«Y Resurgiré»: Charles Dickens y la Ciudad

«Nunca había visto él un lugar más sucio o más miserable. La calle era muy estrecha y lodosa, y el aire estaba impregnado de olores asquerosos... Calles y patios cubiertos, que por aquí y allá se apartaban de la calle principal, mostrando pequeños grupos de casas, por donde mujeres y hombres ebrios que, literalmente se revolcaban en la inmundicia».

Este era el Londres de principios del siglo XIX, la ciudad que el escritor, periodista y reformador Charles Dickens conoció, una metrópolis en decadencia en la que había vivido cuando era niño. El Londres de Dickens, decrépito, congestionado, y en gran parte peligroso para vivir, fue una poderosa presencia en muchos de sus escritos.

«Nosotros, los británicos en aquella época en particular, habíamos establecido que era una traición dudar de lo que poseíamos, además de nosotros ser lo mejor de todo. De no haber sido así, mientras que estaba en Londres asustado por su inmensidad, creo que hubiera podido tener algunas débiles dudas de que en realidad era bastante feo, tortuoso, estrecho y sucio».

Philip «Pip» Pirrip, en Grandes Esperanzas por Charles Dickens

Para muchos observadores del siglo XIX, los problemas de Londres eran endémicos al concepto de ciudad; las características que la definían como ciudad eran las mismas que producían y albergaban la delincuencia, las enfermedades y la corrupción moral. La pululante población alentaba tanto la prostitución como las enfermedades, aparte de que las calles oscuras y laberínticas eran perfectas para los delincuentes que se escondían del ojo público. En el Londres de Dickens, los sistemas de salubridad, educación y alcantarillado eran usados en exceso aparte de ser anticuados, y la ciudad aun conservaba el mismo sentimiento de desmoronamiento, un sentir a medias que existía desde 1666 ―el año del gran incendio.

Evidentemente Londres ha cambiado desde que Dickens inmortalizó su punto de vista de esta. En vista de ello, la ciudad hoy en día, al igual que muchas Metrópolis occidentales, es notablemente diferente. Sin embargo, ciertas características siguen siendo familiares. Muchos todavía ven las ciudades, en general, como las progenitoras de malestares sociales, en tanto que el congestionamiento de tráfico y la contaminación de diversos tipos siguen siendo una queja hoy como antes. Las críticas a la ciudad que Dickens conocía, a pesar de numerosas iniciativas de reforma, siguen siendo relevantes.

La perdurable popularidad del escritor es un reflejo de su habilidad con la trama y el comentario social. ¿Podrían sus representaciones de Londres revelar algo acerca de los espacios urbanos de hoy en día y su futuro? ¿Estamos bien encaminados a resolver las cuestiones que Dickens escribió sobre esto de manera tan elocuente? Por otro lado, ¿continúa equivocado el mismo concepto de las personas reuniéndose en las ciudades y en la necesidad de un replanteamiento?

DELINCUENCIA, SUCIEDAD Y MISERIA

Los problemas que hicieron del Londres del siglo 19 un espacio tan oscuro y sórdido fueron muchos. Dickens describió una parte de la ciudad en particular, en términos particularmente desolados: «Sus caminos estaban sucios y estrechos, las tiendas y las casas miserables, la gente medio desnuda, ebria, desaliñada, desagradable. Las callejuelas y pasajes, así como tantos pozos negros, vomitaban sus ofensivos olores y suciedad, y la vida, sobre las calles desordenadas, y el barrio entero apestaba a crimen, con inmundicia y desdicha».

El sistema de alcantarillado de la ciudad era tal vez el aspecto más estremecedor: en muchos hogares los residuos eran vaciados a través de un agujero por la letrina a una cloaca debajo. De acuerdo a un Registro Anual inglés de 1829, fue en una de estas cosas en donde la señora Wennels de Woolwich «se precipitó, con su bebé en brazos». Según el relato, el suelo deteriorado de la letrina había cedido, y ambos se ahogaron.

El crimen era la moneda corriente, y la gente caminaba sin confianza alguna entre los notorios «guardianes del orden», que eran contratados para patrullar las calles, pero que se encontraban más a menudo borrachos o dormidos. Se dice que las personas más solitarias se encuentran en los lugares más concurridos, y Londres no era la excepción. Dickens escribió que «existe una clase muy numerosa de personas en esta gran metrópoli que no parecen tener un solo amigo, y a quien nadie parece importarle». La ciudad era corrupta y retorcida, y aquellos que vivían allí se vieron forzados a similares formas deshonestas.

La Gran Bretaña y su imperio se acercaban a su cenit en ese entonces. Muchos británicos se lamentaban del estado tan malo de su ciudad capital, cuyos crecientes suburbios y el aumento de la población habían hecho de Londres y sus alrededores la ciudad más poblada del mundo. De acuerdo al historiador Jerry White, «para los londinenses del siglo XIX existían casi muy pocos encantos en el viejo Londres». Muchos solicitaron el cambio. Dickens era una parte importante y promotor de esto y lejos de ser una voz solitaria.

En medio de un revoltijo de iniciativas privadas y del gobierno, Londres comenzó a ser remodelado. Los famosos sistemas de transporte público de la ciudad, el Subterráneo y los trenes, fueron creados a mediados del siglo, así como lo fueron muchos de una vasta serie de jardines y plazas publicas de la ciudad. Los grandes proyectos del arquitecto John Nash (quien diseñó Regents Park y remodeló la Casa de Buckingham para crear el Palacio de Buckingham) y el ingeniero civil Joseph Bazalgette (creador de la revolucionaria red de alcantarillado londinense) fueron algunos de los comisionados en la época de Dickens, cortando grandes franjas entre los escombros de lo que era el viejo Londres. Los victorianos a menudo incluían a los pobres junto con la basura, empujándolos a abandonar sus hogares hacia las márgenes cada vez más congestionadas de la ciudad, en favor de calles más amplias y más limpias.

Los victorianos adinerados hicieron esfuerzos similares por reformar la ciudad moralmente. Hubo nuevas escuelas y servicios de policía, así como modificaciones en curso de las leyes laborales y de justicia penal. Dickens estaba involucrado con Angela Burdett Coutts en la creación de Urania Cottage, una casa de reforma para las prostitutas. Después de que las jóvenes eran entrenadas y educadas en las maneras de una dama, se les preparaba para reubicarlas en Australia u otras colonias. (Muchas de ellas, inevitablemente, no querían mudarse, sin embargo, y en ausencia de cualquier alternativa regresaban a su ocupación anterior.)

Gran parte de lo que conocemos como el Londres moderno fue formado en la época de Dickens. Fue una gran era de cambio, con una de las mejoras más notables creando una reducción significativa en el analfabetismo. Además, la ciudad era más higiénica y mejor gobernada. La que había sido inhabitable a principios de siglo se convirtió, en 1900, en la más brillante, más verde, más grande, más espaciosa y más móvil.

EL FANTASMA DE LAS CIUDADES DEL PASADO

Peter Ackroyd, en su biografía de Londres, señala que si la metrópoli fuera «una cosa viviente», entonces hoy la llamaríamos confiados y optimistas y diríamos que «una vez más, se ha convertido en una ciudad joven». Y añade: «Ese es su destino. Resurgam: “Me levantaré” Fue la palabra encontrada sobre un pedazo de piedra perdida y rota, justo cuando [Christopher] Wren comenzó su trabajo sobre la Catedral de San Pablo, la colocó en el centro de su diseño».

Derribando lo viejo y dando paso a lo nuevo es sin duda parte del carácter de las ciudades de hoy en día. Esta regeneración continúa hoy en Londres y en los espacios urbanos por todo el mundo. Los optimistas señalan las mejoras y argumentan que la renovación sigue una tendencia general de madurez. Tal vez dicho deseo de perfección tiene un ojo puesto en las ciudades «modelo» de una Era Dorada, caracterizado en la Atlántida de la leyenda, o en la histórica Alejandría, Atenas o Roma.

Sin embargo, este deseo de renovar lo antiguo ¿es realmente una señal a lo que Ackroyd llama el «destino» de la ciudad? Aún más, ¿acaso el celo de la reforma contra diversos males sociales en nuestros entornos urbanos trazan un camino inexorable de una trayectoria ascendente?

Quizás lo que podemos decir es que el desarrollo urbano y la contención de los males sociales son más variados. Por un lado, aún podemos observar distintos grados de pobreza, codicia, crimen, hacinamiento, así como el aislamiento privado de las masas en las ciudades modernas. Por otro lado, en términos de combatir las enfermedades y la higiene deficiente, las normas han mejorado notablemente: nadie en el moderno Londres está en peligro de caer a través del suelo por la cloaca a un pozo negro.

Si bien los cinturones de pobreza más atroces han desaparecido desde la época de Dickens, el autor y periodista Anna Minton sugiere que la relativa carencia de viviendas subsidiadas por el gobierno se encuentra, no obstante, en aumento hoy en día. Un problema con dichas comunidades es que han sido diseñadas con seguridad en mente, un modelo que, paradójicamente, sirve para acrecentar el miedo a la delincuencia. Por supuesto, los medios de comunicación juegan su papel al aumentar el temor entre los habitantes trayendo la delincuencia local individual y colectiva a su atención, aunque parece que los ambientes controlados también están desempeñando un papel central en una forma que no se veía en el Londres de Dickens. En palabras de Minton, «profundas divisiones en las ciudades, plasmadas en la psique de los lugares presentados en la seguridad consciente de su arquitectura, son un factor clave detrás del temor cada vez mayor a la delincuencia».

Ahora bien, ¿qué está impulsando este tipo de medio ambiente? Minton plantea el tema del circuito cerrado de televisión, que al parecer se encuentra por todas partes en las ciudades de hoy llenas de temor: «Cuando pensamos en el CCTV, es probable que pensemos que estamos siendo vigilados por el gobierno, o la policía. De hecho, el CCTV con frecuencia es supervisado por empresas privadas». Grandes áreas de las ciudades británicas, al igual que muchas ciudades de todo el mundo, son propiedad de corporaciones transnacionales cuyo principal motivo es el de obtener ganancias. Las cámaras de seguridad están ahí para ayudar a prevenir el delito, lo que sin duda se traduce en dividendos.

«El temor al delito no esta ligado a si mismo—el temor al delito viene por la desconfianza a los extraños. … ¿A caso son las decisiones que tomamos cuando diseñamos nuestras ciudades las que nos hacen menos felices y mas temerosos como resultado?»

Anna Minton, Ground Control: Fear and Happiness in the Twenty-First-Century City (2009)

Además de hacer que las poblaciones urbanas estén constantemente conscientes de la amenaza de la delincuencia, los urbanizadores de manera efectiva marginan a quienes tienen menos posibilidades de contribuir a su objetivo. Minton sostiene que las mejoras a los distritos comerciales en la Gran Bretaña están a punto de «crear lugares que son para cierto tipo de personas y para determinadas actividades, pero no para todos los demás». El énfasis está en estimular a los compradores y desalentar a un grupo mucho más amplio de personas no únicamente a «los sospechosos de siempre, los mendigos y los indigentes». La brecha social y económica resultante es una reminiscencia de la práctica victoriana de desalojar a los pobres de los sitios de reurbanización previstos, sin pensar en su reubicación, dejándolos sin otra opción que entrar en los bolsillos cada vez más insalubres y congestionados del antiguo Londres.

Joseph Rykwert, profesor de arquitectura en la Universidad de Pensilvania, sugiere que la diversidad, la fragmentación y las luchas dentro de las ciudades modernas significan que la ciudad, «por lo tanto, debe tener múltiples caras, no solo una». Es una manera de decir que cualquier intento de unidad debe abordarse y construirse en la diversidad inevitable. Aunque hace otra observación, tal vez más conmovedora: «La comunidad global en la imaginación del futurólogo es, nótese bien, una villa, no un pueblo o ciudadpor».

«Habiendo sido testigo de la dinámica de crecimiento urbano de finales del siglo XIX pocos estadounidenses podrían negar que la marea de población estaba surgiendo en dirección a la ciudad... Sin embargo, la mayoría de los estadounidenses de principios de siglo también acordaron que, la ciudad era el principal problema del presente y el futuro». 

Jon C. Teaford, The Twentieth-Century American City (1986, 1993)

LA CIUDAD: SU ORIGEN Y FUTURO

El antropólogo John Reader, del University College de Londres ha aducido que «el advenimiento de la ciudad como un centro de la actividad humana» muchos milenios atrás sencillamente ha «liberado un número cada vez mayor de personas de la carga de encontrar alimento y refugio para sí mismos, directamente de la tierra». Sin embargo, ¿es a caso la historia de la urbanización así de simple? El libro del Génesis narra que cuando Caín mató a su hermano Abel, fue enviado al exilio para ser un vagabundo, se había negado a asumir la responsabilidad personal de «señorear» al pecado (Génesis 4:7). Caín había sido «un labrador de la tierra» (versículo 2), pero después de su acto homicida, Dios decretó que el suelo «ya no le diera su fuerza», y él llegaría a ser «un fugitivo y un vagabundo» (versículo 12).

El Génesis relata que después Caín «salió de delante del Señor» y edificó una ciudad (versículos 16-17). La indicación es que estaba motivado por la misma actitud como la que llevó a la construcción de Babilonia, varias generaciones más tarde: «Vamos hagámonos un nombre por si fuéramos esparcidos sobre la faz de toda la tierra» (Génesis 11: 4). El énfasis estaba en el autogobierno y el desafío a Dios. Estos primeros urbanizadores buscaron las ventajas de la agrupación como una seguridad frente a los forasteros, sin tomar en cuenta a su Creador.

Mas o menos un siglo después, a pesar de la regeneración, la percepción de Dickens sobre la ciudad como un lugar en donde los problemas sociales se concentran de alguna manera, además de acrecentarse es tan cierto hoy como lo era cuando escribió al respecto. Por lo tanto, puede ser tentador el señalar a la ciudad como algo esencialmente erróneo en su concepto, empero esto sería tanto falso como reduccionista. La Biblia cita una serie de ejemplos de corrupción en los espacios urbanos (por ejemplo, Sodoma y Gomorra) y de su destrucción, sin embargo, el profeta Ezequiel predijo de una época cuando «las ciudades y las ruinas serán edificadas» volverán a ser habitadas por «los rebaños de hombres» (Ezequiel 36:33-38). Esto sugiere que las ciudades en sí mismas no son el problema sino más bien la conducta de las personas que las habitan.

Incluso la Biblia promete un futura «Nueva Jerusalén», una gran ciudad, que desciende del cielo a la tierra. Esta ciudad estará llena de los caminos y las leyes de Dios, y los incluidos en esta se describen como estar totalmente de acuerdo con esa forma de vida y disfrutando ricamente de sus beneficios: «Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas pasaron» (Apocalipsis 21:4).

Lo cierto es que muy poco progreso se puede lograr al transformar nuestras ciudades sin una alteración fundamental en el comportamiento humano. Lo que necesita cambiar no es tanto el concepto de la ciudad sino los corazones de los que habitan detrás de sus puertas.

Como ya se observó en los ejemplos bíblicos de Caín y de Babilonia, además de las observaciones de Minton sobre el desarrollo moderno en Londres y otras ciudades, una de las conductas que tienden a manifestarse en las ciudades grandes es la autoprotección, asegurando el yo contra las amenazas externas. Esto puede conducir a una independencia egocéntrica (tanto de Dios como del prójimo) a menudo resultando en la pérdida de un sentido real de la comunidad, del prójimo que se busca uno al otro para trabajar juntos por el bien común.

Por tanto, es bueno recordar la observación de Rykwert sobre el tamaño que la villa global, de hecho debe ser vista como una villa o una ciudad pequeña, una comunidad de personas interesadas y concientes. Esto está de acuerdo con la instrucción bíblica de amar a nuestro prójimo como a nos amamos a nosotros mismos (Gálatas 5:14). Aunque que esta directiva suena simple, es difícil de ponerla en práctica plena en la mejor de las circunstancias, dentro de las ciudades grandes e impersonales esta presenta un desafío aún mayor.

Esta tendencia del ser humano de impermeabilizar el yo contra las necesidades o incluso la existencia de los demás, para poner las necesidades propias o deseos por delante de otras personas, se encuentra en el corazón de la mayoría de los problemas urbanos. Lo que vemos en el resurgam de Ackroyd, el ciclo de regeneración, es que muchos de los problemas de la ciudad, simplemente vuelven a aparecer en una forma ligeramente distinta con el tiempo.

La buena noticia es que un camino ha sido preparado de antemano (1 Pedro 1:20) para sanar, de una vez y para siempre, la brecha entre el hombre y Dios ―una brecha que data todo el camino de regreso a los tiempos de Adán y Eva y de su hijo Caín. Es sólo mediante la institución de ese Camino a una escala universal que la trampa cíclica del resurgam, de la intención equivocada detrás del modelo antiguo de la ciudad, cesará para siempre.