Una Mano Amiga

Jesús enseñó que las personas necesitan un cambio de corazón genuino para resolver sus problemas. Solo entonces reconocerán aquellas cosas que son verdaderamente importantes en la vida.

Un día Jesús estaba rodeado de recaudadores de impuestos y pecadores. Estaban escuchando genuinamente lo que tenía que decir, a diferencia de los escribas y fariseos cercanos, que murmuraban para sí mismos acerca de que Jesús incluso hablaba con tales personas.

Era un momento apropiado para que Jesús señalara que su trabajo era hablar con aquellos que necesitaban su ayuda espiritual, no con aquellos que pensaban que no la necesitaban.

Entonces contó tres historias para hacer su punto. Las historias tienen ciertos elementos en común: todas se refieren a algo que se ha perdido y que ahora se han sido halladas, y sobre lo cual hay un regocijo como resultado; y todos se enfocan en un cambio profundo de corazón, un arrepentimiento que es significativo.

La primera parábola se trataba respecto a buscar una oveja perdida. Los pastores dejan 99 ovejas seguras y salen en pos de una que se haya perdido. Esta fue la analogía de Jesús de lo que hace cuando busca a la única persona que necesita su ayuda. Está dispuesto a trabajar arduamente para que la persona en problemas se reintegre totalmente. Cuando se encuentra esa oveja perdida, hay mucha alegría. De esta manera, Jesús, al contar la historia con los líderes religiosos presentes, justificó su acercamiento a la humanidad. Esta fue su conclusión: «Os digo que así habrá más gozo en el cielo por un pecador que se arrepiente, que por noventa y nueve justos que no necesitan de arrepentimiento» (Lucas 15:7, Versión RVR 1995).

Luego habló sobre una mujer que perdió una de 10 monedas de plata. Esta buscó diligentemente hasta que la encontró. Cuando la encontró, estaba tan feliz que invitó a sus vecinos a celebrar. Repitiendo el mismo punto que antes, Jesús dijo: «Así os digo que hay gozo delante de los ángeles de Dios por un pecador que se arrepiente» (versículo 10, RVR 1995).

La tercera historia es más compleja, pero el punto es el mismo. Un hombre sabio tuvo dos hijos, uno de los cuales pidió su herencia por adelantado. El padre se la dio, y el hijo la derrochó en una vida desenfrenada. Tocó fondo cuando finalmente no le quedaba nada y tomó un trabajo cuidando cerdos. Estaba tan hambriento que incluso consideró comer de la comida de los cerdos. El joven recobró el juicio y se dio cuenta que debería irse a su casa arrepentido y pedir el perdón de su padre. Se dijo a sí mismo: «Me levantaré e iré a mi padre, y le diré: “Padre, he pecado contra el cielo y contra ti Ya no soy digno de ser llamado tu hijo; hazme como a uno de tus jornaleros”» (versículos 18–19).

En esta parábola el hijo claramente está arrepentido. Esta es la forma de cómo nosotros con un espíritu arrepentido debemos acercarnos a nuestro Padre celestial.

En la historia, mientras el hijo se encontraba todavía muy retirado, el padre lo vio venir. Se llenó de compasión por él, corrió hacia su hijo, lo abrazó y lo besó. El hijo se disculpó con su padre. La respuesta del padre fue traer la mejor ropa y ponerle un anillo en el dedo así como sandalias en los pies. Esa noche hubo un banquete en honor del hijo. El padre estaba celebrando lo que se había perdido y ahora encontrado.

Podemos ver en estos tres ejemplos de cosas perdidas—la oveja, la moneda y el hijo—que Dios el Padre siempre está listo a perdonar y restaurar cuando nos arrepentimos y cambiamos nuestros caminos.

En un esfuerzo por llevar la lección a casa a los escribas y los fariseos, Jesús agregó el relato de la reacción del hermano mayor al regreso del hijo arrepentido. Estaba celoso y enojado y se negó a ir al banquete. Él no estaba dispuesto a aceptar el arrepentimiento de su hermano. Su padre le dijo: «Hijo, tú siempre estás conmigo y todas mis cosas son tuyas. Pero era necesario hacer fiesta y regocijarnos, porque este tu hermano estaba muerto y ha revivido; se había perdido y ha sido hallado» (versículos 31–32).

Al igual que el hermano mayor resentido, los escribas y los fariseos no estaban dispuestos a que los recaudadores de impuestos y los pecadores que rodeaban a Jesús se arrepintieran. En estas tres historias, Jesús estableció un notable contraste entre los pecadores arrepentidos y los hipócritas farisaicos.

La importancia del dinero

Esta historia del joven que desperdició toda su herencia, conocido popularmente como el Hijo Pródigo, llevó a Jesús a enseñar más sobre el uso correcto del dinero. Dijo: «Había un hombre rico que tenía un mayordomo, y éste fue acusado ante él como derrochador de sus bienes. Entonces lo llamó y le dijo: “¿Qué es esto que oigo acerca de ti? Da cuenta de tu mayordomía, porque ya no podrás más ser mayordomo”» (Lucas 16:1–2, Versión RVR 1995).

Esto hizo que el mayordomo o administrador se preocupara por su propio futuro financiero. Con astucia decidió llamar a los deudores de su amo y negociar una reducción en lo que debían. Cuando llegaron los pagos, el maestro elogió al astuto administrador, porque su propio interés había producido un buen resultado. Jesús dijo: «Los hijos de este siglo son más sagaces en el trato con sus semejantes que los hijos de luz» (versículo 8). Estaba encomiando el uso racional de las posesiones materiales para proporcionar para el futuro, no la astucia subyacente del mayordomo. El dinero puede ser usado como una bendición para otros. Jesús dijo: «Y yo os digo: Ganad amigos por medio de las riquezas injustas, para que cuando éstas falten, os reciban en las moradas eternas» (versículo 9). Hay un uso sabio y piadoso del dinero. Se puede usar para enseñar sobre el reino de Dios, de modo que cuando llegue el día en que esa moneda ya no sea el medio de intercambio, se haya aprovechado bien.

Aquellos que puedan demostrar que se les puede confiar con lo poco también se les confiará con lo mucho. De la misma manera, quien sea deshonesto con muy poco será deshonesto con lo mucho.

Jesús pasó a explicar algo más sobre las posesiones materiales. La gente que prueba que se puede confiar en ella con lo poco, también se le puede confiar con lo mucho. De la misma manera, quien sea deshonesto con lo poco, será deshonesto con lo mucho. Si no se puede confiar en nosotros para tratar con la riqueza de este mundo, ¿cómo se nos puede confiar con las verdaderas riquezas espirituales?

Jesús enfatizó que no podemos servir a dos maestros. Tenemos que poner la riqueza física en perspectiva, no es lo más importante en el mundo. Como dijo Jesús, no puedes servir a Dios y al dinero.

Algunos de los fariseos, que eran amantes del dinero, se burlaron cuando escucharon esto. Jesús les dijo: «Dios conoce sus corazones» (versículo 15). Explicó que su riqueza no debería considerarse como una bendición por guardar la ley, porque de hecho no guardaban la ley debidamente.

Dando un ejemplo de la sociedad de la época, Jesús dijo, «Todo el que repudia a su mujer y se casa con otra, adultera; y el que se casa con la repudiada del marido, adultera» (versículo 18, RVR 1995). Su punto era que los fariseos no debían aplicar mal la ley, incluida la parte que rige el matrimonio.

Continuó con una historia sobre un hombre rico que se vestía bien y comía bien todos los días. Fuera de su puerta se encontraba un mendigo llamado Lázaro, que deseaba comer lo que cayera de la mesa del rico. Finalmente el mendigo murió, y en la parábola los ángeles lo llevaron para estar con Abraham. El hombre rico también murió y fue sepultado. Visualizado en tormento, y viendo a Abraham y a Lázaro lejos, el hombre rico suplicó por su ayuda. La respuesta de Abraham fue: «Hijo, acuérdate de que recibiste tus bienes en tu vida, y Lázaro, males; pero ahora éste es consolado aquí, y tú atormentado. Además de todo esto, una gran sima está puesta entre nosotros y vosotros, de manera que los que quieran pasar de aquí a vosotros no pueden, ni de allá pasar acá» (versículos 25–26, RVR 1995).

Entonces el hombre rico le suplicó a Abraham que mandará a Lázaro con su hermano para que le avisara lo que le había pasado a él. Le dijo Abraham: «A Moisés y a los Profetas tienen; ¡que los oigan a ellos!» Él entonces dijo: «No, padre Abraham; pero si alguno de los muertos va a ellos, se arrepentirán». Pero Abraham le dijo: «Si no oyen a Moisés y a los Profetas, tampoco se persuadirán aunque alguno se levante de los muertos» (versículos 29–31).

En estos ejemplos sobre el uso correcto de las riquezas, Jesús enseñó que debemos usar el dinero sabiamente y también con compasión por los menos afortunados.

cuatro recordatorios

Jesús a menudo les enseñaba a sus discípulos en privado sobre lo que deberían hacer después de que ya no estuviera con ellos. En una ocasión repasó cuatro principios importantes sobre el pecado, el perdón, la fe y la necesidad de hacer más de lo que se requiere.

Primero dijo, «Imposible es que no vengan tropiezos; pero ¡ay de aquel por quien vienen!» (Lucas 17:1). Dijo que mejor le sería que le ataran una piedra de molino al cuello y lo arrojaran al mar, que hacer tropezar alguno de los suyos por causa de nuestros pecados.

Luego dio consejos sobre un hermano que peca. Dijo que deberíamos indicárselos y perdonar si nuestro hermano cambia. Debemos perdonar tantas veces en un día como nuestro hermano se arrepienta. No hay límite para el perdón en este sentido.

Al conocer sus propias debilidades, los discípulos le pidieron a Jesús que aumentara su fe. Les respondió: «Si tuvierais fe como un grano de mostaza, podríais decir a este sicómoro: ‘Desarráigate y plántate en el mar’ y os obedecería» (versículo 6, RVR 1995) —siendo el punto que hasta la cantidad más pequeña de fe puede lograr lo milagroso.

Finalmente, Jesús relató una parábola para enseñar el principio de ir más allá de lo que se espera de nosotros. Dijo que un hombre no le agradece a su empleado por hacer lo que está estipulado en el contrato. Entonces nuestra manera al seguir su forma de vivir debería ser decir: «Siervos inútiles somos, pues lo que debíamos hacer, hicimos» (versículo 10). Con esto quiso decir que debemos ir mucho más allá de lo que se espera de nosotros al hacer lo correcto.

levantando a los muertos

Un día, Jesús oyó noticias de que su amigo Lázaro estaba muy enfermo. Lázaro era el hermano de dos de los seguidores de Jesús, María y Marta. Sin embargo, a pesar de escuchar acerca de la grave enfermedad de su amigo, Jesús esperó dos días más antes de regresar a Judea.

Sus discípulos trataron de advertirle sobre el peligro de ir a un lugar donde los judíos habían intentado apedrearlo recientemente. La respuesta de Jesús fue que no podía ser disuadido por el peligro, y sabía que la enfermedad de Lázaro era para un gran propósito. Jesús les dijo a sus discípulos: «Lázaro está muerto», preparándolos para el milagro que estaba por suceder.

Marta salió a encontrarse con Jesús y le dijo: «Si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto». Jesús respondió: «Tu hermano resucitará».

Cuando llegó a Betania, a unos tres kilómetros de Jerusalén, descubrió que Lázaro había estado en su tumba durante cuatro días. Su hermana Martha salió a encontrarse con Jesús y le dijo: «Si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto» (Juan 11:21).

Jesús respondió, «Tu hermano resucitará».

Marta respondió que sabía que él estaría en la resurrección el último día. Jesús entonces le enseñó que Él está estrechamente relacionado con la resurrección y la vida eterna. Le dijo, «el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá» (versículo 25).

Martha dijo que entendió y creyó eso, y volvió y llamó a su hermana, María, diciéndole: «El maestro está aquí y te llama». María se levantó de prisa y salió de la casa, junto con los que la estaban consolando.

Jesús se estremeció cuando vio la profundidad de su pena y preguntó dónde pusieron el cuerpo de Lázaro. Entonces Jesús mismo estaba llorando. Ha existido una especulación del por qué lloró Jesús puesto que sabía que llevaría a cabo un milagro y resucitar a Lázaro de la muerte. Algunos han sugerido que, más que la pena por su muerte, era una pena teñida de ira por su (de ellos) falta de fe. Algunos de ellos dijeron: «¿No podía éste, que abrió los ojos al ciego, haber hecho también que Lázaro no muriera?» (versículo 37).

Jesús vino a la tumba, que era una cueva con una piedra que tenía puesta encima. «Quitad la piedra», les dijo.

Marta reviró, “Señor, hiede ya, porque lleva cuatro días”» (versículo 39).

Se llevaron la piedra y Jesús oró por el beneficio de la gente que estaba parada allí, para que pudieran tener fe en él y creyeran que Dios lo había enviado. Después clamando a gran voz, «¡Lázaro, ven afuera!» (versículo 43).

El que había muerto salió, atadas las manos y los pies con vendas y el rostro envuelto en un sudario—típico de la manera en que la gente era sepultada en aquellos días. Algunos de los que vieron lo que Jesús hiso se convencieron de su mesianismo. Otros fueron y les contaron a los fariseos lo que había pasado.

«He aquí está este hombre realizando muchas señales milagrosas. Si lo dejamos continuar así, todos creerán en él».

Juan 11:47–48

Los principales sacerdotes y los fariseos reunieron el concilio, el sanedrín, y dijeron: «¿Qué haremos?, pues este hombre hace muchas señales. Si lo dejamos así, todos creerán en él, y vendrán los romanos y destruirán nuestro lugar santo y nuestra nación» (versículos 47–48).

El sumo sacerdote, Caifás, profetizó que Jesús había de morir por la nación judía y por el mundo. Los otros líderes religiosos obviamente tomaron al sumo sacerdote muy seriamente, pues como lo dice el Evangelio de Juan, «desde aquel día acordaron matarlo» (versículo 53).

Consciente de esto, Jesús ya no se andaba públicamente entre los judíos. En cambio, fue a un lugar cerca del valle del Jordán, llamado Efraín, y se quedó allí un tiempo con sus discípulos. Pronto Jesús comenzaría el último viaje de su vida a Jerusalén.