Valores del Presente y Futuro

Para alcanzar las riquezas espirituales se requiere que estemos completamente dedicados en algo que no sea lo físico.

En su último viaje a Jerusalén, Jesús tomo una tortuosa ruta a través del norte de Samaria a Galilea antes de ir al sur hacia el valle del Jordán y Perea. Quizás hiso esto para evitar el público en general antes de llegar a la capital.

Por el camino en una aldea de Galilea, se encontró 10 hombres con lepra que le suplicaron que los sanara. Les dijo que fueran y se mostraran a los sacerdotes, a medida que avanzaban todos fueron sanados milagrosamente. Sin embargo, solo uno de ellos, un samaritano, se volvió y le dio las gracias. Jesús preguntó dónde estaban los otros nueve, señalando que fue un no judío el que había regresado y le había agradecido a Dios (Lucas 17:11–19). Como solía ser el caso, Jesús fue reconocido como el Hijo de Dios por los más improbables y marginados de la sociedad.

En el Evangelio de Lucas se nos recuerda una vez más que el reino de Dios estaba entre las personas en esos días, sin embargo, parece que muchos de los judíos no tenían ojos para ver. Jesús les dijo a sus discípulos que llegaría el momento en que desearían ver uno de los días en que estuvo en la tierra, pero no sería posible.

También les advirtió en contra de seguir falsos Mesías. Dijo que su posterior regreso a la tierra sería como un relámpago que ilumina el cielo de un extremo a otro. También dijo que primero debía sufrir muchas cosas y ser rechazado por su propia generación.

Hablando de las condiciones sociales justo antes de su segunda venida, comparó los tiempos con los días de Noé, justo antes del Diluvio, y los días de Lot, justo antes de la destrucción de Sodoma y Gomorra. Dijo: «Así será el día en que el Hijo del hombre se manifieste» (versículo 30). En ambos casos, la mayoría no estaba preparada para una catástrofe. Continuaron con su vida diaria ajenos al hecho de que la destrucción se avecinaba. Jesús dijo que cuando regrese, sus seguidores deberán estar listos para huir y no volver a sus hogares por nada. Dijo que quien intente mantener su vida en esa circunstancia la perderá, y quien pierda su vida la preservará.

Perseverancia y Orgullo

Jesús continuó dando una parábola para dar un punto diferente de vista —la persistencia como necesidad en la oración. Contó una historia acerca de una viuda quien le persistía a un juez para que le ayudara contra su adversario. El juez se negó por bastante tiempo, pero como ella no dejó de intentarlo, eventualmente dijo: «Le haré justicia no sea que viniendo de continuo… me agote la paciencia» (Lucas 18: 1–5). Jesús señaló que si un juez injusto respondió a causa de la persistencia, cuanto más el justo juez—Dios—responderá con justicia a su pueblo cuando persiste en sus oraciones con Él.

Al notar que la proclividad humana carecía de tal persistencia fiel, Jesús planteó una pregunta retórica en conclusión. Preguntó: «Cuando venga el Hijo del hombre, ¿hallará fe sobre la tierra?» (versículo 8).

Para tratar de ayudar a algunos a su alrededor que eran fariseos, Jesús contó otra parábola sobre la oración. Él dijo que dos hombres subieron al templo para orar, uno era fariseo y el otro recaudador de impuestos. El fariseo se puso de pie y oró con orgullo: «Dios, te doy gracias porque no soy como los otros hombres—ladrones, injustos, adúlteros— inclusive como este recaudador de impuestos. Ayuno dos veces a la semana, diezmo de todo lo que gano».

Jesús contrastó la actitud desdeñosa del fariseo con la del recaudador de impuestos, que ni siquiera miraba al cielo, pero dijo: «Dios, sé propicio a mí, un pecador». Jesús dijo que fue el recaudador de impuestos quien se fue a casa justificado ante Dios. El enaltecimiento propio del fariseo fue tropiezo en su propio camino (versículos 9–14).

Matrimonio e hijos

Al terminar Jesús estas parábolas, dejó Galilea y se fue hacia el otro lado del Jordán. Nuevamente multitud de personas vinieron a él, incluyendo algunos fariseos.

Lo probaron preguntándole: «Le es licito a un hombre divorciarse de su mujer?» (Marcos 10:2). Sabían que Jesús enseñaba sobre la intención original del matrimonio—que no debería disolverse. También sabían que Moisés permitió la disolución bajo ciertas circunstancias. Al plantear el tema, quizás los enemigos de Jesús pensaron que lo habían atrapado enseñando cosas contrarias a Moisés.

En respuesta a su pregunta, les preguntó Jesús: «¿Qué os mandó Moisés?» Ellos dijeron: «Moisés permitió dar carta de divorcio y repudiarla» (versículos 3–4). La respuesta de Jesús fue que Moisés solo permitió esto debido a la dureza de sus corazones. Explicó que desde el principio la intención de Dios para con el hombre y la mujer era que se unieran en una sola carne de por vida. «Por tanto», dijo: «lo que Dios juntó, no lo separe el hombre» (versículo 9).

Más tarde, cuando estaban en una casa, los discípulos pidieron a Jesús que lo clarificara. Así que les dijo: « Cualquiera que repudia a su mujer y se casa con otra, comete adulterio contra ella; y si la mujer repudia a su marido y se casa con otro, comete adulterio» (versículos 10–12). Le dijeron sus discípulos que si así era la condición en el matrimonio, lo mejor era no casarse. En otras palabras, el matrimonio es un compromiso muy serio a largo plazo, y muy difícil para muchos. Jesús acordó, diciendo que aquellos que puedan aceptar su enseñanza, deberían (Mateo 19: 10–12).

En ese momento le presentaron niños a Jesús para que los bendijera, pero algunos de sus discípulos reprendieron a la gente por hacer eso. Esto indignó a Jesús. Dijo: «Dejad a los niños venid a mí y no se lo impidáis, porque de tales es el reino de Dios». De cierto os digo que el que no reciba el reino de Dios como un niño, no entrará en él» (Marcos 10:13–15, RVR 1995).

Los discípulos aún tenían mucho que aprender sobre su Maestro y la humildad.

Los discípulos aún tenían mucho que aprender sobre su Maestro y la humildad.

LECCIONES PARA VIVIR POR SIEMPRE

Cuando un dignatario le preguntó a Jesús: «Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna?» Le recordó que solo Dios es bueno, y que debía obedecer los mandamientos (Lucas 18: 18–19; Mateo 19:16–17).

«¿Cuales?» preguntó el hombre.

Jesús comenzó haciendo una lista de cinco de los Diez Mandamientos. Se centró en los que se ocupan de amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos. El joven dijo que había hecho tales cosas desde que era un niño. Jesús dijo: «Si quieres ser perfecto, anda y ve, vende tus posesiones y dale a los pobres, y tendrás un tesoro en el cielo. Después, ven y sígueme» (Mateo 19:18–21). Esto fue demasiado para el joven, porque tenía una gran riqueza. Esto estaba fuera de sus límites.

Jesús les dijo a sus discípulos que es muy difícil para un hombre rico entrar en el reino de los cielos. De hecho, dijo, es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja. Esto asombró a sus discípulos, y preguntaron: «¿Quien, pues, podrá ser salvo?» (versículos 23–25).

Obviamente pensaron que los privilegios del rico se extendían hasta el reino de Dios. Por supuesto que no. Mas como dijo Cristo, incluso un hombre rico puede entrar en el reino, porque para con Dios todo es posible.

Pedro reconoció que él y los otros discípulos habían hecho lo correcto. Dijo: «Hemos dejado todo para seguirte». Jesús les dijo que, como resultado, en el reino de Dios se sentarían en 12 tronos para juzgar a las 12 tribus de Israel. De hecho, todos los que han abandonado posesiones o familias por el amor de Cristo heredarán la vida eterna y serán recompensados. De esta manera, aquellos que son los menos privilegiados en esta vida tendrán la oportunidad de ser los primeros, y los que tienen más privilegios pueden ser los últimos.

Al enseñar el mismo principio, Jesús contó una parábola sobre un terrateniente que salió temprano en la mañana para contratar hombres para trabajar en su viña. Dijo que era una descripción hablada para enseñar algo sobre el reino de Dios. El propietario acordó pagar a los trabajadores una cierta cantidad por el día. Más tarde en el día, salió y contrató a más hombres, diciendo: «Te pagaré lo que sea correcto». Dos veces más en el día hizo lo mismo. (Mateo 20:1–5).

Hacia los finales del día contrató aún más hombres, y cuando llegó la tarde le dijo a su mayordomo, «Llama a os trabajadores y págales su salario, comenzando con los últimos contratados hasta llegar con los primeros» (versículos 6–8).

Aquellos que habían trabajado solo una hora se les dio lo mismo conforme a lo que el terrateniente había acordado pagarles a los primeros. Pensando que de algún modo habían sido engañados, aquellos contratados primero comenzaron a quejarse contra el terrateniente.

La respuesta del terrateniente fue: «Amigo, no te hago ninguna injusticia. ¿No conviniste conmigo en un denario? Toma lo que es tuyo y vete; pero quiero dar a este último lo mismo que a ti. ¿No me está permitido hacer lo que quiero con lo mío? ¿O tienes tú envidia, porque yo soy bueno?» (versículos 13–15).

Obviamente pensaron que los privilegios del rico se extendían hasta el reino de Dios. Por supuesto que no.

Esta fue otra manera de enseñar que Dios en su manera de hacer las cosas, el último puede ser primero y el primero último. No es cuestión de privilegio o estatus o tenencia con Dios. Es cuestión de lo que Él decida.

UNA LECCIÓN EN HUMILDAD

Como se señaló anteriormente, Jesús había comenzado su último viaje a Jerusalén. Aparentemente esto fue una gran sorpresa para sus discípulos, porque sabían que había habido un reciente intento de apedrearlo en la ciudad. Así que los llevó a un lado y dijo: «Ahora subimos a Jerusalén, y el Hijo del hombre será entregado a los principales sacerdotes y a los escribas. Lo condenarán a muerte y lo entregarán a los gentiles para que se burlen de él, lo azoten y lo crucifiquen; pero al tercer día resucitará» (versículos 17–19).

El Evangelio de Lucas nos dice que los discípulos no entendían nada de esto. Escribe: «Su significado les fue ocultado, y no entendían lo que les hablaba» (Lucas 18:34).

Obviamente pensaron que los privilegios del rico se extendían hasta el reino de Dios. Por supuesto que no.

Quizás esta es la razón por la cual continuaron creyendo que Jesús sería un Mesías político que pronto establecería su gobierno en la tierra. Está claro por lo que sucedió después que algunos de los discípulos pensaron que el gobierno de Jesús era inminente. Ciertamente, James y John y su madre pensaron que su oportunidad de gobernar estaba cerca. La madre de los discípulos le pidió un favor a Jesús: «Ordena que en tu Reino estos dos hijos míos se sienten el uno a tu derecha y el otro a tu izquierda» (Mateo 20:20–21).

Jesús respondió que no sabían lo que estaban pidiendo. Sabiendo que en lugar de ser hecho rey sería asesinado, les dijo que él no podía asignar posiciones de gobierno que habían sido preparadas por su Padre.

Cuando los demás discípulos escucharon lo que Santiago, Juan y su madre habían pedido, se molestaron. Jesús llamándolos les enseñó una lección muy importante sobre posición y autoridad. Les dijo: «Sabéis que los gobernantes de las naciones se enseñorean de ellas, y los que son grandes ejercen sobre ellas potestad. Pero entre vosotros no será así, sino que el que quiera hacerse grande entre vosotros será vuestro servidor, y el que quiera ser el primero entre vosotros será vuestro siervo; como el Hijo del hombre, que no vino para ser servido, sino para servir y para dar su vida en rescate por todos» (versículos 24–28).

«El que quiera hacerse grande entre vosotros será vuestro servidor, y el que quiera ser el primero entre vosotros será vuestro siervo».

Mateo 20:26

Presente y futuro del mesías

Continuando su camino a Jerusalén desde el valle del Jordán, Jesús tuvo que pasar por la antigua ciudad de Jericó. Los Evangelios registran tres eventos importantes que tuvieron lugar mientras él estaba en las cercanías de la ciudad.

Primero, sanó a dos hombres ciegos. Uno de ellos nombrado Bartimeo (Marcos 10:46). Cuando escuchó a la multitud pasar, preguntó que estaba sucediendo y le dijeron que Jesús de Nazaret pasaba por ahí. Su respuesta fue llamarlo, «Jesús, Hijo de David, ten misericordia de mi». El hecho de que lo llamara «Hijo de David» en sí mismo es interesante. Muestra que entendía que Jesús es el Mesías. El título «Hijo de David» es un título mesiánico.

Jesús le preguntó, «¿Qué quieres que te haga?»

«Que recobre la vista», dijo.

Jesús le dijo, «Recíbela, tu fe te ha salvado». En seguida él y su compañero recibieron la vista, y siguieron a Jesús (Lucas 18:35–43; Mateo 20:29–34).

También en Jericó estaba un jefe de colectores de impuestos llamado Zaqueo. Este quería ver quien era Jesús, pero debido a que la multitud era muy grande y él un hombre muy bajo de estatura, se trepó a un árbol para ganar una mejor vista. Cuando Jesús llegó al lugar, miró hacia arriba, e inmediatamente dijo, «Zaqueo, desciende. … Es necesario que me hospede hoy en tu casa» (Lucas 19:1–5).

Los farisaicos de la multitud murmuraron, «entró a hospedarse en casa de un hombre ‘pecador’» Entonces, la respuesta de Zaqueo fue: «Señor, la mitad de mis bienes doy a los pobres, y si en algo he defraudado a alguien, se lo devuelvo cuadruplicado». La reacción de Zaque sin duda fue vergonzoso para los farisaicos. Como dijo Jesús: «Él también es hijo de Abraham, porque el Hijo del Hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido» (verses 6–10).

En tanto que tenía su atención, pasó a explicar que el reino de Dios no aparecería inmediatamente. Aunque iba camino a Jerusalén, no quería decir que estaba a punto de establecer el reino de Dios.

Les contó una parábola sobre un hombre de noble cuna que fue a un país lejano para ser nombrado rey y luego regresar. Sabiendo que se iría por un tiempo, llamó a 10 de sus sirvientes y les dio algo de dinero para invertir.

Los conciudadanos del noble hombre le odiaban y mandaron tras él una embajada diciendo, «No queremos que éste reine sobre nosotros». Pero él fue hecho rey y regresó. Envió por sus sirvientes para averiguar qué habían hecho con el dinero que les había dado (versículos 12–15).

Los primeros dos habían invertido, y el dinero se multiplicó. Pero uno de los siervos simplemente escondió el dinero, se dijo a si mismo que su señor era un hombre duro y que le temía. El noble hombre replicó: « Sabías que yo soy hombre severo. ¿Por qué, pues, no pusiste mi dinero en el banco para que, al volver, lo hubiera recibido con los intereses?» (versículos 22–23).

El dinero le fue quitado y entregado al sirviente que había producido más: «a todo el que tiene, se le dará; pero al que no tiene, aun lo que tiene se le quitará ay» (versículo 26). El noble hombre mandó que todos aquellos que no lo querían como rey fueran decapitados enfrente de él.

Jesús contó esta historia para mostrar que su regreso no era inminente y que se requería mucho de sus seguidores mientras tanto.

Luego continuó su viaje a Jerusalén para la última Pascua.