El séptimo día de la Guerra de los Seis Días

Sin la guerra de junio de 1967 en Oriente Medio (Cercano Oriente u Oriente Próximo), los titulares de hoy se leerían de manera muy diferente. He aquí cómo aquella guerra formó (y sigue formando) nuestro mundo.

Hace cincuenta años, el mundo experimentó un momento decisivo en los asuntos internacionales. En una región que se ha dado en llamar «el puente de mando de identidades nacionales y de conflicto perpetuo», la guerra árabe-israelí de 1967, conocida en Israel y en Occidente como la Guerra de los Seis Días, estaba destinada a tener amplias repercusiones.

Como el historiador israelí Michael B. Oren señalara, «la guerra de 1967, cuyas reverberaciones siguen convulsionando la región, fue una coyuntura fundamental en la creación del Oriente Medio moderno» (Power, Faith and Fantasy: America in the Middle East, 1776 to the Present). Solo superada —en sus repercusiones— por la fundación del Estado de Israel en 1948, la breve Guerra de los Seis Días tuvo tantas consecuencias que —según algunos— aún estamos viviendo el séptimo día de ella.

«A un nivel muy profundo, la guerra plasmó su huella en todas las personas del mundo que se identifican como judíos o como árabes; lo que había sido un conflicto local se convirtió en uno mundial».

Albert Hourani, La Historia de los Árabes

Podemos, ciertamente, ver ese continuo efecto en cuatro formas de pensamiento y acción —cuatro «ismos»— con respecto a Oriente Medio: el nacionalismo árabe, el extremismo islámico, el sionismo y el evangelismo estadounidense. Con la derrota de Egipto, Jordania, Siria e Iraq —los estados circundantes que procuraban derrocar al Estado de Israel— el nacionalismo árabe se hundió y los otros tres «ismos» ganaron terreno. Consideradas en conjunto, el progreso y las inconformidades de estas ideologías ayudan a explicar los acontecimientos de la segunda mitad del siglo pasado en la región y la agitación actual.

Repasemos el impacto de la victoria de Israel en 1967 en relación con cada una de las partes involucradas, y con la paz a largo plazo.

El nacionalismo árabe

El concepto de la población musulmana entera, no limitada por fronteras nacionales, sino unida como comunidad religiosa o umma, se había entendido en el Islam desde hacía mucho tiempo. Por eso, a principios del siglo XX, la mayoría de los árabes que vivían en territorios del imperio otomano en Oriente Medio prefería responder a Estambul antes que procurar sus propios gobiernos independientes. Pero cuando el movimiento de los Jóvenes Turcos de 1908 avivó las llamas del nacionalismo secular de Turquía, los musulmanes árabes del imperio comenzaron a buscar sus propias formas de nacionalismo e independencia.

Aunque la intervención de la Primera Guerra Mundial ralentizó el proceso, este iba a acelerarse otra vez con el colapso del poder otomano al final de la guerra y el nuevo orden impuesto en Oriente Medio por los tratados de la posguerra. El proceso de paz y las maniobras de tres de los países aliados —Gran Bretaña, Francia y los Estados Unidos— resultaron en nuevas líneas políticas en la arena. Palestina, Transjordania, Iraq, Siria, el Líbano y Latakia (hoy parte de Siria) llegaron como entidades con variantes de autodeterminación en sus aspiraciones. En cuanto las normas obligatorias provisionales de Gran Bretaña y Francia llegaran a su fin, los impulsos nacionalistas árabes se podrían concretar.

Sin embargo, una vez más, la intervención de acontecimientos como la Segunda Guerra Mundial, el holocausto, el establecimiento del Estado de Israel, y la guerra árabe-israelí de 1948, sumada a las complejidades de las políticas coloniales árabes, palestinas y sionistas, significaron que el paso al éxito nacionalista árabe fuera, en el mejor de los casos, irregular.

Durante los años cincuenta, el ascenso de Gamal Abdel Nasser en Egipto impulsó el nacionalismo árabe a nuevas alturas. Su triunfo sobre Israel, Gran Bretaña y Francia en la crisis del Canal de Suez en 1956, alentó al mundo árabe y fortaleció sus aspiraciones regionales. Mas lo que parecía una confirmación del florecimiento del panarabismo —la fusión política de Egipto y Siria como la República Árabe Unida en 1958— fue frustrada desde el interior durando apenas tres años.

Esto no previno su posterior participación con Siria, la cual en los prolegómenos de la guerra de 1967 respaldó las incursiones de la guerrilla en el norte de Israel por parte del movimiento de Yasser Arafat al-Fateh (para más tarde unirse al brazo competitivo de Nasser, la Organización para la Liberación Palestina, y luego tomar el mando de ella). Cuando Israel respondió con incursiones aéreas y con tanques contra Siria, y la inteligencia soviética indicó que una invasión israelí era inminente, Nasser decidió actuar. Pidió que se retiraran del Sinaí y Gaza las fuerzas de las Naciones Unidas para el mantenimiento de la paz de la era poscrisis del Suez, y bloqueó el golfo de Aqaba y el estrecho de Tirana para impedir el paso de naves israelíes y de otros lugares, que transportaban elementos estratégicos a la ciudad portuaria de Eilat. Por entonces, Egipto se alió con Siria, Jordán e Iraq, con la intención de eliminar a Israel de una vez por todas.

Israel, creyendo que su propia existencia estaba en juego, optó por efectuar un ataque preventivo. Los números exactos varían, pero según Oren, su ataque sorpresa del 5 de junio a las fuerzas aéreas de Egipto destruyó 286 aviones, la mayoría de ellos todavía en el suelo. Dentro de un plazo de 24 horas, otras tres fuerzas aéreas árabes quedaron fuera de combate. En los días subsiguientes, las fuerzas terrestres israelíes empujaron todo el camino hasta el canal de Suez y Sharm el-Sheikh (al extremo sur de la península del Sinaí), haciendo regresar de los Altos del Golán a las fuerzas jordanas y sirias, y capturaron Cisjordania y Jerusalén Este Árabe.

En todo el mundo árabe, la abrumadora derrota de estos estados seculares debilitó gravemente el llamamiento del nacionalismo árabe y sus dirigentes; sin embargo, la naturaleza aborrece el vacío.

«Con el tiempo, el nacionalismo panarábico y el naserismo serían eclipsados por un incipiente islamismo que se convirtió en amenaza para el orden árabe».

David Makovsky, «Consequences of the 1967 War»

Extremismo islámico

Tras el duro revés que sufriera el panarabismo de la variedad socialista secular naserita, la Hermandad Musulmana Islamista, constituida en 1928, intentó llenar el vacío en Egipto. Su pensador principal, Sayyid Qutb, había insistido en una redefinición del concepto de yihad («lucha», especialmente contra los enemigos del Islam). Él creía que el significado tradicional de la limitada guerra defensiva debía dar paso a una guerra ofensiva total contra todos y cada uno de los oponentes del Islam. El objetivo inmediato de la Hermandad en Egipto era crear una teocracia islámica fundamentada en la ley sharia. Tanto los oponentes externos del Islam como sus oponentes internos debían estar en la mira de una eterna lucha armada «contra todo obstáculo que se interpusiera en el modo de adorar a Dios».

Aunque Nasser había consultado amigablemente con Qutb en los primeros días después del golpe de estado de 1952, al final lo llevó a juicio por haber conspirado para asesinarlo. Encontrado culpable, Qutb fue ejecutado en 1966, pocos meses antes de la guerra árabe-israelí. Su muerte, combinada con la derrota de las fuerzas armadas árabes, se convirtió en un acontecimiento crucial en las vidas de los islamistas de esa generación. Ellos consideraron el resultado de la guerra como castigo divino por no haber observado la ley sharia en las tierras árabes. El erudito estadounidense de origen libanés Fawaz Gerges, que entrevistó a muchos de ellos, señaló: «Todos los yihadistas con los que hablé se refirieron a la derrota de los estados árabes de 1967 en manos de Israel como un hito en su radicalización y revuelta contra los gobernantes “apóstatas”» (The Far Enemy: Why Jihad Went Global).

Entre los seguidores egipcios de Qutb se encontraba el joven Ayman al-Zawahiri, quien más tarde se convertiría en el teórico y luego cabecilla del al-Qaeda de Osama bin Laden. De manera similar, el asesinato del sucesor de Naser, Anwar Sadat, en 1981, fue perpetrado por el Grupo Yihad inspirado en Qutb, posteriormente conocido como organización Yihad Islámica Egipcia (Tanzim al-Jihad), dirigida por Abd al-Salam Faraj, amigo íntimo de al-Zawahiri.

Durante esos años se dio prioridad a acabar con las prácticas corruptas de los oponentes árabes locales (el enemigo cercano); solo después se puso la mira en el mundo no musulmán (el enemigo lejano). Incluso la estadía de al-Zawahiri’s en Afganistán, donde vivió en los años ochenta y luchó contra las fuerzas armadas soviéticas, fue con el propósito de entrenarse en actividades militares para operaciones posteriores en Egipto. En 1986, se encontró con bin Laden por primera vez y se convirtió en su médico y asesor. Su perspectiva más localizada cambió radicalmente en 1998, cuando fusionó su Yihad Islámica Egipcia con el Frente Islámico Mundial para la Yihad contra los Judíos y los Cruzados (al-Qaeda) de bin Laden —un movimiento con objetivos mundiales subyacentes a los ataques del 11 de septiembre en los Estados Unidos.

El subsecuente distanciamiento y rechazo de al-Qaeda por parte de los islamistas y el mundo árabe en general, la disensión interna en el movimiento yihadista y el asesinato de Osama bin Laden por la principal fuerza de operaciones especiales de la Armada de los Estados Unidos (US Navy SEALs) en 2011 ha traído nuevos protagonistas al escenario mundial, como por ejemplo, el Estado Islámico en Iraq y Siria (ISIS, por sus siglas en inglés) que ganó notoriedad en 2014 y sigue con sus atentados terroristas ahora en el frente mundial.

Sionismo

El movimiento sionista tuvo su origen a principios de 1880 en una sociedad conocida como Hibbat Zion (Amor de Sión), de Sión, uno de los nombres bíblicos de Jerusalén. Sus integrantes promovían el asentamiento de Palestina para los judíos en Rusia, donde la persecución recientemente había tomado la forma de pogromos incitados por el estado. Este violento avance fue un importante catalizador en la demanda de una patria donde los judíos pudieran normalizar su estado entre los pueblos del mundo.

El autor judío vienés Nathan Birnbaum fue quien, alrededor de 1885, usó por primera vez la palabra Sionismo. Acuñó este término para describir el movimiento creado para resolver «la cuestión judía»: el problema de la persecución de las comunidades judías, especialmente en Europa Oriental. En su opinión, otros intentos para resolver el problema, incluso la emancipación y la asimilación en las diversas culturas y naciones de Europa, no habían dado resultado. El nacionalismo se había convertido en la solución preferida por otros pueblos —decían—, entonces, ¿por qué no para los judíos?

La publicación de Theodor Herzl The Jewish State en 1896 motivó la convocación, en Suiza, del primer Congreso Sionista (pronto conocido como Organización Sionista Mundial) al año siguiente. El apoyo para «el establecimiento de un hogar nacional para el pueblo judío en Palestina» llegó en la Declaración de Balfour de 1917 emitida por el gobierno británico.

Treinta años después, las Naciones Unidas votaron a favor de la división de Palestina en dos estados —judío y árabe— con intereses económicos mutuos y la internacionalización de Jerusalén. Como resultado, las fuerzas árabes palestinas atacaron a la comunidad judía. El siguiente mayo (1948), David Ben-Gurion declaró el establecimiento del Estado de Israel y cinco ejércitos árabes lo invadieron de inmediato. El ulterior cese al fuego significó un aumento de territorio para Israel además del asignado en la resolución de partición, con Jerusalén dividida entre Jordania e Israel.

Esta fue la situación que cambió drásticamente en la guerra de 1967. La contundente victoria de Israel le dio el control de toda Jerusalén, Cisjordania, los Altos del Golán, el Sinaí y Gaza. Para los israelíes, la captura de Jerusalén significó el acceso por primera vez en 19 años al sitio más venerado del judaísmo: el Muro Occidental o Muro de los Lamentos del recinto del templo del siglo I. Ese día, hasta los no religiosos fueron religiosos. La toma del Monte del Templo catalizó el deseo de muchos de hacer profundamente religioso lo que de otro modo era militar y político. El ministro de defensa israelí —y secularista confeso— Moshe Dayan anunció: «Hemos vuelto a todo lo que es santo en nuestra tierra. Hemos vuelto para nunca más separarnos de ello».

La foto de tres paracaidistas israelíes mirando el recién recuperado Muro Occidental, tomada por David Rubinger en 1967 se ha convertido en un icono de la Guerra de los Seis Días. Los tres soldados todavía viven. En abril de 2017, en anticipación del quincuagésimo aniversario de la guerra, posaron juntos de nuevo en el mismo lugar. Esa foto, y la historia detrás de la original, se encuentra en The Times of Israel.

© David Rubinger/GPO. Reproducida con autorización.

De inmediato, se dieron órdenes para la remoción de las viviendas árabes adyacentes al Muro Occidental. La obra se completó en 24 horas: los contratistas empleados por el gobierno israelí y el alcalde de Jerusalén Teddy Kollek destruyeron más de ciento treintaicinco casas en el distrito de Mughrabi y expropiaron a casi mil palestinos. Al mismo tiempo, forzaron el retiro de residentes palestinos del barrio judío de la Ciudad Vieja, que se habían refugiado allí en 1948, tras perder sus hogares en Jerusalén Occidental. Se estima que de quinientas a seiscientas familias palestinas perdieron sus hogares en la Ciudad Vieja después de la guerra de 1967. Dayan señaló que le gustaría ir más allá y abrir un camino entre las colinas lo suficientemente amplio como para permitir a «todos los judíos del mundo acceder al Muro Occidental».

En los 50 años desde entonces, paulatinamente Israel ha estado construyendo más y más en el territorio en disputa. Según el movimiento israelí Paz Ahora, para 2015, Cisjordania tenía 131 asentamientos israelíes establecidos oficialmente fuera de Jerusalén Este y una población de colonos que había crecido de cero a más de trescientos ochentaicinco mil desde 1967. Comenzando en los años noventa, los israelíes crearon 97 puestos de avanzada de colonos —adicionales— sin la autorización del gobierno (y por lo tanto, ilegales según la ley israelí). En Jerusalén Este hay ahora 12 vecindarios israelíes y otros 13 asentamientos israelíes dentro de barrios palestinos. En total, 200.000 israelíes viven en Jerusalén Este.

«La Guerra de los Seis Días fue denominada “la Guerra Judía”, y con justa razón, porque el viejo espíritu judío dentro de nosotros se alzó como un fantasma».

A.B. Yehoshua, «For a Jewish Border», Jerusalem Post (19 de julio del 2002)

A pesar de muchos intentos para negociar un acuerdo de paz, los israelíes y palestinos están en punto muerto, con los palestinos continuamente perdiendo terreno. Los temas más cruciales siguen siendo la futura frontera entre los dos estados independientes, el derecho de los refugiados palestinos a volver a su tierra natal, la defensa y la seguridad, y la situación de Jerusalén.

El evangelismo estadounidense

Para un segmento del protestantismo estadounidense, el triunfo de Israel en la guerra de 1967 fue particularmente significativo. El respaldo al Estado de Israel por parte de los evangélicos estadounidenses blancos se basa en su creencia de que fue Dios quien les dio la tierra a los judíos y que la existencia del estado de la era moderna constituye el cumplimiento parcial de la profecía del Nuevo Testamento acerca de la segunda venida de Cristo. Estas ideas se basan en las enseñanzas del predicador angloirlandés del siglo XIX John Nelson Darby, fundador de los Hermanos de Plymouth y originador de la teología dispensacional. Sus ideas fueron luego promocionadas por la Biblia de Estudio Scofield y en fechas más recientes por The Late Great Planet Earth de Hal Lindsey y la serie de Tim LaHaye Dejados Atrás, basada en la creencia del rapto (o arrebatamiento) de los cristianos antes del regreso de Cristo.

La doctrina dispensacional —la creencia de que la profecía bíblica requiere el regreso de los judíos a su tierra antes de la segunda venida de Cristo— ha dado lugar a que se considere a los dispensacionalistas «cristianos sionistas». Como en los Estados Unidos la cantidad de estos evangélicos asciende a millones, constituyen una fuerza electoral poderosa. Por eso, en todo ciclo electoral, es de suma importancia considerar sus opiniones sobre el respaldo de Estados Unidos al Estado de Israel.

¿Ha dividido Dios la historia en ciclos?

Los dispensacionalistas creen que Dios se ha revelado y ha revelado su verdad periódicamente, pero que vez tras vez la humanidad no ha estado a la altura de las expectativas y Dios ha tenido que comenzar otra vez con un nuevo enfoque. Sus adherentes cuentan varias cantidades de tales ciclos o dispensaciones en el transcurso de la historia humana. Lo que se esperaba de la humanidad antes del diluvio no era lo mismo que se esperaba de quienes vivieron en la época de Abrahán, de Moisés o de la nación de Israel.

Hay varias dificultades con respecto a esta idea. La principal es que se trata de una superposición extrabíblica surgida del razonamiento humano. En consecuencia, los dispensacionalistas discrepan entre sí en varios puntos fundamentales. Además, el dispensacionalismo postula que la ley que rige a los patriarcas y a la iglesia es diferente, idea que tampoco sostiene la Escritura (Mateo 7:12; Hechos 24:14). Jesús observó y ratificó la ley y dijo que permanecería en efecto después de su resurrección (Mateo 5:18; 28:20); y la ley seguirá después de su regreso (Isaías 2:2–3). 

Por lo general, la dispensación actual (desde la crucifixión hasta la segunda venida de Cristo) se considera la era de la iglesia de los gentiles, con Israel asignado a un destino distinto. Sin embargo, la iglesia del Nuevo Testamento no era solo de gentiles, también incluía a muchos creyentes de ascendencia judía o israelita (Romanos 11:1–5; Santiago 1:1; 1 Pedro 1:1–2). Tocante a la salvación, los apóstoles no hacían diferencia entre «judíos» y «griegos» (Romanos 1:16; 10:12–13; Gálatas 3:26–28).

Se entiende que la dispensación final es el todavía futuro reino milenario de Cristo en la tierra. A principios de 1800, John Darby vio en Isaías un rol milenario para la nación concreta de Israel, sugiriendo que debía volver a existir como entidad política. Los esfuerzos para crear tal entidad acelerarían así el regreso de Cristo e incluso contribuirían a hacerlo realidad. No obstante, la Biblia dice que el tiempo de ese acontecimiento está solo en las manos de Dios el Padre (Marcos 13:32).

En los años siguientes a la Guerra de los Seis Días, esto no pasó desapercibido para el ministro de turismo israelí, que empezó a promocionar giras o excursiones a Israel de grupos de Iglesias de Estados Unidos con creencias dispensacionales, por cuanto —después de todo— contar con una base sólida de partidarios evangélicos no judíos dentro de los Estados Unidos podría ser de gran utilidad. Ya conformados en organizaciones pro-Israel, estos partidarios comenzaron a recaudar fondos para muchos proyectos, entre ellos, la emigración de judíos rusos a Israel, el apoyo a los asentamientos en Cisjordania, y la financiación del Instituto del Templo con su meta de reconstruir una estructura en el antiguo monte en la Ciudad Vieja de Jerusalén. Esta actividad condujo, a su vez, a la realineación de AIPAC —el grupo pro Israel en Washington DC— con la extrema derecha estadounidense. Así, la política y la religión se entrelazaron en nuevas formas a partir de los acontecimientos de los seis días en 1967.

Todo cambió; nada cambió

Algunos han notado que aunque los seis días de junio de 1967 cambiaron muchas cosas para muchos, en otro sentido nada cambió. Nada cambió en cuanto a resolver la situación en punto muerto entre palestinos e israelíes, ni con respecto a la naturaleza humana tendiente a la violencia cuando ve cuestionada su existencia. Nada cambió en el enredo mundial de la política y la religión. Ahora, dejando de lado los errores del dispensacionalismo, podemos decir que nada cambió con respecto a lo que la Biblia realmente dice sobre los resultados proféticos para todos.

El judaismo espera su Mesías; el Islam, su Mahdi y el cristianismo la segunda venida de Cristo, pero lo que el Creador de toda la humanidad promete para el futuro trasciende todos nuestros angostos nacionalismos y prejuicios, nuestras agresiones y nuestros odios. Para todos nosotros, el verdadero séptimo día de la Guerra de los Seis Días está aún por venir: «Y juzgará entre las naciones, y reprenderá a muchos pueblos; y volverán sus espadas en rejas de arado, y sus lanzas en hoces; no alzará espada nación contra nación, ni se adiestrarán más para la guerra» (Isaías 2:4, versión Reina-Valera revisada en 1960).

Mientras tanto, para quienes deseen tener parte en la preparación para un mundo tan cambiado, este es el plan de acción personal de la misma palabra profética: «Oh, hombre, él te ha declarado lo que es bueno, y qué pide Jehová de ti: solamente hacer justicia, y amar misericordia, y humillarte ante tu Dios» (Miqueas 6:8).

¿Quién no se beneficiaría ahora de practicar semejante justicia, misericordia y humildad?