiamente dicho, su búsqueda de lucro, lo que lo hace el insuperable protector del consumidor... . Es de interés personal de cada hombre de negocios tener una reputación de tratos honestos y productos de calidad. Dado que el valor de mercado de un negocio activo es medido por su potencial de generar ganancias, la reputación o “buena fe” tiene tanto valor como su instalación material y equipo... . En efecto, de una forma u otra, cada productor y distribuidor de bienes y servicios esta dentro de la competencia por reputación». (Para una plática más amplia sobre el espíritu empresarial y la codicia, vea «¿Qué Tiene de Bueno la Codicia?»)

CAPITALISMO VERDADERO

La perspectiva objetivista del capitalismo ha atraído su parte de criticismo. Albert Ellis, fundador de la terapia racional emotiva conductual, fue uno de los más vehementes críticos de Rand durante los años 60. En su libro de refutaciones a todas las cosas objetivistas (Is Objectivism a Religion?[¿El Objetivismo es una Religión?]), Ellis reconoce que la gente simplemente no tiene la racionalidad interna para controlar la tendencia de tomar ventaja de los demás: «Casi cualquier sistema imaginable de capitalismo verdadero... incluye toda clase de amenazas y extorsiones; y si usted quiere mentir, hacer trampa, coaccionar y utilizar otros medios de “persuasión”, el sistema de manera impecable le permite utilizarlos casi hasta que el corazón aguante... . Quizás por encima de todos los sistemas económicos, el capitalismo que ha prevalecido ampliamente en la historia humana, alienta varias clases de enanos y coerciones; para que usted de manera fácil obtenga por sus bienes y su trabajo más de lo que en realidad valen para el hombre quien los compre» (enfatiza Ellis).

Ellis también puso un alto en el punto optimista de los objetivistas por el deseo de la gente de obtener y comerciar solo lo mejor de ellos de acuerdo a su interés propio racional. Es más realista concluir que el hombre de manera natural toma la acción más baja, más fácil, emocionalmente egoísta de acuerdo a Ellis. De este modo, argumenta, que el interés propio dentro del «sistema capitalista existente virtualmente fuerza a algunos individuos a producir bienes de mala calidad si es que quieren permanecer en el negocio—debido en parte, a que en el mercado libre, el público consumidor es tan fácilmente engañado que escogerá casi cualquier producto barato sobre otro de más alta calidad que es más caro».

Por supuesto, Rand respondería a esta situación que un intercambio injusto es el resultado de la irracionalidad del comprador, su propio deseo de obtener más por menos. Aunque el racionalismo no hará que ese deseo desparezca. En tanto que Ellis es rápido en ilustrar que la realidad económica tiene un gran contraste con el capitalismo puro, también él, se queda corto al explicar la causa de su falla práctica a partir de su propio principio psicológico.

Si algún sistema económico va a operar para el beneficio de todos, el productor y el consumidor deben entender su mutua dependencia. No solamente debe de haber un sentido de valor sino de manera similar un sentido de caridad. De manera inevitable habrá ocasiones la necesidad de dar sin la necesidad de recibir. Los seres humanos son seres sociales; tenemos la necesidad de amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos.

Rand podría haber estado en lo cierto en que el puro capitalismo laissez-faire nunca se ha probado, aunque sus resultados no harían la diferencia pues la gente sigue siendo la misma. Rand simplemente rechazó el reconocer que no importa cuán ilustrado sea el interés personal, nunca será suficiente para vencer su propia tendencia humana al progreso personal a expensas de los demás.

EL IDEAL VERDADERO

El problema que Rand falló en reconocer fue declarado hace mucho tiempo por el profeta Jeremías: «Engañoso es el corazón [i.e., la mente humana] más que todas las cosas, y perverso; ¿quién lo conocerá?». (Jeremías 17:9). Porque este entendimiento se encuentra en un lugar que ella declaró irrelevante—racionalmente fuera de limites—Rand lo rechazó sin más ni más. No obstante cuando verdaderamente uno mira de manera objetiva la experiencia humana, debe llegar uno a una conclusión similar a la de Jeremías. Cuando se le deja con sus deseos personales, la mente humana es la maquina más rápida para urdir historias creíbles para casi cualquier circunstancia.

Esto es un acertijo. Entretanto que puede discernir y crear cosas buenas y positivas, el intelecto humano al parecer está por siempre embrollado en una forma de egocentrismo, que transforma los comienzos buenos en finales malos. La racionalidad por sí misma, limitada a las invocaciones mentales internas de uno mismo, solo provee una senda parcial para entender los propósitos individuales y colectivos. Si pudiéramos ver ese propósito en su totalidad, entonces de verdad podríamos amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos, porque veríamos mas en él a nuestro semejante en lugar de un simple competidor, cliente o provincianito del cual tomar ventaja. Es entonces cuando el concepto de interés personal racional podrá de hecho ser una fuerza más poderosa para el bien de todos.

Podremos finalmente ser libres de escoger las cosas que no solo nos beneficien de manera individual, sino que beneficie a todos los demás también; hasta podremos entender el valor de tomar decisiones que al parecer no tienen ventaja para nosotros mientras que proveemos beneficio para los demás. Entenderemos que para cosechar cosas buenas necesitamos sembrar cosa buenas; que para recibir, tenemos que dar. La sabiduría del proverbio, «Hay quienes pretenden ser ricos, y no tienen nada; y hay quienes pretenden ser pobres, y tienen muchas riquezas» (Proverbios 13:7), seria clara. La economía de las relaciones no es un juego de ajedrez; para ganar, no tenemos la necesidad de crear un perdedor.

La búsqueda personal de la felicidad entonces contribuiría a la felicidad de los demás. Esta base lógica seria el comienzo de una verdadera utopía, un periodo hablado en el Nuevo Testamento en referencia a los escritos de Jeremías: «He aquí vienen días, dice el Señor, cuando estableceré un nuevo pacto… pondré mis leyes en la mente de ellos y sobre sus corazón las escribiré» (Hebreos 8:8, 10, citando Jeremías 31:31, 33).

Allí dentro se encuentra el factor perdido dentro de nosotros y nuestro sistema económico de hoy: una extensión de nuestro conocimiento que catalizará en nosotros la capacidad de saber y actuar en lo que nos conviene a nosotros y a nuestros semejantes. Este ideal desconocido no es el espíritu del capitalismo; es el espíritu de amar a su prójimo como a sí mismo; el espíritu de dar en lugar de obtener.