Embarazo Adolescente: La Red Enmarañada

¡Oh, qué red tan enmarañada tejemos, cuando practicamos demasiado pronto para concebir!

(Con nuestras disculpas para Sir Walter Scott)

Era el verano de 2008. Mientras las puertas de las escuelas de todo el país se cerraban detrás de una multitud de estudiantes dispersos, el director de una escuela secundaria en Gloucester, Massachusetts, Estados Unidos, hizo un comentario que de la noche a la mañana colocaría a su comunidad bajo los reflectores de los medios de comunicación. El comentario (de que el boom de embarazos recientemente descubierto en su escuela se debió a un «pacto» entre siete u ocho jovencitas que deseaban tener bebés y criarlos juntas) lo hizo a un reportero de la revista Time, pero en ese momento no se imaginó lo explosiva que resultaría la historia.

Conforme los medios de comunicación comenzaban a convergir en la ciudad inmediatamente después del comentario, Gloucester se convirtió en el centro de una atención definitivamente poco grata. El lunes siguiente, el alcalde de la ciudad llevó a cabo una conferencia de prensa en la que negó que existiera evidencia alguna de dicho pacto y desencadenó una discusión en los medios acerca de la ética de los reporteros. Se dijo que los reporteros no deberían haber publicado los comentarios del director sin antes haberlos verificado.

Aunque al final resultó que algunas de las estudiantes embarazadas efectivamente pudieron haber recibido con agrado su embarazo (al menos en un inicio), durante poco tiempo la atención se desvió con éxito del problema real: el embarazo en adolescentes solteras es perjudicial para las jóvenes madres, sus hijos y sus comunidades. No obstante, el tema ha seguido saliendo a la luz durante los últimos meses, pues eventos subsiguientes han recordado a los medios de comunicación que el embarazo adolescente no es exclusivo de una ciudad de Nueva Inglaterra, o siquiera de los tres países angloparlantes (Estados Unidos, Nueva Zelanda y Gran Bretaña), ampliamente considerados con los índices más altos de embarazo adolescente entre los países desarrollados.

En realidad es un problema mundial. Los países con índices incluso más altos que Estados Unidos incluyen a Venezuela, México, Argentina y Sudáfrica. Cuando el conteo toma en cuenta a naciones que pueden ser consideradas como «menos desarrolladas», esos tres países de habla inglesa parecen relativamente limpios y recién lavados: las tasas encontradas en algunas áreas de Latinoamérica y África alcanzan niveles de hasta dos, tres y cuatro veces los de Estados Unidos.

Pero ¿qué tanto nos dicen realmente las comparaciones estadísticas entre países? Incluso si los analistas pudieran tener la certeza de qué estadísticas tienen prioridad, dar un sentido suficiente a las cifras para abordar adecuadamente el problema presenta un reto diferente. Es una red enmarañada. En primer lugar, debemos entender que los «índices de natalidad» e «índices de fertilidad» no son, por mucho, lo mismo que los «índices de embarazo». Un país puede tener altos índices de embarazo adolescente, pero compensado con un gran número de abortos, por lo que el consecuentemente bajo índice de natalidad puede dar la falsa impresión de que allí se embarazan menos adolescentes. Más allá de ocultar el problema, algunos países prefieren no reportar los índices de aborto, y otros no pueden hacerlo porque, debido a diversas razones, los desconocen.

«Debido a que el embarazo adolescente es un problema de interés más bien reciente, existe escasez de información empírica al respecto. Gran parte de la investigación ha sido metodológicamente deficiente...».

Annette U. Rickel, Teen Pregnancy and Parenting (1989)

Otro problema es que muchos países no separan las estadísticas de embarazo conforme al estado civil. Esto significa que en algunos casos las cifras pueden estar distorsionadas por un porcentaje significativo de mujeres de 18 y 19 años de edad que están casadas. En algunas culturas, estas jóvenes cuentan con el beneficio de una familia extendida que las apoya, por lo que no corren los mismos riesgos que las adolescentes solteras, cuya vida se verá más gravemente afectada por el esfuerzo de criar solas a un hijo bajo circunstancias económicas difíciles. Ésta es una diferencia importante, pues los estudios han demostrado sistemáticamente que los hijos criados por ambos padres disfrutan de estándares de bienestar más altos en casi cualquier aspecto (consulte «¿Son necesarios los padres?»). Ciertamente, incluso los padres adolescentes casados enfrentarán retos, pero especialmente en culturas donde las familias extendidas existen de manera habitual, estos retos pueden superarse con mayor facilidad.

La única conclusión posible es que las estadísticas desactualizados hablan muy poco acerca de cómo abordar el problema. El profesor Colin White de Yale recordó las palabras del prominente estadístico británico Major Greenwood en la edición de diciembre de 1964 de The American Statistician [El Estadista Americano]: «En manos del sociólogo estadístico, el gran drama del nacimiento, la vida y la muerte se convierte en un reporte sobre «matrimonios, bebés muertos, vidas destrozadas, hombres vueltos locos, trabajo y crimen, todo tratado en masa, con las lágrimas borradas».

TEJIENDO HISTORIAS

Bill Albert, de la Campaña Nacional para Prevenir el Embarazo Adolescente y No Deseado en los Estados Unidos [National Campaign to Prevent Teen and Unplanned Pregnancy], concuerda con el sentimiento de White. «Creo que es verdad», dice. «Generalmente somos muy buenos para publicar reportes, pero no para contar historias». (Para más información sobre la entrevista, consulte «Padres, Adolescentes y Padres Adolescentes»). Albert considera que las historias son las que dan un sentido real de lo que es necesario cambiar, especialmente aquellas historias sobre lo que las adolescentes pierden cuando se dan cuenta de que deben postergar su propia niñez por el bien de alguien más; sin embargo, hay otras historias que las adolescentes necesitan escuchar, historias acerca de los sueños y las esperanzas que los padres tienen para sus hijos, historias acerca de la importancia de los ideales y aspiraciones de su hijo, historias acerca de realidades tales como cuánto afecta la paternidad prematura la capacidad de un adolescente para proveer para el futuro de su familia, o acerca de las realidades del cuidado infantil.

Los administradores de las escuelas hacen su mejor esfuerzo por llenar el vacío de enseñanza, pero a menudo las políticas escolares les limitan para difundir la información técnica y se deja que los estudiantes descubran las historias reales del modo difícil. En ese sentido, Juanita Felice-Zwaryczuk, una profesora de secundaria de Long Island, Nueva York, comentó a Visión: «En mis clases de secundaria, todas las mamás embarazadas se ven radiantes antes del nacimiento de su hijo, pero quedan traumatizadas después. No ha habido una sola de ellas que recomiende la experiencia después de haberla vivido. Aun así, muchas de las otras chicas las envidian. Yo intento, dentro de las restricciones de la política del distrito, ayudar a las chicas a encontrar la autoestima que necesitan para esperar más del futuro que el que les asegura la maternidad prematura, pero es una lucha cuesta arriba».

De hecho, es difícil pensar que la responsabilidad debiera recaer solamente en los educadores públicos. Albert reconoce que las escuelas juegan un papel importante en la educación de los hijos para minimizar los riesgos del embarazo adolescente, pero también advierte que las historias más importantes son las que los hijos escuchan en casa. «Poner estos temas en el contexto de los valores de su propia familia no es el trabajo de la escuela», señala. «Si los niños crecen en una familia cariñosa, expresiva y que los apoya, con reglas y expectativas claras —que podrían considerarse como “las reglas familiares de la abuela”—, la investigación parece sugerir que se encuentran en una mejor situación».

Desgraciadamente, es muy común que los administradores públicos minimicen las importantes contribuciones que deben hacer las familias. Por ejemplo, un funcionario de Gran Bretaña de la Estrategia para la Prevención del Embarazo Adolescente [Teenage Pregnancy Strategy], que llevó a cabo una campaña para «reducir a la mitad la tasa de concepción en menores de 18 años para el 2010», no dice mucho acerca de los planes para involucrar a los padres, aunque el gobierno afirma que la estrategia requerirá el «compromiso activo de todos los socios estratégicos clave que tienen algo que ver en la reducción del número de embarazos en adolescentes»; sin embargo, identifica a esos socios como «servicios sociales, médicos y de educación, servicios de apoyo a jóvenes y el sector voluntario». Solamente podemos esperar que la declaración de la estrategia excluya a los padres y sus familias porque se da por hecho su estatus como «socios estratégicos clave».

DESENREDANDO LOS HILOS

La realidad es que definir el papel que juega la familia en reducir el número de embarazos en adolescentes requiere revisar más de cerca el espinoso problema, y es en este punto del proceso en el que generalmente se comienza a señalar culpables. Los padres culpan a las escuelas y a los medios de comunicación, los profesionales de los medios regresan la responsabilidad a los padres y las escuelas, y muchos de los involucrados finalmente responsabilizan al gobierno. Es como si investigar los elementos de este problema fuera un juego de culpas en el que nadie ha ganado puntos.

No obstante, el interés por examinar los factores que yacen detrás del embarazo adolescente no es para asignar culpas, ni tampoco es verdad que si se encuentra que un factor contribuye al problema, por consiguiente los demás quedan absueltos. De hecho, descubrir el origen de cualquier problema requiere revisar cada una de las influencias relevantes en el contexto más amplio de cómo se interrelacionan los factores y, en este caso, se entretejen en un enredado desorden.

Un claro ejemplo de ello lo encontramos en un estudio realizado por la científica del comportamiento Anita Chandra y sus colegas en RAND, la compañía internacional de investigaciones independientes. Publicado en la edición de noviembre de 2008 de la revista Pediatrics [Pediatría], el estudio habla de una relación entre la televisión y el embarazo adolescente. Los investigadores encontraron que los adolescentes que veían altos niveles de contenido sexual en la televisión eran dos veces más propensos a convertirse en padres dentro de los tres años siguientes. Mientras monitoreaba a los sujetos del estudio, el equipo de investigación midió la exposición al contenido sexual basándose en métodos muy detallados para la categorización de las escenas individuales a fin de considerar los 23 programas diferentes que se seleccionaron para la investigación.

«Nuestros resultados indican que una exposición frecuente a contenido sexual en la televisión predice un embarazo prematuro, incluso después de explicar la influencia de muchos otros elementos que se sabe están correlacionados», expresó el equipo de RAND. Además, Chandra y sus colegas observaron que los programas de televisión normalmente envían a los adolescentes el mensaje de que el sexo conlleva pocos riesgos o responsabilidades. Lo que esto significa debería ser obvio para los padres: aunque los investigadores no estuvieran sugiriendo una relación causal entre ver la televisión y el embarazo adolescente, la correlación sí indica una necesidad de supervisar y restringir lo que ven los adolescentes.

Sin embargo, esto quizá no siempre sea tan fácil como parece. La investigación de RAND también reconoció otros factores que se sabe aumentan el riesgo de embarazo en adolescentes. «Vivir en un hogar con un solo padre, el bajo nivel educativo de los padres, las limitadas aspiraciones académicas o profesionales de los adolescentes y las actitudes ambivalentes o positivas hacia el embarazo han sido identificadas como influencias críticas al momento de la iniciación sexual y el primer embarazo», señalan. «También existe evidencia de que el riesgo de embarazo adolescente es mayor entre adolescentes con calificaciones más bajas y entre quienes se involucran en actividades delictivas». Estudios anteriores también han descubierto diferencias culturales en los índices de embarazo prematuro. De acuerdo con la mayoría de las cifras recientes disponibles en los Centros para el Control de Enfermedades de EE.UU. (Centers for Disease Control o CDC, por sus siglas en ingles), el índice de embarazo en las adolescentes latinas es casi tres veces mayor que el de las adolescentes caucásicas, mientras que el de las adolescentes afroamericanas es de más del doble que el de las caucásicas.

Obviamente, las variables mencionadas aquí están tan entrelazadas que es casi imposible separarlas. También es más probable que las adolescentes latinas y afroamericanas vivan en comunidades en desventaja y que tengan puntos de vista más positivos respecto a la maternidad prematura. Es más probable que vivan en hogares en los que el padre esté ausente y, por supuesto, también se ha demostrado que la ausencia del padre aumenta el riesgo de embarazo prematuro, así como se ha demostrado que aumenta otros factores de riesgo, tales como las bajas calificaciones y la conducta delictiva.

Seguir el hilo de la ausencia del padre conduce al reconocimiento de que las madres solteras que trabajan se enfrentan al reto no sólo de supervisar los hábitos televisivos de sus hijos, sino también al de su potencial de generar ingresos, especialmente si no cuentan con el apoyo de la familia extendida. Tensa y estresada con la única responsabilidad de alimentar y vestir a sus hijos, el mayor reto de una madre soltera podría ser dar a sus hijos la atención que necesitan.

Otro problema es que sus hijas tienden a entrar a la pubertad más pronto que sus compañeras. En 2004, un estudio realizado por el Instituto de la Mente y Biología (Institute for Mind and Biology) de la Universidad de Chicago no fue el primero en relacionar la menarquia precoz con los padres ausentes, pero sí contribuyó a la investigación existente al encontrar que las niñas con menarquia precoz y padres ausentes mostraban un interés significativamente mayor en los bebés que el de sus compañeras que maduraron más tarde.

Algunos meses después, la Journal of Adolescent Health [Revista de Salud de los Adolescentes] publicó un estudio realizado por investigadores de la Universidad de Carolina del Norte que mostraba una relación entre la pubertad precoz y un interés prematuro en ver contenido sexual en los medios de comunicación. El problema es que las niñas que se desarrollaban prematuramente también estaban más propensas que sus compañeras a desprenderse de sus puntos de vista con la idea de que estos mensajes de los medios constituían una aprobación tácita para el sexo adolescente.

«Dado que los análisis de contenido han encontrado que los medios de comunicación sí tienden a retratar el comportamiento sexual como normativo y libre de riesgos», afirman los investigadores, «podemos esperar que todas las jovencitas percibirían que los medios les dan un permiso sexual; sin embargo, en este estudio, las niñas con maduración precoz más jóvenes eran las que tenían más probabilidades de interpretar el contenido de los medios de comunicación como sexualmente permisivo».

Los investigadores se refieren a los medios masivos de comunicación como un «súper amigo sexual» para las niñas que maduran a temprana edad. «Es posible», especulan, «que las jóvenes que maduran prematuramente estén buscando información y normas en los medios porque sus compañeras de la vida real no están tan interesadas como ellas en el sexo y la sexualidad».

La contribución de la ausencia del padre al embarazo adolescente no termina ahí. De hecho, este hilo en realidad podría ser uno de los más largos y difíciles de la red. Los padres (o madres) ausentes también dejan a sus hijos vulnerables al abuso sexual en el hogar, cuyo mayor riesgo proviene de hombres que asumen su cuidado o que cohabitan con una madre soltera.

La manera en que el abuso sexual a una niña contribuye al embarazo adolescente va más allá de lo obvio. En un estudio realizado en 1999 y publicado en la revista Adolescence [Adolescencia], los investigadores Nancy D. Kellogg, Thomas J. Hoffman y Elizabeth R. Taylor examinaron esta cuestión en un grupo diverso de madres adolescentes inscritas en un programa para padres en edad escolar de Texas después de encontrar que más de la mitad de ellas (53%) había vivido una experiencia sexual no deseada antes de su primer embarazo.

Para 13% de las adolescentes que han sido víctimas de abuso, el embarazo fue un resultado directo de esa violación, pero para el resto, los resultados indirectos fueron igual de significativos. Por ejemplo, entre más tempranamente ocurría la experiencia sexual no deseada, más tempranamente la adolescente buscaba una experiencia intencional. Algunas respondían al abuso huyendo o intentando olvidar la experiencia a través de la automedicación con alcohol o drogas. Es bien sabido que todas estas conductas aumentan la probabilidad de que las chicas terminen más explotadas y, con el tiempo, embarazadas.

También es común que las chicas que sufrieron abuso sexual soporten la violencia física. Es frecuente (aunque no siempre ocurre) que otras disfunciones familiares, como el alcoholismo y la drogadicción, coexistan con el abuso sexual. Lo peor es que un gran número de niñas y adolescentes (60%) acudió a pedir ayuda a un adulto, pero, de acuerdo con el estudio, solamente la mitad de esos adultos intervino de algún modo.

«Aunque las intervenciones en todos los niveles, desde la atención prenatal hasta la capacitación en habilidades de crianza, son vitales para reducir los riesgos físicos, emocionales, académicos y sociales de los adolescentes y sus bebés, quizá los esfuerzos a futuro deberían enfocarse en un objetivo de prevención primaria».

Annette U. Rickel, Teen Pregnancy and Parenting (1989)

La investigación de Hoffman lo convence de que cualquier propuesta para la prevención del embarazo adolescente requiere tratar las disfunciones en el núcleo familiar. «Habría una relación entre muchos de estos factores: alcoholismo, drogadicción y actitudes de provocación sexual», señaló a Visión. «La provocación sexual surge del hecho de haber sido sexualizados a una edad muy temprana a través de experiencias no deseadas»; sin embargo, afirma Hoffman, «existe una larga lista de factores de riesgo con respecto al abuso sexual que pueden ser conceptualizados en términos de familia. Primero —y lo más importante— estaría la presencia de un padrastro u otra figura paterna que no sea el padre; otros factores incluyen la ausencia de la madre, la falta de educación de la madre (si no terminó la secundaria), la presencia de una madre emocionalmente distante o sexualmente represiva, o la presencia de un padre físicamente distante (que no es cariñoso)».

Hoffman explica por qué la cercanía física es un factor de protección en la relación entre padres e hijas: «Es menos probable que un padre involucrado en el cuidado físico de su hija cuando es bebé —al cambiarle los pañales, alimentarla y expresarle su afecto físico— abuse de ella, que un padre que no participa en tales actividades. Para ser capaz de abusar de alguien, el abusador necesita cosificar ciertos aspectos. Cuando el padre está involucrado en el cuidado diario de su hija, es difícil cosificarla».

No obstante, no sólo las niñas están en riesgo. Hoffman señala también que es más probable que los hombres que han sido víctimas de abuso sexual contribuyan al problema del embarazo adolescente. De cualquier manera, dice, «es más probable que alguien que sufrió un abuso sea sexualmente activo a una edad más temprana».

Y luego tenemos el factor de la autoestima de las jovencitas, más allá de la posibilidad de que simplemente puedan estar buscando una fuente de atención masculina. Lamentablemente, esto puede hacer que la joven sea vulnerable a un segundo embarazo. «Cuando una joven está embarazada, se convierte de pronto en el centro de atención», señala Hoffman. «Todos quieren saber cómo está, y esto es un refuerzo tremendamente positivo para estar embarazada. Por supuesto, una vez que tiene al bebé, la atención especial empieza a declinar bastante rápidamente. Después de un tiempo desaparece por completo y ella quiere recuperarla».

Hoffman advierte que este ciclo no es de ninguna manera universal. Si se motiva a las madres jóvenes a continuar su educación académica y se les educa también acerca del tipo de cuidado infantil y crianza que los bebés y niños pequeños requieren, comienzan a desarrollar la autoestima que les falta, ésa que no está basada en quedar embarazada o en depender una fuente de atención externa.

Ése es precisamente el tipo de autoestima que Martin E.P. Seligman, conocido frecuentemente como el padre de la psicología positiva, afirma que proviene de «hacer las cosas bien» y no de sólo «sentirse bien».

Ya desde 1967, el sicólogo Stanley Coopersmith de la Universidad de California en Davis se había propuesto descubrir qué clase de prácticas parentales contribuían a este tipo de autoestima y publicó una recopilación de sus estudios sobre el tema titulada The Antecedents of Self-Esteem [Los Antecedentes de la Autoestima]. Sus descubrimientos hicieron eco al comentario de Albert acerca de «las reglas familiares de la abuela». Aunque Coopersmith observó que la aceptación de los padres hacia sus hijos estaba positivamente relacionada con una autoestima elevada, agregó que «la creencia de que los padres que los aceptan son necesariamente permisivos, democráticos y ajenos a los castigos parece ser una generalización excesiva que no permite ver claramente, y que se ha demostrado una y otra vez que es falsa».

En contraste, Coopersmith descubrió que los hijos cuyos padres establecían límites bien definidos y extensivos, y que eran consistentes al hacerlos valer con técnicas positivas, tenían mucha mayor autoestima que aquéllos con límites escasamente definidos y que disfrutaban de una gran permisividad.

«Los adolescentes siguen diciendo que son sus padres quienes más influyen en sus decisiones acerca del sexo».

Bill Albert (Director del Programa), Campaña Nacional para Prevenir el Embarazo Adolescente, «A una voz: Adultos y adolescentes de EE.UU. hablan sobre el embarazo en la adolescencia» (febrero de 2007)

Aunque la autoestima es sólo uno de los muchos hilos que hay que desenmarañar en el nudo del embarazo adolescente, aquello que produce la autoestima parecería ser igual a lo que protege a las adolescentes de otras amenazas para su bienestar. Pocos (si es que alguno) de los factores considerados aquí (alcoholismo y drogadicción, delincuencia, actitudes de provocación sexual, etc.) son inmunes a la influencia de lo que Coopersmith resume como «calidez parental», «límites claramente definidos» y «trato respetuoso».

UNA RED DIFERENTE

Esta línea de investigación nos lleva al que quizá sea el concepto más importante que explica la red de factores que influyen en el embarazo adolescente: si los hijos tienen que desarrollar las habilidades que necesitarán para tomar decisiones responsables como adolescentes, requieren el apoyo y la preocupación de adultos involucrados que se comprometan a alimentarlos, enseñarles y guiarlos desde la infancia hasta la adolescencia y la edad adulta. Desafortunadamente, incluso con ambos padres, no es posible garantizar este requisito básico, y aun las familias aparentemente perfectas encuentran retos a vencer.

Aquí es donde la familia extendida y la comunidad se vuelven importantes. Quizá, en este sentido, realmente se necesita de una comunidad para educar a un hijo; después de todo, incluso cuando los adultos se convierten en padres necesitan ayuda física, apoyo emocional y una gran resistencia personal y autosacrificio. En realidad, la paternidad no es un camino que debiera andarse solos, y especialmente no debería andarlo alguien demasiado joven como para manejar las estresantes demandas que aparecen en el territorio.

No es sólo el bienestar de la joven madre soltera lo que está en juego. Cuando las madres jóvenes no entienden las necesidades de los bebés o tienen dificultades para satisfacer esas necesidades debido a la falta de apoyo suficiente, se ve afectado el vínculo crucial que necesita formarse entre el bebé y su madre. Como resultado, la siguiente generación también podría terminar buscando aceptación a través de un comportamiento riesgoso.

Por esta razón, cuando todas las medidas de prevención han fallado, señala Hoffman, «es muy importante no convertir a estas jóvenes en parias». Con una nueva vida por la que se tienen que preocupar, la obligación de la familia es tan vinculante como nunca. Solamente se puede esperar que en tal caso las familias y las comunidades dediquen su atención colectiva a tejer una red de apoyo para satisfacer las necesidades físicas y emocionales del más reciente miembro de la familia.

Y atención es la palabra clave. Como señala Albert, existen ciertas historias que los adolescentes necesitan escuchar urgentemente, y nunca es tarde para que los padres cuenten esas historias.

«En algunas ocasiones, después de que una adolescente experimenta un embarazo, termina embarazada de nuevo dentro de los siguientes dos años», comenta Hoffman. «Y después de eso se embarazan otra vez —no necesariamente por estar casadas con el padre, o incluso en un hogar establecido con el padre o padres—. Así que la historia no termina cuando la adolescente se embaraza por primera vez; aún existe la necesidad de educación». Y algunas veces, quizá los padres necesiten tanto la educación como los adolescentes.

En cualquier caso, parece que Albert ha llegado al núcleo del problema: como padres, necesitamos ser mejores para contar historias importantes a nuestros hijos, y para contarlas con frecuencia. Historias acerca de metas y aspiraciones, valores y expectativas, realidades y verdades sobre las consecuencias de las malas decisiones. Mientras se cuenten tales historias, el mensaje implícito que los adolescentes escucharán es que ellos son lo suficientemente importantes para sus padres como para justificar la inversión de su tiempo.