Lo que vemos

Una reciente serie de vuelos largos que realicé me permitió ver algunas de las películas más recientes, incluyendo algunas que han ganado premios de la industria. Eran de categorías como drama, acción, suspenso y comedia. Desafortunadamente, lo que apareció en pantalla fue violencia extrema, notoria sexualidad, vulgaridad, desesperanza, sinsentido o una combinación de éstas. En uno de los casos el efecto fue tan perturbador que no pude seguir mirando y apagué el sistema de video.

La experiencia completa me hizo preguntarme una vez más el efecto que tiene lo que vemos, y digo «una vez más» porque me acordé de que tres de mis hijos fueron educados con la idea de que no todo lo que podemos ver es bueno. Se les enseñó a discernir. Ahora mi esposa y yo estamos educando al cuarto para que haga juicios similares.

Mucha gente cree que podemos ver cualquier cosa sin que ello traiga consigo efectos negativos. Yo cuestiono seriamente esa idea; de hecho, sé que es totalmente errónea. En la década de los sesenta, mientras estudiaba la carrera de psicología infantil, me topé con el trabajo de Albert Bandura y sus colaboradores, que trata sobre el efecto que tiene en los niños pequeños el ser testigos de comportamientos agresivos. El experimento es clásico en el campo e involucra a un muñeco y modelos adultos (un hombre y una mujer) maltratándolo frente a un grupo de niños. Otros dos grupos presenciaron modelos inhibidos y no agresivos o no fueron expuestos a ninguno de esos dos modelos. Después, en ausencia de los modelos, el primer grupo (niños y niñas) imitó la agresión de los adultos golpeando y pateando al muñeco y verbalizando sus sentimientos. Lo hicieron a un nivel mayor que el de los otros dos grupos, y los niños se mostraron más agresivos que las niñas.

Este estudio de hace más de 45 años planteó preguntas importantes sobre las que se ha debatido desde entonces, porque aunque los resultados fueron perturbadores al demostrar una relación directa entre lo que vemos y lo que hacemos, esto ha planteado cierta problemática. Se ha vuelto evidente que debemos tomar en cuenta otros factores que contribuyen a esta situación, tales como la violencia intrafamiliar, características agresivas ya establecidas y el antecedente de comportamientos criminales.

Sin embargo, incluso si admitimos esa condición, se puede establecer una correlación entre la agresión observada y el comportamiento subsecuente. En el año 2005, después de una larga revisión de estudios internacionales sobre la relación entre la violencia en los medios de comunicación y los niños o jóvenes adultos, un artículo de la revista médica británica Lancet concluyó que, «desde una perspectiva de salud pública, existe evidencia de que las imágenes violentas tienen efectos a corto plazo en la excitación sexual, los pensamientos y las emociones, incrementando la probabilidad de mostrar un comportamiento agresivo o temeroso».

«Aunque la violencia en los medios de comunicación no es la única causa de violencia en la sociedad estadounidense, sí es el factor más fácil de remediar».

Academia Estadounidense de Pediatría, Pediatrics, 6 de junio de 1995

Como resultado, los autores del estudio, Kevin D. Browne y Catherine Hamilton-Giachritsis, hicieron algunas recomendaciones para profesionales, productores de los medios de comunicación y quienes formulan políticas, así como tres sugerencias importantes para los padres: 1) estén conscientes de los riesgos que corren los niños que ven imágenes violentas; 2) revisen qué verán los niños antes de que lo hagan; 3) ayuden a los niños a entender las imágenes violentas de una manera apropiada para su nivel de desarrollo.

Desde la perspectiva de las Escrituras, éste es un buen consejo. Salomón escribió: «El violento engaña a su prójimo y lo lleva por mal camino» (Proverbios 16:29, NVI). El apóstol Juan advirtió a sus lectores de los peligros de imitar el comportamiento malvado cuando escribió: «Amado, no imites lo malo, sino lo bueno. El que hace lo bueno es de Dios; pero el que hace lo malo, no ha visto a Dios» (3 Juan 11, RV 1960).

Si esto está dirigido a los adultos, ¿cuánto más aplica para nuestros hijos, que son mucho más fáciles de impresionar y que imitan tan fácilmente lo que ven?