Velando por su prójimo

Una lección proveniente de las minas de carbón

Puede que parezca insólito encontrar en la industria minera ejemplos prácticos de la Regla de Oro en acción.

Los deportes profesionales que implican contacto enfrentan retos cada vez mayores en lo que respecta a la salud —a corto y largo plazo— de sus jugadores, pero de ninguna manera son los primeros en verse ante este tipo de problemas. De hecho, su situación difícil nos recuerda la de otra industria también prominente, aunque decididamente menos glamorosa: la de la minería.

La revolución industrial requería cantidades enormes de materias primas. La minería era fundamental para satisfacer esa necesidad, empleando un gran número de trabajadores. Pero hacia fines del siglo XIX, la industria enfrentaba graves problemas de seguridad. En los Estados Unidos hubo numerosos accidentes fatales que afectaron a miles de mineros y otros obreros subterráneos. Algunos de esos accidentes fueron impresionantes; en 1907, por ejemplo, murieron 362 obreros debido a una explosión en una mina de carbón de Virginia Occidental. En sí, 1907 fue un año especialmente mortal: más de tres mil mineros perdieron la vida, la mayor cantidad jamás registrada en un año en los Estados Unidos.

Las autoridades gubernamentales e industriales se enfrentaban a un dilema. La minería era inmensamente lucrativa; independientemente de los accidentes, lo más probable era que persistiera. El suministro de mano de obra no era el problema; comunidades enteras dependían de la minería para obtener empleo y medios de subsistencia; pero en definitiva, había que reconocer que los altos índices de accidentes dañaban no solo la imagen de la industria sino la moral de los trabajadores y la evolución de los empleados. Se propusieron, pues, imponer cambios y decidieron que los gastos valían la pena.

Con una combinación de leyes más estrictas y un mayor hincapié en la seguridad y la salud, para 1976 las muertes anuales se redujeron a 322. Esto constituyó un importante progreso; y ha continuado desde entonces, particularmente bajo la Administración de Salud y Seguridad Minera (MSHA, por sus siglas en inglés), organismo gubernamental estadounidense fundado en 1978. Para fines de 2017, las muertes anuales de obreros de la industria carbonífera y de sustancias metálicas y no metálicas (fresado, cantería, etc.) se habían reducido a 15 y 13 respectivamente. Aunque estas cifras muestran una mejora impresionante, el criterio de tolerancia cero de la MSHA en lo que respecta a accidentes y lesiones aspira a más: asegurarse de que «todo minero regrese a casa sano y salvo después de cada turno».

Puede que esta línea suene solo a lenguaje corporativo, pero aun así representa un cambio sustancial. La industria ha cambiado de un enfoque monotemático centrado en las ganancias, a uno más completo que reconoce el valor de cuidar de la gente que emplea. El principio subyacente a esto no es nuevo, y a los estadounidenses del siglo XIX —mayormente creyentes en la Biblia— les habría resultado familiar si las compañías mineras lo hubieran expresado de este modo desde sus inicios.

«Así que en todo traten ustedes a los demás tal y como quieren que ellos los traten a ustedes».

Mateo 7:12, Nueva Versión Internacional

La MSHA también contempla las consecuencias que aparecen mucho tiempo después de haberse dado por terminado el empleo. Entre las más notables, se encuentra la neumoconiosis de los mineros del carbón (CWP, por sus siglas en inglés), más conocida como enfermedad del pulmón negro—enfermedad incurable, aunque prevenible, causada por inhalación del polvillo de las minas de carbón. Con el tiempo, el polvillo puede causar una grave cicatrización del tejido pulmonar. El tejido dañado se vuelve cada vez menos flexible, generando las condiciones perfectas para una respiración deficiente: tos, producción de mucosidad, presión en el pecho y falta de aire; síntomas estos que a veces se combinan y conducen a consecuencias más graves, como discapacidad permanente y muerte. Según el informe de 2014 del Instituto Nacional para la Seguridad y Salud Ocupacional, la CWP había causado 76.000 muertes desde 1968, costando más de cuarentaicinco mil millones de dólares en concepto de compensación federal estadounidense. En 2014, la MSHA puso en práctica una norma histórica en relación con el polvo inhalable, que agregó múltiples refuerzos de protección para los mineros de carbón. Entre otras cosas, la nueva resolución requería rebajar la concentración del polvillo del carbón de las minas de 2mg/m3de aire a 1,5mg. Ese cambio en cuanto a la exposición permitida ha demostrado ser el medio más eficaz para prevenir el daño de los tejidos.

Aunque indudablemente su motivación era multifacética, la medida tomada por la industria minera para proteger a sus trabajadores fue una notable demostración de cuidado de los demás, actitud esta que bien podría decirse brilla por su ausencia en muchos otros ambientes laborales, especialmente en el del deporte profesional, donde máximas como «Así es el negocio» y «Que pase el siguiente», tan frecuentemente repetidas, se sienten tan frías y hasta despiadadas.

La comunidad minera decidió priorizar el cuidado de sus empleados por encima de las ganancias a corto plazo, aunque sin duda daban por sentado beneficios económicos a largo plazo. Una declaración oficial de la MSHA expresa a la perfección este impreciso equilibrio entre la codicia y el cuidado. Se comprometen a «dar primerísima importancia a la seguridad en la planificación y operación de todas las actividades de la empresa, con el fin de proteger a los empleados contra lesiones y enfermedades ocupacionales y el de proteger a la empresa contra cargas financieras innecesarias y reducción de la eficiencia».

Por ley, los principios de salud y seguridad en el lugar de trabajo se aplican en mayor o menor grado internacionalmente. Las restricciones legales causan consternación a algunos y a menudo provienen de una aversión al enjuiciamiento por motivos económicos, pero aun así expresan una iniciativa loable en pro del bienestar del empleado. El cuarto principio de la Ley de Salud y Seguridad Laboral de Australia del 2004 expresa esto sucintamente: ofrece a los empleados «el máximo nivel de protección contra riesgos a su salud y seguridad que sea razonablemente posible dadas las circunstancias». Además, requiere de los empleadores «eliminar o reducir tales riesgos siempre y cuando sea razonablemente posible».

Como señalábamos antes, el principio legal subyacente nos recuerda centenarias instrucciones de la Biblia que hablan de las responsabilidades de propietarios y empleadores. A quienes construyen viviendas se les pide agregar barandas en las azoteas para evitar posibles caídas (Deuteronomio 22:8, NVI). Se recomienda a los empleadores tratar a los empleados de manera justa y equitativa (Colosenses 4:1), no meramente como a otra materia prima de la cual sacar el máximo provecho.

Esto se presenta como parte de un planteamiento más general para encarar la vida, planeamiento que se centra en los intereses de los demás, no en procurar ser el proverbial «número uno»; no se basa en el lucro ni en la esperanza de futuras ganancias, y ni siquiera en la idea de algún quid pro quo («Me debes una», «Hoy por ti, mañana por mí», etc.). Tal como señala el principio ético del «interés propio iluminado», cuando la motivación es el beneficio personal no se procura en absoluto cuidar de los demás.

La propuesta de velar por el prójimo aporta sus recompensas, ¡por supuesto!, especialmente cuando toda una comunidad actúa con esta perspectiva colectiva. En lo que respecta a la seguridad laboral, implementar principios de cuidado de los demás no solo crea un ambiente de trabajo más seguro y placentero; queda claro —sin ir más lejos por la experiencia de la industria minera— que también proporciona beneficios a largo plazo. De hecho, un estudio efectuado en 2013 halló una relación inversa entre los índices de lesiones laborales y la rentabilidad en las minas carboníferas subterráneas estadounidenses; cuando las empresas invirtieron financieramente en la seguridad minera, su rentabilidad mejoró.

Con todo, enfocarnos solo en la responsabilidad corporativa puede inclinarnos a perder de vista un punto por demás importante: las corporaciones están compuestas por personas; solo cuando estas concuerdan con respecto al valor de cuidar de los demás, se pueden incorporar los cambios corporativos. Lo mismo cabe decir de la sociedad en general. Si perdemos de vista el hecho de que cada uno de nosotros —como individuos— tenemos la responsabilidad de cuidar de quienes nos rodean, tratándolos como desearíamos ser tratados, todos perdemos.