Después de la Vida

Un ser querido se va de nuestra vida. ¿Dónde está esa persona? ¿Qué sucede con el ser humano al momento de morir?

La muerte llega de muchas formas, desde la pacífica hasta la violenta. Tal vez estemos un poco aturdidos por la magnitud de algunas de las muertes violentas o catastróficas que vemos que ocurren aparentemente todos los días. Ya se trate de miles de ruandeses asesinados por sus compatriotas, cientos de personas ahogadas por las inundaciones en Bangladesh o la impactante realidad de los ataques terroristas como el del 11 de septiembre de 2001, cuando la muerte en masa ocurre a distancia, podemos construir un muro mental de protección.

Por otro lado, si cualquiera de dichas muertes u otra similar es de alguien cercano a nosotros, de pronto nos enfrentamos cara a cara con la terrible realidad. Aprendemos mucho de la experiencia personal del dolor y la angustia de la pérdida. Incluso cuando se trata de la muerte pacífica de una persona mayor que ha vivido una larga y fructífera vida, surgen dudas difíciles y emocionales para quienes le sobreviven. Un ser querido se va de nuestra vida. ¿Dónde está esa persona? ¿Qué sucede con el ser humano al momento de morir?

El misterio y la confusión han rodeado durante mucho tiempo el fin de la vida física. El conocimiento que puede establecerse mediante los cinco sentidos provee una base para las afirmaciones acerca de nuestro mundo físico. Sin embargo, simplemente no existe evidencia científica o física para establecer lo que ocurre a la conciencia humana después de la muerte. Aunque se habla de las experiencias cercanas a la muerte, nunca nadie ha regresado después de morir para decirnos exactamente cómo es «el otro lado». Como consecuencia, muchas personas temen a la muerte y este temor con frecuencia defiende su creencia en una vida después de la muerte.

¿HACIA DÓNDE VAMOS?

No es posible ignorar el papel de la religión al hablar de la confusión con respecto a la vida después de la muerte. ¿Vamos al cielo o al infierno, o tal vez a algún lugar entre ambos?

Mientras que en la actualidad cada vez menos personas se apegan a las enseñanzas tradicionales, en la mayoría de las religiones permanece el concepto implícito de que si somos buenos en esta vida entonces existe algo agradable para nosotros después de la muerte. Por el contrario, si no estamos a la altura de las circunstancias, entonces nos aguarda algún tipo de castigo eterno.

De acuerdo con la Enciclopedia Católica, «el término cielo ha llegado a designar tanto la felicidad como la morada del justo en la próxima vida». Es una idea que brinda la esperanza que la mente humana necesita mientras se enfrenta al mundo material y a la realidad de la edad «avanzada».

Una encuesta de la revista Newsweek, citada en la publicación del 13 de agosto de 2002, afirma que el 75% de los estadounidenses cree que sus acciones en la tierra determinan si irán al cielo. Sin embargo, es de dudarse que el mismo 75% afirmara ser muy religioso o que incluso asistiera a una iglesia. La misma encuesta indica que el 76% de los estadounidenses cree que existe el cielo y, de éstos, el 71% cree que es un lugar real. Así que la necesidad sicológica de seguridad y esperanza se encuentra arraigada entre la comunidad estadounidense.

Por supuesto, el mundo occidental no tiene la exclusiva del cielo. El cielo parece ser una creencia que comparten judíos, cristianos y musulmanes, aunque de diversas formas.

Mientras que el judaísmo permite cualquier número de opiniones sobre el tema, comúnmente se refiere al cielo como Gan Eden o el Jardín del Edén, el Paraíso. El erudito judío Michael Asheri escribe: «Se cree que las almas de los justos tienen un lugar ahí» (Living Jewish: The Lore and Law of the Practicing Jew [La Vida Judía: Leyes y Tradiciones del Judío Practicante]).

De acuerdo con Shahid Athar, autor de varios libros sobre el Islam, «Los musulmanes creen que la vida presente es temporal. Es una prueba que, al pasarla, se nos otorgará una vida de placer permanente en compañía de gente buena en el Cielo».

EL FACTOR MIEDO

Mientras que el cielo es la zanahoria, el infierno puede ser la vara. Ya sea por la imagen que tenemos del infierno, creada por Dante Alighieri y su vívida travesía imaginaria por el infierno y el purgatorio, o por la vaguedad de la teología evangélica contemporánea, todo parece coincidir en que se trata de un lugar al que se debe temer y evitar.

La Enciclopedia Católica nos dice que «Infierno… en su uso teológico es el lugar de castigo luego de la muerte». También afirma que «por derivación, infierno denota un lugar oscuro y escondido». No es de sorprender, entonces, que una evaluación somera de los primeros años de vida del reformador protestante Martín Lutero revele una profunda motivación de su parte para desarrollar una teología que mitigara su temor hacia el castigo eterno y la separación de Dios.

El concepto de infierno precede por cientos de años a la era cristiana. Alrededor del siglo VIII o IX a.C., el poeta griego Homero describió un lugar sombrío de triste oscuridad como un telón de fondo para su héroe Ulises. Del mismo modo, en la Eneida de Virgilio el héroe Eneas desciende al infierno donde encuentra numerosos horrores. De tales fuentes pre-cristianas provienen muchos de los conceptos teológicos de la actualidad que se refieren al castigo de los condenados.

Tememos a lo desconocido más allá de la muerte debido a que el mito, la superstición y la manipulación teológica se combinan para intimidarnos de una manera poderosa.

Tememos a lo desconocido más allá de la muerte debido a que el mito, la superstición y la manipulación teológica se combinan para intimidarnos de una manera poderosa. El misterio y la confusión se componen de una multitud de ideas generadas por todas las sociedades y religiones con respecto al estado futuro del hombre una vez que ha cesado la conciencia.

En un artículo titulado Why We Need Heaven [«Por qué necesitamos el cielo»], Lisa Milles del Newsweek escribe: «En el siglo XVI, los reformadores protestantes, aprovechando la indignación popular con respecto al materialismo y la corrupción de la Iglesia Católica Romana, ofrecieron a sus seguidores una versión del cielo que se enfocaba en la reunión del individuo con Dios. Antes de enviar a sus soldados a la Primera Cruzada, el Papa Urbano II afirmó que si morían en nombre de Cristo, ascenderían al cielo y vivirían en compañía del Señor. “En el peor de los casos, el cielo puede ser una herramienta efectiva para la manipulación” afirma Paul Knitter, profesor emérito de teología en la Universidad Xavier en Cincinnati. “Si logras que la gente crea en un cielo, puedes lograr que haga cualquier cosa”. David Koresh dijo a sus seguidores en Waco que si morían con él, irían directamente al cielo».

Al comentar sobre el anhelo humano de la seguridad acerca de la vida después de la muerte, el filósofo británico Roger Scruton cuestiona: «¿Qué es lo que, a pesar de todo, obliga a quien cree en Dios el Creador, a quien espera la vida eterna y confía en una realidad trascendental, a adorar solamente el altar de sus ancestros, viviendo mediante costumbres que provienen de la desaprobación de la voluntad revelada de Dios? ... ¿Por qué nuestra búsqueda racional de una respuesta al misterio de la existencia nos conduce exactamente en la misma dirección que la conciencia mítica?» (Filosofía para Personas Inteligentes).

Scruton concluye que la verdad acerca de la vida y la muerte puede provenir únicamente de la voluntad revelada de Aquél que creó la humanidad en primer lugar. La respuesta a lo que sucede después de la muerte no puede encontrarse en el altar de nuestros ancestros ni en las costumbres inventadas por la humanidad ni en las ideas desarrolladas a partir de la mitología antigua.

La respuesta a lo que sucede después de la muerte no puede encontrarse en el altar de nuestros ancestros ni en las costumbres inventadas por la humanidad ni en las ideas desarrolladas a partir de la mitología antigua.

Por otro lado, la Biblia provee una explicación simple de lo que sucede a una persona cuando muere, aunque, para entenderlo, debemos estar preparados para abrir nuestra mente a otro punto de vista.

UN HOMBRE TRANSFORMADO

Si el hombre muere, ¿volverá a vivir? Ésta es una pregunta que todos nos hemos hecho, pero ¿cuántos se dan cuenta que esta simple pregunta se encuentra en la Biblia? No somos la primera generación en darle vueltas a este tema. El autor bíblico Job se hizo esta misma pregunta y dio la respuesta (consulte Job 14:14). Él tenía el conocimiento que lo ayudó a llegar a esta conclusión y ese conocimiento nos ayudará de una manera concluyente.

La humanidad fue creada con gran potencial espiritual. El aquí y ahora tiene un propósito en el desarrollo de este potencial, pero no es su objeto. La respuesta de Job a su propia pregunta fue que esperaría hasta que viniera su «transformación». Aceptó la certeza de la muerte para todo ser humano. La vida física es finita y temporal. Al morir, nuestro cuerpo se descompone y regresa a los elementos de los que se formó. En ese momento cesa toda conciencia: «Porque los que viven saben que han de morir; pero los muertos nada saben» (Eclesiastés 9:5).

En el Nuevo Testamento se habla de la transformación a la que se refería Job. Allí se muestra que después de la muerte viene la resurrección. Cristo dijo que «vendrá hora cuando todos los que están en los sepulcros oirán su voz… y saldrán a resurrección» (Juan 5:28–29). La Biblia habla de que el cuerpo permanece dormido entre el momento de la muerte y el momento de la resurrección. Cuando despertemos en la resurrección será como si hubiésemos despertado del sueño, como lo hacemos cada mañana.

Evidentemente, la muerte es un estado de transición.

¿Cuándo ocurre esta resurrección? «Mas ahora Cristo ha resucitado de los muertos; primicias de los que durmieron es hecho... Porque así como en Adán todos mueren, también en Cristo todos serán vivificados. Pero cada uno en su debido orden: Cristo, las primicias; luego los que son de Cristo, en su venida» (1 Corintios 15:20–23).

Cristo va a regresar a esta tierra y, cuando lo haga, quienes estén muertos resucitarán del sepulcro. «Porque el Señor mismo con voz de mando, con voz de arcángel, y con trompeta de Dios, descenderá del cielo; y los muertos en Cristo resucitarán primero. Luego nosotros los que vivimos, los que hayamos quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes para recibir al Señor en el aire, y así estaremos siempre con el Señor. Por tanto, alentaos los unos a los otros con estas palabras» (1 Tesalonicenses 4:16–18).

En el momento específico de la venida de Cristo a la tierra para intervenir en los asuntos de la humanidad se reactivará la conciencia de los muertos en Cristo y progresarán a una nueva etapa en su relación con Dios.

Los resucitados no estarán arriba en un cielo, ni abajo en un infierno. Permanecerán con Jesucristo en la tierra después de haberse reunido con Él en las nubes. «Y se afirmarán sus pies en aquel día [el día de Su venida] sobre el monte de los Olivos, que está en frente de Jerusalén al oriente» (Zacarías 14:4).

«Y CONOCERÉIS LA VERDAD»

El saber que la vida tiene un propósito específico más allá de la tumba es muy alentador. Sin ese entendimiento la experiencia de ver morir a un ser querido sólo puede producir un profundo sentimiento de pérdida y sufrimiento.

Quienes han muerto no están perdidos en algún tipo de vaguedad nebulosa de la conjetura humana.

Después de la muerte una persona permanece dormida en su tumba, sin conciencia, hasta el momento de regresar a la vida por medio de la resurrección. Será como despertar de un largo sueño. La conciencia volverá y la obra creativa de Dios continuará, sólo que ahora en un estado espiritual más que físico. Quienes han muerto no están perdidos en algún tipo de vaguedad nebulosa de la conjetura humana. No se encuentran atormentados en el infierno ni están flotando felizmente en las nubes tocando arpas.

Necesitamos liberarnos de la angustia mental causada por falsas ideas y conceptos que describen a Dios como un Juez lleno de ira que espera la oportunidad de castigar a los indefensos pecadores por toda la eternidad. Por el contrario, Dios es un Padre que espera pacientemente abrazar a Sus hijos resucitados. Como Cristo dijo a quienes aceptaran la autoridad de la Biblia: «Y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres» (Juan 8:32).